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13 de diciembre de 2013

Acontracorriente: Marcelo Tinelli

A lo mejor no es estrictamente para figurar en esta sección, porque hay mucha gente que critica por lo bajo al conductor televisivo más exitoso del Río de la Plata, pero también hay gente de sobra que se enloquece con sus programas, vive pendiente de todos los detalles de su vida personal y, curiosamente, suele pontificar en el ciberespacio que los que no ven (no vemos) a Marcello Tinelli decimos eso, pero lo hacemos en realidad en secreto, con vergüenza intelectual de reconocerlo.

En realidad, y en lo que a mí respecta, hace muchísimos años que he dejado de ver sus programas, dado el aburrimiento mortal y la sensación de ser tratado de estúpido que recibo. Es más, como tanta otra propuesta que recibimos por los medios masivos de comunicación, no puedo evitar sentirme que me están tirando con cualquier mercadería sin ningún escrúpulo, con tal de venderme.

He discutido muchas veces con gente que lo defiende y otra que no, pero es difícil que compartan mi idea de que, en realidad la propuesta de Tinelli no es más que la misma televisión berreta, frívola, demagógica y tonta que siempre hemos recibido y que si él no estuviera, otro cualquiera levantaría esa -comercial- bandera. 

La historia es conocida: era un periodista deportivo sin mucho éxito hasta que medio de rebote le ofrecieron un programa a última hora de la noche, sin grandes expectativas de audiencia. Poco a poco fue creciendo la bola de nieve gracias a una espontaneidad que no abundaba en la televisión de hace veinte años. Como cualquier barra de amigos, más que un panel de periodistas especializados, los integrantes de ese "Videomatch" se reían de las equivocaciones de los demás y participaban en general de un clima descontracturado que disimulaba la precariedad de la propuesta, que no tenía demasiado que ver con un informativo de la actualidad deportiva.

A partir de ahí, comenzaría eso tan diferente que es el Tinelli actual: un show gritado, hiperproducido, nada espontáneo y que tiene como protagonistas lo peor de la farándula porteña (Alfano, Casán, Sofovich, Barbieri, el recientemente fallecido Ricardo Fort) como apuesta inescrupulosa para generar audiencia. Ha comprado formatos exitosos en otros países -el palomo título "Bailando por un sueño"- guiado por las cifras más que por alguna propuesta concreta de entretenimiento.

Es que todo en la televisión tinellesca resuena falso, vacío, de plástico. Tinelli sólo es verdadero, es sincero, es franco cuando habla de él mismo y cuando se coloca como el centro de la pantalla. Que sería todo el tiempo, si por él fuera. Buena parte de las intervenciones del conductor son únicamente para colocarse en foco y hacerse ver. Gran parte de los chistes de sus programas son sobre él.

Como en otras propuestas enormemente exitosas -comercialmente hablando- habría que preguntarse si es un triunfo en una carrera donde todos los participantes corrieran con las mismas posibilidades. En los últimos años, se han multiplicado los programas sobre los programas de Tinelli, coincidiendo con una hiperfarandulización de la televisión en ambas márgenes del río grande como mar. Todo es la vida de los famosos de la TV y ahí está Marcelo T para traernos los personajes más exitosos y ahí están esos exitosos para salir donde el millonario empresario.

No hay nada más que eso. Un mundo hueco, artificial, intrascendente pero con una presentación ruidosa, colorida y abrumadoramente publicitada. Y en el centro de ese mundo está nuestro hombre, haciendo cuentas y vendiendo su alma a los negocios.  

14 de julio de 2013

A contracorriente: John Wayne

Aclaración: Si opino sobre un actor no lo hago dependiendo de su posición política. Hay gente que tiene opiniones totalmente compartibles pero que no trago. Se me ocurre un Roberto Begnini como ejemplo. Hay otros, en cambio, que están (o estuvieron en vida) en las antípodas de mi pensamiento y me encantan. Gary Cooper, sin ir más lejos. 

John Wayne fue un actor políticamente muy conservador, como tantos otros, pero con la característica de tener un pensamiento fácilmente caricaturizable, patriotero y chillón como el de muchos norteamericanos. El hecho de que durante toda su carrera fílmica repitiera ese esquema casi sin variaciones, lo hace carne fácil de cañón.

Para mi gusto, los mejores actores y actrices son los que saben desempeñar varios papeles diferentes, huyendo del encasillamiento. Wayne -como Sean Connery, otro recordado en esta serie pero peor- siempre hizo el mismo papel sin tener el menor interés de cambiar. Y probablemente, sin capacidad de hacerlo.

Invariablemente era el más vivo de la película, era el que más sabía de todos y el que le enseñaba a buenos y malos lo que tenían que hacer. Aún viejo y gordo, siempre era el más duro, el más rudo y el más temible. Nadie podía soñar con empatarle siquiera, aún si fuera otra estrella -Henry Fonda y James Stewart son los primeros que me acuerdo que compartieron cartel con él- a ellos siempre les faltaba algún vintén pal peso y terminaban "rindiéndose" al "number one".

Probablemente se la creería, pero me gustaría decirle que no basta con hacer -siempre- papeles de crack para ser crack. Así como no basta con contratar actores secundarios que se dejen pegar para ser un guapo. Osvaldo Soriano en su primeriza "Triste, solitario y final" (1973) lo caricaturiza acertadamente como un matón cobarde y agresivo, que golpea innecesariamente al protagonista.

Mucha gente aún lo considera como uno de los grandes actores (actor es algo muy diferente que estrella, lo cual indudablemente era) del cine clásico, afirmación con la que me permito discrepar. Indudablemente, tenía eso difícil de definir que se podría nombrar como "presencia cinematográfica", cosa que la gran mayoría no tiene pero un buen actor...

El tema es que su obtusa, fanática y un poco infantil ideología personal impregna toda -o gran parte- de su filmografía. Nunca hizo en sus películas de otra cosa que de John Wayne, desconociendo cualquier noción de composición de personajes, en aras de escupirnos su discurso patriotero y payasesco de imperialismo guerrero. Nunca dejó de hacer de super héroe a quien todos le debíamos devoción pero, por lo menos, dirigido por algún artista serio como Hawks o Ford, pudo integrarse positivamente en más de una obra maestra sin estropearla.         



"La diligencia" (su consagración como actor, dirigido por el señor director John Ford)

"Los boinas verdes" (JW quiere ganar él sólo VietNam, dirigido apenas por él mismo)

8 de enero de 2013

A contracorriente: Orlando Petinatti

"Orlando Petinatti" -nacido Freddy Nieuchowicz, si a alguien le importa- comenzó muy joven haciendo personajes desfachatados (realmente transgresores) allá por 1987 en la desaparecida El Dorado FM en el mítico programa de Daniel Figares "El subterráneo", que algún día habría que homenajear. Poco a poco, los personajes del "Licenciado" comenzaron a ocupar más lugar, hasta el punto de figurar como co-conductor. Después se separaron, Figares continuó con una carrera radial en declive, principalmente por su personalidad bastante difícil e intolerante. Petinatti, en cambio, dejó totalmente toda actitud rebelde y crítica a la sociedad y a los grandes medios de comunicación y omite, muy prolijamente, mencionar dónde y con quién comenzó en radio cada vez que se lo preguntan.
 
Su programa solista "Malos pensamientos" sigue en el aire desde 1991. Y sigue prácticamente igual, sin ninguna novedad desde aquella época. O con las únicas novedades de sacar varias secciones que tenían alguna gracia para quedarse con lo único que le interesa: humor a través del sexo.

Lo cual no tiene necesariamente nada de malo. El humor con "segunda intención" es una forma como cualquier otra de acercarse a la risa. El problema es que las tres horas largas que dura el programa la única forma de hacer reir es buscar la confesión íntima, el chismorreo de vieja reprimida sobre los oyentes que llaman, dispuestos voluntariamente a contar sus intimidades, reales o inventadas.

El programa en sí es bastante lento y aburrido: "Peti" se toma media hora para decir lo que cualquiera de nosotros desarrollaría sin apresuramientos en cinco minutos. Cada una de sus afirmaciones es repetida numerosas veces y su tono zumbón se mantiene inalterable durante toda la emisión. Además de ser monotemático, la escasez de ocurrencias propias -es mucho más probable que quienes mandan mails, sms o llaman por teléfono puedan hacer reir con algo ingenioso que el mismo conductor- y la falta de originalidad y creatividad (se puede estar varios años sin escuchar "Malos pensamientos" que al volver a hacerlo no se notará ninguna diferencia) hacen bastante difícil de digerir el humor petinatinesco.


A veces le salta la térmica de su pensamiento conservador y se le va todo el humor: cuando comparte una charla con el impresentable Fernando Vilar y se deshacen en elogios mutuos luego de haber vomitado sus insólitas teorías policiales el presentador de Telenoche 4; hace unos 10 años cuando con la enorme crisis se iban centenares de uruguayos al exterior y él llamaba a algunos exiliados con un lamentable tono sensiblero diciéndoles que nuestro país era el mejor del mundo o, en su segmento final cuando les da "una mano" a quienes llaman para que les solucione sus problemas de pareja, en el que Petinatti se comunica con quien no quiere seguir más, a veces por problemas de violencia doméstica o similares. Por supuesto, el conductor se pone del lado del golpeador.

Muchos me podrán replicar que es el programa radial más escuchado de todos los tiempos y que por algo será. Yo creo que, fundamentalmente, es por el placer que siente mucha gente por meterse en la vida privada de los demás y de escuchar chusmeríos y puteríos. Que no siempre son reales, pero eso no importa. De eso vive Petinatti. Y Rial, y Ventura y Laura Pozzo y Vilar y siguen las firmas...    

21 de agosto de 2012

A contracorriente: Charles Bukowski

Primera aclaración: no he leído la obra completa de Charles Bukowski (1920-1994) -¿quién lo ha hecho?- y tampoco, la gran parte. Probablemente, se me podrá decir que me he perdido libros muy importantes y muy valiosos que podrían hacer variar mi opinión sobre él. Puede ser, pero lo dudo mucho.

Segunda aclaración: No me gustan los escritores -ni los artistas en general- cuya obra gira obsesivamente sobre sí mismos y que no hablan de otra cosa que de sus propias experiencias de vida ni tienen otra inspiración que contarnos todas las cosas que les pasaron, como si no hubiera nada interesante que inventar o que conocer. Es mi gusto personal y otros pueden, naturalmente, discrepar con él.

Bukowski siempre habla de sí mismo, presentándose como un borracho simpático -aunque atosigue al lector con permanentes descripciones de su suciedad, su cinismo y su mal estado general- queriéndonos hacer creer que en realidad se está autocriticando y mostrándonos sus defectos. Es un ejemplo claro de falsa modestia que quiere hacerse pasar como confesión feroz pero no es más que exhibicionismo. Nada de lo que pasa en el mundo parece importarle a este autor de culto, quien nunca sale de su postura de decir que todos somos malos. Algo no tan diferente de decir que todos somos buenos.

Quizás la culpa no la tiene el propio C.B., quien vio con asombro el éxito editorial que tuvo en la segunda mitad de su vida y se dedicó a producir lo más rápido posible para ganar todo el dinero que pudiera. Lo cual no está mal, lástima que no tenía nada que decir. El problema son los bukowskianos -conozco a varios bastante inteligentes, sin embargo- que endiosaron a alguien cuya obra, autoproclamada como maldita, no lo defiende. Pero, bueno, reconozco que esta opinión mía es bastante minoritaria. Qué se le va a hacer.

He aquí un cuento corto, como prueba de lo que digo:

CHARLES BUKOWSKI - DEJE DE MIRARME LAS TETAS,SEÑOR


Big Bart era el tío más salvaje del Oeste. Tenía la pistola más veloz del Oeste, y se había follado mayor variedad de mujeres que cualquier otro tío en el Oeste. 
No era aficionado a bañarse, ni a la mierda de toro, ni a discutir, ni a ser un segundón. También era guía de una caravana de emigrantes, y no había otro hombre de su edad que hubiese matado más indios, o follado más mujeres, o matado más hombres blancos.
Big Bart era un tío grande y él lo sabía y todo el mundo lo sabía. Incluso sus pedos eran excepcionales, más sonoros que la campana de la cena; y estaba además muy bien dotado, un gran mango siempre tieso e infernal. Su deber consistía en llevar las carretas a través de la sabana sanas y salvas, fornicar con las mujeres, matar a unos cuantos hombres, y entonces volver al Este a por otra caravana. Tenía una barba negra, unos sucios orificios en la nariz, y unos radiantes dientes amarillentos.
Acababa de metérsela a la joven esposa de Billy Joe, la estaba sacando los infiernos a martillazos de polla mientras obligaba a Billy Joe a observarlos. 
Obligaba a la chica a hablarle a su marido mientras lo hacían. Le obligaba a decir:
—¡Ah, Billy Joe, todo este palo, este cuello de pavo me atraviesa desde el coño hasta la garganta, no puedo respirar, me ahoga! ¡Sálvame, Billy Joe! ¡No, Billy Joe, no me salves! ¡Aaah!
Luego de que Big Bart se corriera, hizo que Billy Joe le lavara las partes y entonces salieron todos juntos a disfrutar de una espléndida cena a base de tocino, judías y galletas.
Al día siguiente se encontraron con una carreta solitaria que atravesaba la pradera por sus propios medios. Un chico delgaducho, de unos dieciséis años, con un acné cosa mala, llevaba las riendas. Big Bart se acercó cabalgando.
—¡Eh, chico! —dijo.
El chico no contestó.
—Te estoy hablando, chaval...
—Chúpame el culo —dijo el chico.
—Soy Big Bart.
—Chúpame el culo.
—¿Cómo te llamas, hijo?
—Me llaman «El Niño».
—Mira, Niño, no hay manera de que un hombre atraviese estas praderas con una sola carreta.
—Yo pienso hacerlo.
—Bueno, son tus pelotas, Niño —dijo Big Bart, y se dispuso a dar la vuelta a su caballo, cuando se abrieron las cortinas de la carreta y apareció esa mujercita, con unos pechos increíbles, un culo grande y bonito, y unos ojos como el cielo después de la lluvia. Dirigió su mirada hacia Big Bart, y el cuello de pavo se puso duro y chocó contra el torno de la silla de montar.
—Por tu propio bien, Niño, vente con nosotros.
—Que te den por el culo, viejo —dijo el chico—. No hago caso de avisos de viejos follamadres con los calzoncillos sucios.
—He matado a hombres sólo porque me disgustaba su mirada.
El Niño escupió al suelo. Entonces se incorporó y se rascó los cojones.
—Mira, viejo, me aburres. Ahora desaparece de mi vista o te voy a convertir en una plasta de queso suizo.
—Niño —dijo la chica asomándose por encima de él, saliéndosele una teta y poniendo cachondo al sol—. Niño, creo que este hombre tiene razón. No tenemos posibilidades contra esos cabronazos de indios si vamos solos. No seas gilipollas. Dile a este hombre que nos uniremos a ellos.
—Nos uniremos —dijo el Niño.
—¿Cómo se llama tu chica? —preguntó Big Bart.
—Rocío de Miel —dijo el Niño.
—Y deje de mirarme las tetas, señor —dijo Rocío de Miel— o le voy a sacar la mierda a hostias.
Las cosas fueron bien por un tiempo. Hubo una escaramuza con los indios en Blueball Canyon. 37 indios muertos, uno prisionero. Sin bajas americanas. Big Bart le puso una argolla en la nariz...
Era obvio que Big Bart se ponía cachondo con Rocío de Miel. No podía apartar sus ojos de ella. Ese culo, casi todo por culpa de ese culo. Una vez mirándola se cayó de su caballo y uno de los cocineros indios se puso a reír. Quedó un sólo cocinero indio.
Un día Big Bart mandó al Niño con una partida de caza a matar algunos búfalos. 
Big Bart esperó hasta que desaparecieron de la vista y entonces se fue hacia la carreta del Niño. Subió por el sillín, apartó la cortina, y entró. Rocío de Miel estaba tumbada en el centro de la carreta masturbándose.
—Cristo, nena —dijo Big Bart—. ¡No lo malgastes!
—Lárgate de aquí —dijo Rocío de Miel sacando el dedo de su chocho y apuntando a Big Bart—. ¡Lárgate de aquí echando leches y déjame hacer mis cosas!
—¡Tu hombre no te cuida lo suficiente, Rocío de Miel!
—Claro que me cuida, gilipollas, sólo que no tengo bastante. Lo único que ocurre es que después del período me pongo cachonda.
—Escucha, nena...
—¡Que te den por el culo!
—Escucha, nena, contempla...
Entonces sacó el gran martillo. Era púrpura, descapullado, infernal, y basculaba de un lado a otro como el péndulo de un gran reloj. Gotas de semen lubricante cayeron al suelo. Rocío de Miel no pudo apartar sus ojos de tal instrumento. Después de un rato
dijo:
—¡No me vas a meter esa condenada cosa dentro!
—Dilo como si de verdad lo sintieras, Rocío de Miel.
—¡NO VAS A METERME ESA CONDENADA COSA DENTRO!
—¿Pero por qué? ¿Por qué? ¡Mírala!
—¡La estoy mirando!
—¿Pero por qué no la deseas?
—Porque estoy enamorada del Niño.
—¿Amor? —dijo Big Bart riéndose—. ¿Amor? ¡Eso es un cuento para idiotas! ¡Mira esta condenada estaca! ¡Puede matar de amor a cualquier hora!
—Yo amo al Niño, Big Bart.
—Y también está mi lengua —dijo Big Bart—. ¡La mejor lengua del Oeste!
 La sacó e hizo ejercicios gimnásticos con ella.
—Yo amo al Niño —dijo Rocío de Miel.
—Bueno, pues jódete —dijo Big Bart y de un salto se echó encima de ella. Era un trabajo de perros meter toda esa cosa, y cuando lo consiguió, Rocío de Miel gritó. Había dado unos siete caderazos entre los muslos de la chica, cuando se vio arrastrado rudamente hacia atrás.
ERA EL NIÑO, DE VUELTA DE LA PARTIDA DE CAZA.
—Te trajimos tus búfalos, hijoputa. Ahora, si te subes los pantalones y sales afuera, arreglaremos el resto...
—Soy la pistola más rápida del Oeste —dijo Big Bart.
—Te haré un agujero tan grande, que el ojo de tu culo parecerá sólo un poro de la piel —dijo el Niño—. Vamos, acabemos de una vez. Estoy hambriento y quiero cenar. Cazar búfalos abre el apetito...
Los hombres se sentaron alrededor del campo de tiro, observando. Había una tensa vibración en el aire. Las mujeres se quedaron en las carretas, rezando, masturbándose y bebiendo ginebra. Big Bart tenía 34 muescas en su pistola, y una fama infernal. El Niño no tenía ninguna muesca en su arma, pero tenía una confianza en sí mismo que Big Bart no había visto nunca en sus otros oponentes. 
Big Bart parecía el más nervioso de los dos. Se tomó un trago de whisky, bebiéndose la mitad de la botella, y entonces caminó hacia el Niño.
—Mira, Niño...
—¿Sí, hijoputa...?
—Mira, quiero decir, ¿por qué te cabreas?
—¡Te voy a volar las pelotas, viejo!
—¿Pero por qué?
—¡Estabas jodiendo con mi mujer, viejo!
—Escucha, Niño, ¿es que no lo ves? Las mujeres juegan con un hombre detrás de otro. Sólo somos víctimas del mismo juego.
—No quiero escuchar tu mierda, papá. ¡Ahora aléjate y prepárate a desenfundar!
—Niño...
—¡Aléjate y listo para disparar!
Los hombres en el campo de fuego se levantaron. Una ligera brisa vino del Oeste oliendo a mierda de caballo. Alguien tosió. Las mujeres se agazaparon en las carretas, bebiendo ginebra, rezando y masturbándose. El crepúsculo caía.
Big Bart y el Niño estaban separados 30 pasos.
—Desenfunda tú, mierda seca —dijo el Niño—, desenfunda, viejo de mierda, sucio rijoso.
Despacio, a través de las cortinas de una carreta, apareció una mujer con un rifle. Era Rocío de Miel. Se puso el rifle al hombro y lo apoyó en un barril.
—Vamos, violador cornudo —dijo el Niño—. ¡DESENFUNDA!
La mano de Big Bart bajó hacia su revolver. Sonó un disparo cortando el crepúsculo. Rocío de Miel bajó su rifle humeante y volvió a meterse en la carreta. El Niño estaba muerto en el suelo, con un agujero en la nuca. Big Bart enfundó su pistola sin usar y caminó hacia la carreta. La luna estaba ya alta.
   

12 de enero de 2012

A contracorriente: Sean Connery

Muchos lo olvidan pero los juicios de valor -los comentarios sobre la calidad de algo- son inevitablemente opinables. Nadie puede decir que un libro o una película es bueno o malo con la propiedad del que demuestra un teorema y a mí me puede gustar mucho algo que otro detesta y está todo bien. Nadie es ignorante o estúpido por opinar diferente. 
 
En mi caso, hay veces -más de las que yo quisiera- en que parece que quedo solo contra el mundo. En este terreno de lo opinable todos adoran a quien yo detesto o viceversa y nunca falta quien intente presionarme para que me deje de opinar distinto a los demás, esa aberración tan insoportable.

En materia de cine, podría detenerme en quienes no toleran una película que no sea hollywoodense, en que no haya la mayor cantidad de persecusiones automovilística o explosiones o cualquier otro tipo de intolerancias similares. Quiero referirme en esta serie de entradas a esos gustos puntuales en que parezco ser el único en todo el Universo conocido o por conocer que se atreve a desafiar lo establecido. Bueno, tampoco es para tanto.

No conozco a nadie que no crea que Sean Connery es (o fue dado que se ha retirado después de hacer la pedorra "La liga extraordinaria" en 2003) uno de los mejores actores del momento. Si bien no he visto el 100 % de las películas que ha filmado -nadie lo ha hecho con ningún actor, por otra parte- revisando la lista en IMDB, ando en un porcentaje bastante alto y puedo hablar con propiedad.

No me gustan los actores -o actrices- que siempre parecen estar haciendo invariablemente el mismo papel. Es un gusto personal, lo admito, pero tengo derecho a pensar así. Peor aún es cuando ese único papel que parece ser el límite de sus posibilidades escénicas es el rol del crack que se las sabe todas y es superior a los demás. Algo me dice que cuando una estrella sólo acepta esos trabajos es porque se la cree. John Wayne -otro que está en la lista- me parece un ejemplo clamoroso. El jubilado Sean, otro.

Admito, sin ningún problema, que este escocés tiene, sin duda, eso que se podría llamar algo así como "presencia cinematográfica". No me pidan la definición, pero hay muchos ejemplos de gente a la que un protagónico le queda muy grande y a Connery, nunca. Que el único papel que hace (de crack que se las sabe todas, etc. etc.) lo hace muy bien. Pero nunca jamás hace de otra cosa. El resto del elenco parece estar únicamente para ser unos giles que Sean aviva o unas presencias cuya única razón de ser es admirar -y si es mujer, algo más- al ex Mister Universo (ver segunda foto).

En "El día más largo del siglo" era un actor secundario y bastante desconocido y sorprende verlo en un papel -chiquito- de tonto hablador de más. Lo hace bastante mal, pero creo que con el tiempo podría haber aprendido a actuar un poquito mejor. Aclaro que no vi "Corazones apasionados" (1998), una comedia romántica donde hace de pareja de Gena Rowlands y quizás use un registro diferente, pero dudo que cambie mi opinión cuando por fin la vea. 

En resumen: me parece medio pilladito y bastante duro. Y estuvo bien su compatriota Ewan McGregor cuando le saltó: -"Qué venís a hablar de quién es un buen escocés y quien no, si hace mil años que no vivís acá?".