30 de enero de 2012

La celeste de antes III

¡FONSECA HABRÍA JUGADO UN MUNDIAL!
En 1990 jugamos las eliminatorias contra Perú y Bolivia. Ganamos en Lima y marchamos en la altura. Pero derrotamos a ambos seleccionados rivales (bah, Ruben Sosa lo hizo) de local y clasificamos por diferencia de gol, eliminando a los de Evo, dirigidos por Tabárez que aún no tenía mucama.

Debutamos contra la España a la que jamás le hemos ganado a nivel de selecciones (incluyendo juveniles) y el astro oriental antes mencionado mandó recordadamente al carajo un penal, luego de un marcado dominio de la celeste. Contra Bélgica marchamos bien 3 a 1 (gol de Bengoechea para nosotros, el primero de los europeos lo hizo el papá de la gorda fea Kim Clijsters) y al ahora empresario Nelson Daniel Gutiérrez se lo vio intentando acabar con la vida de un rival mediante estrangulamiento. En el partido final de la fase, un gol al final del partido por el delantero Fonseca (se investiga si es el mismo contratista amigo de Cavani) en off side, dejando en la misma situación a los Muñoz y Kesman que en aquella época despotricaban contra su ahora empleador Paco Casal. Todo muy confuso.

Como clasificamos de casualidad y mediante un complicado algoritmo de goles a favor y diferencia de goles, nos tocó eliminarnos con el local, Italia. Marchamos 2 a 0, pero sin pelearla, sabedores de nuestra inferioridad. Nos clavó Salvatore "Totó" Schilacchi, delantero que jugó bien sólo un mes en toda su carrera y justo coincidió con un Mundial.

GRACIAS, ATILIO, EN 1994
Eliminatorias del Mundial en Estados Unidos 94. ¡Ay, cómo hablar -o escribir, mejor dicho- de esa etapa en pocas líneas...! Todo comenzó cuando el ultraderechista -y ultra egocéntrico- DT de la selección Luis Alberto Cubilla se mandó unas declaraciones con la caca agria ante el periodista Atilio Garrido: "los jugadores -nótese que no dijo algún o algunos- que juegan en el exterior vienen a pasear y no se esfuerzan porque tienen mucha plata" y que él prefería a los de acá, que tenían hambre.

Además de que alguien tenga hambre -o menos literalmente, alguien sea pobre- no es algo precisamente deseable, el eructo cubillesco tenía numerosas exageraciones, generalizaciones injustas y ese tono propio del estúpido que cree que con dos palabras arregla todos los problemas del mundo. Para peor, fueron magnificadas y sobredimensionadas por ese ser mutante devenido periodista de Paco, que de ahora en adelante llamaré A.G.

En los 70 hubo una época en que se hacía listas de "intransferibles". Y era así nomás, los jugadores que la A.U.F. elegía como seleccionables no podían transferirse al exterior. Claro, en aquella época se iban pocos y solamente a Argentina, Brasil y México. Un tipo podía descoserla 10 años seguidos en un grande y nadie lo compraba. Ni amenazaba a los hijos de los dirigentes.

Desde mediados de los 80 -y más por una realidad mundial que por el trabajo de Casal- los futbolistas, incluso los uruguayos, empezaron a irse cada vez más jóvenes y hacia mejores destinos. Con lo cual, los candidatos a defender la celeste ya no vivían acá y había que "repatriarlos", o sea, convocarlos para que viajen desde sus clubes de origen -mayoritariamente en la lejana Europa- para que compitan por nuestra selección. Luego de la chispa iniciada por A.G:, muchos largaron sus bajos instintos y se dedicaron a relajar a los principales jugadores, tildándolos hasta de "antipatria" y cosas así. Como si la A.U.F. fuera una patria. Una polémica absurda que suele pasar en países con mentalidad cuartamundista, como frecuentemente es el nuestro, cuando hay gente que en vez de trabajar en serio se dedica a las declaraciones demagógicas y altisonantes. Ahora que salimos cuartos en el Mundial y ganamos la Copa América, nadie dice que los "extranjeros" vienen a robar la plata.

Además, esa mentira entusiastamente defendida por los Kesman, Rodolfo Pereyra y Bardanca (que después se hizo opositor al status quo futbolero), adolece de varias ideas absurdas: actualmente es imposible competir con una selección integrada por jugadores únicamente del medio local. Lógicamente, los mejores son vendidos rápidamente y pasan a ser de "los que cuidan las patas" ya que no tienen hambre. Por otra parte, si bien hay varios ejemplos muy conocidos de tipos que venían a la selección medio obligados y más dispuestos a drogarse y salir de putas que a jugar, también muchos otros se pagaron sus pasajes y sacrificaron muchas cosas para defender a un equipo que ni siquiera sabía organizar los más elementales detalles de funcionamiento y donde la opinión pública era manijeada para putearlos (el viejo verso de que "éste gana en un día lo que vos sacás por mes").

Conclusión: Cubilla pasó vergüenza en una Copa América con jugadores del medio y -forzadísimamente- se vio obligado a una payasesca reconciliación con los Francescoli y Fonseca del momento, pero terminamos quedando eliminados de U.S.A. 94 muy temprano, jugando muy mal y perdiendo muchos años de trabajo en serio para sacar adelante ésto. Dicho sea de paso, como se ha dicho anteriormente, varios de los más violentos anti-Paco, hoy son sus felices empleados.

Perdón por el rollo, pero sostuve muchas polémicas en la época y la mayoría de las veces fui minoría. Hoy, como pocas veces, veo que el tiempo me ha dado la razón.


1998
Para el Mundial Francia 1998 éramos todos amigos; no había nadie peleado con nadie y Kesman, el Toto y Muñoz odiaban a Paco Casal, que andaba en su mejor época. Pero quedamos arafue, superando únicamente a Venezuela y Bolivia. De visitantes, le ganamos únicamente a la vinotinto, que fue un desastre total con 3 puntos y perdimos todos los otros 7 partidos (Brasil clasificó directamente, por ser campeón del mundo). Paraguay, ya que estaba, nos vacunó 2 a 0, acá. Terminamos jugando con Ecuador en Maldonado, no precisamente porque hubiera mucha gente con ganas de ver a la celeste.

Tuvimos tres técnicos, dos fallecidos (el "Pichón" Nuñez y el casi incombustible R. G. Máspoli) y otro que no importa cómo esté (Autchain). Seguimos creyendo que el fútbol se gana a patadas, a bravuconadas y con "huevos". Y si es posible, entrenando poco y saliendo de putillas. Nada de trabajos tácticos ni de jugadas preparadas. A los 15 minutos, si no ibamos ganando 3 a 0 los seleccionados se enloquecían y florecían pelotazos y foules. No me olvido del pobre Máspoli con 80 años -elegido porque era el Presidente de la gremial de técnicos o porque queríamos establecer un récord Guiness- cuando enfrentó a Perú de visitante obligado a ganar para no quedar eliminados... con línea de 5 en la defensa. ¡Allez cagué sur le malvón!.


2002
Para el 2002, el Mundial se hizo por primera vez en dos países (Corea Capitalista y Japón), que se odian como pocos, pero que debieron aunar esfuerzos a regañadientes porque si le daban la sede a uno, el otro quedaba demasiado caliente. El recuerdo es demasiado cercano como para que deba explayarme tanto. Queda para apuntar otra eliminatoria larga que fue una lágrima para Uruguay (que clasificó porque les seguimos cayendo bien a los argentinos), la peseteada de los gomías del Basañez a la delegación australiana en Carrasco, el cartel "Gracias, Paco" que hizo poner verde a Gorzy de que hubiera alguien aún más alcahuete que él, el gordo Púa que suplantó a "Tinta brava" Passarella, quien comprobó que el empresario brasilero era mucho menos serio de lo que parecía, Larrionda que no pudo arbitrar por un quilombo de la gremial de jueces.   

En ese plantel estaban el "Chino" Recoba, Magallanes, Darío Silva y O'Neill, así que la joda estaba garantizada. También los actuales Abreu y Forlan y Darío Rodríguez, cuando aún era joven, quien le hizo un gol a Dinamarca que seguramente no le enseñó Ribas. En el tercer partido de la primera fase, teníamos que ganarle a Senegal y terminamos el primer tiempo 0-3. Había olor a goleada pero con un poco de fútbol (no sé por qué) y una garra menos histérica de lo habitual, les llegamos a empatar a los grones (ojo) y no les ganamos porque el Chengue cabecea peor que Púa. También hay que recordar la forma descarada con que los jueces favorecieron al local Corea y a Brasil (más que siempre), incluyendo la payasada de Rivaldo, al que le rozó una pelotita de goma y se tiró como si le hubiera pegado un misil en la frente e hizo echar a un turco.

   
2006:
¿Por qué no vamos de una al repechaje y nos ahorramos la angustiosa -y larguísima- eliminatoria sudamericana?.

Uruguay terminó quinto como indica el reglamento -pasaría lo mismo cuatro años más tarde, aunque ahora nos creamos que somos los mejores del continente- con derrotas impresentables, incluyendo un 0-5 contra Colombia. Llegamos al repechaje contra Australia y marchamos por penales, probablemente por no haberlos escupido en el Aeropuerto. En realidad, ganando o perdiendo, con Carrasco o con Fossatti, nunca jugamos a nada y no hubiera ganado nada el Mundial de Alemania con nuestra presencia más que unos cuantos cabezazos más, aparte del de Zidane. 

Con ésto termino la serie de comentarios sobre las actuaciones mundialistas de la siempre complicada selección color cielo, con sus bemoles y sus claroscuros. Se me dirá que queda afuera la -estimulante y gratificante pero no hazañosa- cuarta posición en Sudáfrica 2010 y yo contestaré que sí, pero que está demasiado cerca en el tiempo como para que la tenga que recordar, aunque mucho me temo que no falte quien sufra de amnesia después de comprar los DVD y los posters y no tenga claro que clasificamos a las flatulencias contra Costa Rica (*) y que el ex de Zaira casi manda a la mierda el penal contra Ecuador y nos deja arafue y al Maestro mandándole el CV al Codicen.  

(*) por no hablar de lo cerca que estuvimos de que Ghana nos eliminara en cuartos de final...

24 de enero de 2012

Los tres finales de "Actividad paranormal"


Estaba buscando otra cosa, pero Youtube lo que tiene es que se pueden encontrar videos interesantes sin proponérselo. Es sabido que la película "Actividad paranormal" fue un enorme éxito del cine de terror, a pesar de su falta de originalidad (se recordó como antecedente previo "La bruja de Blair") y de que ya se habían hecho otras películas del género donde se simulaba presentar una filmación casera, donde el punto de vista siempre era el de la grabación.

En los cines nosotros vimos un final. Pero ése fue agregado después de realizado el film, como una imposición de la distribuidora. Este video que encontré presenta simultáneamente el final original, el que se distribuyó en la exhibición normal y un tercero alternativo, filmado igualmente por el director Peli. Para comparar.

Actividad paranormal: los tres finales

17 de enero de 2012

Historia Ilustrada del Jazz 27

JAZZ FUSIÓN: GARY BURTON Y WEATHER REPORT

Hubo puristas que vieron con muy malos ojos que se agregaran elementos rockeros al jazz al comienzo de los 70. Sin embargo, con la perspectiva que dan los años transcurridos se puede decir que -salvo contadas y olvidadas excepciones- esa fagotización de acordes y ritmos de moda fue en forma creativa, intentando darle aires nuevos a la música, actitud que no era precisamente inédita en la historia del jazz. 

Mientras las big bands de los viejos maestros del swing (Ellington, Basie, Goodman) sobrevivían con sus viejos éxitos y -también- versionando temas de películas de moda e, incluso, de los Beatles y los músicos que surgieron después del bop se perdían en un camino sin salida sin aportar ideas nuevas, otros -mucho más jóvenes- para los cuales el rock británico y americano era una realidad más presente -y más estimulante- que los viejos discos de Louis Armstrong o del propio Charlie Parker, tomaron los sonidos del momento y los incorporaron -muchas veces para siempre- a su repertorio.
Gary Burton es uno de los pocos líderes de fusión que no viene del tronco de Miles Davis, sino que se formó en la banda de Stan Getz. Nacido en 1943, antes de los 30 años de edad ya tenía su cuarteto donde incorporaba regularmente varios géneros de música popular, incluyendo el country. Virtuoso del vibráfono, el que suele tocar con cuatro o más palillos, ha probado con variados formatos pero donde más se ha destacado es en dúo, tanto con pianistas como con guitarristas y hasta -como anteriormente Gerry Mulligan- con el magistral bandoneonista argentino Astor Piazzolla. 

Otro formato donde consiguió resultados más que interesantes ha sido el cuarteto junto a guitarra, batería y contrabajo, una formación similar al Modern Jazz Quartet.

La fusión de Burton siempre ha sonado como una natural integración musical, nada forzada ni comercial. Lírico, exquisito, es una particular mezcla de músico abierto a nuevas influencias y de cultivador de la tradición jazzística. Considerado por muchos como el mejor instrumentista de vibráfono de todos los tiempos, es claramente superior a la mayoría de ellos en riqueza armónica y en improvisación melódica.

GENERAL MOJO'S WELL LAID PLAN

PORTHMOUTH FIGURATIONS

SWEET RAIN

BALLET

El tecladista austríaco Joe Zawinul se había hecho famoso como instrumentista, compositor y arreglista en la etapa más funky de Cannonball Adderley, cuando fue reclutado por Miles para sus discos fundadores de la fusión "In a silent way" y "Bitches brew". Allí volvió a coincidir con el saxo norteamericano Wayne Shorter (habían trabajado juntos con Art Blakey) y, luego de dejar al gran maestro, fundaron Weather Report, donde encontrarían un singular apoyo para sus inquietudes solistas, tan diferentes y tan complementarias.

La formación inicial del grupo incluía también al formidable contrabajista checo Miroslav Vitous, al percusionista brasileño Airto Moreira y al baterista Alphonse Mouzon. En estos tres instrumentos, ingresaron posteriormente otros músicos, incluso más de uno al mismo tiempo.
Weather Report comenzó siendo el excitante contrapunto de los sonidos electrónicos de Zawinul, poco "pianísticos", sino más bien exploratorios de las nuevas posibilidades tecnológicas en los teclados con el virtuosismo bastante a lo Coltrane de Shorter, filoso y angustiado. La base rítmica se transformaba en una especie de tercer instrumento que complementaba o se oponía a las melodías de ambos líderes.

Con el tiempo, y a medida que iban variando los acompañantes -incluyendo al carismático bajista Jaco Pastorius- Shorter fue progresivamente asimilando su sonido a Zawinul que creció en ascendencia y terminó dominando al grupo, que se fue comercializando y limando sus aristas jazzeras más provocativas, mientras no se renovaba su propuesta. Tuvieron un importante éxito comercial con el tema "Birdland".

Weather Report se separó finalmente en 1985, pero hacía años que su influencia en el mundo del jazz ya no era la misma y puede decirse que las carreras solistas de Zawinul, Shorter y Vitous, luego del grupo fueron más estimulantes. Vitous volvió a Europa, donde se destaca sus colaboraciones con el excelente saxo noruego Jan Garbarek y Pastorius moriría asesinado a los 35 años por el custodio de un bar.

El tecladista seguiría caminos semejantes a los de W.R. pero Shorter se mantuvo en una línea mucho más hard bop, abandonando definitivamente la fusión.

Mucho más interesantes en un principio que la etiqueta "jazz fusión" en que se los encasilló, tuvieron el mérito de recorrer dignamente el camino iniciado -como tantas otras veces- por Miles Davis, abriendo con naturalidad paso a la multiculturalidad de la música improvisada (algo lógico si se tiene en cuenta las variadas nacionalidades de sus integrantes) y a la riqueza percusiva de sus discos donde sus variados bateristas y percusionistas utilizaban un nutrido arsenal de instrumentos de diversas culturas, para
ampliar mucho más de lo habitual la propuesta rítmica.

MYSTERIOUS TRAVELER

EURYDICE


ORANGE LADY


12 de enero de 2012

A contracorriente: Sean Connery

Muchos lo olvidan pero los juicios de valor -los comentarios sobre la calidad de algo- son inevitablemente opinables. Nadie puede decir que un libro o una película es bueno o malo con la propiedad del que demuestra un teorema y a mí me puede gustar mucho algo que otro detesta y está todo bien. Nadie es ignorante o estúpido por opinar diferente. 
 
En mi caso, hay veces -más de las que yo quisiera- en que parece que quedo solo contra el mundo. En este terreno de lo opinable todos adoran a quien yo detesto o viceversa y nunca falta quien intente presionarme para que me deje de opinar distinto a los demás, esa aberración tan insoportable.

En materia de cine, podría detenerme en quienes no toleran una película que no sea hollywoodense, en que no haya la mayor cantidad de persecusiones automovilística o explosiones o cualquier otro tipo de intolerancias similares. Quiero referirme en esta serie de entradas a esos gustos puntuales en que parezco ser el único en todo el Universo conocido o por conocer que se atreve a desafiar lo establecido. Bueno, tampoco es para tanto.

No conozco a nadie que no crea que Sean Connery es (o fue dado que se ha retirado después de hacer la pedorra "La liga extraordinaria" en 2003) uno de los mejores actores del momento. Si bien no he visto el 100 % de las películas que ha filmado -nadie lo ha hecho con ningún actor, por otra parte- revisando la lista en IMDB, ando en un porcentaje bastante alto y puedo hablar con propiedad.

No me gustan los actores -o actrices- que siempre parecen estar haciendo invariablemente el mismo papel. Es un gusto personal, lo admito, pero tengo derecho a pensar así. Peor aún es cuando ese único papel que parece ser el límite de sus posibilidades escénicas es el rol del crack que se las sabe todas y es superior a los demás. Algo me dice que cuando una estrella sólo acepta esos trabajos es porque se la cree. John Wayne -otro que está en la lista- me parece un ejemplo clamoroso. El jubilado Sean, otro.

Admito, sin ningún problema, que este escocés tiene, sin duda, eso que se podría llamar algo así como "presencia cinematográfica". No me pidan la definición, pero hay muchos ejemplos de gente a la que un protagónico le queda muy grande y a Connery, nunca. Que el único papel que hace (de crack que se las sabe todas, etc. etc.) lo hace muy bien. Pero nunca jamás hace de otra cosa. El resto del elenco parece estar únicamente para ser unos giles que Sean aviva o unas presencias cuya única razón de ser es admirar -y si es mujer, algo más- al ex Mister Universo (ver segunda foto).

En "El día más largo del siglo" era un actor secundario y bastante desconocido y sorprende verlo en un papel -chiquito- de tonto hablador de más. Lo hace bastante mal, pero creo que con el tiempo podría haber aprendido a actuar un poquito mejor. Aclaro que no vi "Corazones apasionados" (1998), una comedia romántica donde hace de pareja de Gena Rowlands y quizás use un registro diferente, pero dudo que cambie mi opinión cuando por fin la vea. 

En resumen: me parece medio pilladito y bastante duro. Y estuvo bien su compatriota Ewan McGregor cuando le saltó: -"Qué venís a hablar de quién es un buen escocés y quien no, si hace mil años que no vivís acá?".
 

5 de enero de 2012

"Berenice" de Edgar Allan Poe

Edgar Allan Poe (1809-1849) es un nombre bastante conocido incluso para quienes no leen mucho, siendo uno de esos escritores que suelen -o solían- interesar a los liceales.

Maestro del cuento de horror -un género muy fecundo en el siglo XIX- del cual él fue el más original y creativo cultor, iniciador del relato detectivesco, la torturada vida de este escritor de brillante estilo e impecable prosa puede explicar su predilección por los climas tristes y morbosos, aunque la narrativa de Poe nunca se desbarranca hacia el mal gusto, manteniendo permanentemente un brillante equilibrio y un férreo control sobre las inquietudes que lanza sobre el lector.
De entre muchos excelente cuentos, selecciono éste, "Berenice", uno de los más sutiles pero de los más estremecedores, con su historia de un amor desdichado.Al final agrego cuatro párrafos que habrían sido quitados de la versión que conocemos, por las quejas de varios lectores horrorizados cuando este cuento fue publicado en un periódico en 1835.

BERENICE


Dicebant mihi sodales, si sepulchrum amicae visitarem,
curas meas aliquantulum fore levatas.
(Ebn Zaiat)

La desdicha es muy variada. La desgracia cunde multiforme en la tierra. Desplegada por el ancho horizonte, como el arco iris, sus colores son tan variados como los de éste, a la vez tan distintos y tan íntimamente unidos. ¡Desplegada por el ancho horizonte como el arco iris! ¿Cómo es que de la belleza ha derivado un tipo de fealdad; de la alianza y la paz, un símil del dolor? Igual que en la ética el mal es consecuencia del bien, en realidad de la alegría nace la tristeza. O la memoria de la dicha pasada es la angustia de hoy, o las agonías que son se originan en los éxtasis que pudieron haber sido.
Mi nombre de pila es Egaeus; no diré mi apellido. Sin embargo, no hay en este país torres más venerables que las de mi sombría y lúgubre mansión. Nuestro linaje ha sido llamado raza de visionarios; y en muchos sorprendentes detalles, en el carácter de la mansión familiar, en los frescos del salón principal, en los tapices de las alcobas, en los relieves de algunos pilares de la sala de armas, pero sobre todo en la galería de cuadros antiguos, en el estilo de la biblioteca, y, por último, en la naturaleza muy peculiar de los libros, hay elementos suficientes para justificar esta creencia.
Los recuerdos de mis primeros años se relacionan con esta mansión y con sus libros, de los que ya no volveré a hablar. Allí murió mi madre. Allí nací yo. Pero es inútil decir que no había vivido antes, que el alma no conoce una existencia previa. ¿Lo negáis? No discutiremos este punto. Yo estoy convencido, pero no intento convencer. Sin embargo, hay un recuerdo de formas etéreas, de ojos espirituales y expresivos, de sonidos musicales y tristes, un recuerdo que no puedo marginar; una memoria como una sombra, vaga, variable, indefinida, vacilante; y como una sombra también por la imposibilidad de librarme de ella mientras brille la luz de mi razón.
En esa mansión nací yo. Al despertar de repente de la larga noche de lo que parecía, sin serlo, la no-existencia, a regiones de hadas, a un palacio de imaginación, a los extraños dominios del pensamiento y de la erudición monásticos, no es extraño que mirase a mi alrededor con ojos asombrados y ardientes, que malgastara mi niñez entre libros y disipara mi juventud en ensueños; pero sí es extraño que pasaran los años y el apogeo de la madurez me encontrara viviendo aun en la mansión de mis antepasados; es asombrosa la parálisis que cayó sobre las fuentes de mi vida, asombrosa la inversión completa en el carácter de mis pensamientos más comunes. Las realidades del mundo terrestre me afectaron como visiones, sólo como visiones, mientras las extrañas ideas del mundo de los sueños, por el contrario, se tornaron no en materia de mi existencia cotidiana, sino realmente en mi cínica y total existencia.
Berenice y yo éramos primos y crecimos juntos en la mansión de nuestros antepasados. Pero crecimos de modo distinto: yo, enfermizo, envuelto en tristeza; ella, ágil, graciosa, llena de fuerza; suyos eran los paseos por la colina; míos, los estudios del claustro; yo, viviendo encerrado en mí mismo, entregado en cuerpo y alma a la intensa y penosa meditación; ella, vagando sin preocuparse de la vida, sin pensar en las sombras del camino ni en el silencioso vuelo de las horas de alas negras. ¡Berenice! —Invoco su nombre—, ¡Berenice! Y ante este sonido se conmueven mil tumultuosos recuerdos de las grises ruinas. ¡Ah, acude vívida su imagen a mí, como en sus primeros días de alegría y de dicha! ¡Oh encantadora y fantástica belleza! ¡Oh sílfide entre los arbustos de Arnheim! ¡Oh náyade entre sus fuentes! Y entonces..., entonces todo es misterio y terror, y una historia que no se debe contar. La enfermedad —una enfermedad mortal— cayó sobre ella como el simún, y, mientras yo la contemplaba, el espíritu del cambio la arrasó, penetrando en su mente, en sus costumbres y en su carácter, y de la forma más sutil y terrible llegó a alterar incluso su identidad. ¡Ay! La fuerza destructora iba y venía, y la víctima..., ¿dónde estaba? Yo no la conocía, o, al menos, ya no la reconocía como Berenice.
Entre la numerosa serie de enfermedades provocadas por aquella primera y fatal, que desencadenó una revolución tan horrible en el ser moral y físico de mi prima, hay que mencionar como la más angustiosa y obstinada una clase de epilepsia que con frecuencia terminaba en catalepsia, estado muy parecido a la extinción de la vida, del cual, en la mayoría de los casos, se despertaba de forma brusca y repentina. Mientras tanto, mi propia enfermedad —pues me han dicho que no debería darle otro nombre—, mi propia enfermedad, digo, crecía con extrema rapidez, asumiendo un carácter monomaníaco de una especie nueva y extraordinaria, que se hacía más fuerte cada hora que pasaba y, por fin, tuvo sobre mí un incomprensible ascendiente. Esta monomanía, si así tengo que llamarla, consistía en una morbosa irritabilidad de esas propiedades de la mente que la ciencia psicológica designa con la palabra atención. Es más que probable que no me explique; pero temo, en realidad, que no haya forma posible de trasmitir a la inteligencia del lector corriente una idea de esa nerviosa intensidad de interés con que en mi caso las facultades de meditación (por no hablar en términos técnicos) actuaban y se concentraban en la contemplación de los objetos más comunes del universo.
Reflexionar largas, infatigables horas con la atención fija en alguna nota trivial, en los márgenes de un libro o en su tipografía; estar absorto durante buena parte de un día de verano en una sombra extraña que caía oblicuamente sobre el tapiz o sobre la puerta; perderme toda una noche observando la tranquila llama de una lámpara o los rescoldos del fuego; soñar días enteros con el perfume de una flor; repetir monótonamente una palabra común hasta que el sonido, gracias a la continua repetición, dejaba de suscitar en mi mente alguna idea; perder todo sentido del movimiento o de la existencia física, mediante una absoluta y obstinada quietud del cuerpo, mucho tiempo mantenida: éstas eran algunas de las extravagancias más comunes y menos perniciosas provocadas por un estado de las facultades mentales, en realidad no único, pero capaz de desafiar cualquier tipo de análisis o explicación.
Pero no se me entienda mal. La excesiva, intensa y morbosa atención, excitada así por objetos triviales en sí, no tiene que confundirse con la tendencia a la meditación, común en todos los hombres, y a la que se entregan de forma particular las personas de una imaginación inquieta. Tampoco era, como pudo suponerse al principio, una situación grave ni la exageración de esa tendencia, sino primaria y esencialmente distinta, diferente. En un caso, el soñador o el fanático, interesado por un objeto normalmente no trivial, lo pierde poco a poco de vista en un bosque de deducciones y sugerencias que surgen de él, hasta que, al final de una ensoñación llena muchas veces de voluptuosidad, el incitamentum o primera causa de sus meditaciones desaparece completamente y queda olvidado. En mi caso, el objeto primario era invariablemente trivial, aunque adquiría, mediante mi visión perturbada, una importancia refleja e irreal. Pocas deducciones, si había alguna, surgían, y esas pocas volvían pertinazmente al objeto original como a su centro. Las meditaciones nunca eran agradables, y al final de la ensoñación, la primera causa, lejos de perderse de vista, había alcanzado ese interés sobrenaturalmente exagerado que constituía el rasgo primordial de la enfermedad. En una palabra, las facultades que más ejercía la mente en mi caso eran, como ya he dicho, las de la atención; mientras que en el caso del soñador son las de la especulación.
Mis libros, en esa época, si no servían realmente para aumentar el trastorno, compartían en gran medida, como se verá, por su carácter imaginativo e inconexo, las características peculiares del trastorno mismo. Puedo recordar, entre otros, el tratado del noble italiano Coelius Secundus Curio, De amplitudine beati regni Dei [La grandeza del reino santo de Dios]; la gran obra de San Agustín, De civitate Dei [La ciudad de Dios], y la de Tertuliano,De carne Christi [La carne de Cristo], cuya sentencia paradójica: Mortuus est Dei filius: credibile est quia ineptum est; et sepultus resurrexit: certum est quia impossibile est, ocupó durante muchas semanas de inútil y laboriosa investigación todo mi tiempo.
Así se verá que, arrancada, de su equilibrio sólo por cosas triviales, mi razón se parecía a ese peñasco marino del que nos habla Ptolomeo Hefestión, que resistía firme los ataques de la violencia humana y la furia más feroz de las aguas y de los vientos, pero temblaba a simple contacto de la flor llamada asfódelo. Y aunque para un observador desapercibido pudiera parecer fuera de toda duda que la alteración producida en la condición moral de Berenice por su desgraciada enfermedad me habría proporcionado muchos temas para el ejercicio de esa meditación intensa y anormal, cuya naturaleza me ha costado bastante explicar, sin embargo no era éste el caso. En los intervalos lúcidos de mi mal, la calamidad de Berenice me daba lástima, y, profundamente conmovido por la ruina total de su hermosa y dulce vida, no dejaba de meditar con frecuencia, amargamente, en los prodigiosos mecanismos por los que había llegado a producirse una revolución tan repentina y extraña. Pero estas reflexiones no compartían la idiosincrasia de mi enfermedad, y eran como las que se hubieran presentado, en circunstancias semejantes, al común de los mortales. Fiel a su propio carácter, mi trastorno se recreaba en los cambios de menor importancia, pero más llamativos, producidos en la constitución física de Berenice, en la extraña y espantosa deformación de su identidad personal.
En los días más brillantes de su belleza incomparable no la amé. En la extraña anomalía de mi existencia, mis sentimientos nunca venían del corazón, y mis pasiones siempre venían de la mente. En los brumosos amaneceres, en las sombras entrelazadas del bosque al mediodía y en el silencio de mi biblioteca por la noche ella había flotado ante mis ojos, y yo la había visto, no como la Berenice viva y palpitante, sino como la Berenice de un sueño; no como una moradora de la tierra, sino como su abstracción; no como algo para admirar, sino para analizar; no como un objeto de amor, sino como tema de la más abstrusa aunque inconexa especulación. Y ahora, ahora temblaba en su presencia y palidecía cuando se acercaba; sin embargo, lamentando amargamente su decadencia y su ruina, recordé que me había amado mucho tiempo, y que, en un momento aciago, le hablé de matrimonio.
Y cuando, por fin, se acercaba la fecha de nuestro matrimonio, una tarde de invierno, en uno de esos días intempestivamente cálidos, tranquilos y brumosos, que constituyen la nodriza de la bella Alcíone estaba yo sentado (y creía encontrarme solo) en el gabinete interior de la biblioteca y, al levantar los ojos, vi a Berenice ante mí.
¿Fue mi imaginación excitada, la influencia de la atmósfera brumosa, la incierta luz crepuscular del aposento, los vestidos grises que envolvían su figura los que le dieron un contorno tan vacilante e indefinido? No sabría decirlo. Ella no dijo una palabra, y yo por nada del mundo hubiera podido pronunciar una sílaba. Un escalofrío helado cruzó mi cuerpo; me oprimió una sensación de insufrible ansiedad; una curiosidad devoradora invadió mi alma, y, reclinándome en la silla, me quedé un rato sin aliento, inmóvil, con mis ojos clavados en su persona. ¡Ay! Su delgadez era extrema, y ni la menor huella de su ser anterior se mostraba en una sola línea del contorno. Mi ardiente mirada cayó por fin sobre su rostro.
La frente era alta, muy pálida, y extrañamente serena; lo que en un tiempo fuera cabello negro azabache caía parcialmente sobre la frente y sombreaba las sienes hundidas con innumerables rizos de un color rubio reluciente, que contrastaban discordantes, por su matiz fantástico, con la melancolía de su rostro. Sus ojos no tenían brillo y parecían sin pupilas; y esquivé involuntariamente su mirada vidriosa para contemplar sus labios, finos y contraídos. Se entreabrieron; y en una sonrisa de expresión peculiar los dientes de la desconocida Berenice se revelaron lentamente a mis ojos. ¡Quiera Dios que nunca los hubiera visto o que, después de verlos, hubiera muerto!
El golpe de una puerta al cerrarse me distrajo, y, al levantar la vista, descubrí que mi prima había salido del aposento. Pero de los desordenados aposentos de mi cerebro, ¡ay!, no había salido ni se podía apartar el blanco y horrible espectro de los dientes. Ni una mota en su superficie, ni una sombra en el esmalte, ni una mella en sus bordes había en los dientes de esa sonrisa fugaz que no se grabara en mi memoria. Ahora los veía con más claridad que un momento antes. ¡Los dientes! ¡Los dientes! Estaban aquí, y allí, y en todas partes, visibles y palpables ante mí, largos, finos y excesivamente blancos, con los pálidos labios contrayéndose a su alrededor, como en el mismo instante en que habían empezado a crecer. Entonces llegó toda la furia de mimonomanía, y yo luché en vano contra su extraña e irresistible influencia. Entre los muchos objetos del mundo externo sólo pensaba en los dientes. Los anhelaba con un deseo frenético. Todos las demás preocupaciones y los demás intereses quedaron supeditados a esa contemplación. Ellos, ellos eran los únicos que estaban presentes a mi mirada mental, y en su insustituible individualidad llegaron a ser la esencia de mi vida intelectual. Los examiné bajo todos los aspectos. Los vi desde todas las perspectivas. Analicé sus características. Estudié sus peculiaridades. Me fijé en su conformación. Pensé en los cambios de su naturaleza. Me estremecí al atribuirles, en la imaginación, un poder sensible y consciente y, aun sin la ayuda de los labios, una capacidad de expresión moral. De mademoiselle Sallé se ha dicho con razón que tous ses pas étaient des sentiments, y de Berenice yo creía seriamente que toutes ses dents étaient des ídées. Des idées! ¡Ah, este absurdo pensamiento me destruyó! Des idées!¡Ah, por eso los codiciaba tan desesperadamente! Sentí que sólo su posesión me podría devolver la paz, devolviéndome la razón.
Y la tarde cayó sobre mí; y vino la oscuridad, duró y se fue, y amaneció el nuevo día, y las brumas de una segunda noche se acumularon alrededor, y yo seguía inmóvil, sentado, en aquella habitación solitaria; y seguí sumido en la meditación, y el fantasma de los dientes mantenía su terrible dominio, como si, con una claridad viva y horrible, flotara entre las cambiantes luces y sombras de la habitación. Al fin irrumpió en mis sueños un grito de horror y consternación; y después, tras una pausa, el ruido de voces preocupadas, mezcladas con apagados gemidos de dolor y de pena. Me levanté de mi asiento y, abriendo las puertas de la biblioteca, vi en la antesala a una criada, deshecha en lágrimas, quien me dijo que Berenice ya no existía. Había sufrido un ataque de epilepsia por la mañana temprano, y ahora, al caer la noche, ya estaba preparada la tumba para recibir a su ocupante, y terminados los preparativos del entierro.
Me encontré sentado en la biblioteca, y de nuevo solo. Parecía que había despertado de un sueño confuso y excitante. Sabía que era medianoche y que desde la puesta del sol Berenice estaba enterrada. Pero no tenía una idea exacta, o por los menos definida, de ese melancólico período intermedio. Sin embargo, el recuerdo de ese intervalo estaba lleno de horror, horror más horrible por ser vago, terror más terrible por ser ambiguo. Era una página espantosa en la historia de mi existencia, escrita con recuerdos siniestros, horrorosos, ininteligibles. Luché por descifrarlos, pero fue en vano; mientras tanto, como el espíritu de un sonido lejano, un agudo y penetrante grito de mujer parecía sonar en mis oídos. Yo había hecho algo. Pero, ¿qué era? Me hice la pregunta en voz alta y los susurrantes ecos de la habitación me contestaron: ¿Qué era?
En la mesa, a mi lado, brillaba una lámpara y cerca de ella había una pequeña caja. No tenía un aspecto llamativo, y yo la había visto antes, pues pertenecía al médico de la familia. Pero, ¿cómo había llegado allí, a mi mesa y por qué me estremecí al fijarme en ella? No merecía la pena tener en cuenta estas cosas, y por fin mis ojos cayeron sobre las páginas abiertas de un libro y sobre una frase subrayada. Eran las extrañas pero sencillas palabras del poeta Ebn Zaiat: «Dicebant mihi sodales, si sepulchrum amicae visitarem, curas meas aliquantulum fore levatas». ¿Por qué, al leerlas, se me pusieron los pelos de punta y se me heló la sangre en las venas?
Sonó un suave golpe en la puerta de la biblioteca y, pálido como habitante de una tumba, un criado entró de puntillas. Había en sus ojos un espantoso terror y me habló con una voz quebrada, ronca y muy baja. ¿Qué dijo? Oí unas frases entrecortadas. Hablaba de un grito salvaje que había turbado el silencio de la noche, y de la servidumbre reunida para averiguar de dónde procedía, y su voz recobró un tono espeluznante, claro, cuando me habló, susurrando, de una tumba profanada, de un cadáver envuelto en la mortaja y desfigurado, pero que aún respiraba, aún palpitaba, ¡aún vivía!
Señaló mis ropas: estaban manchadas de barro y de sangre. No contesté nada; me tomó suavemente la mano: tenía huellas de uñas humanas. Dirigió mi atención a un objeto que había en la pared; lo miré durante unos minutos: era una pala. Con un grito corrí hacia la mesa y agarré la caja. Pero no pude abrirla, y por mi temblor se me escapó de las manos, y se cayó al suelo, y se rompió en pedazos; y entre éstos, entrechocando, rodaron unos instrumentos de cirugía dental, mezclados con treinta y dos diminutos objetos blancos, de marfil, que se desparramaron por el suelo.


LOS CUATRO PÁRRAFOS CENSURADOS:

Tenía el corazón oprimido y lleno de pesar y, aunque reticente, me dirigí al dormitorio de la muerta. La cámara era amplia y oscura, y a cada paso en el interior de su sombrío recinto tropezaba con los ornatos funerarios. El ataúd, por lo que un criado me indicó, se encontraba rodeado por los cortinajes de la cama y, en ese ataúd, me susurró, se hallaba todo lo que quedaba de Berenice. ¿Quién fue el que me sugirió entonces que me acercase a mirar el cadáver? No había visto moverse los labios de nadie, sin embargo, la petición había sido formulada, y el eco de las sílabas todavía vibraba en el aire. Era imposible negarlo, y con una sensación de sofoco me arrastré junto a la cama. Suavemente retiré a un lado los sombríos cortinajes.
Al dejarlos caer, rodearon mis hombros, alejándome del mundo de los vivos y dejándome en estrecha comunión con el cadáver.
La atmósfera misma estaba impregnada de muerte. El olor peculiar del ataúd me puso enfermo; y me imaginé que el cuerpo ya exhalaba una emanación nefasta. Habría dado un mundo por escapar, por huir de la influencia perniciosa de la muerte, por respirar otra vez el aire puro de los cielos eternos. Pero carecía del poder de moverme, mis rodillas se tambaleaban, y permanecí petrificado allí mismo, mirando en toda su espantosa longitud el cuerpo rígido, atrapado en el negro sarcófago destapado.
¡Dios del cielo! ¿Es posible? ¿Es mi cerebro que flaquea, o era de verdad un dedo del cadáver amortajado retorciéndose bajo la venda encerada que lo envolvía? Helado de indecible pavor, levanté poco a poco los ojos, fijándolos en el semblante del cadáver. Una cinta le sujetaba las mandíbulas, pero, no sé cómo, se había desprendido. Los labios lívidos se retorcían en una especie de sonrisa y, a través de la agobiante penumbra, otra vez fulminó mi mirada, irresistiblemente, el brillo blanco y espantoso de los dientes de Berenice. Salté convulsivamente de la cama y, sin pronunciar palabra, hui como un maníaco de aquel reducto de horror, misterio y muerte.