31 de agosto de 2009

Algo más que: “Mister Wilson”

LOST: UNA SERIE DE CULTO

UN POCO DE HISTORIA
Uno se crió viendo series –antes se llamaban seriales- en la ahora llamada TV abierta como “Kojak”, “S y H”, “Los intocables”, “Baretta”, “Columbo”, “Misión imposible”, etc. Eran esquemáticas, sus libretos parecían hechos por fotocopiadora y, en el caso de las dos últimas, tenían una estructura muy visible e inamovible. Se trataba de resolver un caso en el que hasta el más estúpido televidente ya había resuelto, de la forma en que todos sabíamos que se resolvería.
Sus episodios eran unitarios, esto quiere decir que eran totalmente independientes el uno de los otros. Lo que acontecía en un episodio no tenía ninguna relación con los siguientes. Uno se podía perder uno, dos o más y cuando volvía a ver la serial, no notaba la diferencia ni tenía ninguna dificultad para seguir la historia.
Hay unanimidad en pensar que hay un antes y un después de “Picos gemelos” (1991-92), la serie que demostró que se podía apelar al grotesco, a lo bizarro, a lo enigmático y a lo inusual y encima, tener éxito. Lamentablemente, David Lynch, su creador más conocido, se desentendió rápidamente de ella y en su segunda y última temporada “Twin peaks” se fue descascarando poco a poco.
Pero fue el germen de las modernas series, comenzando por “Los archivos X”, la siguiente obra de culto de la televisión internacional. De ahí a las contemporáneas “CSI”, “House”, “ER”, “Oz”, “24”, “Los Soprano”, “Six feet under” y demás, hay unos pocos pasos. De entre ellas, se destaca “Lost”.

EL VUELO 815 DE OCEANIC
Como ninguna otras de las mencionadas, esta serie está compuesta por una historia continua –aunque no esté contada de manera lineal- dividida en episodios. Creo que sin haberla visto desde los 2 o 3 primeros capítulos es imposible entenderla.
La historia todos la conocen: inspirados en la película “Naufrago”, aquella con Tom Hanks en la que se hacía amigo de una pelota de voleybol, los productores Adams, Lidenlof y Lieber, imaginaron lo que pasaría con los más de 40 sobrevivientes de un vuelo que se accidenta en alguna ignorada isla del Pacífico.
Por suerte, sus creadores se dieron cuenta que una historia de gente esperando que la rescaten a lo Robinson Crusoe no daba para mucho y “Lost” es bastante más que eso. Desde los primeros episodios hay hechos misteriosos –un extraño monstruo, osos polares en una isla tropical, gente que desaparece, un pasajero paralítico que puede caminar, otros habitantes- y poco a poco, la narración terminará airéandose y coqueteando con la aventura de ciencia ficción, viajes en el tiempo incluídos.
Si bien tiene una audiencia fija y fiel que garantiza su éxito económico, la serie es más bien un fenómeno de culto que de rating. Hay –habemos- muchos “lostmaníacos” que esperamos con ansiedad la llegada de la sexta y última temporada, donde se terminarán develando todos los numerosos misterios que se han ido acumulando desde 2004. Eso espero.

LO QUE SE VIO HASTA AHORA
En la primera temporada, los sobrevivientes comienzan a organizarse después del desastre. Transcurre en su totalidad al aire libre y creo que es la más floja de todas. Las peleas entre los integrantes del vuelo y los inconvenientes para sobrevivir suenan a cosa bastante vista. En todos los capítulos, ya desde el comienzo, se intercalan generosos segmentos de “flashbacks” donde se va conociendo la historia de cada personaje antes del desastre, de a uno por capítulo. La temporada termina cuando ingresan en una misteriosa escotilla encontrada por casualidad por Locke, el más místico de los sobrevivientes.
La segunda temporada cuenta lo que pasa dentro de la bien aprovisionada escotilla donde encuentran a un escocés, Desmond, que ha pasado 3 años ingresando determinados números en una antigua computadora cada 108 minutos (108 es la suma de las misteriosas cifras: 4,8,15,16,23,42) hasta que cuatro de ellos son secuestrados por los Otros, los primitivos habitantes de la isla, liderados por el enigmático Ben.
En la tercera se siguen desarrollando las historias personales y comenzamos a saber más de los moradores de la isla, mientras Jack, Kate y Sawyer luchan por escaparse y un helicóptero llega presuntamente para rescatarlos.
El complicado rescate ocupará toda la cuarta temporada. Desde los dos últimos capítulos de la anterior, se comenzará a vislumbrar lo que pasará con los seis sobrevivientes del vuelo que consigan regresar al mundo normal. Comienzan a tomar protagonismo tres personajes que parecen estar al mando de todos los acontecimientos que hemos visto hasta ahora: Charles Widmore, un millonario enemigo de Ben; Richard Alpert, que no envejece y parece saber mantenerse al margen de todo sin dejar de mandar y el misterioso e invisible Jacob, el verdadero líder de la isla.
En la quinta y última temporada, que se está repitiendo actualmente, quienes partieron de la isla vuelven –incluso después de muerto en un caso- a rescatar a los demás y ajustar sus respectivas vidas pero… 27 años antes del accidente. El final del último capítulo es impactante y se abre a la incertidumbre como ningun otro.

LA NARRACIÓN NO LINEAL
Como dije, la historia es continua –no hay enigmas unitarios que resolver capítulo a capítulo- pero eso no quiere decir, ni mucho menos, que esté contada en forma cronológica. No sólo los insertos de acontecimientos pasados de los personajes principales nos ayudan a redondear la narración, sino que también muchas elipsis son completadas varios capítulos –e incluso, temporadas- después. (Por poner un ejemplo, el rapto de la hija de la francesa Danielle se comenta desde la primera temporada pero se ve en la quinta, aunque todos ya sabíamos que lo hizo Ben).
Al comenzar los saltos en el tiempo (cuando Ben Linus mueve la isla –o lo que sea-) y aceptar nosotros los espectadores las premisas que esto lleva, comenzaron a explicarse algunas interrogantes con escenas en la isla de años anteriores al accidente, que ayudaron a redondear la trama. Así Locke pudo interactuar 53 años antes con Widmore y Richard Alpert sin importar que en realidad él todavía no había nacido y, además, verse a sí mismo al viajar al futuro.
Si bien algunas acciones parecen efectistas e innecesarias, “Lost” parece una larga película (más de 84 horas) planeada minuciosamente desde el comienzo y no una serie alargada donde se van agregando tramas y subtramas, muchas veces inventando familiares o repitiendo esquemas. Lentamente, se va aclarando la historia aunque aún quedan muchas lagunas que la última temporada tendrá que despejar.

LOS ENIGMAS
¿Qué caracho es el monstruo de humo?; ¿Cómo volvió Locke de la muerte?; ¿De dónde salió Alpert?; ¿Cómo comenzó la rivalidad entre Widmore y Ben?; ¿Por qué la isla hace curaciones milagrosas –Rose, otra vez Locke- y las embarazadas se mueren?; ¿Cómo consiguió Ben el liderazgo de los “Hostiles”; ¿Qué cuernos pasó con Claire y por qué el padre de Jack aparece desde la muerte?. ¿Qué onda con los números malditos?.
¿Quién es –o era- Jacob?. ¿Qué es la isla, en realidad?.
¿Qué pasará en la sexta temporada, después de la explosión de la bomba de hidrógeno, que tendría que eliminar el accidente del vuelo 815?.
Muchas interrogantes. Seguramente me he olvidado varias. En Wikipedia informan que los productores aseguran que las van a responder y que van a ser relativamente realistas. Que nada de: “todo fue un sueño”, “están todos muertos y se imaginan eso”.
Veremos…

P.D.: Como en el fútbol, si hay que mencionar a los destacados de cada etapa, me quedo con los sarcasmos y los apodos de Sawyer, las peleas entre Miles y el gordo Hurley y, por cierto, todo el personaje de Ben, el más memorable malvado de la historia de la televisión mundial.

22 de agosto de 2009

El comienzo de "El pozo" de Onetti


Probablemente el escritor más importante de la literatura uruguaya, Juan Carlos Onetti (1909 - 1994) estuvo cerca de ganar el Premio Nobel en 1980 y sí lo consiguió con el Cervantes. Ha generado un culto por su carismática personalidad y su poco común actitud desdeñosa ante el éxito y la carrera literaria. No conviene olvidar que fue poseedor de una notable prosa con frases brillantemente construidas para reflejar anécdotas frecuentemente áridas, pobladas por personajes cínicos y mediocres. No me puedo olvidar el vergonzoso olvido con que lo despidió (o no) el gobierno del nuevamente candidato L. A. Lacalle con motivo de su muerte mientras tributaba numerosos homenajes a una vedette que sí había sido de su partido.
"El pozo" es su primera novela, muy corta, poco exitosa y mítica. Todavía no está Santa María pero sí Onetti. Aquí va el comienzo:


EL POZO de Juan Carlos Onetti

Hace un rato me estaba paseando por el cuarto y se me ocurrió de golpe que lo veía por primera vez. Hay dos catres, sillas despatarradas y sin asiento, diarios tostados de sol, viejos de meses, clavados en la ventana en lugar de los vidrios. Me paseaba con medio cuerpo desnudo, aburrido de estar tirado, desde mediodía, soplando el maldito calor que junta el techo y que ahora, siempre en las tardes, derrama adentro de la pieza. Caminaba con las manos atrás, oyendo golpear las zapatillas en las baldosas, oliéndome alternativamente cada una de las axilas. Movía la cabeza de un lado a otro, aspirando, y esto me hacía crecer, yo lo sentía, una mueca de asco en la cara. La barbilla, sin afeitar, me rozaba los hombros. Recuerdo que, antes que nada, evoqué una cosa sencilla. Una prostituta me mostraba el hombro izquierdo, enrojecido, con la piel a punto de rajarse, diciendo: —"Date cuenta si serán hijos de perra. Vienen veinte por día y ninguno se afeita”. Era una mujer chica, con unos dedos alargados en las puntas, y lo decía sin indignarse, sin levantar la voz, en el mismo tono mimoso con que saludaba al abrir la puerta. No puedo acordarme de la cara; veo nada más que el hombro irritado por las barbas que se le habían estado frotando, siempre en ese hombro, nunca en el derecho, la piel colorada y la mano de dedos finos señálandola. Después me puse a mirar por la ventana, distraído, buscando descubrir cómo era la cara de la prostituta. Las gentes del patio me resultaron más repugnantes que nunca. Estaban, como siempre, la mujer gorda lavando en la pileta, rezongando sobre la vida y el almacenero, mientras el hombre tomaba mate agachado, con el pañuelo blanco y amarillo colgándole frente al pecho. El chico andaba en cuatro patas, con las manos y el hocico embarrados. No tenía más que una camisa remangada y, mirándole el trasero, me dio por pensar en cómo había gente, toda en realidad, capaz de sentir ternura por eso. Seguí caminando, con pasos cortos, para que las zapatillas golpearan muchas veces en cada paseo. Debe haber sido entonces que recordé que mañana cumplo cuarenta años. Nunca me hubiera podido imaginar así los cuarenta años, solo y entre la mugre, encerrado en la pieza. Pero esto no me dejó melancólico. Nada más que una sensación de curiosidad por la vida y un poco de admiración por su habilidad para desconcertar siempre. Ni siquiera tengo tabaco. No tengo tabaco, no tengo tabaco. Esto que escribo son mis memorias. Porque un hombre debe escribir la historia de su vida al llegar a los cuarenta años, sobre todo si le sucedieron cosas interesantes. Lo leí no sé dónde. Encontré un lápiz y un montón de proclamas abajo de la cama de Lázaro, y ahora se me importa poco de todo, de la mugre y el calor y los infelices del patio. Es cierto que no sé escribir, pero escribo de mí mismo. Ahora se siente menos calor y puede ser que de noche refresque. Lo difícil es encontrar el punto de partida. Estoy resuelto a no poner nada de la Infancia. Como niño era un imbécil: sólo me acuerdo de mí años después, en la estancia o en el tiempo de la Universidad. Podría hablar de Gregorio, el ruso que apareció muerto en el arroyo, de María Rita y el verano en Colonia. Hay miles de cosas y podría llenar libros.
Dejé de escribir para encender la luz y refrescarme los ojos que me ardían. Debe ser el calor. Pero ahora quiero algo distinto. Algo mejor que la historia de las cosas que me sucedieron. Me gustaría escribir la historia de un alma, de ella sola, sin los sucesos en que tuvo que mezclarse, queriendo o no. O los sueños. Desde alguna pesadilla, la más lejana que recuerde, hasta las aventuras en la cabaña de troncos. Cuando estaba en la estancia, soñaba muchas noches que un caballo blanco saltaba encima de la cama. Recuerdo que me decían que la culpa la tenía José Pedro porque me hacía reir antes de acostarme, soplando la lámpara eléctrica para apagarla.
Lo curioso es que, si alguien dijera de mi que soy "un soñador”, me daría fastidio. Es absurdo. He vivido como cualquiera o más. Si hoy quiero hablar de los sueños, no es porque no tenga otra cosa que contar. Es porque se me da la gana, simplemente. Y si elijo el sueño de la cabaña de troncos, no es porque tenga alguna razón especial. Hay otras aventuras más completas, más interesantes, mejor ordenadas. Pero me quedo con la de la cabaña porque me obligará a contar un prólogo, algo que me sucedió en el mundo de los hechos reales hace unos cuarenta años. También podría ser un plan el ir contando un "suceso” y un sueño. Todos quedaríamos contentos.
Aquello pasó un 31 de diciembre, cuando vivía en Capurro. No sé si tenía 15 o 16 años; sería fácil determinarlo pensando un poco, pero no vale la pena. La edad de Ana María la sé sin vacilaciones: 18 años. 18 años, porque murió unos meses después y sigue teniendo esa edad cuando abre por la noche la puerta de la cabaña y corre sin hacer ruido, a tirarse en la cama de hojas. Era un fin de año y había mucha gente en casa. Recuerdo el champán, que mi padre estrenaba un traje nuevo y que yo estaba triste o rabioso, sin saber por qué, como siempre que hacían reuniones y barullo. Después de la comida los muchachos bajaron al jardín. (Me da gracia ver que escribí bajaron y no bajamos.) Ya entonces nada tenía que ver con ninguno. Era una noche caliente, sin luna, con un cielo negro lleno de estrellas. Pero no era el calor de esta noche en este cuarto, sino un calor que se movía entre los árboles y pasaba junto a uno como el aliento de otro que nos estuviera hablando o fuera a hacerlo. Estaba sentado en unas bolsas de portland endurecido, solo, y a mi lado había un azadón con el mango blanco de cal. Oía los chillidos que estaban haciendo con unas cornetas compradas a propósito y que llegaron junto con el champán, para despedir el año. En casa tocaban música. Estuve mucho tiempo así, sin moverme, hasta que oí el ruido de pasos y vi a la muchacha que venía caminando por el sendero de arena. Puede parecer mentira: pero recuerdo perfectamente que desde el momento en que reconocí a Ana María —por la manera de llevar un brazo separado del cuerpo y la inclinación de la cabeza— supe todo lo que iba a pasar esa noche. Todo menos el final, aunque esperaba una cosa con el mismo sentido. Me levanté y fui caminando para alcanzarla, con el plan totalmente preparado, sabiéndolo, como el se tratara de alguna cosa que ya nos había sucedido y que era inevitable repetir. Retrocedió un poco cuando la tomé del brazo; siempre me tuvo antipatía o miedo. —Hola. —Hola. Yo le hablaba de Arsenio, bromeando. Ella estaba cada vez más fría, apurando el paso, buscando las calles entre los árboles. Cambié en seguida de táctica y me puse a elogiar a Arsenio con una voz seria y amistosa. Desconfió un momento, nada más. Empezó a reírse a cada palabra, tirando la cabeza para atrás. A ratos se olvidaba y me iba golpeando con el hombro al caminar, dos o tres veces seguidas. No sé a qué olía el perfume que se había puesto. Le dije la mentira sin mirarla, seguro de que iba a creerla. Le dije que Arsenio estaba en la casita del jardinero, en la pieza del frente, fumando en la ventana, solo. (Por qué no hubo nunca ningún sueño de algún muchacho fumando solo de noche, así, en una ventana, entre los árboles). Nos combinamos para entrar por la puerta del fondo y sorprenderlo. Ella iba adelante, un poco agachada para que no pudieran verla, con mil precauciones para no hacer ruido al pisar las hojas. Podía mirarle los brazos desnudos y la nuca. Debe haber alguna obsesión ya bien estudiada que tenga como objeto la nuca de las muchachas, las nucas un poco hundidas, infantiles, con el vello que nunca se logra peinar. Pero entonces yo no la miraba con deseo. Le tenía lástima, compadeciéndola por ser tan estúpida, por haber creído en mi mentira, por avanzar así, ridícula, doblada, sujetando la risa que le llenaba la boca por la sorpresa que íbamos a darle a Arsenio. Abrí la puerta, despacio. Ella entró la cabeza; y el cuerpo, solo, tomó por un momento algo de la bondad y la inocencia de un animal. Se volvió para preguntarme, mirándome. Me incliné, casi le tocaba la oreja: —¿No te dije que en el frente?. En la otra pieza. Ahora estaba seria y vacilaba, con una mano apoyada en el marco, como para tomar impulso y disparar. Si lo hubiera hecho, yo tendría que quererla toda la vida. Pero entró; yo sabía que iba a entrar y todo lo demás. Cerré la puerta. Había una luz de farol filtrada por la ventana que sacaba de la sombra la mesa cuadrada, con un hule blanco, la escopeta colgada en la pared, la cortina de cretona que separaba los cuartos. Ella me tocó la mano y la dejó en seguida. Caminó en puntas de pie hasta la cortina y la apartó de un manotazo. Yo creo que comprendió todo de golpe, sin proceso, de la misma manera que yo lo había concebido. Dio media vuelta y vino corriendo, desesperada, hasta la puerta. Ana María era grande. Es larga y ancha todavía cuando se extiende en la cabaña y la cama de hojas se hunde con su peso. Pero en aquel tiempo yo nadaba todas las mañanas en la playa; y la odiaba. Tuvo, además, la mala suerte de que el primer golpe me diera en la nariz. La agarré del cuello y la tumbé. Encima suyo, fui haciendo girar las piernas, cubriéndola, hasta que no pudo moverse. Solamente el pecho, los grandes senos, se le movían desesperados de rabia y de cansancio. Los tomé, uno en cada mano, retorciéndolos. Pudo zafar un brazo y me clavó las uñas en la cara. Busqué entonces la caricia más humillante, la más odiosa. Tuvo un salto y se quedó quieta en seguida, llorando, con el cuerpo flojo. Yo adivinaba que estaba llorando sin hacer gestos. No tuve nunca, en ningún momento, la intención de violarla; no tenía ningún deseo por ella. Me levanté, abrí la puerta y salí afuera. Me recosté en la pared para esperarla. Venía música de la casa y me puse a silbarla, acompañándola. Salió despacio. Ya no lloraba y tenía la cabeza levantada, con un gesto que no le había notado antes. Caminó unos pasos, mirando el suelo como al buscara algo. Después vino hasta casi rozarme. Movía los ojos de arriba abajo, llenándome la cara de miradas, desde la frente hasta la boca. Yo esperaba el golpe, el insulto, lo que fuera, apoyado siempre en la pared, con las manos en los bolsillos. No silbaba, pero Iba siguiendo mentalmente la música. Se acercó más y me escupió, volvió a mirarme y se fue corriendo. Me quedé inmóvil y la saliva empezó a correrme, enfriándose, por la nariz y la mejilla. Luego se bifurcó a los lados de la boca. Caminé hasta el portón de hierro y salí a la carretera. Caminé horas, hasta la madrugada, cuando el cielo empezaba a clarear. Tenía la cara seca.
En el mundo de los hechos reales, yo no volví a ver a Ana María hasta seis meses después. Estaba de espaldas, con los ojos cerrados, muerta, don una luz que hacía vacilar los pasos y que le movía apenas la sombra de la nariz. Pero ya no tengo necesidad de tenderle trampas estúpidas. Es ella la que viene por la noche, sin que yo la llame, sin que sepa de dónde sale. Afuera cae la nieve y la tormenta corre ruidosa entro los árboles. Ella abre la puerta de la cabaña y entra corriendo. Desnuda, se extiende sobre la arpillera de la cama de hojas. Pero la aventura merece, por lo menos, el mismo cuidado que el suceso de aquel fin del año. Tiene siempre un prólogo, casi nunca el mismo. Es en Alaska, cerca del bosque de pinos donde trabajo. O en Klondike, en una mina de oro. O en Suiza, a miles de metros de altura, en un chalet donde me he escondido para poder terminar en paz mi obra maestra. (Era en un sitio semejante donde estaba Iván Bunin, muy pobre, cuando a fines de un año le anunciaron que le habían dado el Premio Nobel.) Pero, en todo caso, es un lugar con nieve. Otra advertencia: no sé si cabaña y choza son sinónimos; no tengo diccionario y mucho menos a quien preguntar. Como quiero evitar un estilo pobre, voy a emplear las dos palabras, alternándolas.

La nomenclator que te parió...

Ehrlich: Estás para la joda...

Uno, como simple ciudadano que paga sus impuestos, supone que el nombre de las calles de la ciudad tiene que homenajear a algo importante, ya sea esto una ciudad, un país, un río, una personalidad pasada o alguna virtud o condición importante (por ejemplo, las calles Democracia, Constitución, Justicia, República).
Aceptando que uno no conoce ni al 95 % de los tipos nombrados en la vía pública de Montevideo (por citar calles importantes, no todos sabemos quienes caracho fueron Ramón Anador, Juan Paullier, Benito Blanco o Carlos de la Vega) pero eso no es culpa de la comisión respectiva de la comuna sino de nuestras limitaciones personales… aceptando, digo, que tampoco uno conoce todos los arroyos, cerros y cañadas del territorio nacional y latinoamericano; quisiera que alguien me explicara a qué miércoles se pretende homenajear con las calles que voy a listar a continuación, incluyendo algún ejemplo que suena bastante fulero como parte de una dirección (Poner que uno vive en Los Tres Gauchos Orientales 444 esquina Gato Montés no ayuda a que lo tomen en serio):



Arbolito
Astelar
Betete
Bobi (ya reseñada aquí y origen de esta entrada, ¿es el perro de Olmedo?)
Bolacua
Calaguala
Castigo
Cefeo
Cerro (también existe una calle Liverpool, ¿para cuándo Av. Racing?)
Chon
Corregüela
Daca
Camino del Jefe
Camino Dellazoppa (sí, supongo que alguien se llamaría así, pero...)
Diorita
Enólogos (ya sé lo que son, pero por qué no una calle Oceanógrafos)
Escuchas (¿a quién?)
Figurita
Gato Montés (no es lo mismo...)
Gifuken
Guacziola
Guaruyalo
Hopa Hopa
Imperio (no al imperio)
Itá
Itú (bien, gracias)
Camino La Renga
Camino La Senda (o Avenida La calle)
Las Primicias
Camino Los Ñacurutuces
Los Tres Gauchos Orientales
Camino Machuca (ojo con pasar por ahí)
Marincho
Mediodía
Meseta
Miní
Mio Mio
Pastor (donde nací yo pero para nombre de una calle...)
Pita (¿el Carlos?)
Plus Ultra
Camino Ponientes (también, ojo acá con pasar de noche)
Pororó
Camino Proción
Rabón
Real (¿Envido?)
Requemada (conozco varias así)
Camino Sanfuentes
Soledad (¿homenaje a qué?)
Tolón
Tranvía a la barra
Valiente
Vigía
Camino Zendote (¿qué hacés, Zendote?)

Como decía Condorito, exijo una explicación.

10 de agosto de 2009

Un cuento mío de 1991

AUTOCRÍTICA CHINA

¿EN CUANTO ESTIMA, SEÑOR FAGALDE, QUE HA INFLUIDO EL ALCOHOL EN SU PENSAMIENTO POLITICO?

Desde hace un tiempo, no observo en ningún momento el cuerpo de las mujeres con las que me acuesto. Los detalles que siempre me habían fascinado y había coleccionado en mi memoria, comparando a Silvia con Alicia y a Nancy con Nelly, se me olvidaban antes de verlos: el color y tamaño de la selva de pendejos y la longitud y profundidad de la raya del culo, fundamentalmente. Tenía, como es lógico, un ranking de preferencias. Tenía, como todos, mujeres a las cuales volver periódicamente, ajustando después de un par de regresos el mecanismo de santo y señas para volver a sus cuerpos, para dedicar una noche del semestre a ellas. Mentirles lo que quieren oir y aceptar el ritual mentiroso ajeno.
Pero ahora sólo me interesa verles la cara, me obsesiona verles la cara. Es lo único que consigo verles durante la penetración. Me encanta verlas desnudas pero conservando los lentes permanentes o que me la muerdan las dientudas. Es cuestión de poder sacarse las ganas, de hacerse los gustos. Es increíble el poder que confiere la fama, la popularidad, el ascendiente que provoca en la cama el premio Planeta, la autoridad que da el Cervantes que hace que se violen apenas con la complicidad de mi poronga.
Yo sé que mi primera mujer era buena tipa y mejoraba su cuerpo con el tiempo. Era una buena compañera y confieso que fui el único culpable del divorcio con mis continuas infidelidades. Pero Cecilia debería haber comprendido que no podía negarme a todas las jovencitas y veteranas que se me regalaban a cada lugar al que yo iba a dar mis conferencias. Ella no comprendía cómo podía yo seguirla queriendo mientras le eyaculaba en la cara a una periodista de la que me había olvidado inmediatamente el nombre.
¿No comprendés, Cecilia, que no hay otro objetivo en esta sociedad que el éxito?. ¿Que hay que derrotar al fracaso, aunque sea tragando el semen de un exitoso?. Pensar que mi papá decía que si seguía escribiendo iba a terminar puto. ¿No comprendés, papá, que la sexualidad es la única manifestación mía de normalidad?. Acepto las reglas de juego, hago lo que tengo que hacer, es envidia lo que tenés, Cecilia, no te animás a lo que yo puedo. Te animaste poco antes y durante la luna de miel; después te aburrí como me aburriste vos. ¿De qué te quejás si sólo cogés cuando no aguantás más el cuero?
Me miro al espejo: no valgo mucho pero el tiempo me dio canas y arrugas como para dibujar un poco de expresión en mi cara, un poco de confianza en mi vida. Miro en pose bien estudiada al auditorio de esta ¿conferencia de prensa?, ¿presentación de qué libro?, ¿debate de qué mierda? , y me excito pensando a cuál me voy a levantar. Es casi poner el ojo y poner la bala porque van para eso.

Me despierto. No puedo creer que no sea cierto; parecía tan real, parecía tan lógico, parecía que siempre era lo que yo quería que fuera. Tengo miedo de abrir los ojos. Hace años que Cecilia no está en Uruguay. Frente a mí, la espalda desnuda de Jodie Foster, mi segunda esposa. Ronca suavemente en inglés. Quiero recordar cuando fue la última vez que le fui infiel, pero sólo recuerdo a los periodistas llamando a cualquier hora, consiguiendo incansablemente el número de teléfono que incansablemente cambiamos.
¿No es una renuncia a mis ideas de izquierda el haberme casado con una estrella de Hollywood?. ¿Seguiré criticando al imperio yanqui ahora que soy ciudadano yanqui?. ¿No me importa la película no sé cuál mierda en la que mi esposa interpreta tórridas escenas con el galancito me cago en el nombre?. ¿Qué le pareció a ella el Uruguay y su gente?. ¿Se siente ella una nueva Ingrid Bergman y yo un nuevo Roberto Rosellini?. ¿Me molestaron los cuplés de Los Saltimbanquis y La Gran Muñeca sobre nuestra relación?. ¿Dónde preferimos que nazcan nuestros hijos?.
Acomodo mi cara sobre el arco de la espalda de ella. Le encanta despertarse sabiéndome en búsqueda de su calor. Me encanta oler su piel tan pálida. Siempre me asombró la contradicción entre la resistencia al sexo en la vida diaria y la fogosidad al excitarme. Me siento realmente feliz en los momentos posteriores. Todo ha salido bien y ella me lo hace notar. Se acurruca felinamente y me dice las cosas más dulces que haya aprendido en castellano. Siempre coincidieron en que yo era muy cariñoso.
Aparentemente, los hombres no suelen serlo.

¿USTED SE DEFINIA EN 1984 COMO REVOLUCIONARIO, MAS ALLA DEL SECTOR AL QUE PERTENECIERA? A LA LUZ DE LOS SUCESOS DE EUROPA DEL ESTE, ¿MANTIENE ESA DEFINICION?

Hablamos mal el idioma natal y el del otro para entendernos. Siempre lo consideré como una ventaja y me negué a perfeccionar mi inglés más allá de lo que ella me enseñaba. Que sólo supiéramos lo que necesitábamos decirnos. Que sólo supiéramos decirnos lo que sentíamos. Que no hubiera palabras entre medio de los dos.
Suena mi despertador. Ella se despierta y sonríe al descubrir mi posición. La beso. Pienso: desayunar, pensar cómo llegar al viernes si hoy es martes y teníamos sólo dos notitas de morondanga en el semanario del cual soy secretario de redacción, escribir para el diario la crítica de la película que vi anoche.

Me despierto. No puedo creer que me haya sentido tan bien antes. No puedo ni moverme del dolor de cabeza. Trato igual de incorporarme. Me sorprende comprobar que no era tan difícil como parecía pero me caigo. Me doy contra las paredes. Arrodillado, acorto mi agonía metiéndome los dedos en la garganta. Vomito lenta y dolorosamente.
Nadie me supo explicar nunca por qué tomo tanto si vomito tan fácilmente. No tomo para olvidar. No vomito para olvidar. No tengo nada que olvidar.

¿SOBRE QUE PERSONA DE LA VIDA REAL ESTA BASADO EL PERSONAJE DE MELISSA BAZAN?

Sé que estoy absolutamente impregnado del olor a soledad. Que no hay perfume que lo saque y que todo el mundo se da cuenta. Por eso me emborracho, para tener el olor de mamado que encuentro más digno. Para oler a etílico culto, a Bukowski, a bohemio iconoclasta.
No me reconocen por los concursos ganados cuando meo en Colonia y Eduardo Acevedo, buscando un boliche abierto a las tres de la mañana. No me cuentan que me hayan leído cuando no doy el asiento en el 145. No entiendo cómo pude haber soñado que me había casado dos veces. Sigo soltero, cogiendo a cholulas literarias no siempre jóvenes con las que trato de que sea un desastre. En realidad, sólo me interesa manosear a esas grupies. Atribuyen al alcohol el que me duerma prematuramente con ellas. Un día me presenté a una entrega de no sé qué premio con un vaquero y una camiseta de Racing. Todos me aplaudieron. No entendí nada. Me dejaron pasar al salón sólo porque era el homenajeado, pero siento que los defraudo si voy bien afeitado.
Es fácil tomar cuando se está en la margen de los privilegiados, de los que tienen la vida resuelta. Yo escribo al mamarme. No me animo a hacerlo si no tengo el cerebro embotado.

Me despierto. Me duele la cabeza. No entiendo que hayan tantos sueños uno adentro del otro. No he abierto todavía los ojos. No recuerdo dónde puedo estar, qué día es hoy, qué altura del día.
-¿Se siente bien?.
-Sí, ya pasó- contesto. Escucho algo como que ya podemos empezar, está todo bien.
No se ve prácticamente nada. Sólo algunas de esas luces azules para dar color. Es un lugar, por lo tanto, que cree ser importante. Todos visten impecablemente. No puedo ver cómo estoy yo. Ojalá esté desnudo.
Me suben por unas escaleras que adivino y subo como puedo. Compruebo que nadie ve los escalones. ¿Está bien? me preguntan. Miento.
Me prenden las luces en la cara cuando iba a ponerme a gritar que lo hicieran. Es violentísimo. Creo que me despeinan tantos reflectores apuntándome al mismo tiempo. Sigo sin ver nada. No sé si debo improvisar unas palabras o contestar preguntas.
No sé si debo improvisar unas palabras o contestar preguntas, no reconozco mi voz en el micrófono moléstenme de la forma que les apetezca. Se ríen. Me aplauden. Uno grita: !genio!.
-¿No cree que fue demasiado duro con el representante del movimiento católico que explicó los motivos de la censura a su novela sobre Jesús?.
-Creo que fui demasiado suave.
-¿Pero usted es consciente que ha molestado a muchos católicos?.
-Sí, además pude averiguar que la Iglesia Apostólica Romana ha puesto precio a mi cabeza. Pero no teman: me protege el servicio de inteligencia iraní.
-¿Por qué mantiene la actitud anticuada de no hablar de su vida íntima?.
-Porque no me creerían. Pensarían que estoy fanfarroneando.
-¿Qué opina del destino de la humanidad?.
-Nada.
-¿Podría explicar el sentido último del cuento del puré de boniatos?.
-Sí.
-¿Piensa escribir sus memorias?.
-¿Y usted?.
-Yo no soy importante.
-Y yo menos.
-¿No cree contradictorio ser de izquierda y exigir hasta el último peso de sus derechos de autor?.
-Sería contradictorio si fuera de derecha y no exigiera hasta el último peso.
-¿Por qué cree usted que no le han dado aún el Nobel?.
-Porque esperan que agonice de cirrosis y dármelo de una vez y no tener que premiarme cada vez que publico algo.
-¿Es cierto que su esposa le abandonó por su alcoholismo?
-No, en realidad fue por descubrirme manoseando a mi suegra inválida.
Me piden mi opinión sobre el futuro del posmodernismo, el racismo europeo, Carver, la garra charrúa, Clinton, Onetti, Pablo Dotta, el minimalismo, el Frente, Tarkovskii, Fukuyama, Racing, la generación del 82.
No contesto a nada seriamente, demás está decir.
Nadie escucha mis respuestas, demás está decir.
-¿Qué es lo que más admira de Philip K. Dick?.
-Que no iba a conferencias de prensa.
-¿Qué opina de la infidelidad?.
-No sé, nunca fui ni me fueron fieles.
Iba a contestar que sólo existe el miedo o el amor. Pero no lo habrían aceptado. Hubieran evitado publicar esta respuesta. Me hubieran meado.
No me preguntan por qué escribo sobre la miseria y jamás doy un peso en la calle.
No me preguntan por qué ataco al machismo y le pegué a todas mis mujeres.
A nadie le molesta la pose.

Me despierto.
No sé si abrí los ojos o no. Nunca vi una oscuridad tan absoluta.
Abren la puerta.
Me golpean, me escupen, me arrastran.
El foco en los ojos, el agua fría que quema como el ácido.
Y la picana.
No puede ser, quiero gritar. Se derrumbó el comunismo, terminó la guerra fría. El fin de la historia. El plan Brady. Cien años de democracia.
Ni me doy cuenta cómo se estremecen mis piernas y mis brazos.
¿Cómo pueden haber sobrevivido algunos a ésto?. No les deben haber dado tanto como a mí.
Yo siempre dije que era terco como una mula, porfiado como un vasco.
Pierdo el sentido del humor.
Les canto todo.
No me preguntan nada, pero canto todo.
Me prometo nunca más meterme en política.
No sé si ésto va a terminar algún día.
Grito desesperado. Se ríen de mí.

Me despierto. No sé dónde estoy pero sí que espío a la selección canadiense de rugby cuyos integrantes se están bañando o esperan, desnudándose, el turno.
Me molesta el haberme escondido tras la persiana del vestuario y seguir observando sus cuerpos.
Me voy a retirar cuando veo que sobre la entrada al vestuario algo pasa. Algunos comentan algo o chiflan.
Al ver, comprendo. Entró Silvia, mi ex exposa o ex prostituta hogareña, como prefieran. La única mujer que me fue públicamente infiel.
Al acercarse todos los hombres, sonríe. Se saca entonces la camisa y el pantalón y queda únicamente vestida con sutién blanco y bombacha y portaligas negros.
Los canadienses estrechan el círculo. Apenas puedo ver cómo la manosean totalmente.
Cuando la dejan totalmente desnuda, se aparta, se arrodilla en un banco largo exactamente frente a mí y les va entregando, de a dos, su boca y su culo a todo el equipo.
Lo hace con detenimiento, con concentración.
Cuando todos han hecho las dos filas, la dan vuelta, la ponen boca arriba. Ella abre totalmente sus piernas, apoyando ambos pies en los estantes y la cabeza en el piso. Me mira a mí.
Cuando se han cansado, sacan sus cámaras fotográficas y ella posa.
Sin atinar a otra cosa, he arruinado mi vaquero eyaculando infinitas veces.

Me despierto.
En la televisión surge mi vieja declarando que "al Mario siempre lo vimos como algo especial. Siempre supimos que iba a ser alguien importante. Le voy a reconocer una cosa. Siempre fue rebelde; fue rebelde y porfiado de chico, pero lo quiero igual. Lo queremos a pesar de lo que es y de lo que piensa."

SEÑOR FAGALDE, ¿USTED SIGUE SIENDO ANTIRACISTA A PESAR DE LA CAIDA DEL SOCIALISMO?.

Suspiro implorando para que no ubiquen a la directora de la escuela que dijo que yo llegaría a presidente por lo brillante.
No, señora Aída, es todo lo contrario.
Soy el tema del momento. Hay polémicas, mesas redondas. Me invitan a montones de programas que no conocía y no me interesan.
Me han dicho, no sin razón, que es una buena oportunidad para llamar la atención sobre determinados temas de la cultura y la libertad de expresión.
Tanta efusividad por un cuento donde Jesús aparece crucificado y torturado hoy. ¿Qué pasaría si manifestara lo que pienso sobre Artigas, sobre el armamentismo, la homosexualidad, las drogas, los palestinos?. Sobre el estalinismo ya puedo opinar lo que quiero.
Toda esta parafernalia, esta pirotecnia no oculta la realidad que más me duele.
Soy un escritor del montón. Soy uno más que ha publicado, como tantos.
Aunque haya ganado el concurso de Banda Oriental (x), no soy el escritor que creo merecer ser.
Pero lo que más me duele, lo que más me duele, es aprender que no vamos a perdurar más allá de la muerte, no nos van a recordar más que unos pocos años más.
Me recuesto en un sillón. Me sirvo un whisky, dejo apenas la luz del video donde paso sin mirar el casette de mi boda ya arruinada.

Me despierto. Estoy sentadito en el water dudando que alguna vez me pueda volver a parar del mareo que tengo.
Todos comentan y fabulan sobre mi alcoholismo e imaginan vicios peores. ¿Por qué no hablan sobre la incontenible gula que arruina casi todas mis intervenciones en reuniones sociales?
Si se tienen que reir de algo, por qué no se ríen de ésto. Si con el alcoholismo gano fama de temperamental, con la panza me veo reducido poco más que a un impotente. Un impotente temperamental.
-You're fine, honey?
-Sí... sí, guacha, sí.
-Remember, you promess listen me.
-Oká.
Mi amiga Jodie Foster quiere contarme sus problemas afectivos tan particulares. Cree que yo también fui un niño prodigio y se me pegó a mí desde que vino a filmar al Uruguay.
Sólo un amigo para todas. A menos que necesiten urgentemente, impostergablemente, un par de polvos. Después tratar de convencerme que mejor dejarlo como un buen recuerdo y seguir como buenos amigos como si antes lo fuéramos.
Así pasan diez, veinte, treinta hombres o mujeres en sus vidas no dejando nada más que el vacío absoluto, divertido, gritón, bien pensante pero un vacío tan grande y tan cobarde como el de sus poemas, diciéndose al oído mentiras tan evidentes y tan aceptadas como los elogios que publicarán mañana del libro de cualquiera de ellos.
Salgo del baño. Debí suponer que los demás estarían tan mamados como yo, pero lo disimulan un poco mejor. Todos parecen ser escritores y/o periodistas. Todos han estado casados con alguno de los otros invitados. La mayoría me desprecia como escritor y los otros como persona. Cuanto más conozco a los escritores más quiero a mis tortugas Goya y Picasso.
Jodie se me acerca. Nunca la vi tan escotada. Hay una gordita divorciada que se quiere acostar conmigo y yo con Jodie y Jodie con un cuarentón profesor del IPA y así todo. ¿Por qué es así todo, yanqui?. Vos sos misterio para mí. Y quien dice misterio, amaga decir poesía, J.F.
Me acerco al barcito. Me bajo de la botella un monje recién abierto. Casi me muero. Me da más ganas de cagar que otra cosa, pero prefiero en la calle. Algunos me miran, no todos. Me acerco a la puerta, pasando al lado de una conocida novelista cuarentona con una de las caras de divorciada más calentona que yo haya visto en mi vida. La abrazo y la chuponeo abierta, babosamente. No puedo saber si se resistió o no. Abro la puerta, definitivamente, cantando la retirada del 32.

Me despierto.
Tengo los ojos cerrados.
Tengo miedo de abrirlos.


FIN


( x ) EL CHISTE RADICA EN QUE ESTE CUENTO FUE PLANEADO PARA SER PRESENTADO PRECISAMENTE EN EL CONCURSO DE BANDA ORIENTAL, AUNQUE FINALMENTE, NO LO PUDE PRESENTAR. QUISE HACER UNA ESPECIE DE METALENGUAJE. O METACONCURSO.