31 de mayo de 2010

Novela propia por entregas (final)

GARDEL NACIÓ EN LITUANIA (V y final)

-¡Literatura era la de antes!.

-Sí, no va a comparar...

-¡Pero claro que no va a comparar! –insistió Alvaro Fagalde, que parecía estar borracho no sé si de alcohol o de sicofármacos y no quería dejar pasar ninguna oportunidad de demostrarle al mundo que no hay anciano que no se ponga insoportable cuando se acuerda que ya se le pasó la juventud irremediablemente- antes todas las novelas que escribíamos eran historias policiales violentas, con torturas, tiroteos, palizas, masacres y corrupción; relatos de adolescentes curiosas o esposas aburridas con abundante sexo prohibido y desvergonzado; panfletos manijeros e intolerantes que buscaban hacer mucho ruido y amenazaban con cosas que jamás ibamos a querer hacer. ¿Y ahora, qué es lo que escriben?.

-Puf –contesté yo, que no tenía ni la menor idea de qué decir.

-¡Por supuesto!. Todo esos manuales de autoayuda y esos asquerosos libros que dicen que si encarás la vida de forma positiva, todos tus problemas se solucionan. “El secreto de mi éxito”, “Usted también puede ser un empresario”, “Esfuérzese al 110 % y será feliz”. Pregunto yo: ¿qué juventud puede salir si en las librerías sólo venden esas cosas?. Delincuentes, borrachos, putas finas, drogadictos, católicos. Como ese asesino en serie, ¿no vio?.

Comencé a huir desesperadamente, al comprobar que se había caído el último bastión de desentendimiento del tema del omnipresente “Leopardo”. En realidad, siempre que me cruzaba con este tipo comenzaba a huir. El problema es que dado mi actual estado aeróbico, él tenía aseguradas por lo menos dos horas de insoportable discurso antes que pudiera alejarme de su vista.

-¿Ese asesino?. ¡Es una pesadilla! –dije, utilizando el único recurso que me quedaba para desviar la conversación.

-¡No va a comparar!. ¡Pesadilla fue la de anoche!.

-Cuénteme –agregué, triunfante.

-Soñé que lo único que escribía eran novelas de jóvenes de clase alta que se pasan las noches en los boliches de Pocitos recitando a Lautremont y a Bukowski o caminando por la rambla; creen que un ejemplo de barrio pobre es Malvín y no saben que hay ciudad pasando el Palacio...

Finalmente, y después de un amenísimo repaso de todas las cosas que le molestan a mi vecino de la literatura actual, pude entrar al hogar-dulce-hogar, si me permiten el oxímoron. No hay caso, el que escribía bien era el hermano...

Oxímoron me hizo acordar a Oxobí, cosa nada rara si tenemos en cuenta que estaba adentro de casa. Me hundí –lógico- en mi sillón, absolutamente rendido. No lo había baleado cuando era capaz de ello, ahora sólo me quedaba aguantar su infinita estupidez y tratar de recordar qué cosas lo hacían calentar.

Como hago con todas las personas.

-¡Acerenza, tantos años sin vernos!.

-Demasiado pocos.

-¡Ja, ja!. Qué muchacho éste... no piensa cambiar más, según veo...

-Sí, pienso cambiar a la brevedad. Voy a reventar y me van a morfar los gusanos –no sin tener que hacer horas extras- y se van a repartir mi herencia mis queridos hijos. Herencia que por otra parte, en realidad, proviene de la madre. O mejor dicho, del ladrón de mi suegro.

-¡Ja, ja!. Siempre tan ocurrente.

-En cambio yo, después de veinte años de trabajo y de otros veinte años de un matrimonio por conveniencia, lo único que tengo mío es un fitito de mi misma edad que sirve ahora de cucha para el “Bilgeits”, mi perro.

-¡El perro se murió hace cinco años, pelota de playa!.

-Usted se subestima, Acerenza. Si viene a su casa el Jefe de Policía de Montevideo a pedirle consejos, es por su notable experiencia con asesinos en serie.

-Y, veinte años criándolos...

-¡Ja, ja!. En nombre de nuestra vieja amistad y teniendo en cuenta que usted es el más capacitado para ayudarnos a dar con ese delincuente, le pido que por favor nos asesore.

-En nombre de nuestra vieja amistad, lamento profundamente no ser yo el “Leopardo”. Así que como finalmente llegó a Jefe de Policía y no tiene a nadie más arriba para alcahuetear, me viene a chupar las medias a mí...

-Bueno, no es tan así. ¡Je,je!. Arriba mío tengo al señor Ministro.

-Sí, pero tiene que hacer cola.

-No sea malo, Acerenza. ¿Usted se cree que alguien puede llegar a esta culminación en la carrera profesional sólo con sonrisitas?.

-Tiene razón –contesté- vaya uno a saber las cosas que habrá tenido que dejarse hacer. Todos sabemos que al último Jefe que llegó al cargo por ser un buen policía lo nombró Rivera.

-¡Callate, rompehuevos, que no dejás escuchar la tele! –gritó uno de mis hijos.

-¡En vez de decir pelotudeces, mirá el noticiero que apareció otro fiambre! –agregó el otro.

-Es cierto, señor Acerenza. Desgraciadamente, el “Leopardo” mató a otra muchacha.

-“...el cadáver muestras signos inequívocos del martirio inenarrable que sufrió durante interminables días... discúlpenme, se nos hace difícil seguir hablando de estas terribles noticias pero nuestro deber profesional nos obliga a no ocultar ninguna información, aún si es de este tenor...”

-En la dictadura bien que se callaron la boca...

-¡Shhh...!

-“...¿por qué siguen pasando estas cosas impunemente?. ¿Por qué nadie parece capaz de hacer nada?. ¿Qué mundo le estamos legando a nuestros hijos?...”

-¿Vio lo que le decía, Acerenza?. No podemos permitir que siga esta locura. La gente va a comenzar a tomarse la justicia por mano propia con cualquier inocente y no podemos quedarnos con los brazos cruzados.

-Seguro. Los únicos que toman justicia por mano propia son ustedes. No admiten competencia.

-Vamos, no siga con los versos de siempre. Usted, que trabajó en esto, ¿no se siente responsable, como me siento yo?.

-Negativo. El que mata es él –dije, señalando la pantalla del televisor- y no yo. Yo sólo puedo matar a alguien si me le siento arriba.

-O cuando vas al baño –intervino Federica.

-No me jodan más con que soy responsable de nada –seguí- tengo guita, no me importa lo que le pase a los demás. Hace un montón de días que se meten en mi casa todo tipo de lunáticos y oligofrénicos culpándome a mí de lo que está pasando. Si no fuera porque sé quién es el asesino, juraría que él también vino a reprochármelo.

-¡Cómo que sabe quién es el asesino!.

-Y, sí.

-¿El “Leopardo”?.

-Si quiere llamarlo como lo llamó la prensa policial sensacionalista -valga la redundancia- sí.

-¡Pero quién es?.

-¡Momento!. ¿Cuánto vale para usted esa información? –interrumpió, obviamente, Adalberto.

-¿Cómo?.

-Hablemos en cifras.

-¡Callate, imbécil!. Vos no vas a vender nada mío. Si querés vender algo, conseguitelo vos con el sudor de tu frente.

-Te quedaste en los sesenta –dijo alguien a mis espaldas, creo que mi esposa.

-Por favor, señor Acerenza. No puedo creer lo que estoy escuchando... ¿quién es?.

-“...en la edición nocturna, daremos más detalles de la investigación policial para dar fin a este animal que tiene horrorizada a toda la sociedad uruguaya...”

-El asesino es un hombre de raza caucásica –suponiendo que existieran razas en la especie “Homo Sapiens”- de casi cincuenta años de edad, que mide entre 1,75 y 1,78 metros, pesa entre 80 y 83 quilos y calza cuarenta y uno. Además fuma “Republicana” sin filtro, usa escarbadientes e hilo dental para higienizarse el comedor y se pasa rascando la oreja y sacándose cerilla con el dedo meñique de la mano izquierda.

-No lo puedo creer.

-Utiliza siempre zapatos del estilo porteño, le falta algún menisco que otro en la rodilla derecha y le tiene terror a las enfermedades venéreas, por lo que usa preservativos incluso cuando tiene relaciones sexuales forzando a sus víctimas, por decirlo delicadamente.

-Parece que está hablando en serio.

-Estoy esperando el chiste contra los colorados.

-Es aficionado a las revistas de chismes de la farándula porteña; cuando se encierra en su antro sobrevive encargando comida basura por Internet y su fantasía sexual preferida –confieso que es lo único que tenemos en común- es que las muñecas Barbie le hagan una sesión completa de sexo oral.

-Mirá, mamá, la Ameba Gigante piensa...

-¿Cómo es posible, señor Acerenza, que pudiera llegar a esas fantásticas conclusiones?.

-Porque, señor Oxobí, me dedico aún a investigar las evidencias concretas. He pasado horas enteras revisando las fotos de los cadáveres y todas esas cosas y en vez de masturbarme viendo los cuerpos adolescentes desnudos y mutilados como hacen los cientos de miles de hombres de honor que visitan esas páginas, he intentado reunir los datos objetivos. Paso a explicar: ampliando las fotos y ajustando el brillo y el contraste –cosa que cualquier estúpido puede hacer y hasta la policía, digo sin temor a exagerar- se pueden ir descubriendo pequeños indicios que deja el asesino, vaya uno a saber si por descuido o porque –en realidad- quiere que lo descubran, como dicen los expertos de no sé qué que salen en la televisión.

-Continúe.

-Le mostraría mi colección de fotos trabajadas pero usted no tiene tiempo ni yo energía como para trasladarme tantos centímetros hasta la computadora. En una de ellas se ve que las quemaduras de cigarros son sin duda de “Republicana”.

-¿Cómo sabe distinguirlas?.

-Bueno... tenía una novia en Villa Biarritz que era un poco...

-Comprendo. No es necesario que dé más explicaciones.

-Ahora es Ministra. Sigo. En otra foto se ve una huella de pie que corresponde a un hombre del peso y la estatura que dije, sin olvidar que la pisada derecha está desviada de la forma típica de los que tienen la rodilla operada. Por supuesto, también se puede deducir el tipo de calzado. En otras imágenes –tres, creo- noté que todos los pedazos de diario que tienen las víctimas tapando su boca son, en realidad, de unas vomitivas revistas argentinas de vedettes contando que buscan a sus numerosísimos hombres “inteligentes y hogareños”. Ustedes habrán notado que todos los cadáveres fueron violados pero no tienen rastro de semen. Salió en todas las informaciones.

-Sí, usaba preservativos, ya lo sabíamos...

-Pero en dos de los contenedores de basura donde aparecieron los cuerpos, al lado tenían –como se pueden ver en las muchísimas fotos- una muñeca de ésas sí con bastante rastro en la boca, por no decir otra cosa, lo cual daría para interminables disquisiciones de cualquier psicólogo, a menos que sea lacaniano. Además, los senos y los genitales de las chicas y chicos, que fueron abundantemente manoseados por el “Leopardo”, están repletos de grasa, lo que sugiere que sólo come esas porquerías que te las amplían por cinco pesos más. También se puede concluir lo de los escarbadientes y la cerilla de los parlantes por la mugre que deja en los lugares donde tocó a los infelices.

-¿Y lo de la raza caucásica?.

-Bueno, queda más fino que decir “blanco”. El 93 % de los uruguayos somos blancos y si el “Leopardo” fuera negro o –más improbable aún- indio, lo hubiera recalcado inmediatamente Daniela, la pendex que perdía la memoria cada treinta segundos. Tenía pinta de tener mucha guita, o lo que es lo mismo, de ser racista.

-Supongamos que todo lo que dice usted fuera correcto. ¿Cómo puede saber a partir de esos datos quién es el asesino?.

-Porque coinciden totalmente con lo que se sabe públicamente de él.

-¿Públicamente?. ¿De dónde los sacó?.

-De un estúpido reportaje que le hicieron para publicitar su nuevo programa de entretenimientos, que lo presentan torpemente como si fuera una nota de interés público.

-Pero entonces... ¿quién es el “Leopardo”?.

-Ese tipo –contesté, señalando nuevamente la televisión.

-¿Héctor Heredia?. ¿El presentador estrella de canal 12?.

-¿Por qué no?. ¿Esperaba un negro que afanara carteras en la Caja?.

-¿Pero qué móvil podría tener Héctor Heredia para hacer algo así?.

-El móvil es obvio. Aunque no se puede descartar que el tipo haya salido así porque el viejo de chico lo fajara, lo violara y le obligara a ver dibujitos de Walt Disney, en realidad la razón está muy clara en lo que está a punto de decir:

-“Más detalles sobre este macabro y estremecedor descubrimiento en la tercera edición de...”

-¿Qué le parece?.

-¿Usted quiere decir que Heredia planificó estos terribles asesinatos para aumentar la audiencia de su programa de televisión?.

-¡Bravo, señor Jefe de Policía! –le respondí, aunque la mayoría de los presentes no advirtió mi tono irónico- ha podido efectuar su primer deducción profesional. ¿Cómo se siente?. ¿Le dolió?.

-¿Usted me está tomando el pelo, Acerenza?.

-Jamás haría otra cosa. Excepto que lo de Heredia es en serio. Si usted lee uno de esos suplementos de los diarios que quieren hacernos creer que lo más importante en la vida es averiguar quiénes van a protagonizar la nueva telenovela de la noche y cuál es la audiencia de cada programa televisivo, podrá ver que, justamente, el fracaso del noticiero –seamos generosos- de Heredia era cada vez más innegable, hasta que...

-El “Leopardo”...

-¿Es que nadie se puso a pensar cómo siempre era el programa de él el que llegaba antes y tenía las mejores primicias?. Claro, lo único que tenía que hacer era cambiarse de ropa.

-No lo puedo creer.

-No me importa. Con esta serie de “estremecedoras” y “peligrosas” notas logró acallar los atronadores rumores de que iba a ser reemplazado por otro presentador tan estúpido e ignorante como él, pero probablemente más joven y con más pelo.

-Pero no podemos detenerlo. No tenemos pruebas.

-Hagan lo que quieran, no me interesa. Yo no soy exactamente un adolescente y nadie que no tenga un container y una grúa me va a secuestrar. Y aunque eso pasara, puedo estar totalmente seguro que nadie me va a violar. Pero yo allanaría su casa con lo cual podría acumular suficientes pruebas como para ganar el Juicio del Siglo, Fama, Grandes Reportajes y, aunque sea mucho menos importante, salvarle la vida a dos o tres botijas que deben de estar agonizando dolorosamente en estos momentos.

-¿Cómo es que no nos dijo ésto antes?.

-Porque no se me había ocurrido antes. Usted me inspira a investigar. Supongo que por el método del absurdo.

-¡No puedo creerlo!. Que asombroso... vamos a arrestarlo ahora...

-Me gustaría verlo. No es que quiera insinuar que usted, Oxobí, haya sido alguna vez un poquito sensible a las presiones de algunos jerarcas muy influyentes, pero...

-¿Qué quiere decir con eso?.

-Espero que no recuerde lo que le pasó al Inspector Jefe que intentó investigar la más que absurda teoría de que el Secretario de la Presidencia se suicidó por amor junto a una copera, dejando sin efecto varias actuaciones judiciales sobre coimas, licitaciones fraudulentas y tráfico de influencias que lo implicaban.

-¿Eso qué tiene que ver?.

-Nada, excepto por el hecho que Heredia defendió agresivamente la estúpida teoría del suicidio y atacó sistemáticamente al Inspector. Si yo fuera uno de esos que sospechan de la corrupción de las altas esferas pensaría que alguien muy importante protege a Heredia y lo trataría de proteger ahora...

-Pero...

-No se olvide cómo hicieron matar al diputado González en la supuesta acción de unos subversivos en la embajada de Bulgaria donde el más opositor de los legisladores fue el único rehen muerto, invitado por primera vez en su vida a una fiesta oficial tres días antes de presentar en un juzgado las pruebas de que el Ingeniero Barrios fue asesinado por gente del Ejército por lo mucho que sabía. No precisamente de ingeniería, si me permite la infeliz rima.

-Eehhh...

-En todos esos casos, ¿quién fue el “periodista” que ridiculizó tenazmente todas las intervenciones que desconfiaban de las payasescas versiones oficiales?. No es necesario que responda y les pido mil disculpas a los payasos. Ahora, a lo que no le encuentro fácil explicación es al asesinato del tipo en el museo Blanes. Pero supongo que será otro típica acción de los celos entre catedráticos. Usted sabe cómo son cuando hay un decanato en juego...

-Usted me marea, Acerenza. No puedo perder más tiempo. Voy a tomar las medidas del caso.

-Me parece bien. Para eso le pagamos el sueldo.

Había dejado lo mejor para el final, conociendo sin ninguna duda qué era lo que lo haría enojar más, pero lamentablemente el entusiasmo por las revelaciones que le había regalado hizo que no prestara atención a ese efectivo remate y hasta creo que me agradeció y me invitó a comer a su casa.

-Nsrstvst nvstgnd tds?.

-Por supuesto que no, pelotuda. Son gansadas que improvisé en el momento, pero era la única forma que me dejara tranquilo.

ºººººººººººººººººººººººººººº

-¿Te puedo preguntar algo?.

-¿Otra vez lo de siempre, Federica?.

-Este...

-¿Por qué te interesa tanto?.

-Bueno, no... es que...

-Ya veo que nunca me vas a dejar de preguntar por qué me casé con tu padre...

-Lo que pasa es que... no puedo entender...

-¿Qué te creés?. ¿Que nació así?. Hace veinte años era muy diferente... ¿está dormido?.

-Pufff... ¿no lo escuchás?. Ronca más fuerte que un elefante asmático. Contame, ¿cuándo lo conociste?.

-Mirá, él estaba investigando a un novio que tenía yo.

-¿A otro novio?.

-Claro. Yo estaba comprometida con ése. Y sospechaban que había mandado matar a un tipo que competía con él por un cargo de C.E.O. en una multinacional.

-¿Y papá?.

-Encontró pruebas que hicieron que lo condenaran. Y así fue que me enamoré de tu padre y me casé con él.

-Así que el otro era el autor intelectual de un asesinato...

-En realidad, no. Las pruebas las sembró tu padre para quedarse conmigo. ¡Fue tan romántico!.

-Entonces papá fue un hijo de puta...

-El otro también. Era inocente de ese asesinato, pero ya había hecho desaparecer otros rivales de distintas maneras sin que le hubieran podido probar nada.

-Y vos te encandilaste con la historieta del detective...

-Bueno, en aquella época tu padre era agresivo, ágil, decidido, seguro de sí mismo. Era mucho más viril y fuerte que cualquiera de los chicos de mi barra.

-¿Y cuándo empezó a engordar así?.

-A los tres años de matrimonio...

-¡Pah, qué horrible!. ¡Sólo tuviste tres años de sexo como la gente!.

-No, m’ija. ¡Ojalá hubieran sido tres años!. Entendelo de una vez: ningún matrimonio llegó a tres años de sexo satisfactorio en toda la Historia de la Humanidad.

-No te banco. Por suerte, con Facu andamos rebien. Nos entendemos totalmente porque somos la coincidencia total. Esta tarde vamos a hacer la revolución.

-¿Qué es eso?. ¿Una postura nueva?.

-¡Qué gansa que sos!. Estás igual que papá. Nada que ver, vamos a ir a algún barrio pobre a enseñarles –en un lenguaje fácil y accesible, como para que hasta ellos puedan entender- cómo tienen que hacer para sacudirse a los que los explotan y así poder destruir a este sistema. Él me hizo ver la verdad: que nada podemos esperar sino de nosotros mismos y que la única lucha perdida es la lucha que se abandona.

-Me asustás, nena.

-Nada debe quedar en pie, como dice él. Todos están vendidos al imperialismo: los partidos políticos, los sindicatos, los medios de comunicación, los anarquistas, los estudiantes, los jueces, los indiferentes, la televisión, las O.N.G.s, los ecologistas. O se está con el pueblo, o se está contra el pueblo.

-Tomá, escuchá la Internacional arreglada para trombón –grité yo, dejando de fingir que estaba dormido, demostrando estruendosamente que las tres hamburguesas al pan llenas de ketchup y picante que había ingerido poco rato antes junto a un par de cosas que no sabía qué eran pero que también había comido, no me habían permitido redondear el proceso digestivo del todo correctamente, en tiempo y forma.

-¡Imbécil!, ¡reo!, ¡cerdo! –me respondieron ellas. Y buena parte de los vecinos.

Si tuviera que ser sincero, creo que sí estaba durmiendo. Aunque a esta altura de mi vida, no hay demasiada diferencia entre un estado y otro. En la televisión había un partido a punto de empezar de las eliminatorias del Mundial de fútbol Uruguay 2030. Más exactamente, era el desempate entre Brasil y Paraguay por el último lugar clasificatorio de la Confederación Sudamericana. Ésta había decidido que el partido de ida se jugara en San Pablo y la revancha en Río de Janeiro. Para que hubiera más garantías los jueces serían brasileros. E incluso, habían permitido –imagínense a qué selección- que jugaran dos jugadores titulares sancionados por expulsión, otro por doble amonestación, uno que había dado positivo en un control antidoping por sobredosis de heroína y otro que estaba procesado por asesinar a un rival a balazos.

Estaba esforzándome para que las evidencias de mi meteorismo fueran lo más indiscutibles en lo posible porque había escuchado que Adalberto había traído a un amigo a casa. Por razones que ignoro, mis hijos siempre se olvidaban de presentarme los jóvenes que los visitaban así que tenía que irrumpir yo para hacerme conocer.

-¿Qué son esos dibujos raros que están mirando? –comencé amablemente una presentación formal.

-Nada que te importe –contestó ilustrativamente mi pequeño.

-Ah, son esas copias de los dibujitos japoneses.

-Nada que ver, boludo. Son mangas.

-Es lo que yo dije, pero traducido al japonés. Son los mismos dibujitos hechos por computadoras baratas que pasaban en la televisión en blanco y negro hace cincuenta años. Las mismas caras y los mismos fondos.

-¡Uy, sonamos!. Empieza con todas las cosas viejas...

-¿No hacen historietas en serio los amarillos o se los prohibió Mac Arthur? –continué yo, que sé reconocer cuando quieren escuchar mis opiniones.

-Estos son mangas serios y con mensaje, señor.

-¿Qué mensaje? –respondí al extraño, que evidentemente no era hijo mío porque me hablaba con algo de respeto- ¿tipos que se suicidan si no cumplen con su deber, aunque su falta sea perder un partido de fútbol o no aprobar un examen?. ¿Niñas vírgenes e inocentes y/o semidesnudas?. ¿Superhéroes con personalidad de plástico que en vez de llamarse Yamimoto o Hikito, se ponen “Power Warrior” o “Gladiatorman”?.

-Dejate de joder...

-Por no hablar de los ojos redondos y las chicas anoréxicas que intentan ser puestos como modelos de belleza a ser imitados por los orientales de allá, avergonzándose de su naturaleza y condición.

-¿Por qué no te vas a cagar y nos dejás de rompernos las bolas? –gritó Adalberto, utilizando el argumento más común en los debates preelectorales uruguayos.

-¡Miren!. ¡Arrestaron al “Leopardo”! –llama mi mujer, probablemente también a mí, para mirar el televisor.

Yo estaba más asustado por la perspectiva de que mi hija creyera que una chica rica puede ser izquierdista y que mi hijo, a su vez, le prestara atención al arte. Así que no me acerqué a la tele, haciendo lo contrario de lo que hacían los demás –¿alguna vez hice otra cosa?- aunque no pude evitar escuchar sus comentarios mientras el nuevo periodista jefe del canal leía un comunicado de la dirección deslindando su responsabilidad ante el descubrimiento de que un ex empleado era el autor de esos incalificables crímenes.

-¡Qué hijo de puta!. Tenía tres guachos más secuestrados...

-Les había hecho de todo...

-Decime si un tipo como Héctor Heredia tenía necesidad de hacer algo así. Con la guita y la fama que tenía...

-Lo van a matar en la cárcel...

-¡Habría que caparlo en frío y meterle un fierro caliente en el culo!.

-Es otra prueba de la decadencia irreversible del capitalismo.

-¡Mirá lo que dicen ahí!: “Todo fue el fruto de una paciente y silenciosa tarea de investigación prolija y científica”...

-De la Garrafa Humana no dicen nada.

-¡Qué querés!. Si se enteran que fue el gordo el que adivinó cuál era el “Leopardo”, lo tienen que soltar al tipo.

Orgulloso del reconocimiento de mis hijos a mis habilidades deductivas aún intactas, comencé a arrastrarme a la cocina lo más sigilosamente posible –que nunca es mucho, dado que suelo chocarme contra las paredes, los muebles y me incrusto los bordes filosos de todo lo que haya a los costados de la mesa, la mesada y los aparadores. Pero, entusiasmados por lo que veían en la tele, no tuvieron tiempo de cerrarme el paso y pude armarme algo así como un refuerzo con todo lo que habían guardado dentro de la heladera.

Mientras engullía y alcanzaba a separar algunos de los pedazos de celofán, nylon, PVC –u otra sustancia cancerígena- que habían quedado entre lo que yo llamaba el relleno, me puse a pensar por qué no estaba en el curso de detective por correspondencia que hice hace tantos años el método de dar un culpable al boleo para que no lo jodan más a uno. La Justicia uruguaya funcionaría mucho mejor.


APÉNDICE

  • Héctor Heredia fue encontrado culpable de doce cargos de homicidio particularmente agravado, lesiones gravísimas, privación de la libertad y atentado violento al pudor (esto último por su actuación televisiva). Fue soltado a los quince días porque el Gobierno declaró que su caso estaba comprendido por la ley de Caducidad de la Pretensión Punitiva del Estado.
  • Adalberto Acerenza fue Gerente General de una cadena multinacional de hamburgueserías, Ministro de Trabajo y Seguridad Social, director del Banco República en el período en que fue privatizado y benefactor de los jóvenes pobres a través de la Fundación que lleva su nombre. Fue acusado de abuso de menores pero fue absuelto.
  • Federica Acerenza fue diputada de la fracción ultraderechista del Partido Nacional durante tres legislaturas.
  • Epifanio Oxobí es recordado como uno de los Jefes más íntegros, incorruptibles y operativos en la historia de la Policía uruguaya. Una calle céntrica lleva su nombre.
  • Zsuszi Krzystzwhisnkhy, alias “Murmullovsky” fue deportada a Burundi apelando a la ley de Extranjeros Indeseables.
  • Los cuadros que pintó Juan Manuel Blanes no son requeridos actualmente por ninguna galería de arte en ninguna parte del mundo.

(NINGÚN ASESINO SERIAL HA SIDO DAÑADO NI LASTIMADO DURANTE LA REDACCIÓN DE ESTA NOVELA)

FIN


2 comentarios:

Guillermo Bernengo dijo...

HAY QUE EDITARLO !!!!!!! caramba

Alvaro Fagalde dijo...

Para Julio o Agosto, un adelanto de la próxima: "La caída del muro de México", aunque la tengo un poco abandonada.