17 de diciembre de 2012

No hay peor sordo que el que no quiere oir

"PATRIOTISMO ES TU CONVENCIMIENTO DE QUE ESTE PAIS ES SUPERIOR A LOS DEMÁS, PORQUE TÚ NACISTE EN ÉL"

George Bernard Shaw

Guerras por religión, guerras por nacionalismos, guerras por territorios y recursos. Hace ya mucho tiempo que la guerra ha dejado de ser enfrentamientos entre fuerzas armadas regularmente constituídas -nunca lo fue así en todos los casos- para ser la masacre de un ejército que arrasa impunemente contra una población enemiga que, como se ha relevado prolijamente antes, no tiene forma de oponer demasiada resistencia a la prepotencia de quien tiene las armas. Avances tecnológicos mediante, ya ni siquiera es imprescindible la desagradable responsabilidad de tener que arriesgar vidas propias cuando se quiere aniquilar al enemigo de turno. Con los misiles y drones modernos, se mata y destruye desde lejos.

Pero nadie confiesa que invade a un país para quedarse con sus pozos de petróleo, su agua o sus minerales. Todos los ocupantes han dado excusas argumentando "que no han tenido más remedio" que atacar, con todo lo que ello implica. Antes, y de vez en cuando todavía en estos tiempos, se invocaba algún dios que les ordenaba alguna masacre que otra por ser el atacante el pueblo elegido por ese ser superior. Eso mismo dice la Biblia repetidas veces en su Antiguo Testamento, que sigue siendo el libro sagrado para varias religiones.

Más frecuentemente, se presentan los ataques e invasiones como "inevitables", como misiones por la paz y como respuestas a agresiones. Así presentó USA -lo que quiere decir el 90 % del periodismo de la televisión y los grandes medios de comunicación, automáticamente alineados con el punto de vista norteamericano- sus invasiones a Afganistan e Irak (y todas las anteriores), así presentó la URSS los aplastamientos de las disidencias en Hungría y Checoslovaquia y hasta así también los nazis pretextaron su invasión a Polonia, diciendo haber sido agredidos por una ignoto soldado borracho en 1939.

Mucho de eso hay en el interminable conflicto -con terribles consecuencias en vidas, destrucción de viviendas y hambre- entre Israel y Palestina. El problema es que las cosas no son en blanco y negro como las pintan desde hace muchísimos años y cuanto intento haya de resolverlo para terminar con tanta violencia es boicoteado inevitablemente.

Los judíos comenzaron a ocupar el territorio asiático conocido como Palestina en el siglo XIX. Siendo un pueblo -o una nación religiosa, que no es lo mismo- sin territorio y teniendo esa zona como referencia cultural gracias al citado Antiguo Testamento, el entonces enclave colonizado por los británicos sufrió una serie de atentados terroristas por parte de los pobladores originales, enojados por las ocupaciones muchas veces por la fuerza, de sus tierras. Inglaterra hizo poco por pacificar la zona y, durante la Segunda Guerra Mundial, prometió conceder a los judíos un territorio propio, delimitando claramente y separándolo de los palestinos. Promesa que nunca cumplió.

Los judíos tenían otras razones bastante entendibles para querer irse de Europa y América. No sólo la espantosa matanza perpetrada por los nazis conocida posteriormente como el Holocausto, sino la permanente -e irracional- discriminación de que eran objetos, que se traducía en odio, ataques y racismo en Estados Unidos, Europa Occidental y la propia Unión Soviética. En la inmediata postguerra realizaron muchas acciones violentas en Palestina para que los británicos cumplieran su promesa pero sólo consiguieron que se retiraran dejando la zona librada a su suerte.

Los palestinos -y los árabes en su conjunto- que tenían buenas razones para considerar a los creadores del Estado de Israel como intrusos, no reaccionaron en forma inteligente y su política -frente a un ejército que se estaba creando, mucho más motivado y mejor financiado- fue de exterminio. Sucesivos fracasos militares -en 1956 y en 1967, los más resonantes- no hicieron más que legitimar y fortalecer la posición israelí.

La larguísima guerra es, dadas las características geográficas de la zona, por sobre todo una guerra por el agua y las escasa tierras cultivables. Los judíos, basados en su superioridad militar, generosísimamente incrementada por Estados Unidos, su aliado incondicional, han despojado sistemáticamente a todo el pueblo palestino del acceso a ambos bienes y los ha robado progresivamente, condenando a la otra parte al hambre y la miseria actual.

La respuesta palestina ha sido la hostilidad en una especie de guerra de guerrillas con bombas y misiles que no pueden erosionar el poderío militar israelí pero sí provocar muertes inocentes. Y excusas para más masacres.

El odio irracional; la visión simplista que coloca al mal únicamente en un bando (hay que ver la enseñanza que se da sobre el tema en los colegios judíos en Uruguay); la indiferencia internacional sobre el martirio de la población palestina, que pone en un enorme número las víctimas y las casas derrumbadas y robadas; el rédito electoral que dan las posturas guerreras y nacionalistas sobre las racionales y pacifistas en ambas sociedades; los continuos entorpecimientos de cuanto intento de solución se presenta (incluyendo el asesinato de Rabin) son elementos que llevan al pesimismo.

Un primer paso sería negarse a afiliarse a posturas infantiles y mentirosas que no llevan más que a perpetuar el odio. Hay demasiada sangre derramada y demasiada injusticia para que se olvide tan rápidamente, pero lo más urgente sería asegurar el agua y los recursos naturales a todos los habitantes, más allá de religiones y nacionalidades y terminar con la tragedia diaria de la gente que hoy no sólo pasa miedo por su vida sino también hambre.     

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