7 de septiembre de 2009

Largo pero creo que interesante...

COMO UNA DELGADA PARED DE ESE ARCAICO MATERIAL DENOMINADO PLÁSTICO


Está terminantemente prohibido mentir o introducir cualquier inexactitud en los datos personales cuando uno está buscando a quién amar un fin de semana. Ivo Heredia tenía siempre, obviamente, ideas sensatas en los momentos de búsqueda. Preguntó al programa cuáles eran las mujeres de su misma edad con similares gustos musicales y bastantes coincidencias en los juegos de los que le gustaba conversar. No utilizó un seudónimo, sino que sencillamente se hizo llamar por su nombre de pila.

El proceso arrojó una lista de diecisiete mujeres que podían satisfacer sus requerimientos. Borró inmediatamente a dos, que la memoria del programa le recordaba que ya habían salido con él. Otras diez estaban contactando con otros hombres, así que tampoco podía tenerlas en cuenta, porque ya no estarían disponibles. Quedaban cinco a su elección y no sabía por cuál decidirse. Ninguna de éstas decía ser rubia natural, no quedaba ninguna sin ser contactada. Luego de unos segundos de indecisión, envió un mensaje a una chica cuatro años menor que él, de piel blanca y cabellos castaños.

Ella aceptó, naturalmente, como cualquier dama decente. Pidió dos horas para llegar preparada al apartamento de Ivo y la cita quedó totalmente confirmada. Finalizado el contacto con quien decía llamarse Claudia7E, encargó a su cuenta el transporte que la traería. Entre los datos sobre “diversiones en tiempo libre y caprichos” ella había escrito que le gustaban los claveles y jugar al tenis. Encargó también esas flores para decorar su apartamento para la ocasión. No era precisamente un gusto sofisticado, pero le cayó simpático recibirla con esa cortesía inofensiva. Además, le agradó la posibilidad de poder utilizar después de mucho tiempo su moderno programa de simulación del campeonato de Wimbledon. Todo parecía estar pronto para una satisfactoria noche de fin de semana.

Llegó puntualmente y comenzó la conversación luego de los saludos y presentaciones explicando que Claudia era su verdadero nombre y que había nacido un 7 de enero. Ivo traía dos copas servidas de champagne desde el habitáculo de guardar alimentos porque no quería mostrarle que la botella había sido abierta anteriormente. Brindaron por divertirse y tuvieron sexo.

Cenaron. Como ella no había especificado ser vegetariana o tener alguna afección digestiva o alergia ni absolutamente ninguna enfermedad, él había elegido pollo sin piel con una salsa hecha con naranja y nuez de la que no recordaba su nombre, con puré de manzana y un vino blanco, seco y suave. La chica no pudo evitar dar un gritito cuando vio la mesa servida. Evidentemente, no estaba acostumbrada a ser tratada con detalles de cortesía y dedicación. Ya había dicho, repetidamente, su asombro cuando él cubrió su cuerpo y el de ella con sendas batas largas para sentarse más cómodos a la mesa de cenar.

Hicieron la digestión con el juego de tenis que los estaba esperando, ya abierto. Claudia admiró la decoración de la sala de máquinas de Ivo Heredia, especialmente la sofisticada, medida iluminación que agregaba toques de color al ocre dominante. Era su juego preferido, dijo que le asustaban los de guerra o de luchadores y ganó el segundo de los partidos. Luego de esa victoria, se desnudó y se acostó sobre la cancha, derribando la red y obligando a los jugadores a correr para no ser aplastados. Él la siguió y luego de hacerlo, la llevó en brazos al dormitorio.

El transporte que la llevaría de vuelta a su apartamento llegó con dos minutos de adelanto en la mañana. Ya se había bañado y vestido y estaba terminando de peinarse. Al darle el beso de despedida, le preguntó si podían volver a verse. Él, horrorizado, contestó que por supuesto que no y cerró la puerta, decepcionado de la cara de malestar de la mujer y la desagradecida manera de finalizar con una reunión más que aceptable.

Encendió la pantalla para mirar desde su cama, antes de dormir, algunas de las filmaciones de músicos del siglo XX que tanto le gustaban. Era domingo y no tendría que trabajar al despertar, pero probablemente no soportara la tentación de abrir su mensajería y hojear los pedidos que hubiera estado recibiendo en todas esas horas. Prometió que sólo miraría, sin cortar su necesario descanso, pero bien sabía que no había cumplido en la mayoría de las veces.

Se despertó sobresaltado, ya era tarde en la mañana y había dejado el proyector encendido. Luego de ir al baño y desayunar, hizo su rutina dominical de gimnasia y se bañó. Finalmente, buscó los mensajes de trabajo. Eran mucho más de los que podría atender, como siempre, y seleccionó los que le parecieron más interesantes. De todos modos, no encontró nada de los temas que verdaderamente le gustaban. Pudo cumplir fácilmente su promesa de no trabajar ese domingo.

Hizo su pedido de almuerzo y cena. No había programado ninguna visita a amigos o familiares de ninguna especie. Sería preferible dormir una siesta y matar el resto del tiempo viendo fútbol y música. No es que hubiera sido tan agotador el sexo que había tenido con Claudia7E –pensaba- sino que sabía que en la semana trabajaría de más, intentando aumentar sus ingresos y cubrirse de cualquier gasto extra que se pudiera ocurrir en los próximos días. No tenía ningún proyecto en especial; no tenía ninguna necesidad de comprar algún juego nuevo o de perfeccionar su máquina, pero intuía que estaba a punto de encapricharse con algo que todavía no conocía.

Qué raro esa muchacha, no era tan jovencita como para tener una idea tan ridícula como la de repetir una cita. ¿No se había dado cuenta, acaso, que él era un tipo que sabía tratar a una dama cuando llegaba a su apartamento?. Nada parecía indicar, hasta ese momento, que se desubicaría de una manera tan insólita.

Finalizó el día de descanso tal como lo había resuelto. En realidad, pasó mucho más tiempo de lo aconsejable con su juego de administrar una ciudad. Cuando tomó conciencia de la hora, ya había pasado el noticiero deportivo dominical que siempre veía. Si bien era cierto que el juego estaba en una etapa realmente apasionante donde cada decisión que tomaba repercutía en “vidas” y en posibilidades de supervivencia final de Herediópolis, no debía olvidar que no era más que un entretenimiento que le permitía descansar su mente del agotador trabajo de toda la semana. No podía dejar de perder la ecuación que relacionaba horas de trabajo con horas de esparcimiento y sociabilidad.

Despertó de buen humor para comenzar la semana. Estaba hasta un poco ansioso, deseando que llegara el momento de finalizar su desayuno, su mantenimiento aeróbico y su baño matinal para elegir los trabajos que aceptaría. Era una buena señal, después de todo, que no le pesaran en absoluto las largas horas de la complicada labor de sobrada responsabilidad que le permitía mantener su satisfactorio nivel de vida. En el fondo, terminaba de noche cansado pero vivía bien, feliz, con todas sus necesidades básicas cubiertas y trabajando en lo que más le gustaba hacer.

Sentado frente a la máquina, decidió que para ser lunes debía responder a la solicitud menos árida posible. Eligió un artículo en una página de interés general que le despertaba bastante simpatía y a la que hacía varias semanas que le aceptaba poco trabajo. En sí, era una reseña que pretendía abarcar a todos los intentos de músicos latinoamericanos de adaptar las tendencias contemporáneas del rock a los ritmos locales. Encaró con su habitual profesionalidad la corrección, sin perder el tiempo en abrir los archivos sonoros del artículo. No era, ciertamente, la música que le podía entretener.

Tal como dictaba la costumbre, corregía los muchos errores de ortografía, sintaxis y gramática y vigilaba la coherencia de tiempos, género y número del texto sin prestar atención a los nombres propios, que corrían como responsabilidad del autor y dejando, por cierto, intacto el sentido de la opinión vertida. Que no era precisamente la suya.

Le llevó dos horas terminar ese mamotreto de 3.247 palabras que, impreso, llevaría unas cinco páginas sin ilustraciones. Demasiado –pensó- para el tema, pero no era su problema. Envió el resultado final y recibió en dos segundos la confirmación de su cajero personal de la recepción del pago usual.

Arregló el pedido de su almuerzo y resolvió que sólo seguiría corrigiendo el material rutinario, de relleno de la misma página para matar el tiempo hasta que le entregaran su comida. Después, durante la digestión, vería una hora y media de la grabación del resumen de los diferentes campeonatos de fútbol y podría acometer dos o tres artículos aburridos para el resto del día.

No estaba obligado, ciertamente, a aceptarlos temprano porque eran muy pocos los correctores de textos en todo el Uruguay y sobraba el trabajo para todos ellos, pero prefería planificar su jornada cuando estaba todavía bastante animado. Siempre podía cambiar, de todos modos, si aparecía algo que le interesara más.

La mayoría de los artículos de casi todos los lugares salían sin corregir, tal como los escribiera el periodista especializado (suponiendo que no los hiciera algún redactor-pronto-para-todo sin saber nada del tema tratado) porque no conseguían ser aceptados por ninguno de los correctores, pero no les importaba mucho a los lectores. En general, se suponía que pocos usuarios podían decidir entrar justamente en ese artículo de esa determinada página en lugar de las otras miles de opciones del sistema. En cambio, eran ofrecidas jugosas remuneraciones para los dos o tres artículos principales de cada actualización, los que se consideraban que podían ser leídos efectivamente por la inmensa mayoría de quienes ingresaran a ese sitio, intentando que esos sí llegaran en buenas condiciones a la edición final. Pero Ivo y los demás no llegaban a cubrir todas las ofertas.

Sin embargo, no muchos jóvenes se inscribían a estudiar idioma español en las universidades. Eran mucho más solicitados los ingresos a carreras de comercialización, cálculos y estudios de mercado. Se consideraba en la secundaria un problema grave el alto porcentaje de alumnos que fallaban en ortografía. Él había destacado tempranamente y, llegado el momento, prefirió olvidar su vocación de estudiar Psicología para tener una profesión más segura.

Cenó y buscó en la pantalla de su cuarto unos videos del grupo Duran Duran, muy exitosos en la década del 80 del siglo pasado. Le encantaban las filmaciones primitivas. Se durmió sin darse cuenta que había olvidado planificar el trabajo del día siguiente.

Cuando se puso nuevamente frente a su pantalla de trabajo, comenzó como todos los días a buscar las nuevas ofertas surgidas durante las horas en que no estuvo en línea. El lunes había sido un día agradable y fructífero aunque se había propuesto, mientras se ejercitaba con sus mancuernas, que intentaría ese día, martes, poder asegurarse su salario mínimo semanal para cubrir sus gastos trabajando duro y así poder disfrutar más del resto de los días hasta el domingo. Era una idea extraña que se le había instalado insistentemente en la cabeza mientras se preparaba cada mañana para cumplir con su obligación.

Se sentía muy activo. Consiguió muy buenas correcciones que finalizó rápidamente. Almorzó tarde, absorbido por un estudio psicoanalítico sobre la incomprensión general y la angustia particular que deben asumir los CEO cuyas decisiones empresariales tienen costos sociales. Su autor insistía en introducir neologismos y conjugaciones verbales absolutamente exóticas y desafinadas.

Al terminar el día, estaba realmente muy cansado y agradeció no haber escatimado ningún ejercicio en su gimnasia matinal porque eso le había permitido llegar hasta ese punto sin dolores de cuello ni contracturas de hombro. Pensó en jugar un rato mientras llegaba la cena.

La problemática de la ciudad lo apasionaba y cada día que jugaba parecía ponerse aún más interesante. Pronto habría una encuesta entre sus habitantes para juzgar el gobierno de Ivo. Y si las opiniones eran muy desfavorables, podía perder muchos puntos que le impedirían llegar al objetivo de ese nivel.

Haciendo ahorros con las finanzas había podido contratar más guardias de seguridad y parecía haber hecho disminuir los delitos, pero necesitaba crear lugares de esparcimiento que fueran aceptados por la gente. Era la principal queja en ese momento y tenía que romperse la cabeza intentando equilibrar el menguante presupuesto municipal con las escasas ofertas de construcción que le presentaba el juego en la licitación que había convocado.

El tiempo había pasado muy rápidamente: le habían traído la comida y ni siquiera había activado a los jugadores; todavía seguía estudiando las posibilidades de decisión. Apoyó como pudo la bandeja con el preparado de verduras y comenzó a abrir Herediópolis.

Llegó un momento en el que tuvo que recapacitar. Era demasiado tarde y sabía bien que todo debía tener un límite. Se acostó. Buscó en su pantalla los partidos que hubieran tenido más goles como hacía siempre, sin permitir, naturalmente, que el sistema le indicara el resultado. Seleccionó Brujas-Lierse, jugado el domingo, en el que se habían convertido siete goles. Le gustaba el estilo del fútbol belga y también, ver cómo combinarían el azul y negro a rayas de la camiseta de uno con el amarillo con vivos azules de la del otro. Pero se durmió cuando todavía estaban 1-1.

Cuando comenzó a trabajar se sintió extrañamente pesado y desmotivado, pese a que había adelantado lo suficiente el día anterior como para no tener en el resto de la semana más preocupaciones. Había actualizado las ofertas de artículos sin visualizar que hubiera aparecido nada demasiado interesante en las horas en las que se dedicó a otras cosas que no fueran trabajar. El partido belga había sido interesante pero él se había dormido rápida y plácidamente. Algo le tendría que estar pasando.

No tenía interés en un chequeo médico. Después de todo, podía ser sólo un mal día. Pensó en mejorar su estado de ánimo buscando ofertas de lugares con los que trabajaba poco. Probablemente, fuera una buena ocasión para dedicarse a satisfacer a otra gente. Y en éso basó el resto de su día, comprometiéndose a terminar con él lo más elegantemente que fuera posible.

Cuando se acercaba esa hora, ingresó en la oferta y demanda de compañía. Siempre sería lo mejor para superar un mal momento. Por supuesto, había mucho menos gente anotada que en un fin de semana. Pero también había muy pocos hombres que contestaran. Como siempre que había tenido que entrar en un día como ésos, la gran mayoría de llamados eran de mujeres jóvenes que ya eran madres. Nunca contestaba a esa clase de gente, así que se alegró de conseguir una rubia natural, trece años mayor que él, con tres hijos ya adolescentes que se bastaban por sí mismos si su mami salía a ver a un hombre. Le agradó el apodo que había elegido: “Walrus”.

Tenía las tetas bastante caídas pero no era ni gorda ni muy flaca. Sobre todo, no tenía casi celulitis, que era lo que más hacía enojar a Ivo. Quizás hablaba demasiado y no quiso jugar. Pero era bastante práctica en la cama, más bien parecía que su conversación era un intento de ser amable con quien la había atendido bien.

Le dijo la hora en que necesitaba volver a su casa, se calló y colocó los brazos de él para poder dormir abrazada. Se despertó y se preparó para irse rápidamente, no aceptó desayunar y no le preguntó a Ivo su nombre.

Comenzó su gimnasia y pudo finalizar la más exigente de sus rutinas programadas. Evidentemente, se sentía mucho mejor y había descansado plenamente. Mientras se bañaba, decidió que podía trabajar con la misma intensidad con que lo había hecho el martes.

Frente a la máquina, eligió corregir un editorial sobre las desventajas que recaerían sobre las condiciones laborales y el nivel de vida de los asalariados si se incrementaba la regulación estatal en la actividad económica. Era una labor rutinaria, ya había trabajado en muchos artículos semejantes.

Cuando le quedaban sólo tres párrafos, el sistema cayó totalmente. Se quedó algunos segundos inmóvil frente a la pantalla ahora negra. Casi continuó digitando, incapaz de comprender lo que había pasado. Su equipo era profesional, ningún error lógico ni inconveniente en la red ni, mucho menos, un problema en el suministro de energía podía apagarlo.

Inmediatamente, un número imposible de determinar de policías ingresó en su apartamento y lo inmovilizaron de brazos y piernas, sin permitirle nada más que escuchar la voz de “quieto”.

No pudo darse cuenta ni siquiera que lo estaban llevando lejos de su lugar; que lo introducían en un extraño transporte muy diferente a los pocos que había conocido cuando salía un mes al año de licencia; que no sabía qué le podía pasar.

Pasó un enorme lapso de tiempo hasta que pudo intentar hablar como primaria respuesta.

-¿Adónde me llevan?.

-¡Silencio!. Usted va a hablar cuando nosotros le ordenemos hablar, va a callar cuando le ordenemos callar y cuando le peguemos, va a gritar de dolor cuando le ordenemos gritar.

Ivo Heredia quedó paralizado. Eran más de diez hombres salvajes que se habían apoderado de él y quien le había gritado parecía el más sanguinario de todos.

-¿No te das cuenta que somos la policía, boludo?.

Miró en dirección a quien le había dicho éso con una voz mucho más calmada, a mucho menor volumen, sin que eso implicara que no lo pudieran escuchar todos los que viajaban en ese demasiado pequeño armatoste.

Quiso preguntarle algo, pero tenía miedo. El que aparentemente era el jefe no dejaba de mirarle. Alguien le había puesto bajo la barbilla un palo, o algo así, que le sujetaba la cabeza contra la pared del vehículo.

-Ya llegamos, muchachos. Saben lo que tienen que hacer.

Para él bajar de la camioneta policial fue perder la noción de dónde pisaba y encontrarse totalmente en el aire sin conciencia del espacio. Lo bajaron como si fuera un paquete y lo primero que sintió cuando se abrió la puerta hermética fue el aire frío de la calle en un día totalmente nublado y unas manos que intentaban pellizcarle y golpearle.

Incapaz de nada, sintió que los agentes parecían querer aplastarle. Oyó gritos, insultos, violencia. Se pegó varias veces las rodillas contra el suelo pero fue inmediatamente levantado en vilo para seguir avanzando.

La puerta se cerró y todos sus secuestradores suspiraron. Lo transportaron con mucho mayor cuidado hasta una de las innumerables sillas que esperaban a ambos costados del inmenso salón, insuficientemente iluminado para sus colosales dimensiones. Pudo ver que todos los que parecían estar aguardando que los llamaran en esa oficina se levantaron y apartaron de su presencia.

Pensó que se iba a desmayar.

-¿Está mal?.

-No, qué va a estar mal –contestó el jefe de los policías- usted sabe cómo son todos éstos, Su Señoría. Siempre se hacen los torturados.

-Traigánmelo a mi despacho, que nosotras nos encargamos de él.

Se vio arrastrado, una vez más, hasta una oficina desagradablemente húmeda, con antiguos tubos halógenos que teñían todo el ambiente de un color azul insólito. Pudo leer, sin embargo, una placa : “Tribunal de Violencia Sexual, Decimoséptimo turno”.

Una mujer que estaba esperando sentada frente a una máquina le preguntó sus datos personales, como en cualquier trámite. Ivo contestó, intentando tranquilizarse. Cuando terminó de confeccionar su ficha, la funcionaria señaló con un mínimo gesto de su cabeza a la primera mujer que lo había recibido de la custodia.

-Ahora será interrogado por la honorable jueza María de los Angeles Labat, señor Heredia.

La mujer se le acercó y puso una mano sobre su hombro. A él le costaba levantar su cabeza y mirarla. Ella acercó su cara casi hasta besarlo, haciéndole sentir un aliento desagradable mezcla de cigarro y lápiz de labio barato.

-Decime por qué lo hiciste.

-¿Qué hice?.

La jueza le dio un puñetazo directo en el perfil de su cara que le tiró violentamente al suelo. Ivo sintió el sabor de su propia sangre dentro de su boca.

-Por favor, su señoría, ya le he pedido que no los tire para ese costado que ahí está la mesa de la impresora.

-¿Qué querés? –contestó ella- ya sé, pero me calientan éstos que se hacen los vivos conmigo. Cuando vienen acá, no saben nada. Anoche, te creías muy machito, ¿no?.

-¿Anoche?.

La jueza le dio una patada en el estómago. Ivo se sintió incapaz de levantarse y se quedó, en posición fetal, tratando de soportar si hubiera algún otro golpe. Nada más podía hacer.

En vez de eso, se acercó la secretaria y le ayudó a sentarse nuevamente.

-Yo que usted, confesaría todo rápidamente –le dijo- la señora jueza está muy cansada y tiene todo el trabajo del día muy atrasado y está un poco nerviosa por éso. ¿No es así, Su Señoría?.

-Me voy a poner al día cuando le dé un balazo en la nuca a todos estos degenerados, sin molestarme en preguntarle nada. Está bien, cumplamos las formalidades. No vaya a ser que este hijo de puta salga libre por alguna trampa de abogados.

-¿Qué abogado agarraría este caso, Su Señoría?.

-Sí, tenés razón. Es perder el tiempo. Bueno, empecemos, ¿cómo mierda conociste a Inés Serrano?.

-¿A quién?.

-¡Ah, no!.

La jueza volvió a levantarse de su sillón, dispuesta a seguir con el primer método de interrogatorio que había utilizado pero la secretaria le interpuso su brazo y habló a Ivo:

-Por favor, señor Heredia. ¿Usted cree que me gustan estas cosas?. ¿Por qué no se confiesa culpable de una vez y terminamos con ésto?.

-¿Culpable de qué?. No tengo ni idea de qué me están hablando. Les juro que no sé quién es esa mujer que me nombran.

-¿Cuándo invitás a una mina a tu apartamento no le preguntás el nombre? –dijo la jueza.

-No, no le pregunto ningún dato personal. La llamo con el nombre que ella me quiera dar y hago que ella también, conmigo.

-Muy bien, no hay ningún problema, es muy sencillo. Un pequeño cambio y ya está. Confesate culpable de la violación y homicidio especialmente agravado de “IS97”. ¿Ahora estás conforme?.

-¿Qué violación?.

-¿A vos te gusta hacerme levantar?.

-Yo... yo no he tenido ningún problema con ninguna mujer. No conozco a ninguna que se haga llamar IS97.

-Ta, te creo. Ahora explicame por qué la prueba de ADN te incrimina a vos con un 99,9999% de seguridad. ¿Acaso la víctima, antes de suicidarse anoche con 17 puñaladas en los pechos y en la cabeza se introdujo tus espermatozoides, que tuvo la precaución de comprar previamente por correo, en su vagina destrozada?. Quizás sean prejuicios feministas de mi parte pero creo que mi hipótesis es un poquito más creíble que la tuya.

-Espere un momento, por favor. Yo anoche recibí una chica en mi apartamento, es cierto, pero no tenía ese apodo ni tuvo ningún inconveniente hasta que se fue hoy de mañana.

-Para ser más exactos, se fue adentro de una bolsa y sí tenía algunos leves inconvenientes, a menos que sea cierto que hay vida después de la muerte.

-Es fácil de probar que yo tuve una cita normal con otra mujer.

-Si lo decís por un archivo de mierda de tu sistema que se puede alterar en una milésima de segundo, no te gastés. Voy a hacer rematar tu equipo y darle el dinero a los pobres.

-Puede ubicar a la mujer con la que pasé la noche.

-Alguna cómplice tuya.

-Tiene que haber pruebas de que estuvo conmigo. No puede ser que pase la noche en mi casa y no se pueda probar.

-No me digas a mí lo que se puede y lo que no. Sería bueno encarcelar a una mujer que te fabricara una coartada. Una de dos: o sos inocente, lo cual es imposible, o sos un asesino que ya lo había planeado todo con premeditación, lo que no te favorece en nada, precisamente.

-Tiene que encontrarla. Usó el apodo de “Walrus”.

-¿Walrus?. ¿Quién se va a acostar con una morsa? –agregó la jueza- yo, por lo menos, me pongo el nombre de un felino que obviamente, no te voy a decir cuál es.

-Es por una canción de los Beatles.

-¿Qué delito cometieron ésos?.

Ivo Heredia no contestó. No se sentía motivado como para una charla sobre la música del siglo XX. La jueza Labat hizo un gesto a su secretaria que se asomó a la puerta e inmediatamente se lo llevaron.

Mientras hacían el camino inverso hacia el transporte policial, tuvo que soportar nuevamente el asedio de la gente que esperaba en la puerta del juzgado. Ahora podía escuchar claramente los gritos de: “Asesino”; “Matenlo”, “Cortenle las bolas” y similares.

Alguien consiguió pegarle en la cabeza pero él parecía estar perdiendo el instinto de conservación. Casi no atinó a la escasa defensa que podía intentar.

Estaba totalmente confundido. No podía ser que lo acusaran de algo que era imposible que hubiera cometido. Ese tipo de aberraciones no ocurrían nunca acá en un país como Uruguay, estable, tranquilo, donde no hay terremotos. Comprendía la indignación de la gente que trataba de agredirle, pero sencillamente se habían equivocado de tipo.

En ese momento se estremeció. ¿Podría convencer a alguien de su inocencia?. ¿Qué era éso de que la víctima tenía muestras de su ADN?. Nunca había citado a nadie con ese apodo. Cuando volviera a su apartamento, buscaría el perfil de esa chica muerta y vería si había coincidido que en algún momento ella estuviera en la lista de mujeres que querían salir y él estuviera buscando pareja.

Pero un pensamiento peor llegó a él. ¿Volvería a su casa algún día?. Ya había visto cómo lo habían tratado. Algo extraño había pasado y nadie creería que él no mereciera el castigo que le tocara en suerte. Nadie le iba a ayudar. No podía esperar nada de nadie; tendría que limitarse a ser un sujeto pasivo de lo que se le venía encima.

Cuando volvieron a detenerse y entró en otro edificio, reconoció sin dudar a la cárcel que nunca había visto. Se dio vuelta instintivamente para ver las calles de la ciudad que no sabía cuándo podría volver a pisar.

No tenía la menor idea de cómo sería una prisión. Nunca había tenido nada que ver con ellas. Nadie le habló hasta que llegó a un pasillo que le pareció a Ivo su destino final.

Le sorprendió que las celdas parecían estar totalmente abiertas. No había rejas como había visto en todas las películas antiguas ni puertas ni nada. El guardia fuertemente armado que lo guiaba le ordenó detenerse, le estampó algo en su frente con una pequeña máquina que parecía perderse en la mano del hombre e hizo que diera dos pasos al frente para ingresar en la celda excesivamente iluminada.

Apenas entró, instintivamente, él extendió su mano para ver si no había ninguna puerta que le impidiera salir pero descubrió, asombrado, que ahora una invisible pared lo encerraba en su celda.

Estaba solo. Temía que lo pusieran con dos o tres delincuentes acostumbrados al ambiente que le atacarían apenas pusiera allí sus pies. Pero sólo había un mueble parecido a una cama y un rectángulo que se destacaba en la pared que a él le pareció una pantalla para vigilarle.

Se acostó en el mueble. Descubrió, varios minutos después, que con apretar uno de los botones que estaban en uno de los respaldos de esa extraña cama, lo que había tomado por el pliegue de una sábana se inflaba hasta hacer una aceptable almohada. Necesitaba descansar. Lo habían sacado violentamente de su vida habitual, seguía teniendo miedo, había sido muy golpeado y estaba dolorido. Aprendió en ese momento que el principal problema de convivir en ese pequeño rectángulo sería no tener nada que hacer.

Se despertó sobresaltado. Ni siquiera se había propuesto dormir, pero era evidente que estaba agotado. No tenía la menor idea de cuánto tiempo había pasado. La pantalla seguía como apagada, igual que cuando la había visto por primera vez. Intuitivamente -y porque no tenía nada mejor que hacer- comenzó a tantear en los diferentes botones hasta que encontró, satisfecho, el que encendía el televisor.

Nunca se hubiera imaginado que las cárceles tuvieran conexión a uno de los mejores sistemas de televisión. Era mejor que el de su propia casa; sólo le faltaba el sistema que le permitía grabar lo que quería, pero seguramente eso sería pedir demasiado. Tenía todos los canales de deportes y cine que se conocían.

Comenzó a sentirse mejor. Podía suponer que no tendría que soportar ninguna violencia en su estadía allí. Pero, lamentablemente, no sabía cuánto tiempo lo tendrían en esa celda bastante aceptable. ¿No sería una antesala a una verdadera prisión, con todo lo terrible que había oído que eran?. ¿Volvería a su casa algún día?. ¿No estaría esperando ahí su condena a muerte?.

Pudo concentrarse en un partido de la segunda división del fútbol irlandés. Creyó que todo sería tenerlo encerrado en una celda limpia con televisión para ver las 24 horas, pero intentó seguir razonando coherentemente. Tarde o temprano lo llamarían para bañarse, darle la comida o llevarlo a un recreo caminando por algún patio. Lo había visto en mil películas, no había habido jamás una prisión que los archivara en una pieza por siempre.

De repente, descubrió que un guardia le observaba parado junto a la pared transparente. Seguramente no había estado todo el tiempo ahí, aunque no tenía la menor idea de cuánto había pasado hasta entonces.

-Ya se aclimató el novato –le dijo.

Ivo Heredia tardó en contestar. Realmente no sabía que decir, aunque se sintió en la necesidad de no quedarse callado. El tono del extraño no parecía agresivo, lo cual era una novedad en ese día. Pero no tenía nada para decir.

-¿Vio todos los canales que tiene?.

-Sí... sí. Nunca pensé que...

-¿Qué en una cárcel les pongan bruto sistema de cable?. Es para que no piensen.

-¿Cómo?.

-Pan y circo. Como dice el viejo dicho: “el fútbol es el opio de los pueblos” –continuó- creen que poniéndoles ochocientos canales de deportes van a portarse bien.

-Este...

-El sistema es igual en todas partes. En su casa, le ofrecen el partido en directo para que no se acuerde de cómo lo explotan cada día en su trabajo. Y si se acuerda, lo encarcelamos y le ofrecemos el partido en directo.

-Eh... yo no, yo no me acordé de nada, discúlpeme. Yo estoy acá por un error.

-A ver, dígame usted que parece un hombre inteligente: ¿por qué va preso el que roba aunque sea para darle de comer a sus hijos y no le pasa nada al que mata a un adolescente en una cancha por el delito de ser hincha de otro cuadro?.

-No tengo ni idea –contestó Ivo, cada vez más extrañado.

-¡Está clavado!. El que roba está cuestionando el derecho de propiedad, que es el único derecho humano sagrado para el estado burgués. En cambio, el que va armado a una cancha de fútbol no está cuestionando absolutamente nada. Es el mejor ejemplo posible de sujeto engullido por el sistema –y agregó- ¿sabe cuándo se va a cambiar definitivamente éste estado de cosas?.

-Bueno, yo no sé mucho de política –intentó defenderse Ivo, que no sabía de qué forma no sería descortés con quien le vigilaba.

-El día en que no haya más Estado. El día en que todos seamos iguales y no exista más propiedad. En ese mundo, nadie será dueño de nada ni de nadie. Cada cual tendrá según sus necesidades y ningún ser humano será una mercancía.

-Sí... creo que sería mejor así.

-¿Usted comprende? –insistió el guardia- nadie pasará hambre; todos podremos trabajar en lo que mejor sepamos hacer y más nos guste sabiendo que construyendo una sociedad verdaderamente justa y democrática, nadie pasará necesidad alguna.

-Discúlpeme la pregunta, ¿pero usted vota a Silvia Mantero?.

-¿Al Frente Amplio?. ¿Es un chiste acaso?. ¡Por favor!. Sería solamente maquillar esta sociedad capitalista con un mero reformismo burgués.

-Este... hay algo que no entiendo. Usted quiere cambiar todo y está trabajando acá.

-¿Qué contradicción hay?. Hay que vivir mientras tanto. Además, es mejor que estemos infiltrados en todas partes.

-Entonces, si tanto le molesta la injusticia del sistema, ¿por qué no abre las celdas para que salgamos libres los que fuimos encarcelados?.

-¡Ufa!. Todos piden lo mismo. Nadie me escucha, sólo piensan en sí mismos -respondió.

-Yo soy inocente. Nunca le hice daño a nadie. De repente, entraron en mi casa y me encarcelaron injustamente.

-Toda reja es injusta. Toda libertad no es más que el comienzo. Es el sistema que nos obliga a robar.

-Pero yo no robé a nadie. Tengo más trabajo del que puedo hacer. Gano más dinero del que puedo gastar. Además, a mí me acusan de violación y homicidio.

-Más a mi favor: usted es un burgués inserto en la máquina. Hasta que llegó el momento en que no fue feliz, en que descubrió que todas sus riquezas y bienes electrónicos no significaban nada y que la vida estaba en otra parte. Pero canalizó su rebeldía ante la sociedad con otra víctima, en vez de hacerlo con los verdaderos culpables.

-Yo no canalicé a nadie, andá a cagar. Me voy a ver el fútbol, que me va a ser más útil –contestó Ivo.

-Sí, alienate bien. Eso es lo que necesitás.

-¡Comunista!.

-¡Cerdo capitalista!.

Se quedó en su cama y luego de unos momentos de mantener la rabia de la discusión, comprendió que ésta no había sido precisamente la manera más práctica de averiguar sobre la rutina de la vida en esa cárcel.

Estuvo acostado un largo rato hasta que se dio cuenta que sólo estaba cambiando permanentemente de canales sin sentido, aburrido. Se levantó y caminó unos pasos, pero no era mucho lo que podía hacer. Comenzó a preguntarse si no hubiese otra gente en alguna celda contigua, si pudiese encontrar alguna forma de comunicarse.

Sintió ruidos en el pasillo por donde lo habían traído. Eran pasos de bastante gente. Reconoció a la misma unidad que le había secuestrado de su casa. Entraron y se lo llevaron sin decirle nada.

-¿Qué pasa?. ¿Adónde voy ahora?.

-Señor, el detenido está hablando. El detenido está hablando.

-Sí, ya lo escuché, idiota –contestó ruidosamente el superior- ¿se cree que porque soy capitán tengo los sentidos atrofiados?.

-No, señor, no.

-¿Se cree que si el caballero dice algo soy incapaz de percibirlo con mis enormes orejas?. ¿Y se cree acaso, agente de segunda Arias, que si alguien habla en castellano mis conocimientos sobre semejante idioma son insuficientes para entenderlo haciendo imprescindible que un imbécil me lo traduzca justamente en el mismo lenguaje que él cree que soy incapaz de codificar?.

-No, señor, no –respondió el agente, aunque no estaba seguro de haber podido seguir el razonamiento.

-¿Entonces por qué me grita que el señor está hablando, llamándolo “detenido” y para peor, dos veces?.

-Es que yo pensé que el... el... el hom...

-Bueno, ésto sí es una novedad, agente de segunda Arias. ¿Usted piensa?.

-No, señor, no.

-Creo que el agente pensó que por estar encerrado en la celda de una prisión yo estaba detenido y no se me permitía hablar, ahora cuando me lleven a torturar ferozmente para que confiese no sé bien qué –intervino Ivo.

-¿Quién habló de tortura?. Acá sólo le damos su merecido a los delincuentes –contestó el capitán.

-Pero yo creí...

-Ahora vamos a llevarlo de vuelta a su casa.

-¿Cómo?.

-Ya encontraron al verdadero culpable.

-¿Al culpable?.

-¡Estos civiles!. Se mandan las cagadas y después quién tiene que poner la trucha ante la gente inocente.

Ivo hizo un pequeño gesto de asentimiento, que era lo que le pareció mejor para continuar la conversación y poder salir rápidamente de allí.

-¡Pregunté que quién tiene que poner la trucha ante la gente inocente, carajo!.

-¡Nosotros, señor, nosotros! –contestaron a coro todos los policías judiciales.

-Y cuando nosotros atrapamos a un delincuente, entran por una puerta y salen por la otra. Yo, en tres horas terminaba con toda la delincuencia en las calles de una vez y para siempre. Pero, ya está bien, pongámonos en marcha.

Cuando salieron finalmente a la calle, le sorprendió ver a unos cuantos desconocidos aplaudiendo su presencia, intentando besarle y palmoteándole amistosamente, con carteles que decían: “Triunfó la Justicia”, “Grande, Ivo”, “Ivo Heredia Inocente”.

Llegó a su apartamento sin saber si acostarse a descansar o hacer su gimnasia. Comprobó que parecía no faltarle nada y razonó que no tenía necesidad de ir a la cama porque era precisamente lo único que había hecho en las últimas horas y que no era conveniente esforzarse físicamente ya que todavía no estaba totalmente recuperado de los golpes.

Le tomó casi media hora tomar conciencia que efectivamente estaba de nuevo en su vivienda, que parecía haber soñado una pesadilla pero ciertamente había sido detenido por un crimen que no había cometido y había sido liberado sorpresivamente cuando menos creía que podría salir vivo algún día de allí.

Entró en el sistema, pero no tenía deseos de trabajar. Buscó en todos los noticieros información sobre su caso. En todas las páginas la información era similar. Nadie le mencionaba, nadie se acordaba de su detención.

Revisó las ediciones del día anterior. Su foto estaba en todas las tapas. Era la principal noticia. Su nombre figuraba en todos los títulos. Decían que él pretendía negar todo, pero las pruebas eran insoslayables. Que no había podido explicar nada. Y que el examen de ADN no dejaba lugar a dudas. Un sociólogo y una psicóloga habían tratado de desentrañar las razones por las que una persona insospechable como él pudiera haber sido capaz de tanto salvajismo.

Pero volvió a las noticias más recientes. Descubrió que el verdadero culpable se llamaba Christian Acerenza y, casualmente, tenía su misma edad. No había más datos de su ocupación, de si tenía dinero o no, de las posibles motivaciones.

Le llamó la atención que hubieran publicado en un par de lugares las fotos de cuando lo llevaban detenido a él mismo y no al verdadero asesino.

Pero algo le tenía nervioso. Sintió una aguda sensación de extrañeza y trató de ver más detalladamente las fotos en la página que las reproducía con mayor nitidez. No recordaba a la gran mayoría de quienes estaban al lado suyo manifestándose por vengar a la mujer asesinada.

Tenía que tener en cuenta que no tuvo ninguna oportunidad de verlos tranquilamente, sino todo lo contrario. Pero había dos, tres, cuatro personas que no podría olvidar fácilmente. Había un hombre todavía joven que le escupía y le gritaba cualquier cosa y otra mujer bastante mayor que le tiraba golpes con su paraguas, que no hizo más que lastimar a dos de sus custodias. Ellos tenían que haber salido indefectiblemente en alguna de las fotografías, pero no estaban.

Giró las imágenes 360 grados, las acercó con un potente zoom, aumentó su tamaño sin perder casi calidad pero todo fue inútil. Esas personas no estaban. No era posible.

Entonces advirtió otra cosa más rara aún. El no tenía camisa negra cuando lo llevaron al juzgado. No sabía que cambiaran los colores a las fotos. ¿Para qué?. Además, en todas las otras cadenas de noticias figuraba invariablemente con la misma camisa. Es más, no tenía una camisa. Había entrado con una remera blanca de entrecasa.

Buscó en el sistema una ventana al cielo que le permitiera comprobar cómo estaba el tiempo en ése día. ¡Estaba totalmente despejado como en la foto!. Recordaba claramente que le había llamado la atención lo cerrado de nubes que estaba el cielo, sin embargo, cuando bajó de la camioneta.

Las fotos no eran de él. Definitivamente, no había error. Eran de la detención de Christian Acerenza.

Pero, estremecido, se acercó a la cara de ese tipo desde el ángulo más visible. ¡Era idéntico a él!. No era parecido, era exactamente igual. Era como si él hubiera recreado, con otra ropa y algunos actores, la escena que había vivido el día anterior.

No tendría sentido que los informativos hubieran redigitalizado la foto para introducir su cara en el cuerpo del otro. Él no aparecía mencionado en ningún momento desde que había aparecido el verdadero asesino.

Se dio un golpe en la cabeza, molesto consigo mismo. La explicación era obvia, era estúpido de su parte no darse cuenta. ¡Sencillamente los habían confundido por ser tan parecidos!.

Le preocupó pensar en lo que le había dicho la jueza sobre que habían encontrado que el ADN que encontraron en la mujer asesinada era el suyo. Ivo podría aceptar que hubiera alguien imposible de diferenciar de él, aunque seguramente si se paraban los dos al lado, saltarían algunos detalles que no se podían apreciar en las fotos como sucede siempre en estos casos. Pero que otra persona tuviera el mismo ADN era absolutamente imposible.

Seguramente, sería una mentira de la jueza Labat. Era lógico suponer que siempre le diría eso mismo a todos los detenidos para que se asustaran y confesaran lo que hasta el momento no se había podido probar. Si él hubiera dicho que sí por miedo a los golpes, habría estado perdido.

¡Cómo se puede complicar de una vez por todas y para siempre en un segundo la vida de un hombre que nunca tuvo ningún problema ni hizo jamás daño a nadie!. Razonó que lo mejor en esa situación sería tratar de olvidarlo todo y distraerse un buen rato jugando con la administración de su ciudad. Es más, jugaría todo el rato que quisiera sin preocuparse de la hora ni de sus obligaciones. Se lo estaba debiendo, después de todas las que había pasado.

Estuvo un largo rato estudiando la situación de Herediópolis. La ciudad tenía dificultades financieras, pero Ivo había mejorado bastante sus condiciones arquitectónicas con grandes y visibles obras, dando trabajo inmediato a muchos de sus habitantes. Había intentado solucionar los inconvenientes más inmediatos de salubridad, de agua potable, de vivienda, siempre administrando lo mejor posible el escaso presupuesto del lugar. Sin embargo, lo que le tenía muy preocupado, era que no podía conseguir inversiones externas que pudieran darle más liquidez financiera. Recibía, en número cada vez menor, visitas de jugadores virtuales que estaban interesados en darle préstamos a su gobierno, pero con la condición de que ellos decidieran en qué se gastaría el dinero que ingresaba por impuestos.

Cuando se dio cuenta que estaba teniendo frecuentes gestos de disgusto porque las cosas no le salían, decidió que ya no valía la pena seguir jugando y que lo dejaría para otro día en que estuviera más tranquilo. No podía malhumorarse por nada en un día tan complicado. Encargó la comida y se preparó a elegir qué partido de fútbol bajar a su sistema para verlo cómodamente desde la cama. Necesitaba descansar y dormir todas las horas que fueran necesarias, sin presiones de ningún tipo de despertarse temprano. Tenía que olvidar rápidamente.

Despertó asombrado. Casi no se había dado cuenta de haberse quedado dormido. Era lógico que así fuera; hacía mucho tiempo que no podía estar tranquilo, sin angustias, feliz. ¿Por qué no decir feliz?.

Prefirió hacer una gimnasia más suave de lo habitual. Decidió trabajar intensamente. No podía estar todo el tiempo dando vueltas con lo mismo en la cabeza. Se prometió que en pocos días, sin duda, se reiría de lo que le había pasado.

Aceptó una nota acerca de los músicos europeos que intentaban recrear la música popular del siglo pasado. Habitualmente, elegía trabajos mejor pagados pero no le interesaba tanto el dinero en esos momentos. En segundo lugar, corrigió dos reportajes sobre la polémica generada por una vedette argentina que le mordió una teta a una colega y la demanda de ésta. En los dos trabajos, para sendas páginas de actualidad, había opiniones diferentes acerca de las razones del ataque pero Ivo reconoció las mismas faltas de ortografía recurrentes.

La silicona arruinada era la noticia del nuevo día. Ya nadie se acordaba de Christian Acerenza. No quería volver a lo mismo, pero se dio cuenta que tampoco podía conformarse con hacer de cuenta que nada había ocurrido. Con dificultad, consiguió encontrar las novedades del día sobre su caso.

El expediente ya estaba cerrado. Acerenza había confesado y una nota relacionada, sin corregir, transcribía las declaraciones del asesino en lo concerniente a sus motivos. Pidió inútilmente clemencia, quiso engatusar a la jueza Labat –decía el sitio- alegando que había perdido la cabeza y que no lo volvería a hacer nunca más. Que Inés Serrano no podía aceptar que él no quisiera seguir saliendo con ella y que le perseguía día y noche para volver a salir, haciéndole insoportables escenas de celos. Por eso citó a la mujer prometiéndole que se verían todas las noches y al llegar a su casa la golpeó, la violó y la apuñaló, incapaz de controlar su desesperación por el acoso inusitado de ella. Juró, llorando, estar arrepentido.

El editorialista finalizaba con la frase: “hay una unica manera que no vuelba a hacerlo más, señora juesa”.

Otra página en el sistema traía la biografía del sujeto y al comenzar a abrirla con la intención de terminar con el tema, se estremeció: había nacido el 6 de abril de 2007. ¡Exactamente el mismo día que él!.

Todo era demasiada casualidad. ¿Qué posibilidades matemáticas hay de que dos personas vivan en la misma ciudad, sean físicamente idénticas y hayan nacido el mismo día?. Ninguna –se respondió- sería un número tan pequeño que no tendría sentido calcularlo.

Entonces –siguió- no es imposible, después de todo, que sí hayan confundido el ADN de Acerenza con el suyo. Quizás no sea absolutamente igual y haya habido algunas pequeñas diferencias que hubieran obviado al encontrar su nombre en el sistema.

No, no tenía ningún sentido. No podía ser que arrestaran gente todos los días porque se parecían a una muestra genética y se arriesgaran a juicios y desprestigio político. Esas cosas seguramente pasarían en la época en que había ambientado Herediópolis, pero no en esta sociedad civilizada.

No sería serio que lo hubieran confundido porque su ADN fuera solamente parecido al que tenían como prueba del delito. Tenía que ser idéntico o poco menos.

¿Quién era Christian Acerenza?.

Buscó en la red algún dato en la memoria histórica que los vinculara a ambos de cualquier forma. No encontró nada. Pensó en la pobre mujer. Entró en el programa de citas y leyó en la ficha de datos personales opcionales que llenaban todos los que querían buscar una compañía. Decía que no tenía hijos, que era castaña clara, del signo de Piscis y un poco gordita. Que le gustaban las películas de amor, la sinceridad, los juegos de administrar una ciudad y disfrutar de la vida. Era una mujer diez años mayor que él. Y también que el asesino.

Fue luego a la base de datos de la ciudadanía. No fue difícil ubicar a una Inés Serrano nacida en el año 1997. No encontró nada interesante. Tenía un trabajo como secretaria bastante sólido, no registraba faltas a la ley, no tenía hijos. Nadie pensaría en ella como la típica mujer que persiguiera a un hombre.

Necesitaba saber. Volvió a la biografía de Acerenza y encontró su identificación en el sistema: “Ace7”. Tuvo la idea de vincular a “IS97” con “Ace7” y ver cuántas veces habían coincidido en la misma página de encuentros en el mismo momento. Le decepcionó el resultado: sólo cuatro veces. Y sólo una vez se habían comunicado entre sí. ¡Si habían salido, había podido ser sólo una vez como cualquier pareja normal!.

No sería imposible que se hubieran comunicado por programas secundarios, poco transitados, para que nadie descubriera que se estaban viendo regularmente. No sería imposible en realidad, pero Ivo Heredia estaba seguro que no era así. Nadie se conocía en un programa convencional y después se seguía citando en otro, para relaciones alternativas.

¿Por qué había mentido Acerenza?. Seguramente se había asustado y, cuando le dijeron como a él que tenían análisis forenses irrefutables, terminó por aceptar lo que ellos querían.

Pero por otro lado, no podía aceptar que fuera tan burda la investigación de un asesinato. Primero lo habían detenido a él, que nunca había visto a la víctima y después, a otro que sólo había salido una vez con ella, como cualquier persona.

¿Y era acaso una casualidad que el otro tipo parecía ser un clon de Ivo?. ¿No podría ser que hubiera algún testigo que hubiera visto a alguno de los dos?. ¿No podría ser que sí estuvieran tras una muestra verdadera de ADN?.

Tenía que conseguir algún dato concreto. Buscó la historia de IS97 en el programa de encuentros. Nunca había contestado más de una vez a un mismo usuario. No había nada que sugiriera que había ido más allá de donde una mujer llega a relacionarse con un hombre. No había nada que no dijera que había sido una mujer común y corriente.

No sabía, en fin, por qué razón alguien idéntico a él hasta un grado que lo aterrorizaba había asesinado a una mujer con la que sólo había salido en una relación absolutamente normal y rutinaria.

Un cucú pasó volando por su pantalla. Era la seña de todas las horas en punto en su sistema y comprendió que había perdido demasiado tiempo angustiándose por un asunto que ya era historia, que se había solucionado de la mejor manera posible para él y que ya no podría perjudicarle más. Que otro se preocupara de Christian Acerenza. No sería él, nadie se había preocupado por él, nadie se había comunicado en todas las horas que pasó encerrado, sin tener idea de qué podía pasar con él.

Se metió de lleno, nuevamente, en su trabajo. No era, por cierto, que necesitara pagar alguna cuenta sino más bien que tenía que olvidar.

Corrigió sólo notas pequeñas, ya era sábado y no había nada interesante para elegir. Pensó además que era preferible cambiar de tema constantemente. Necesitaba encontrarse con una mujer esa noche. Elegiría alguien que supiera apreciar una buena cena, un buen vino y buena música.

Esa misma noche, más que nunca, no podía permitirse cenar cualquier plato estandar, deshumectado, despersonalizado ni tampoco beber un agua sintética con sabor a mezcla de tres frutas ni escuchar una página del sistema que emitiera música sintetizada a partir de sencillas ecuaciones de segundo grado. Tenía que celebrar que estaba vivo llenando su estómago de verdadera comida, de algo que recorriera sus vasos sanguíneos para permitirle seguir siendo un hombre joven, sano, culto, con un buen trabajo, con una vida controlada y sin excesos; estimular sus sentidos educados en los mejores frutos de la sensibilidad cultural con una música artística y sentimental, natural y estimulante para poder tener buen sexo con una mujer que fuera capaz de hablarle de algo más profundo que preguntar quién pagaría la comida. Tenía que conseguir una mujer que supiera que hay diferencias entre un entrecot seleccionado con crema de mejillones importados desde España y una medialuna de jamón y queso hechos en laboratorio. Tenía que ubicar correctamente a quien supiera agradecer a un hombre que conociera de vinos y se lo serviera en una apropiada copa antigua y ser capaz de discernirlas de quienes eran las que contestarían a todas sus propuestas con un sí para no pasar un fin de semana en la cama de nadie.

Sin más, se puso a buscar en el programa habitual. No haría como siempre, no intentaría dar preferencia a los gustos y características más comunes y aceptadas por la mayoría de las personas. Esta vez exigiría que quien viniera a su apartamento lo hiciera habiendo leído y compartido sus necesidades.

Deliberadamente, no incluyó ningún filtro de edad, raza, peso o número de hijos. Tuvo así, lógicamente, acceso a toda la lista de mujeres que se había anotado en la red para ser contactadas. Había un total de 260, de las que la tercera parte no tenía ninguna preferencia ni característica en especial entre sus deseos. Eliminó a todas esas sin pensarlo dos veces y también a las que decían admirar al papa Juan Pablo IV y al presidente de Estados Unidos. Seleccionó un filtro de gustos y se puso a leer pacientemente, de entre las pocas que quedaban, qué era lo que habían anotado para intentar convencerlo de que tenía que invitarlas.

Todas, sin excepción, le parecieron una pérdida de tiempo. No parecían conocer ningún vino más que el que se vende por tarjeta en los avisos del sistema ni haber visto alguna película con más de cuatro años de estrenada.

En ese momento, tomó la decisión: entraría por primera vez en algún programa de búsqueda alternativo. Sabía, más que nunca, que tenía que haber aunque fuera una sola mujer que valiera la pena una vez en su vida llevar a casa.

Un poco nervioso, sin tener idea de qué se podía encontrar en un lugar así, Ivo Heredia listó a todas las mujeres que se presentaban en ese lugar sin filtrar ningún dato personal o de gustos.

Sonrió un poco con las que decían llevar sus propios accesorios de cuero y metal, con las que decían ser dos hermanas que compartían todo y con las que ofrecían gratis los videos de sus anteriores citas. Sin embargo entre la anécdota, había un significativo porcentaje de quienes decían haberse anotado allí en esa página marginal por no sentirse a gusto con el grueso de los hombres que buscaban compañía en los lugares de siempre.

Eligió listar las que pedían un buen vino de recibimiento o música agradable para acompañar los momentos de la pareja y comenzó a leer atentamente las pocas ofertas que quedaban.

Descartó por las dudas a la que usaba el apodo de “Pantera” e intentó afinar los gustos musicales buscando a quienes habían introducido datos más específicos en ese ítem en su ficha personal. Ya lo había decidido irreversiblemente: no miraría ni por un instante lo que hubieran anotado en materia de gustos sexuales ni descripciones físicas. No le daría importancia alguna si la que le interesaba tuviera hijos o problemas con la ley por alguna adicción.

Invitó a una chica tres años menor que él, que decía buscar “hombres que supieran valorar adecuadamente a una compañía que les hiciera feliz” y que pudieran darle “un ambiente diferente al encuentro de ambos”. Eso era exactamente lo que Ivo Heredia quería. Si bien generalmente asociaba a las mujeres mayores de treinta como las que tenían la suficiente experiencia y madurez como para disfrutar de una salida fuera de lo común, especial, como la que él planeaba, creyó que no era ésto más que un prejuicio extendido. Seguramente, esta chica que usaba el apodo de “Ve10”, no era una más. Buscaba otro tipo de hombre. No podía entrar en la idea propia de viejos de que las botijas jóvenes son todas unas putitas que se acuestan con todos los hombres que encuentran y que las mujeres veteranas son las únicas que saben elegir y hacer feliz a un tipo.

Decidió que no podía perder el tiempo en tanto pensamiento y que tenía que apurarse a encargar todos los elementos que seleccionaría para su fiesta. Encargó, después de elegir trabajosamente, el vino y los platos que serviría como entrada y principal. Apartó cuatro de sus mejores discos del siglo anterior y terminó de ajustar la decoración de la sala de entrada, algo desordenada después de la detención.

Cuando ella avisó que había llegado, se sobresaltó. Puso en el sistema una antología de Phil Collins y se dispuso a dejarla entrar.

No era negra, pero tenía la piel un poco oscura. Era todavía bastante joven como para poder llevar su barriga al aire y su cabello desordenado y pintar intensamente sus labios aunque no tanto sus ojos, detalle que Ivo agradeció. No estaba escotada pero su buzo permitía adivinar que tenía muy buenos pechos, aunque su cintura ya casi no existía y sus nalgas eran bastante chatas.

Se besaron largamente. A ella pareció sorprenderle gratamente el detalle de la música y las luces secundarias del apartamento encendiéndose de acuerdo a aquella. Él le sirvió una copa de champagne auténtico y brindaron en silencio, observándose. Ella se había quedado vestida con una camisa de la que desabrochaba sus botones a intervalos regulares.

Ivo Heredia se echó sobre ella antes de terminar su bebida y de que se desnudara totalmente, besando sus pechos. Nunca había visto una mujer desnuda que no fuera blanca y le excitaba verla mientras la hacía suya. Se hicieron acabar dos veces y comprobó, por primera vez en su vida, que podía intensificar su placer cuanto se lo propusiera si se esforzaba cada vez más.

Ella se quedó dándole la espalda, abrazada, escuchándole hablar de su trabajo y de sus esfuerzos para dirigir la ciudad que había llamado Herediópolis para después contarle, a su vez, que era una licenciada en Ciencias Políticas que daba clases y hacía investigaciones esporádicas.

-Espero que no hayas estudiado nunca conmigo –agregó.

-No. Sólo estudié Idioma Español. ¿Por qué?.

-No –se sonrió- es que una vez... en otra cita, él me dijo qué hacía y descubrí que era un alumno mío.

-¿Hace mucho?.

-No, sólo un par de meses. Recién este año comencé a dar clases. Tendrías que haberte dado cuenta que soy una chica demasiado joven como para tener mucha experiencia como docente. En realidad, soy ayudante de cátedra pero el grueso del trabajo lo hago yo. El titular es el prestigioso Licenciado Oxobí que, por supuesto, permite generosamente que los aprendices hagamos todo el trabajo.

-¿Y qué hiciste con ese estudiante?.

-Nada. Tuve tiempo de inventarme otra ocupación y no sospechó nada. A fin de año voy a tener que decidir si pasa de año o no, pero no va a influirme con lo que hayamos hecho.

Ivo sirvió la comida. Ella parecía estar muy contenta del cuidado que había empleado él en mejorar la rutina habitual de las citas concertadas con detalles como la bebida seleccionada, la cena cocinada manualmente, el sistema de audio que, rigurosamente programado, creaba un clima de irreal romanticismo.

-A mí nunca me gustaron estos juegos de administrar una ciudad. No sé, vos dirás que estoy loca, pero para mí es como si los muñecos tridimensionales tuvieran vida.

-¿Vida?.

-¡Claro!, ¿nunca pensaste algo así?. Yo los veo protestar por lo que anda mal, sufrir por sus problemas. Los veo tan indefensos que una los puede matar cuando se le antoja. ¿Nunca te preguntaste cuándo se puede considerar que algo tiene vida o no?. Ellos se enferman, lloran, se enamoran, se mueren como nosotros.

-Verónica, por favor. Son sólo muñecos programados.

-¡Claro que sé que no son de carne y hueso, no soy estúpida!. Pero ellos tienen su propia vida y me entristece pensar que están a merced de alguien, totalmente indefensos. Además, ¿de dónde sacaste que me llamo Verónica?.

-¿No es tu apodo Ve10?.

-Sí, pero Ve no es de mi nombre. Yo me llamo Silvia.

-¿Y qué quiere decir Ve?.

-No te lo voy a decir.

-Es el nombre de otro tipo.

-No te lo voy a decir. ¿Para qué arruinar una noche que estaba desarrollándose tan bien?.

El se calló. Ella tenía razón; había entrado de la peor manera posible en un tema que no tendría que haber tocado. Trató dificultosamente de hacer olvidar el mal momento mostrándole la pantalla de televisión que tenía en su dormitorio en fase con el equipo de audio y el sistema de iluminación. Eligió una película de guerra ambientada en una selva sudamericana para demostrarle la efectividad de la interrelación de los diferentes equipos. Silvia quedó maravillada con la sensación de estar realmente en medio de la escena que veía en la inmensa pantalla. Pero después de un minuto de quedarse viendo el televisor, se acostó encima de Ivo para volver a tener sexo.

El resto de la noche continuó sin incidentes. Durmieron unas pocas horas ya entrada la madrugada y ella le pidió para irse poco después de que la ventana digital del dormitorio anunciara que el sol estaba a pleno. Él la convenció de quedarse para desayunar juntos.

-Hacía mucho tiempo que no dormía tan bien.

-Eso quiere decir que ya habías dormido así.

-¿Con otro hombre? –se sonrió- por favor, ya tengo más de diez años.

-No, digo, que habías pasado así tan bien con alguien.

-¿Qué importa éso?. Yo no te pregunté con quién pasaste ayer. Me imagino que no soy la primera a la que le servís champagne.

-Yo no lo digo por eso.

-Dentro de un rato me voy y no te molesto más –dijo mientras le guiñaba un ojo y terminaba su taza de café con leche- ¿para qué complicar las cosas?. Lo único que importa es que la pasé muy, muy bien contigo. No necesitamos averiguar la ubicación en el ranking del otro para estar satisfechos.

-Yo no hablo de un ranking. Yo hablo...

-Cambiemos de tema, por favor –le interrumpió ella- vos me demostraste que podés ser muy encantador. Prefiero llevarme esa imagen en un minuto cuando me despida.

-¿No podemos volver a vernos?.

-¿Estás loco?.

-¿Por qué no?.

-¡Claro que no!. ¿Qué te creés que soy?. ¿De dónde sacaste esas ideas?. Haceme el favor y llamame ahora a un taxi.

-Sí, pero yo...

-¡Nada!. Llamame un taxi, te digo.

Ivo Heredia vio cómo ella se iba hacia el vehículo que la sacaría de su casa y que había perdido cualquier esperanza de volver a verla. Comprendió que en realidad nunca había tenido ninguna. Volvió a su dormitorio y tuvo que decidir si iba a limpiar en el momento de quedarse solo como acostumbraba o esperaría a despertarse. Levantó la botella aún no vacía de champagne y la destrozó contra la pared y se acostó llorando.

Se despertó a una hora que no acostumbraba ni siquiera en domingo, con menos dolor de cabeza del que se había imaginado. No pensaba tocar una tecla de su sistema y tuvo que interrumpir su gimnasia diaria porque seguía retornando incansablemente en su cabeza el final de la noche anterior.

Lo único que le quedaba hacer era intentar olvidar jugando con la administración de Herediópolis. Se dijo que jugaría todas las horas que fueran necesarias hasta que pudiera volver a pensar con normalidad. Sabía, sin ningún lugar a dudas, que esta tormenta pasaría como pasan siempre todas aunque duelan profundamente mientras permanecen. Nunca se había sentido tan derrotado, tan humillado, tan indefenso en su vida. No podía entender qué era lo que había salido mal, cómo podía ser que ella no hubiera querido volver a visitarle, qué tendría que haber dicho para que lo aceptara.

En la ciudad todo parecía estar mal. -¡Lógico!, todo me sale mal hoy en día –pensó. Faltaban muchas cosas imprescindibles para el desarrollo de la vida diaria de sus habitantes e Ivo no tenía la menor idea de cómo conseguir recursos urgentemente para solucionarlos. No entendía de qué forma se podía impedir la degradación de la población. Cada vez había menos producción, menos trabajo. Cada vez veía más muñecos llorando, más muñecos peleando, más muñecos robando. Hacía tiempo que no leía los mensajes que le enviaban. Estaba desesperado. Ya no se divertía probando con las distintas combinaciones de ropa, de trabajo, de pareja.

El control del juego le envió un mensaje: dada la crisis total en que estaba sumergida Herediópolis, la única solución posible era entrar en guerra con otra ciudad virtual. Lógicamente, el juego inventaría cualquier excusa que le permitiría a Ivo distraer a la población de los numerosos problemas convirtiéndolo a él en un héroe que salvaría a la patria y reactivar, al mismo tiempo, algunos sectores de la economía.

Ivo Heredia aceptó. Se le desplegó un menú con varias razones para emitir la declaración de guerra a Villa Hermosa, la ciudad cercana más débil. Eligió, a propósito, la que le pareció más tonta y aumentó vertiginosamente su popularidad. Los muñecos se prepararon alegremente a luchar.

Se dedicó durante horas, a comprarle armas al sistema, a acondicionar las instalaciones de las Fuerzas Armadas, a preparar el territorio para protegerse de una invasión. Hasta encargó a un músico profesional un himno. Había recobrado el entusiasmo en algo, al menos. El escaso dinero de la administración era dirigido hacia el presupuesto de defensa, los escasos alimentos eran prioritarios para los que iban a pelear.

Comenzó la guerra. Ivo parecía ser un mejor estratega militar de lo que él mismo había imaginado. Lentamente, sus tropas iban logrando mejorar su posición. Las bajas eran muchas pero había aprendido sobre la marcha y había podido corregir algunos errores que le permitían evitarlas bastante bien.

Siguió jugando incansablemente, empleando toda su inteligencia en intentar, ese mismo día, decidir el resultado de la guerra. Comprobó alarmado que la población disminuía demasiado rápidamente, que los muñecos resultaban ser mucho más crueles de lo que él había imaginado, que las posiciones territoriales estratégicas cambiaban invariablemente de dueño tras interminables batallas. Intentó detener la carnicería, pero el juego no aceptaba esa posibilidad en su menú. Estaba dispuesto a apagarlo y no jugarlo nunca más, pero un soldado enemigo cayó tendido en la entrada de la iglesia y las mujeres y niños de Herediópolis comenzaron a golpearlo con piedras y palos y a darle patadas. Ivo Heredia lo tomó con su mano y se quedó mirándolo largo rato. Estaba casi partido en dos a la altura de su abdomen y sabía que ya nadie podría hacer nada más por él. Pero miró su cara, miró obsesivamente la cara de alguien que estaba encontrando la muerte martirizado, olvidado de sus razones para vivir, indefenso ante quienes él había ordenado odiarle.

Apagó finalmente el juego y desaparecieron de su vista la ciudad y sus ruinas. Fue casi corriendo a echarse en su cama para buscar en el menú del monitor qué podía mirar para distraerse.

Había decenas de partidos del campeonato uruguayo sin ver; estaba a punto de comenzar el clásico de Praga entre el Sparta y el Slavia; recién había terminado Inter-Lazio con cinco goles, o sea, que había habido un ganador seguramente; había cuatro nuevos estrenos de Hollywood disponibles para bajar del sistema; estaba jugando el Boavista con Campomaiorense y llevaban cuatro goles en treinta minutos; tenía un resumen de la fecha del campeonato inglés que había ingresado al sistema hacía una hora; podía volver a ver la película ambientada en la selva; tenía un documental con todos los clásicos Rosario Central-Newell’s Old Boys de los últimos ochenta años; podía elegir los partidos que se transmitirían en directo del campeonato mexicano: Pumas-Tecos, Monterrey-Pachuca, América-Cruz Azul, Tigres-Toluca o Guadalajara-León; había una película policial erótica de la que podía ver los quince finales distintos que se habían filmado cuando el protagonista iba a rescatar a su novia secuestrada por una banda de forajidos violadores; tenía Kaiserlautern contra el Eintracht Frankfurt para ver cuál camiseta alternativa usaría éste; tenía exactamente 147 largometrajes de recitales de conjuntos de rock del siglo XX; tenía para volver a ver el clásico Fluminense-Flamengo.

¿Cómo un hombre podía ser idéntico a él y suplantarlo en el destino que le había deparado la sociedad?.

¿Cómo podía uno vivir el resto de su vida encerrado en un minúsculo cuarto sólo porque alguien se equivocó en su decisión y no quiso perder el tiempo dudando de ella?.

¿Cómo se podía vivir cambiando de pareja sin saber nunca qué quería el otro y qué pensaba de uno?.

Ivo Heredia se levantó. Caminó hasta la puerta de su apartamento y la abrió. Hacía varios años que vivía ahí y sabía perfectamente dónde había una ventana que se pudiera abrir desde adentro en ese edificio. Ya frente al aire frío del exterior, no quiso dudar y saltó.

La caída era vertiginosa, le costaba terriblemente respirar pero no tenía miedo porque éso sólo indicaba que se aceleraba el final. Pero de repente dejó de caer y algo lo detuvo en el aire, algo como una delgada pared de ese arcaico material denominado plástico que lo dejaba suspendido, embolsado ridículamente en el vacío. Se recuperó rápidamente del moderado golpe y comenzó a normalizarse su respiración cuando pudo notar que se elevaba y lentamente era llevado hasta la lejana azotea del edificio. Pudo sentir claramente que dos brazos tomaban los suyos y lo sacaban de la bolsa pero ya no veía y dejó rápidamente de tener conciencia.

Se despertó un poco tarde y preparó el desayuno. Hizo sin dificultades la rutina de gimnasia de los lunes y decidió que ese día trabajaría mucho para poder llegar al fin de semana con la tranquilidad de haber cubierto holgadamente el presupuesto.


FIN

6 de septiembre de 2009

Dustin Hoffman: ¡no existís!

Dos buenas muestras de mi talento interpretativo (?)








Por cierto, soy el de lentes.

31 de agosto de 2009

Algo más que: “Mister Wilson”

LOST: UNA SERIE DE CULTO

UN POCO DE HISTORIA
Uno se crió viendo series –antes se llamaban seriales- en la ahora llamada TV abierta como “Kojak”, “S y H”, “Los intocables”, “Baretta”, “Columbo”, “Misión imposible”, etc. Eran esquemáticas, sus libretos parecían hechos por fotocopiadora y, en el caso de las dos últimas, tenían una estructura muy visible e inamovible. Se trataba de resolver un caso en el que hasta el más estúpido televidente ya había resuelto, de la forma en que todos sabíamos que se resolvería.
Sus episodios eran unitarios, esto quiere decir que eran totalmente independientes el uno de los otros. Lo que acontecía en un episodio no tenía ninguna relación con los siguientes. Uno se podía perder uno, dos o más y cuando volvía a ver la serial, no notaba la diferencia ni tenía ninguna dificultad para seguir la historia.
Hay unanimidad en pensar que hay un antes y un después de “Picos gemelos” (1991-92), la serie que demostró que se podía apelar al grotesco, a lo bizarro, a lo enigmático y a lo inusual y encima, tener éxito. Lamentablemente, David Lynch, su creador más conocido, se desentendió rápidamente de ella y en su segunda y última temporada “Twin peaks” se fue descascarando poco a poco.
Pero fue el germen de las modernas series, comenzando por “Los archivos X”, la siguiente obra de culto de la televisión internacional. De ahí a las contemporáneas “CSI”, “House”, “ER”, “Oz”, “24”, “Los Soprano”, “Six feet under” y demás, hay unos pocos pasos. De entre ellas, se destaca “Lost”.

EL VUELO 815 DE OCEANIC
Como ninguna otras de las mencionadas, esta serie está compuesta por una historia continua –aunque no esté contada de manera lineal- dividida en episodios. Creo que sin haberla visto desde los 2 o 3 primeros capítulos es imposible entenderla.
La historia todos la conocen: inspirados en la película “Naufrago”, aquella con Tom Hanks en la que se hacía amigo de una pelota de voleybol, los productores Adams, Lidenlof y Lieber, imaginaron lo que pasaría con los más de 40 sobrevivientes de un vuelo que se accidenta en alguna ignorada isla del Pacífico.
Por suerte, sus creadores se dieron cuenta que una historia de gente esperando que la rescaten a lo Robinson Crusoe no daba para mucho y “Lost” es bastante más que eso. Desde los primeros episodios hay hechos misteriosos –un extraño monstruo, osos polares en una isla tropical, gente que desaparece, un pasajero paralítico que puede caminar, otros habitantes- y poco a poco, la narración terminará airéandose y coqueteando con la aventura de ciencia ficción, viajes en el tiempo incluídos.
Si bien tiene una audiencia fija y fiel que garantiza su éxito económico, la serie es más bien un fenómeno de culto que de rating. Hay –habemos- muchos “lostmaníacos” que esperamos con ansiedad la llegada de la sexta y última temporada, donde se terminarán develando todos los numerosos misterios que se han ido acumulando desde 2004. Eso espero.

LO QUE SE VIO HASTA AHORA
En la primera temporada, los sobrevivientes comienzan a organizarse después del desastre. Transcurre en su totalidad al aire libre y creo que es la más floja de todas. Las peleas entre los integrantes del vuelo y los inconvenientes para sobrevivir suenan a cosa bastante vista. En todos los capítulos, ya desde el comienzo, se intercalan generosos segmentos de “flashbacks” donde se va conociendo la historia de cada personaje antes del desastre, de a uno por capítulo. La temporada termina cuando ingresan en una misteriosa escotilla encontrada por casualidad por Locke, el más místico de los sobrevivientes.
La segunda temporada cuenta lo que pasa dentro de la bien aprovisionada escotilla donde encuentran a un escocés, Desmond, que ha pasado 3 años ingresando determinados números en una antigua computadora cada 108 minutos (108 es la suma de las misteriosas cifras: 4,8,15,16,23,42) hasta que cuatro de ellos son secuestrados por los Otros, los primitivos habitantes de la isla, liderados por el enigmático Ben.
En la tercera se siguen desarrollando las historias personales y comenzamos a saber más de los moradores de la isla, mientras Jack, Kate y Sawyer luchan por escaparse y un helicóptero llega presuntamente para rescatarlos.
El complicado rescate ocupará toda la cuarta temporada. Desde los dos últimos capítulos de la anterior, se comenzará a vislumbrar lo que pasará con los seis sobrevivientes del vuelo que consigan regresar al mundo normal. Comienzan a tomar protagonismo tres personajes que parecen estar al mando de todos los acontecimientos que hemos visto hasta ahora: Charles Widmore, un millonario enemigo de Ben; Richard Alpert, que no envejece y parece saber mantenerse al margen de todo sin dejar de mandar y el misterioso e invisible Jacob, el verdadero líder de la isla.
En la quinta y última temporada, que se está repitiendo actualmente, quienes partieron de la isla vuelven –incluso después de muerto en un caso- a rescatar a los demás y ajustar sus respectivas vidas pero… 27 años antes del accidente. El final del último capítulo es impactante y se abre a la incertidumbre como ningun otro.

LA NARRACIÓN NO LINEAL
Como dije, la historia es continua –no hay enigmas unitarios que resolver capítulo a capítulo- pero eso no quiere decir, ni mucho menos, que esté contada en forma cronológica. No sólo los insertos de acontecimientos pasados de los personajes principales nos ayudan a redondear la narración, sino que también muchas elipsis son completadas varios capítulos –e incluso, temporadas- después. (Por poner un ejemplo, el rapto de la hija de la francesa Danielle se comenta desde la primera temporada pero se ve en la quinta, aunque todos ya sabíamos que lo hizo Ben).
Al comenzar los saltos en el tiempo (cuando Ben Linus mueve la isla –o lo que sea-) y aceptar nosotros los espectadores las premisas que esto lleva, comenzaron a explicarse algunas interrogantes con escenas en la isla de años anteriores al accidente, que ayudaron a redondear la trama. Así Locke pudo interactuar 53 años antes con Widmore y Richard Alpert sin importar que en realidad él todavía no había nacido y, además, verse a sí mismo al viajar al futuro.
Si bien algunas acciones parecen efectistas e innecesarias, “Lost” parece una larga película (más de 84 horas) planeada minuciosamente desde el comienzo y no una serie alargada donde se van agregando tramas y subtramas, muchas veces inventando familiares o repitiendo esquemas. Lentamente, se va aclarando la historia aunque aún quedan muchas lagunas que la última temporada tendrá que despejar.

LOS ENIGMAS
¿Qué caracho es el monstruo de humo?; ¿Cómo volvió Locke de la muerte?; ¿De dónde salió Alpert?; ¿Cómo comenzó la rivalidad entre Widmore y Ben?; ¿Por qué la isla hace curaciones milagrosas –Rose, otra vez Locke- y las embarazadas se mueren?; ¿Cómo consiguió Ben el liderazgo de los “Hostiles”; ¿Qué cuernos pasó con Claire y por qué el padre de Jack aparece desde la muerte?. ¿Qué onda con los números malditos?.
¿Quién es –o era- Jacob?. ¿Qué es la isla, en realidad?.
¿Qué pasará en la sexta temporada, después de la explosión de la bomba de hidrógeno, que tendría que eliminar el accidente del vuelo 815?.
Muchas interrogantes. Seguramente me he olvidado varias. En Wikipedia informan que los productores aseguran que las van a responder y que van a ser relativamente realistas. Que nada de: “todo fue un sueño”, “están todos muertos y se imaginan eso”.
Veremos…

P.D.: Como en el fútbol, si hay que mencionar a los destacados de cada etapa, me quedo con los sarcasmos y los apodos de Sawyer, las peleas entre Miles y el gordo Hurley y, por cierto, todo el personaje de Ben, el más memorable malvado de la historia de la televisión mundial.

22 de agosto de 2009

El comienzo de "El pozo" de Onetti


Probablemente el escritor más importante de la literatura uruguaya, Juan Carlos Onetti (1909 - 1994) estuvo cerca de ganar el Premio Nobel en 1980 y sí lo consiguió con el Cervantes. Ha generado un culto por su carismática personalidad y su poco común actitud desdeñosa ante el éxito y la carrera literaria. No conviene olvidar que fue poseedor de una notable prosa con frases brillantemente construidas para reflejar anécdotas frecuentemente áridas, pobladas por personajes cínicos y mediocres. No me puedo olvidar el vergonzoso olvido con que lo despidió (o no) el gobierno del nuevamente candidato L. A. Lacalle con motivo de su muerte mientras tributaba numerosos homenajes a una vedette que sí había sido de su partido.
"El pozo" es su primera novela, muy corta, poco exitosa y mítica. Todavía no está Santa María pero sí Onetti. Aquí va el comienzo:


EL POZO de Juan Carlos Onetti

Hace un rato me estaba paseando por el cuarto y se me ocurrió de golpe que lo veía por primera vez. Hay dos catres, sillas despatarradas y sin asiento, diarios tostados de sol, viejos de meses, clavados en la ventana en lugar de los vidrios. Me paseaba con medio cuerpo desnudo, aburrido de estar tirado, desde mediodía, soplando el maldito calor que junta el techo y que ahora, siempre en las tardes, derrama adentro de la pieza. Caminaba con las manos atrás, oyendo golpear las zapatillas en las baldosas, oliéndome alternativamente cada una de las axilas. Movía la cabeza de un lado a otro, aspirando, y esto me hacía crecer, yo lo sentía, una mueca de asco en la cara. La barbilla, sin afeitar, me rozaba los hombros. Recuerdo que, antes que nada, evoqué una cosa sencilla. Una prostituta me mostraba el hombro izquierdo, enrojecido, con la piel a punto de rajarse, diciendo: —"Date cuenta si serán hijos de perra. Vienen veinte por día y ninguno se afeita”. Era una mujer chica, con unos dedos alargados en las puntas, y lo decía sin indignarse, sin levantar la voz, en el mismo tono mimoso con que saludaba al abrir la puerta. No puedo acordarme de la cara; veo nada más que el hombro irritado por las barbas que se le habían estado frotando, siempre en ese hombro, nunca en el derecho, la piel colorada y la mano de dedos finos señálandola. Después me puse a mirar por la ventana, distraído, buscando descubrir cómo era la cara de la prostituta. Las gentes del patio me resultaron más repugnantes que nunca. Estaban, como siempre, la mujer gorda lavando en la pileta, rezongando sobre la vida y el almacenero, mientras el hombre tomaba mate agachado, con el pañuelo blanco y amarillo colgándole frente al pecho. El chico andaba en cuatro patas, con las manos y el hocico embarrados. No tenía más que una camisa remangada y, mirándole el trasero, me dio por pensar en cómo había gente, toda en realidad, capaz de sentir ternura por eso. Seguí caminando, con pasos cortos, para que las zapatillas golpearan muchas veces en cada paseo. Debe haber sido entonces que recordé que mañana cumplo cuarenta años. Nunca me hubiera podido imaginar así los cuarenta años, solo y entre la mugre, encerrado en la pieza. Pero esto no me dejó melancólico. Nada más que una sensación de curiosidad por la vida y un poco de admiración por su habilidad para desconcertar siempre. Ni siquiera tengo tabaco. No tengo tabaco, no tengo tabaco. Esto que escribo son mis memorias. Porque un hombre debe escribir la historia de su vida al llegar a los cuarenta años, sobre todo si le sucedieron cosas interesantes. Lo leí no sé dónde. Encontré un lápiz y un montón de proclamas abajo de la cama de Lázaro, y ahora se me importa poco de todo, de la mugre y el calor y los infelices del patio. Es cierto que no sé escribir, pero escribo de mí mismo. Ahora se siente menos calor y puede ser que de noche refresque. Lo difícil es encontrar el punto de partida. Estoy resuelto a no poner nada de la Infancia. Como niño era un imbécil: sólo me acuerdo de mí años después, en la estancia o en el tiempo de la Universidad. Podría hablar de Gregorio, el ruso que apareció muerto en el arroyo, de María Rita y el verano en Colonia. Hay miles de cosas y podría llenar libros.
Dejé de escribir para encender la luz y refrescarme los ojos que me ardían. Debe ser el calor. Pero ahora quiero algo distinto. Algo mejor que la historia de las cosas que me sucedieron. Me gustaría escribir la historia de un alma, de ella sola, sin los sucesos en que tuvo que mezclarse, queriendo o no. O los sueños. Desde alguna pesadilla, la más lejana que recuerde, hasta las aventuras en la cabaña de troncos. Cuando estaba en la estancia, soñaba muchas noches que un caballo blanco saltaba encima de la cama. Recuerdo que me decían que la culpa la tenía José Pedro porque me hacía reir antes de acostarme, soplando la lámpara eléctrica para apagarla.
Lo curioso es que, si alguien dijera de mi que soy "un soñador”, me daría fastidio. Es absurdo. He vivido como cualquiera o más. Si hoy quiero hablar de los sueños, no es porque no tenga otra cosa que contar. Es porque se me da la gana, simplemente. Y si elijo el sueño de la cabaña de troncos, no es porque tenga alguna razón especial. Hay otras aventuras más completas, más interesantes, mejor ordenadas. Pero me quedo con la de la cabaña porque me obligará a contar un prólogo, algo que me sucedió en el mundo de los hechos reales hace unos cuarenta años. También podría ser un plan el ir contando un "suceso” y un sueño. Todos quedaríamos contentos.
Aquello pasó un 31 de diciembre, cuando vivía en Capurro. No sé si tenía 15 o 16 años; sería fácil determinarlo pensando un poco, pero no vale la pena. La edad de Ana María la sé sin vacilaciones: 18 años. 18 años, porque murió unos meses después y sigue teniendo esa edad cuando abre por la noche la puerta de la cabaña y corre sin hacer ruido, a tirarse en la cama de hojas. Era un fin de año y había mucha gente en casa. Recuerdo el champán, que mi padre estrenaba un traje nuevo y que yo estaba triste o rabioso, sin saber por qué, como siempre que hacían reuniones y barullo. Después de la comida los muchachos bajaron al jardín. (Me da gracia ver que escribí bajaron y no bajamos.) Ya entonces nada tenía que ver con ninguno. Era una noche caliente, sin luna, con un cielo negro lleno de estrellas. Pero no era el calor de esta noche en este cuarto, sino un calor que se movía entre los árboles y pasaba junto a uno como el aliento de otro que nos estuviera hablando o fuera a hacerlo. Estaba sentado en unas bolsas de portland endurecido, solo, y a mi lado había un azadón con el mango blanco de cal. Oía los chillidos que estaban haciendo con unas cornetas compradas a propósito y que llegaron junto con el champán, para despedir el año. En casa tocaban música. Estuve mucho tiempo así, sin moverme, hasta que oí el ruido de pasos y vi a la muchacha que venía caminando por el sendero de arena. Puede parecer mentira: pero recuerdo perfectamente que desde el momento en que reconocí a Ana María —por la manera de llevar un brazo separado del cuerpo y la inclinación de la cabeza— supe todo lo que iba a pasar esa noche. Todo menos el final, aunque esperaba una cosa con el mismo sentido. Me levanté y fui caminando para alcanzarla, con el plan totalmente preparado, sabiéndolo, como el se tratara de alguna cosa que ya nos había sucedido y que era inevitable repetir. Retrocedió un poco cuando la tomé del brazo; siempre me tuvo antipatía o miedo. —Hola. —Hola. Yo le hablaba de Arsenio, bromeando. Ella estaba cada vez más fría, apurando el paso, buscando las calles entre los árboles. Cambié en seguida de táctica y me puse a elogiar a Arsenio con una voz seria y amistosa. Desconfió un momento, nada más. Empezó a reírse a cada palabra, tirando la cabeza para atrás. A ratos se olvidaba y me iba golpeando con el hombro al caminar, dos o tres veces seguidas. No sé a qué olía el perfume que se había puesto. Le dije la mentira sin mirarla, seguro de que iba a creerla. Le dije que Arsenio estaba en la casita del jardinero, en la pieza del frente, fumando en la ventana, solo. (Por qué no hubo nunca ningún sueño de algún muchacho fumando solo de noche, así, en una ventana, entre los árboles). Nos combinamos para entrar por la puerta del fondo y sorprenderlo. Ella iba adelante, un poco agachada para que no pudieran verla, con mil precauciones para no hacer ruido al pisar las hojas. Podía mirarle los brazos desnudos y la nuca. Debe haber alguna obsesión ya bien estudiada que tenga como objeto la nuca de las muchachas, las nucas un poco hundidas, infantiles, con el vello que nunca se logra peinar. Pero entonces yo no la miraba con deseo. Le tenía lástima, compadeciéndola por ser tan estúpida, por haber creído en mi mentira, por avanzar así, ridícula, doblada, sujetando la risa que le llenaba la boca por la sorpresa que íbamos a darle a Arsenio. Abrí la puerta, despacio. Ella entró la cabeza; y el cuerpo, solo, tomó por un momento algo de la bondad y la inocencia de un animal. Se volvió para preguntarme, mirándome. Me incliné, casi le tocaba la oreja: —¿No te dije que en el frente?. En la otra pieza. Ahora estaba seria y vacilaba, con una mano apoyada en el marco, como para tomar impulso y disparar. Si lo hubiera hecho, yo tendría que quererla toda la vida. Pero entró; yo sabía que iba a entrar y todo lo demás. Cerré la puerta. Había una luz de farol filtrada por la ventana que sacaba de la sombra la mesa cuadrada, con un hule blanco, la escopeta colgada en la pared, la cortina de cretona que separaba los cuartos. Ella me tocó la mano y la dejó en seguida. Caminó en puntas de pie hasta la cortina y la apartó de un manotazo. Yo creo que comprendió todo de golpe, sin proceso, de la misma manera que yo lo había concebido. Dio media vuelta y vino corriendo, desesperada, hasta la puerta. Ana María era grande. Es larga y ancha todavía cuando se extiende en la cabaña y la cama de hojas se hunde con su peso. Pero en aquel tiempo yo nadaba todas las mañanas en la playa; y la odiaba. Tuvo, además, la mala suerte de que el primer golpe me diera en la nariz. La agarré del cuello y la tumbé. Encima suyo, fui haciendo girar las piernas, cubriéndola, hasta que no pudo moverse. Solamente el pecho, los grandes senos, se le movían desesperados de rabia y de cansancio. Los tomé, uno en cada mano, retorciéndolos. Pudo zafar un brazo y me clavó las uñas en la cara. Busqué entonces la caricia más humillante, la más odiosa. Tuvo un salto y se quedó quieta en seguida, llorando, con el cuerpo flojo. Yo adivinaba que estaba llorando sin hacer gestos. No tuve nunca, en ningún momento, la intención de violarla; no tenía ningún deseo por ella. Me levanté, abrí la puerta y salí afuera. Me recosté en la pared para esperarla. Venía música de la casa y me puse a silbarla, acompañándola. Salió despacio. Ya no lloraba y tenía la cabeza levantada, con un gesto que no le había notado antes. Caminó unos pasos, mirando el suelo como al buscara algo. Después vino hasta casi rozarme. Movía los ojos de arriba abajo, llenándome la cara de miradas, desde la frente hasta la boca. Yo esperaba el golpe, el insulto, lo que fuera, apoyado siempre en la pared, con las manos en los bolsillos. No silbaba, pero Iba siguiendo mentalmente la música. Se acercó más y me escupió, volvió a mirarme y se fue corriendo. Me quedé inmóvil y la saliva empezó a correrme, enfriándose, por la nariz y la mejilla. Luego se bifurcó a los lados de la boca. Caminé hasta el portón de hierro y salí a la carretera. Caminé horas, hasta la madrugada, cuando el cielo empezaba a clarear. Tenía la cara seca.
En el mundo de los hechos reales, yo no volví a ver a Ana María hasta seis meses después. Estaba de espaldas, con los ojos cerrados, muerta, don una luz que hacía vacilar los pasos y que le movía apenas la sombra de la nariz. Pero ya no tengo necesidad de tenderle trampas estúpidas. Es ella la que viene por la noche, sin que yo la llame, sin que sepa de dónde sale. Afuera cae la nieve y la tormenta corre ruidosa entro los árboles. Ella abre la puerta de la cabaña y entra corriendo. Desnuda, se extiende sobre la arpillera de la cama de hojas. Pero la aventura merece, por lo menos, el mismo cuidado que el suceso de aquel fin del año. Tiene siempre un prólogo, casi nunca el mismo. Es en Alaska, cerca del bosque de pinos donde trabajo. O en Klondike, en una mina de oro. O en Suiza, a miles de metros de altura, en un chalet donde me he escondido para poder terminar en paz mi obra maestra. (Era en un sitio semejante donde estaba Iván Bunin, muy pobre, cuando a fines de un año le anunciaron que le habían dado el Premio Nobel.) Pero, en todo caso, es un lugar con nieve. Otra advertencia: no sé si cabaña y choza son sinónimos; no tengo diccionario y mucho menos a quien preguntar. Como quiero evitar un estilo pobre, voy a emplear las dos palabras, alternándolas.

La nomenclator que te parió...

Ehrlich: Estás para la joda...

Uno, como simple ciudadano que paga sus impuestos, supone que el nombre de las calles de la ciudad tiene que homenajear a algo importante, ya sea esto una ciudad, un país, un río, una personalidad pasada o alguna virtud o condición importante (por ejemplo, las calles Democracia, Constitución, Justicia, República).
Aceptando que uno no conoce ni al 95 % de los tipos nombrados en la vía pública de Montevideo (por citar calles importantes, no todos sabemos quienes caracho fueron Ramón Anador, Juan Paullier, Benito Blanco o Carlos de la Vega) pero eso no es culpa de la comisión respectiva de la comuna sino de nuestras limitaciones personales… aceptando, digo, que tampoco uno conoce todos los arroyos, cerros y cañadas del territorio nacional y latinoamericano; quisiera que alguien me explicara a qué miércoles se pretende homenajear con las calles que voy a listar a continuación, incluyendo algún ejemplo que suena bastante fulero como parte de una dirección (Poner que uno vive en Los Tres Gauchos Orientales 444 esquina Gato Montés no ayuda a que lo tomen en serio):



Arbolito
Astelar
Betete
Bobi (ya reseñada aquí y origen de esta entrada, ¿es el perro de Olmedo?)
Bolacua
Calaguala
Castigo
Cefeo
Cerro (también existe una calle Liverpool, ¿para cuándo Av. Racing?)
Chon
Corregüela
Daca
Camino del Jefe
Camino Dellazoppa (sí, supongo que alguien se llamaría así, pero...)
Diorita
Enólogos (ya sé lo que son, pero por qué no una calle Oceanógrafos)
Escuchas (¿a quién?)
Figurita
Gato Montés (no es lo mismo...)
Gifuken
Guacziola
Guaruyalo
Hopa Hopa
Imperio (no al imperio)
Itá
Itú (bien, gracias)
Camino La Renga
Camino La Senda (o Avenida La calle)
Las Primicias
Camino Los Ñacurutuces
Los Tres Gauchos Orientales
Camino Machuca (ojo con pasar por ahí)
Marincho
Mediodía
Meseta
Miní
Mio Mio
Pastor (donde nací yo pero para nombre de una calle...)
Pita (¿el Carlos?)
Plus Ultra
Camino Ponientes (también, ojo acá con pasar de noche)
Pororó
Camino Proción
Rabón
Real (¿Envido?)
Requemada (conozco varias así)
Camino Sanfuentes
Soledad (¿homenaje a qué?)
Tolón
Tranvía a la barra
Valiente
Vigía
Camino Zendote (¿qué hacés, Zendote?)

Como decía Condorito, exijo una explicación.

10 de agosto de 2009

Un cuento mío de 1991

AUTOCRÍTICA CHINA

¿EN CUANTO ESTIMA, SEÑOR FAGALDE, QUE HA INFLUIDO EL ALCOHOL EN SU PENSAMIENTO POLITICO?

Desde hace un tiempo, no observo en ningún momento el cuerpo de las mujeres con las que me acuesto. Los detalles que siempre me habían fascinado y había coleccionado en mi memoria, comparando a Silvia con Alicia y a Nancy con Nelly, se me olvidaban antes de verlos: el color y tamaño de la selva de pendejos y la longitud y profundidad de la raya del culo, fundamentalmente. Tenía, como es lógico, un ranking de preferencias. Tenía, como todos, mujeres a las cuales volver periódicamente, ajustando después de un par de regresos el mecanismo de santo y señas para volver a sus cuerpos, para dedicar una noche del semestre a ellas. Mentirles lo que quieren oir y aceptar el ritual mentiroso ajeno.
Pero ahora sólo me interesa verles la cara, me obsesiona verles la cara. Es lo único que consigo verles durante la penetración. Me encanta verlas desnudas pero conservando los lentes permanentes o que me la muerdan las dientudas. Es cuestión de poder sacarse las ganas, de hacerse los gustos. Es increíble el poder que confiere la fama, la popularidad, el ascendiente que provoca en la cama el premio Planeta, la autoridad que da el Cervantes que hace que se violen apenas con la complicidad de mi poronga.
Yo sé que mi primera mujer era buena tipa y mejoraba su cuerpo con el tiempo. Era una buena compañera y confieso que fui el único culpable del divorcio con mis continuas infidelidades. Pero Cecilia debería haber comprendido que no podía negarme a todas las jovencitas y veteranas que se me regalaban a cada lugar al que yo iba a dar mis conferencias. Ella no comprendía cómo podía yo seguirla queriendo mientras le eyaculaba en la cara a una periodista de la que me había olvidado inmediatamente el nombre.
¿No comprendés, Cecilia, que no hay otro objetivo en esta sociedad que el éxito?. ¿Que hay que derrotar al fracaso, aunque sea tragando el semen de un exitoso?. Pensar que mi papá decía que si seguía escribiendo iba a terminar puto. ¿No comprendés, papá, que la sexualidad es la única manifestación mía de normalidad?. Acepto las reglas de juego, hago lo que tengo que hacer, es envidia lo que tenés, Cecilia, no te animás a lo que yo puedo. Te animaste poco antes y durante la luna de miel; después te aburrí como me aburriste vos. ¿De qué te quejás si sólo cogés cuando no aguantás más el cuero?
Me miro al espejo: no valgo mucho pero el tiempo me dio canas y arrugas como para dibujar un poco de expresión en mi cara, un poco de confianza en mi vida. Miro en pose bien estudiada al auditorio de esta ¿conferencia de prensa?, ¿presentación de qué libro?, ¿debate de qué mierda? , y me excito pensando a cuál me voy a levantar. Es casi poner el ojo y poner la bala porque van para eso.

Me despierto. No puedo creer que no sea cierto; parecía tan real, parecía tan lógico, parecía que siempre era lo que yo quería que fuera. Tengo miedo de abrir los ojos. Hace años que Cecilia no está en Uruguay. Frente a mí, la espalda desnuda de Jodie Foster, mi segunda esposa. Ronca suavemente en inglés. Quiero recordar cuando fue la última vez que le fui infiel, pero sólo recuerdo a los periodistas llamando a cualquier hora, consiguiendo incansablemente el número de teléfono que incansablemente cambiamos.
¿No es una renuncia a mis ideas de izquierda el haberme casado con una estrella de Hollywood?. ¿Seguiré criticando al imperio yanqui ahora que soy ciudadano yanqui?. ¿No me importa la película no sé cuál mierda en la que mi esposa interpreta tórridas escenas con el galancito me cago en el nombre?. ¿Qué le pareció a ella el Uruguay y su gente?. ¿Se siente ella una nueva Ingrid Bergman y yo un nuevo Roberto Rosellini?. ¿Me molestaron los cuplés de Los Saltimbanquis y La Gran Muñeca sobre nuestra relación?. ¿Dónde preferimos que nazcan nuestros hijos?.
Acomodo mi cara sobre el arco de la espalda de ella. Le encanta despertarse sabiéndome en búsqueda de su calor. Me encanta oler su piel tan pálida. Siempre me asombró la contradicción entre la resistencia al sexo en la vida diaria y la fogosidad al excitarme. Me siento realmente feliz en los momentos posteriores. Todo ha salido bien y ella me lo hace notar. Se acurruca felinamente y me dice las cosas más dulces que haya aprendido en castellano. Siempre coincidieron en que yo era muy cariñoso.
Aparentemente, los hombres no suelen serlo.

¿USTED SE DEFINIA EN 1984 COMO REVOLUCIONARIO, MAS ALLA DEL SECTOR AL QUE PERTENECIERA? A LA LUZ DE LOS SUCESOS DE EUROPA DEL ESTE, ¿MANTIENE ESA DEFINICION?

Hablamos mal el idioma natal y el del otro para entendernos. Siempre lo consideré como una ventaja y me negué a perfeccionar mi inglés más allá de lo que ella me enseñaba. Que sólo supiéramos lo que necesitábamos decirnos. Que sólo supiéramos decirnos lo que sentíamos. Que no hubiera palabras entre medio de los dos.
Suena mi despertador. Ella se despierta y sonríe al descubrir mi posición. La beso. Pienso: desayunar, pensar cómo llegar al viernes si hoy es martes y teníamos sólo dos notitas de morondanga en el semanario del cual soy secretario de redacción, escribir para el diario la crítica de la película que vi anoche.

Me despierto. No puedo creer que me haya sentido tan bien antes. No puedo ni moverme del dolor de cabeza. Trato igual de incorporarme. Me sorprende comprobar que no era tan difícil como parecía pero me caigo. Me doy contra las paredes. Arrodillado, acorto mi agonía metiéndome los dedos en la garganta. Vomito lenta y dolorosamente.
Nadie me supo explicar nunca por qué tomo tanto si vomito tan fácilmente. No tomo para olvidar. No vomito para olvidar. No tengo nada que olvidar.

¿SOBRE QUE PERSONA DE LA VIDA REAL ESTA BASADO EL PERSONAJE DE MELISSA BAZAN?

Sé que estoy absolutamente impregnado del olor a soledad. Que no hay perfume que lo saque y que todo el mundo se da cuenta. Por eso me emborracho, para tener el olor de mamado que encuentro más digno. Para oler a etílico culto, a Bukowski, a bohemio iconoclasta.
No me reconocen por los concursos ganados cuando meo en Colonia y Eduardo Acevedo, buscando un boliche abierto a las tres de la mañana. No me cuentan que me hayan leído cuando no doy el asiento en el 145. No entiendo cómo pude haber soñado que me había casado dos veces. Sigo soltero, cogiendo a cholulas literarias no siempre jóvenes con las que trato de que sea un desastre. En realidad, sólo me interesa manosear a esas grupies. Atribuyen al alcohol el que me duerma prematuramente con ellas. Un día me presenté a una entrega de no sé qué premio con un vaquero y una camiseta de Racing. Todos me aplaudieron. No entendí nada. Me dejaron pasar al salón sólo porque era el homenajeado, pero siento que los defraudo si voy bien afeitado.
Es fácil tomar cuando se está en la margen de los privilegiados, de los que tienen la vida resuelta. Yo escribo al mamarme. No me animo a hacerlo si no tengo el cerebro embotado.

Me despierto. Me duele la cabeza. No entiendo que hayan tantos sueños uno adentro del otro. No he abierto todavía los ojos. No recuerdo dónde puedo estar, qué día es hoy, qué altura del día.
-¿Se siente bien?.
-Sí, ya pasó- contesto. Escucho algo como que ya podemos empezar, está todo bien.
No se ve prácticamente nada. Sólo algunas de esas luces azules para dar color. Es un lugar, por lo tanto, que cree ser importante. Todos visten impecablemente. No puedo ver cómo estoy yo. Ojalá esté desnudo.
Me suben por unas escaleras que adivino y subo como puedo. Compruebo que nadie ve los escalones. ¿Está bien? me preguntan. Miento.
Me prenden las luces en la cara cuando iba a ponerme a gritar que lo hicieran. Es violentísimo. Creo que me despeinan tantos reflectores apuntándome al mismo tiempo. Sigo sin ver nada. No sé si debo improvisar unas palabras o contestar preguntas.
No sé si debo improvisar unas palabras o contestar preguntas, no reconozco mi voz en el micrófono moléstenme de la forma que les apetezca. Se ríen. Me aplauden. Uno grita: !genio!.
-¿No cree que fue demasiado duro con el representante del movimiento católico que explicó los motivos de la censura a su novela sobre Jesús?.
-Creo que fui demasiado suave.
-¿Pero usted es consciente que ha molestado a muchos católicos?.
-Sí, además pude averiguar que la Iglesia Apostólica Romana ha puesto precio a mi cabeza. Pero no teman: me protege el servicio de inteligencia iraní.
-¿Por qué mantiene la actitud anticuada de no hablar de su vida íntima?.
-Porque no me creerían. Pensarían que estoy fanfarroneando.
-¿Qué opina del destino de la humanidad?.
-Nada.
-¿Podría explicar el sentido último del cuento del puré de boniatos?.
-Sí.
-¿Piensa escribir sus memorias?.
-¿Y usted?.
-Yo no soy importante.
-Y yo menos.
-¿No cree contradictorio ser de izquierda y exigir hasta el último peso de sus derechos de autor?.
-Sería contradictorio si fuera de derecha y no exigiera hasta el último peso.
-¿Por qué cree usted que no le han dado aún el Nobel?.
-Porque esperan que agonice de cirrosis y dármelo de una vez y no tener que premiarme cada vez que publico algo.
-¿Es cierto que su esposa le abandonó por su alcoholismo?
-No, en realidad fue por descubrirme manoseando a mi suegra inválida.
Me piden mi opinión sobre el futuro del posmodernismo, el racismo europeo, Carver, la garra charrúa, Clinton, Onetti, Pablo Dotta, el minimalismo, el Frente, Tarkovskii, Fukuyama, Racing, la generación del 82.
No contesto a nada seriamente, demás está decir.
Nadie escucha mis respuestas, demás está decir.
-¿Qué es lo que más admira de Philip K. Dick?.
-Que no iba a conferencias de prensa.
-¿Qué opina de la infidelidad?.
-No sé, nunca fui ni me fueron fieles.
Iba a contestar que sólo existe el miedo o el amor. Pero no lo habrían aceptado. Hubieran evitado publicar esta respuesta. Me hubieran meado.
No me preguntan por qué escribo sobre la miseria y jamás doy un peso en la calle.
No me preguntan por qué ataco al machismo y le pegué a todas mis mujeres.
A nadie le molesta la pose.

Me despierto.
No sé si abrí los ojos o no. Nunca vi una oscuridad tan absoluta.
Abren la puerta.
Me golpean, me escupen, me arrastran.
El foco en los ojos, el agua fría que quema como el ácido.
Y la picana.
No puede ser, quiero gritar. Se derrumbó el comunismo, terminó la guerra fría. El fin de la historia. El plan Brady. Cien años de democracia.
Ni me doy cuenta cómo se estremecen mis piernas y mis brazos.
¿Cómo pueden haber sobrevivido algunos a ésto?. No les deben haber dado tanto como a mí.
Yo siempre dije que era terco como una mula, porfiado como un vasco.
Pierdo el sentido del humor.
Les canto todo.
No me preguntan nada, pero canto todo.
Me prometo nunca más meterme en política.
No sé si ésto va a terminar algún día.
Grito desesperado. Se ríen de mí.

Me despierto. No sé dónde estoy pero sí que espío a la selección canadiense de rugby cuyos integrantes se están bañando o esperan, desnudándose, el turno.
Me molesta el haberme escondido tras la persiana del vestuario y seguir observando sus cuerpos.
Me voy a retirar cuando veo que sobre la entrada al vestuario algo pasa. Algunos comentan algo o chiflan.
Al ver, comprendo. Entró Silvia, mi ex exposa o ex prostituta hogareña, como prefieran. La única mujer que me fue públicamente infiel.
Al acercarse todos los hombres, sonríe. Se saca entonces la camisa y el pantalón y queda únicamente vestida con sutién blanco y bombacha y portaligas negros.
Los canadienses estrechan el círculo. Apenas puedo ver cómo la manosean totalmente.
Cuando la dejan totalmente desnuda, se aparta, se arrodilla en un banco largo exactamente frente a mí y les va entregando, de a dos, su boca y su culo a todo el equipo.
Lo hace con detenimiento, con concentración.
Cuando todos han hecho las dos filas, la dan vuelta, la ponen boca arriba. Ella abre totalmente sus piernas, apoyando ambos pies en los estantes y la cabeza en el piso. Me mira a mí.
Cuando se han cansado, sacan sus cámaras fotográficas y ella posa.
Sin atinar a otra cosa, he arruinado mi vaquero eyaculando infinitas veces.

Me despierto.
En la televisión surge mi vieja declarando que "al Mario siempre lo vimos como algo especial. Siempre supimos que iba a ser alguien importante. Le voy a reconocer una cosa. Siempre fue rebelde; fue rebelde y porfiado de chico, pero lo quiero igual. Lo queremos a pesar de lo que es y de lo que piensa."

SEÑOR FAGALDE, ¿USTED SIGUE SIENDO ANTIRACISTA A PESAR DE LA CAIDA DEL SOCIALISMO?.

Suspiro implorando para que no ubiquen a la directora de la escuela que dijo que yo llegaría a presidente por lo brillante.
No, señora Aída, es todo lo contrario.
Soy el tema del momento. Hay polémicas, mesas redondas. Me invitan a montones de programas que no conocía y no me interesan.
Me han dicho, no sin razón, que es una buena oportunidad para llamar la atención sobre determinados temas de la cultura y la libertad de expresión.
Tanta efusividad por un cuento donde Jesús aparece crucificado y torturado hoy. ¿Qué pasaría si manifestara lo que pienso sobre Artigas, sobre el armamentismo, la homosexualidad, las drogas, los palestinos?. Sobre el estalinismo ya puedo opinar lo que quiero.
Toda esta parafernalia, esta pirotecnia no oculta la realidad que más me duele.
Soy un escritor del montón. Soy uno más que ha publicado, como tantos.
Aunque haya ganado el concurso de Banda Oriental (x), no soy el escritor que creo merecer ser.
Pero lo que más me duele, lo que más me duele, es aprender que no vamos a perdurar más allá de la muerte, no nos van a recordar más que unos pocos años más.
Me recuesto en un sillón. Me sirvo un whisky, dejo apenas la luz del video donde paso sin mirar el casette de mi boda ya arruinada.

Me despierto. Estoy sentadito en el water dudando que alguna vez me pueda volver a parar del mareo que tengo.
Todos comentan y fabulan sobre mi alcoholismo e imaginan vicios peores. ¿Por qué no hablan sobre la incontenible gula que arruina casi todas mis intervenciones en reuniones sociales?
Si se tienen que reir de algo, por qué no se ríen de ésto. Si con el alcoholismo gano fama de temperamental, con la panza me veo reducido poco más que a un impotente. Un impotente temperamental.
-You're fine, honey?
-Sí... sí, guacha, sí.
-Remember, you promess listen me.
-Oká.
Mi amiga Jodie Foster quiere contarme sus problemas afectivos tan particulares. Cree que yo también fui un niño prodigio y se me pegó a mí desde que vino a filmar al Uruguay.
Sólo un amigo para todas. A menos que necesiten urgentemente, impostergablemente, un par de polvos. Después tratar de convencerme que mejor dejarlo como un buen recuerdo y seguir como buenos amigos como si antes lo fuéramos.
Así pasan diez, veinte, treinta hombres o mujeres en sus vidas no dejando nada más que el vacío absoluto, divertido, gritón, bien pensante pero un vacío tan grande y tan cobarde como el de sus poemas, diciéndose al oído mentiras tan evidentes y tan aceptadas como los elogios que publicarán mañana del libro de cualquiera de ellos.
Salgo del baño. Debí suponer que los demás estarían tan mamados como yo, pero lo disimulan un poco mejor. Todos parecen ser escritores y/o periodistas. Todos han estado casados con alguno de los otros invitados. La mayoría me desprecia como escritor y los otros como persona. Cuanto más conozco a los escritores más quiero a mis tortugas Goya y Picasso.
Jodie se me acerca. Nunca la vi tan escotada. Hay una gordita divorciada que se quiere acostar conmigo y yo con Jodie y Jodie con un cuarentón profesor del IPA y así todo. ¿Por qué es así todo, yanqui?. Vos sos misterio para mí. Y quien dice misterio, amaga decir poesía, J.F.
Me acerco al barcito. Me bajo de la botella un monje recién abierto. Casi me muero. Me da más ganas de cagar que otra cosa, pero prefiero en la calle. Algunos me miran, no todos. Me acerco a la puerta, pasando al lado de una conocida novelista cuarentona con una de las caras de divorciada más calentona que yo haya visto en mi vida. La abrazo y la chuponeo abierta, babosamente. No puedo saber si se resistió o no. Abro la puerta, definitivamente, cantando la retirada del 32.

Me despierto.
Tengo los ojos cerrados.
Tengo miedo de abrirlos.


FIN


( x ) EL CHISTE RADICA EN QUE ESTE CUENTO FUE PLANEADO PARA SER PRESENTADO PRECISAMENTE EN EL CONCURSO DE BANDA ORIENTAL, AUNQUE FINALMENTE, NO LO PUDE PRESENTAR. QUISE HACER UNA ESPECIE DE METALENGUAJE. O METACONCURSO.