28 de diciembre de 2012

"Los miserables" de Victor Hugo, y sus muchas versiones en la pantalla

La enorme novela de Victor Hugo es una de las más versionadas por cine y televisión. IMDB.com da cuenta de una versión muda ya en 1909 en cuatro cortos (todavía no había largometrajes) y en estos últimos cien años se han filmado decenas más. Algunas de las más recordadas son:

- 1934, francesa, dirigida por Raymond Bernard
- 1935, norteamericana, con Charles Laughton como Javert y Frederich March como Jean Valjean
- 1957, francesa, con Jean Gabin como Valjean
- 1982, francesa, dirigida por Robert Hossein, con Lino Ventura como Valjean
- 1995, una versión libre dirigida por Claude Lelouch, con Jean-Paul Belmondo como Valjean
- 1998, norteamericana, dirigida por Billie August, con Liam Neeson como Valjean y Geoffrey Rush como Javert
- 2000, una miniserie franco italiana con Gerard Depardieu como Valjean y John Malkovich como Javert

En realidad, ninguna de ellas fue un taquillazo, aunque algunas anduvieron bien. Ninguna de las tantas versiones ha entrado con pie firme en la historia del cine y, sin dudas, la novela sigue esperando alguien que le haga justicia.

Ahora se viene una producción de Hollywood, que es en realidad, la adaptación de la -esa sí- enormemente exitosa comedia musical de Broadway, dirigida por Tom Hooper (el de "El discurso del rey"), con Hugh Jackman en el papel de Jean Valjean, Russell Crowe en el de Javert, Anne Hathaway como Fantine y una pareja que promete como el matrimonio Thenardier: Sacha Baron Cohen y Helena Bonham Carter.


Miniserie de 2000 con Depardieu y Malkovich

Publicada en 1862, "Los Miserables"es una de las novelas más populares del siglo XIX -centuria repleta, por otra parte, de grandes novelones- con una brillante combinación de acción, romance y comentario social. Hugo estaba exiliado y rememora su París soñado. La leí (por primera vez) a los 15 años y siempre me quedará la duda de si me hubiera impactado tanto de conocerla más maduro. Quizás fue el momento justo.

Un buen resumen de su anécdota la da el primer video aquí insertado. El personaje principal es el ex convicto Jean Valjean, despreciado y maltratado por su condición pero quien años después, con otra identidad, se transforma en un próspero comerciante y bondadoso alcalde. Intenta rescatar a la hija de una prostituta -delincuente como él, por hambre- pero ésta muere y adopta a la niña. Intentando criarla lejos de la maldad humana, se tiene que resignar a que se enamore de un joven idealista.   


La película completa de 1995 dirigida por Lelouch, con Belmondo

Las versiones cinematográficas que conozco -las dos completas incluídas en esta entrada lo serán pronto- suelen dejar afuera casi todos los aspectos más interesantes de la novela, en mi opinión. No me refiero a la inevitable diferencia entre ambos medios y la dificultad obvia de adaptar un libro bastante extenso. Lo que quiero decir es que todas las adaptaciones que vi -creo que seis- pecan por ilustrar solamente la anécdota principal, de forma casi mecánica, apenas aprovechando para permitir el lucimiento del departamento de producción mostrando miseria en decorados y vestuario. 

Queda afuera inevitablemente siempre, todo el trasfondo político que narra Victor Hugo. Desde el bonapartismo hasta la restauración monárquica y el comienzo del socialismo. Por ejemplo, la rebelión en la que se involucra Mario -el joven que termina quedándose con Cosette, la hija adoptiva de Valjean- es una revolución socialista pero nadie lo dice. En la versión con Depardieu, se nombra un "apoyo" al ciudadano Nosécuanto, que uno supone que es algún político de por ahí. Las injusticias sociales y el hambre al que se ven condenadas las clases sociales más bajas se tocan muy de refilón.

En otros aspectos, otras historias nunca son incluídas. Una es la personalidad de Monseñor Bienvenido, el obispo benefactor de Valjean; otra, el amor imposible que Eponine siente por Mario, mucho más interesante que el romance entre él y Cosette, dos personajes más bien anodinos.               

La versión (también completa) de 1957 con Jean Gabin

La comedia musical no la conozco, pero gracias a los buenos oficios del amigo Youtube, la veré a mediano plazo. En los papeles parecía el motivo menos indicado del mundo para realizar una producción de Broadway pero ha sido elogiadísima por los conocedores del asunto, probablemente confirmando que cualquier anécdota puede ser buena si hay talento.

La película a estrenar puede correr con el handicap de que Hollywood privilegia el seleccionar estrellas de renombre en lugar de colocar a gente que sepa qué hacer en un musical. Quizás sirva para que mucha gente pueda tener acceso a una novela formidable, que como los grandes -en los sentidos de excelentes y de extensos- libros decimonónicos, son un espectáculo completo que uno no quiere que termine más.                 

1998. Liam Neeson como Jean Valjean (fragmento)

17 de diciembre de 2012

No hay peor sordo que el que no quiere oir

"PATRIOTISMO ES TU CONVENCIMIENTO DE QUE ESTE PAIS ES SUPERIOR A LOS DEMÁS, PORQUE TÚ NACISTE EN ÉL"

George Bernard Shaw

Guerras por religión, guerras por nacionalismos, guerras por territorios y recursos. Hace ya mucho tiempo que la guerra ha dejado de ser enfrentamientos entre fuerzas armadas regularmente constituídas -nunca lo fue así en todos los casos- para ser la masacre de un ejército que arrasa impunemente contra una población enemiga que, como se ha relevado prolijamente antes, no tiene forma de oponer demasiada resistencia a la prepotencia de quien tiene las armas. Avances tecnológicos mediante, ya ni siquiera es imprescindible la desagradable responsabilidad de tener que arriesgar vidas propias cuando se quiere aniquilar al enemigo de turno. Con los misiles y drones modernos, se mata y destruye desde lejos.

Pero nadie confiesa que invade a un país para quedarse con sus pozos de petróleo, su agua o sus minerales. Todos los ocupantes han dado excusas argumentando "que no han tenido más remedio" que atacar, con todo lo que ello implica. Antes, y de vez en cuando todavía en estos tiempos, se invocaba algún dios que les ordenaba alguna masacre que otra por ser el atacante el pueblo elegido por ese ser superior. Eso mismo dice la Biblia repetidas veces en su Antiguo Testamento, que sigue siendo el libro sagrado para varias religiones.

Más frecuentemente, se presentan los ataques e invasiones como "inevitables", como misiones por la paz y como respuestas a agresiones. Así presentó USA -lo que quiere decir el 90 % del periodismo de la televisión y los grandes medios de comunicación, automáticamente alineados con el punto de vista norteamericano- sus invasiones a Afganistan e Irak (y todas las anteriores), así presentó la URSS los aplastamientos de las disidencias en Hungría y Checoslovaquia y hasta así también los nazis pretextaron su invasión a Polonia, diciendo haber sido agredidos por una ignoto soldado borracho en 1939.

Mucho de eso hay en el interminable conflicto -con terribles consecuencias en vidas, destrucción de viviendas y hambre- entre Israel y Palestina. El problema es que las cosas no son en blanco y negro como las pintan desde hace muchísimos años y cuanto intento haya de resolverlo para terminar con tanta violencia es boicoteado inevitablemente.

Los judíos comenzaron a ocupar el territorio asiático conocido como Palestina en el siglo XIX. Siendo un pueblo -o una nación religiosa, que no es lo mismo- sin territorio y teniendo esa zona como referencia cultural gracias al citado Antiguo Testamento, el entonces enclave colonizado por los británicos sufrió una serie de atentados terroristas por parte de los pobladores originales, enojados por las ocupaciones muchas veces por la fuerza, de sus tierras. Inglaterra hizo poco por pacificar la zona y, durante la Segunda Guerra Mundial, prometió conceder a los judíos un territorio propio, delimitando claramente y separándolo de los palestinos. Promesa que nunca cumplió.

Los judíos tenían otras razones bastante entendibles para querer irse de Europa y América. No sólo la espantosa matanza perpetrada por los nazis conocida posteriormente como el Holocausto, sino la permanente -e irracional- discriminación de que eran objetos, que se traducía en odio, ataques y racismo en Estados Unidos, Europa Occidental y la propia Unión Soviética. En la inmediata postguerra realizaron muchas acciones violentas en Palestina para que los británicos cumplieran su promesa pero sólo consiguieron que se retiraran dejando la zona librada a su suerte.

Los palestinos -y los árabes en su conjunto- que tenían buenas razones para considerar a los creadores del Estado de Israel como intrusos, no reaccionaron en forma inteligente y su política -frente a un ejército que se estaba creando, mucho más motivado y mejor financiado- fue de exterminio. Sucesivos fracasos militares -en 1956 y en 1967, los más resonantes- no hicieron más que legitimar y fortalecer la posición israelí.

La larguísima guerra es, dadas las características geográficas de la zona, por sobre todo una guerra por el agua y las escasa tierras cultivables. Los judíos, basados en su superioridad militar, generosísimamente incrementada por Estados Unidos, su aliado incondicional, han despojado sistemáticamente a todo el pueblo palestino del acceso a ambos bienes y los ha robado progresivamente, condenando a la otra parte al hambre y la miseria actual.

La respuesta palestina ha sido la hostilidad en una especie de guerra de guerrillas con bombas y misiles que no pueden erosionar el poderío militar israelí pero sí provocar muertes inocentes. Y excusas para más masacres.

El odio irracional; la visión simplista que coloca al mal únicamente en un bando (hay que ver la enseñanza que se da sobre el tema en los colegios judíos en Uruguay); la indiferencia internacional sobre el martirio de la población palestina, que pone en un enorme número las víctimas y las casas derrumbadas y robadas; el rédito electoral que dan las posturas guerreras y nacionalistas sobre las racionales y pacifistas en ambas sociedades; los continuos entorpecimientos de cuanto intento de solución se presenta (incluyendo el asesinato de Rabin) son elementos que llevan al pesimismo.

Un primer paso sería negarse a afiliarse a posturas infantiles y mentirosas que no llevan más que a perpetuar el odio. Hay demasiada sangre derramada y demasiada injusticia para que se olvide tan rápidamente, pero lo más urgente sería asegurar el agua y los recursos naturales a todos los habitantes, más allá de religiones y nacionalidades y terminar con la tragedia diaria de la gente que hoy no sólo pasa miedo por su vida sino también hambre.     

11 de diciembre de 2012

Historia Ilustrada del Jazz 33

EL JAZZ HOY: SAXOFONISTAS

Probablemente, el único estilo creado dentro del jazz desde la década del 90 hasta aquí sea el llamado "acid jazz", una mezcla con el hip hop y los sonidos de máquinas electrónicas, que fue bastante promocionado pero que no despertó demasiado entusiasmo entre los aficionados.

Luego de que el movimiento neoclásico llegó a su saturación, otros períodos históricos han sido revisitados intentando, generalmente, partir de los sonidos de antaño para hacerlos evolucionar al gusto de los oyentes de hoy en día. O unirlos, creando una síntesis nueva a partir de dos estilos a veces antagónicos. De esa forma, han sido visitados no sólo los estilos primitivos o antiguos, sino que también los que fueron creados a partir del bebop y mucho más acá, incluyendo el free jazz y el propio jazz rock. Hoy el panorama se acerca bastante a la libertad total y dentro de ella, cada uno sigue el camino que más le guste explorar. Desde veteranos que mantienen su sonido tradicional hard hasta jóvenes que actualizan el swing o los que colaboran con gente por fuera de la música improvisada.

Michael Brecker (1949-2007) fue, probablemente, el más importante saxofonista de los últimos 30 años. Famoso por la banda que organizó con su hermano, el trompetista Randy (los Breckers Brothers), continuó a partir de los 80 con una brillante carrera solista, en la que se proyectó aún más, sobrepasando los límites del jazz, para ser un músico de fama internacional.

Mayormente volcado a la fusión dentro de los estilos contemporáneos del jazz, Brecker asimiló con menos comercialidad y más lógica el lenguaje del rock, incorporándolo a su notable estilo, que no tenía nada que envidiar a los mejores saxos tenores de la historia.

Fue responsable de una vuelta a la mayor consideración de su instrumento pero su muerte por leucemia, cuando aún tenía mucho para dar, frenó una ascendente carrera que iba en camino a desbancar a Wynton Marsalis como estrella máxima del jazz.     


CARDINAL RULE

THE MEAN TIME


Tim Berne nació en 1954. Poco conocido incluso entre los aficionados del jazz, puede ser descrito como uno de los pocos músicos renovadores de la escena norteamericana actual dentro de la música nacida en New Orleans (o quizás, de la música a secas). Es un extraño caso de músico iconoclasta pero de perfil bajo, que no apunta a tirar nada abajo, sino a desarrollar sus propias ideas y su propio camino.

Son particularmente apreciadas sus colaboraciones con el gran guitarrista Bill Frissell y con el cellista Hank Roberts. Berne -alumno del ex integrante del Art Ensemble of Chicago Julius Hemphill- descree de los tradicionales solos de saxo, acompañados de una orquesta que se limita a ser soporte de las virtuosas filigranas del solista y emprende con sus colaboradores una complementación mucho más solidaria. Si bien parte del llamado movimiento neoclásico, sus contactos reiterados con la vanguardia contemporánea desde sus comienzos como líder lo han llevado a un camino único, diferente a ambos, sin dejar de tomar prestados los aspectos que más le intresan.

M

GROUND FLOOR NEW


Courney Pine nació en Londres en 1964. Es un músico más atento de lo habitual entre los jazzman a todos los géneros populares contemporáneos. Tocó en su primera juventud no sólo con los Messengers de Art Blakey, sino también en bandas reggaes y con el baterista Charlie Watts, de los Rolling Stones.

Comenzó su carrera solista en 1986 pero su consagración llegaría cinco años después con el disco "With the realm of our dreams". Revelación de la escena de jazz de los 90, Pine alterna con enorme naturalidad en el jazz más ortodoxo, junto al blues, el reggae, el hip hop tanto como la experimentación con los ritmos africanos o caribeños, un poco a la manera en que se hacía décadas pasadas, sin entrar nunca en lo que la industria ha denominado "world music".  

A RAGGAMUFFIN & HIS LANCE

DONNA LEE


24 de noviembre de 2012

Heinrich Böll: Aquellos días en Odessa

Heinrich Böll (1917-1985) fue premio Nobel en 1972 y su novela más famosa fue "Opiniones de un payaso" (1963). Un poco olvidado, Böll fue junto a Gunter Grass, el más lúcido cronista de la difícil post guerra alemana, luego del nazismo y la derrota en la Segunda Guerra Mundial. 

Poseedor de un estilo único, técnicamente sobrio y sencillo pero hábil para atacar a la hipocresía y la miseria humana de una manera que no se puede denominar de otra forma que "germánica". Éste breve texto es una muestra de su talento.  




Hacía mucho frío en Odessa aquellos días. Cada mañana íbamos al aeropuerto en grandes y ruidosos camiones, por la carretera mal adoquinada. Allí esperábamos, muertos de frío, a los grandes pájaros grises que rodaban por el campo de aterrizaje. Pero los dos primeros días, cuando estábamos a punto de subir a bordo, llegó una orden en sentido contrario, porque sobre el mar Negro había una niebla muy densa, o bien demasiadas nubes, y volvimos a subir a los grandes y 
ruidosos camiones y regresamos al cuartel por la carretera empedrada. 
El cuartel era muy grande. Estaba sucio y lleno de piojos. Pasábamos el rato sentados en el suelo o bien nos acordábamos en las mugrientas mesas y jugábamos a las cartas, o cantábamos. Siempre esperábamos una ocasión para saltar el muro y hacer una escapada. En el cuartel había muchos soldados que esperaban para entrar en combate, y no se nos permitía ir a la ciudad. Los dos primeros días habíamos intentado escabullirnos, pero nos atraparon, y como castigo nos 
hicieron transportar las grandes cafeteras llenas de café hirviente y descargar panes. Mientras descargábamos los panes nos vigilaba el contador, que llevaba un magnífico abrigo de pieles, el cual, sin duda, estaba destinado al frente. El contador contaba los panes para que no desapareciese ninguno. El cielo de Odessa estaba siempre nublado y oscuro, y los centinelas paseaban arriba y abajo, a lo largo de los negros y sucios muros del cuartel.
El tercer día esperamos a que hubiera oscurecido del todo y nos dirigimos simplemente a la entrada principal. Cuando el centinela nos dio el alto, gritamos «comando Seltscbáni*, y nos dejó pasar. Éramos tres, Kurt, Erich y yo. 
Caminábamos muy despacio. Sólo eran las cuatro y ya estaba oscuro. Lo único que habíamos ansiado era salir de aquellos altos, negros y sucios muros, y ahora que estábamos fuera casi habríamos preferido estar dentro otra vez. Sólo hacía ocho semanas que nos habían movilizado y teníamos mucho miedo. Pero nos dábamos cuenta de que, si hubiéramos estado otra vez en el cuartel, habríamos querido salir a toda costa, y entonces habría sido imposible. Eran sólo las cuatro, y no podríamos dormir a causa de los piojos y de las canciones, y también porque temíamos y al mismo tiempo esperábamos que a la mañana siguiente haría buen tiempo para volar y nos llevarían en los aviones a Crimea, donde seguramente moriríamos. 
No queríamos morir, no queríamos ir a Crimea, pero tampoco nos gustaba pasarnos todo el santo día tirados en aquel cuartel sucio y negro que olía a café de malta, donde siempre descargaban panes destinados al frente y donde siempre había un contador con abrigo de pieles, abrigo sin duda destinado al frente, que vigilaba y contaba los panes para que no desapareciese ninguno. En realidad, no sé lo que queríamos. Avanzábamos lentamente por aquella callejuela del suburbio, oscura y llena de hoyos. Entre las casitas, donde no se veía una sola luz, la noche estaba cercada por unas cuantas estacas de madera podrida, y más allá, en algún lugar, debía de haber 
páramos, tierras baldías, como en nuestro país, donde siempre dicen que se va a construir una carretera y abren zanjas y van de aquí para allá con varas de medir, y después no se habla más de la carretera y echan en las zanjas escombros, cenizas y basura, y vuelve a crecer la hierba, mala hierba áspera, indómita y exuberante, hasta que el letrero «Prohibido tirar escombros» queda cubierto por los escombros...
Caminábamos muy despacio porque aún era muy pronto. En la oscuridad nos cruzamos con otros soldados que iban al cuartel, y otros que venían del cuartel nos adelantaban. Teníamos miedo de las patrullas y habríamos preferido volver, pero sabíamos también que si nos hallásemos otra vez en el cuartel estaríamos desesperados, y era mejor tener miedo que sentir sólo desesperación entre los negros y sucios muros del cuartel, donde siempre había que llevar café de aquí para allá y descargar panes para el frente, siempre panes para el frente, y donde vigilaban los contadores con sus magníficos abrigos, mientras nosotros nos moríamos de frío. 
De vez en cuando, a uno y otro lado de la callejuela, veíamos una casa en cuyas ventanas brillaba una mortecina luz amarilla, y oíamos el murmullo de unas voces claras, extranjeras e inquietantes. Y después encontramos, en medio de la oscuridad, una ventana muy iluminada de la que salía mucho ruido, y oímos voces de soldados que cantaban «El sol de México». 
Abrimos la puerta y entramos. La estancia estaba caliente y llena de humo. Había en ella un grupo de soldados, ocho o diez, algunos de los cuales tenían mujeres con ellos. Bebían y cantaban, y uno de ellos se rió muy fuerte cuando entramos nosotros. Éramos muy jóvenes, los más jóvenes de toda la compañía. Nuestros uniformes eran completamente nuevos, y la fibra de madera nos pinchaba los brazos y las piernas; las camisetas y calzoncillos nos producían un terrible picor. También los jerseys eran nuevos y ásperos.
Kurt, el más joven, pasó delante y eligió una mesa. Kurt era aprendiz en una fábrica de cuero, y nos había contado de dónde procedían las pieles, aunque la cosa se consideraba secreto 
industrial. Nos había explicado incluso los beneficios que se obtenían con ello, aunque eso era también un secreto industrial muy celosamente guardado. Nos sentamos los tres.
De detrás del mostrador vino hacia nosotros una mujer gorda, de cabello oscuro y cara bondadosa, y nos preguntó qué queríamos beber. Preguntamos primero cuánto costaba el vino, pues habíamos oído decir que en Odessa todo era muy caro. Nos dijo que eran cinco marcos la botella, y pedimos tres botellas. Habíamos perdido mucho dinero jugando a las cartas y nos habíamos repartido el resto: teníamos diez marcos cada uno. Algunos de los soldados comían carne asada, que humeaba aún, con rebanadas de pan blanco, y unas salchichas que olían a ajo, y entonces nos dimos cuenta por primera vez de que teníamos hambre. Cuando la mujer trajo 
el vino le preguntamos cuánto costaba la comida. Nos dijo que las salchichas costaban cinco marcos y la carne con pan, ocho. Dijo que la carne era de cerdo y fresca, pero nosotros le pedimos salchichas. Los soldados besaban a las mujeres y las abrazaban sin disimulo, y nosotros no sabíamos a dónde mirar.
Las salchichas eran grasas y calientes, y el vino era muy seco. Cuando nos hubimos comido las salchichas, no supimos qué hacer. No teníamos ya nada que decirnos, pues nos habíamos pasado dos semanas echados en el mismo vagón del tren y nos lo habíamos contado todo. Kurt había trabajado en una fábrica de cuero, Erich en una granja y yo estaba en la escuela. Todavía teníamos miedo, pero se nos había quitado el frío.
Los soldados que habían estado besando a las mujeres se pusieron ahora los cinturones y salieron con ellas a fuera. Eran tres chicas; sus caras eran redondas y bonitas; reían y bromeaban, pero se iban con seis soldados, creo que eran seis, o, por lo menos, cinco. Quedaron en la sala sólo los borrachos, los que antes cantaban «El sol de México». Uno que estaba junto al mostrador, cabo 
primero, alto y rubio, se volvió hacia nosotros y se echó a reír otra vez; creo que nuestro aspecto hacía pensar que estábamos en alguna clase del cuartel, allí sentados a la mesa muy silenciosos y correctos, con las manos en las rodillas. 
El cabo le dijo algo a la mujer y ésta nos trajo tres vasos bastante grandes de aguardiente blanco.
- Hemos de brindar a su salud dijo Erich, golpeándonos con la rodilla.
Yo llamé varias veces al cabo hasta que él se fijó en mí; Erich nos hizo otra vez una señal con las rodillas, y nos pusimos en pie diciendo al unísono:
-A su salud, cabo...
Los otros soldados se echaron a reír a carcajadas, pero el cabo levantó su vaso y nos respondió:
-A su salud, soldados...
El aguardiente era fuerte y amargo, pero nos calentó, y nos habríamos tomado otro vaso.
El cabo le hizo una seña a Kurt para que se acercase. Kurt lo hizo, habló unas palabras con él y nos hizo una seña a nosotros. El hombre nos dijo que estábamos locos, que no teníamos dinero y que teníamos que vendernos algo. Nos preguntó de dónde veníamos y a dónde estábamos destinados. Le dijimos que estábamos en el cuartel esperando que nos llevasen a Crimea. Se puso muy serio y no dijo nada. 
Yo le pregunté qué podíamos vender, y él me respondió que cualquier cosa: abrigos, gorras, ropa interior, relojes, plumas estilográficas... 
Ninguno de nosotros quería venderse el abrigo. Estaba prohibido y teníamos miedo, y además en Odessa hacía mucho frío. Nos vaciamos los bolsillos: Kurt tenía una pluma estilográfica, yo un reloj y Erich un portamonedas nuevo, de cuero, que había ganado en una rifa del cuartel. El cabo tomó los tres objetos y le pregunté a la mujer cuánto daba por ellos. Ella los examinó detenidamente, 
dijo que eran cosas malas y nos ofreció doscientos cincuenta marcos, ciento ochenta sólo por el reloj.
El cabo nos dijo que doscientos cincuenta era poco, pero que estaba seguro de que no nos daría más y que aceptásemos, porque quizás a la mañana siguiente nos llevarían a Crimea y entonces todo daría igual.
Dos de los soldados que cantaban antes «El sol de México» se levantaron de sus mesas y le dieron al cabo unas palmadas en el hombro; el cabo nos saludó y salió con ellos.
La mujer me había dado a mi todo el dinero, y yo le pedí dos trozos de carne con pan para cada uno y un vaso grande de aguardiente. Después nos comimos aún cada uno un trozo más de carne y nos bebimos otro vaso de aguardiente. La carne estaba muy caliente, era fresca, grasa y casi dulce, y el pan estaba todo empapado de grasa. Después nos tomamos otro aguardiente. Entonces nos dijo la mujer que ya no le quedaba carne, sólo salchichas, y comimos salchichas acompañadas de cerveza, una cerveza oscura y espesa. Después nos tomamos cada uno otro vaso de aguardiente y nos hicimos traer pasteles, unos pasteles planos y secos de nuez molida. Después bebimos aún más aguardiente, pero no estábamos borrachos en absoluto; teníamos calor y nos sentíamos bien, y no pensábamos en el picor de las fibras de madera de nuestra ropa. Llegaron otros soldados y cantamos todos juntos «El sol de México»...
A las seis, nos hablamos gastado todo el dinero y seguíamos sin estar borrachos. 
Como no teníamos nada más que vender, regresamos al cuartel. En la oscura calle llena de hoyos no se veía ya ninguna luz y, cuando llegamos, el centinela nos dijo que nos presentásemos en el puesto de guardia. Allí se estaba caliente y no había humedad, estaba sucio y olía a tabaco. El sargento nos echó una bronca y nos dijo que habríamos de atenernos a las consecuencias. Pero aquella noche dormimos muy bien. A la mañana siguiente fuimos al aeropuerto en los ruidosos camiones por la carretera empedrada. Hacia frío en Odessa. El tiempo era magnífico; el cielo estaba despejado. Subimos por fin a los aviones, y, cuando despegábamos, nos dimos cuenta de pronto de que no volveríamos nunca, nunca...

20 de noviembre de 2012

Luis Alberto Spinetta, nada menos

Para mí es increíble y si me lo hubieran dicho en Noviembre de 2007, hubiera apostado que era imposible: este blog cumplió cinco años y nunca hubo una entrada dedicada a Luis Alberto Spinetta. ¿Qué explicación puedo dar a eso?

Poseedor de un estilo propio, inconfundible, diferente a todos los demás, Spinetta (1950-2012) fue, seguramente, el primer músico de culto del Río de la Plata. A pesar de "Muchacha ojos de papel" y "Tema de Pototo" (mal llamado "Para saber lo que es la soledad"), el Flaco nunca tuvo audiencias masivas ni, mucho menos, una presencia digna en los grandes medios, siempre mucho más inclinados a preocuparse de los Luis Migueles y Diego Torres de este mundo. 

A diferencia de lo que suele creerse, su música ha variado -y experimentado- constantemente, aunque siempre volvió a lo que se podría llamar el "rock spinettil clásico", que es muy distinto a cualquier otro. Casi siempre utilizó una poética bastante elusiva -satirizada por Capusotto en el personaje de Luis Almirante Brown- y un invariable buen gusto armónico, quedará por siempre como un ejemplar único e inimitable, que jamás cayó en la menor concesión comercial.   



BLUES DE CRIS

POST CRUCIFIXION

LA PELICANA Y EL ANDROIDE 

POBRE AMOR, LLÁMENLO 

ASÍ NUNCA ENCONTRARÁS EL MAR

JARDIN DE GENTE


Habrá más entradas dedicadas a la música del Flaco, por supuesto.

13 de noviembre de 2012

Cine: Historia Ilustrada 32

LA NOUVELLE VAGUE (2): ROHMER, CHABROL, MALLE

Los jóvenes que traerían tantos cambios en el cine francés y por extensión, en el mundo entero, armaron bastante revuelo en la industria, criticando duramente a los directores (y libretistas) más prestigiosos, llegando al borde del insulto personal, pero no eran revolucionarios. Muy poco tiempo, los veríamos plenamente integrados a la misma industria nacional, filmando con las principales estrellas (jóvenes) y con los presupuestos más generosos volcados a ellos, en detrimento de los Carné, Autant Lara, Duvivier y tantos otros que vieron perder definitivamente su posición.

En rigor, de los ciento y pico de nuevos realizadores que obtendrían su oportunidad para debutar en la dirección había -naturalmente- un enorme porcentaje de mediocres sin talento. De entre los que sí llegarían a cuajar una carrera apreciable, no había mucho más en común que la corta edad, algunos enemigos en común y una voluntad por agilizar la imagen y el relato cinematográfico, sintonizando con un público que iba a las salas mucho más joven de lo que productores y críticos estaban acostumbrados. Frente a la experimentación rabiosa de un Godard, estaba el formalismo intelectual de Resnais o la ternura de Truffaut. Hubo otros directores importantes en esa Nouvelle vague que no era estrictamente un movimiento artístico.

Poco se sabe aún hoy en día de la vida de Eric Rohmer (foto 1). Nacido aparentemente en 1920, comenzó como muchos otros en la revista Cahiers du cinema, donde fue el segundo de su fundador André Bazin, demostrando pronto su autoridad personal y su voluntad solitaria. Casi nunca trabajó con grandes estrellas, aunque tuvo fidelidad con actores como Fiodor Atkine, Arielle Dombasle y Marié Riviere y fotógrafos como Nestor Almendros. Debutó en el largo con "El signo del león"(1959), una comedia melancólica pero recién en 1967 con su segundo largometraje "La coleccionista" y con el tercero "Mi noche con Maud" (1969) es que conoceremos su verdadero estilo. 

El cine rohmeriano es un cine de anécdotas leves, pudorosas, de personajes observados en su cotidaneidad, en su comunicación -e incomunicación- con sus semejantes. A diferencia de lo que suele pensarse no siempre se habla extensamente y no sólo del amor. Con el correr de los años tendió a simplificar cada vez más su estilo, con una trabajadísima naturalidad, con actores desconocidos y jóvenes, aunque hay variaciones en sus dos últimas películas, antes de fallecer en 2010, sin dar muestras de decadencia.

Louis Malle (1932-1995) (foto 2) es más bien un director por fuera de la nueva ola, coincidente con ella en el tiempo. Comenzó en el cine de una manera muy singular: como camarógrafo de los documentales marítimos del recordado Jacques Ives Cousteau, incluyendo "El mundo del silencio" (1956), ganadora de la Palma de Oro, un gesto insólito en el momento. En 1957 realizó un ingenioso policial "Ascensor para el cadalso" con música improvisada por el gran Miles Davis y provocó un gran escándalo al año siguiente con "Los amantes", protagonizada por Jeanne Moureau, su esposa en aquel momento, donde un adulterio era mostrado como una opción deseable más que un pecado y se mostraba el placer sexual de la protagonista, aunque fuera solamente a través de su rostro.

Malle continuaría con una carrera irregular, donde alternaría tanto éxitos ("Soplo al corazón","Atlantic city") como fracasos ("El ladrón, "La bahía del odio"); películas caras ("Viva María", "Pretty baby") con producciones modestas ("Calcuta", "Mi cena con André), varias mediocridades con un cine valioso ("El fuego fatuo" (foto 3), el mencionado documental "Calcuta", más cerca en el tiempo "Adiós a los niños"). Sin ser poseedor de un estilo reconocible, Malle demostró ser un realizador mucho más inquieto de lo que se suele reconocer, aunque haya sabido manejarse mejor que muchos otros con la industria, tanto la de su país natal, como la Hollywood, donde trabajó entre 1978 y 1986   

Fragmento de "Los amantes" (1958) de Louis Malle

Fragmento de "Zazie en el metro" (1960) de Louis Malle

Fragmento de "La coleccionista" (1967) de Eric Rohmer

Fragmento de "La panadera de Monceau" (1958) de Eric Rohmer

Claude Chabrol (foto 4) se casó muy joven con una chica de familia acaudalada y pudo ingresar fácilmente a la realización de películas, su gran pasión. Había escrito, poco antes, un librito junto a Rohmer donde quizás por primera vez se reinvindicaba a Alfred Hitckcock como un maestro del cine y no como un artesano de películas de suspenso, tal como era la opinión mayoritaria. 

Sus dos primeros largometrajes ("El bello Sergio" (1958) (foto 5), "Los primos" (1959)) eran ingeniosos y propios del estilo ágil y juvenil que mayoritariamente estaban imponiendo sus colegas de Cahiers en la época, pero pronto se decantaría por un género cinematográfico que no se puede definir de otra manera que como chabroliano: intrigas semi policiales, generalmente centrados en personajes -principalmente familias- de la burguesía de provincias, que suele ocultar pecados inconfesables, adulterios y violencias soterradas. 

Gran creador de personajes, ingenioso, minucioso observador de conductas, este director prolífico (completó más de 50 largometrajes hasta su muerte en 2010) fue probablemente quien tenía menos inquietudes artísticas -con y sin comillas- pero fue capaz casi siempre de presentarnos un cine disfrutable, inteligente y respetuoso de su espectador.  

Fiel a su estilo personal, sin embargo fue capaz de no repetirse nunca -jamás realizó una remake de sus films, como han hecho muchos otros- buscando nuevas vueltas de tuerca a sus intereses, combinando películas graves y trágicas con comedias u obras más ligeras. En sus primeros 15 años trabajó con su segunda esposa, la excelente Stephane Audran y en los últimos años tuvo a la no menos excelente Isabelle Hupert como musa inspiradora, aunque se puede decir que todos los grandes del cine francés actuaron para él.  


Fragmento de "Doble vida" (1960) de Claude Chabrol