31 de marzo de 2013

Clorhidrato de maprotilina



Ya que no escribo desde hace unos años, he aquí un cuento breve de hace tiempo. Inmaduro, más bien tosco como los demás que he subido aquí, igual podría tener su interés. Ya vendrán tiempos mejores. 



  Nunca pensé estar en una situación así: parado frente a la tumba de Inés, mirando estúpidamente los símbolos que la componen que inútilmente quieren resumir, elogiar, resaltar, adjetivar lo inefable.
  La vida de alguna de las pocas personas que uno pudo haber querido alguna vez.
  Era diez años menor que yo y había sido siempre, por lo que supe, razonablemente sana. Uno podría pensar que tenía menos posibilidades de morirse que yo porque mis recuerdos más frecuentes y más gratos de ella eran de hace pocos años; de cuando más necesité a alguien y ella fue, sorpresivamente, quien estuvo a mi lado.
  Yo no tenía a nadie cuando me enfermé gravemente. No tenía por quién sufrir, por quién preocuparme.   
  Pero tampoco tenía quien cuidara a mi cuerpo que ya no era joven.
  ¿Qué hubiera sido de Inés si nos hubiéramos seguido viendo?.
  ¿Qué hubiera sido de mí?.
  Ayer alguien me avisó que ella ya no vivía. En una frase terminó una vida.
  Vine cuando creí estar seguro de que no me encontraría ni con su exmarido, ni con su familia, ni con quienes se dirían sus mejores amigos. ¿Qué me importaban ellos?. Sólo éramos ella y yo. Nadie debía conocer nuestra relación, ni nadie tenía por qué vernos juntos.
  Pensé que nadie diría nada si yo hubiera sido un amante, quién diría algo si yo hubiera sido algún hombre de su vida. Creo que lo hubieran deseado.
  ¿Qué palabra usar?. Ella era realmente hermosa, era divina. Era la más linda del grupo donde nos conocimos. Yo se lo dije una vez, muchos años después, pero ella no comentó nada. Nada dijo, sólo sonrió. Pero no me contestó. ¿Qué podía decir?.
  Ella me molestaba por ser tan linda, éso no se lo dije nunca.
  Ahora ya no importa si pudo serlo. Se la olvidó en una tumba igual que la de cualquier otra mujer.  Ahora miro algo que no tiene sentido, después de esperar que nadie me pudiera descubrir haciéndolo.
  ¿Ahora ella es eso?. Ahora eso es Inés por el resto de mis días. Eso me dicen.
  Tendría que abrir su tumba y cerciorarme de que está ella. Verla en el estado en que está y aceptar que ahora ella es así, que la mujer que vivió tan singular historia conmigo es la misma que tendría, fría, en descomposición, en mis manos.
  Por supuesto que no lo haré.
  Una sola vez hice lo que no se debe hacer.
  Hoy sólo me voy a quedar mirando la representación del sinsentido que es un cementerio, una tumba, una lápida, unas flores.
  ¿Quién me mirará ahora?. Inés es la que no está ahora; hay un cadáver que la representa, hay una tarjeta provisoria con su nombre completo que yo no conocía; hay unas pobres, inexpresivas flores de género, pero nada me mirará como ella.
  ¿Por qué habrá ido a cuidarme?. ¿Por qué habrá ido a mirarme?. ¿Por qué fue que estuvo, simplemente, parada junto a mí?. Hacía muchos años que poco sabíamos el uno del otro, nos veíamos algunas veces, pero nada más; ¿por qué apareció en mi cama de enfermo?.
  No nos pedimos nada, sólo estuvo junto a mí y pensamos en lo que no queríamos repetir.
  ¿Qué necesidad había de hablar de éso, otra vez?. Yo lo había prometido.
  Sonrío recordando su torpeza con el suero, con la cama, con mi comida. Fue más difícil de lo normal enseñarle las tareas más elementales que tiene que saber el que cuida a un enfermo que no se puede mover.
  Pero yo sólo necesitaba que ella estuviera ahí. Sólo hacía falta que ella estuviera al lado, poder despertar una vez más y verla, sonriéndome, hablándome inútilmente la mayoría de las veces. En realidad, no necesitaba que ella estuviera conmigo; sólo, simplemente, necesitaba que alguien estuviera conmigo alguna vez en mi vida. ¿Cómo fue posible que en ése momento estuviera la mujer más extrañamente hermosa que yo hubiera visto?.
  Una vez me agarró la mano para alentarme.
  Siento que ya es inútil que me quede más tiempo, sabiendo, al fin y al cabo, que allí tampoco podré estar con ella.
  Me voy, caminando sin mirar atrás, sabiendo que nunca podré volver a visitar este sitio, que no me hace bien intentar conseguir algo de ella acá o en cualquier otro lugar, que no le dije muchas cosas y que hubiera sido mucho mejor habérselas dicho.
  Me pregunto, mientras dejo de caminar quedándome espontáneamente inmóvil, si en realidad no tiene sentido el gesto de depositar algunas flores en ese espantoso artefacto más parecido al hormigón que al mármol que dice ser ella.
  ¿Qué es el burocrático, circunstancial lugar donde depositaron su frío cuerpo para que se pudra lejos de nuestra vista comparado con sus ojos mirándome cuando yo no tenía nada inteligente para decirle?.
No es que hubiera vuelto a ella para llorar el que ya fuera imposible repetir aquello que habíamos tenido.
El viento aliviaba el verano y me afiebraba pero me di vuelta y quise volver y, arrodillado a los pies de su tumba, hundirme junto a ella. Pero me quedé parado, callado, incapaz de verla, molesto con quienes pasaban demasiado cerca de mí, haciendo lo mismo que yo no había ido a hacer, pero viviendo, simplemente, sus vidas habituales.
  En ese momento decidí irme definitivamente, volver a mi casa, a mi segunda mujer, a mi trabajo. Hacer lo que debo hacer y no pensar más que en lo que estoy obligado a pensar.
  ¿De qué valió lo que ella hizo si ya no es nadie?. ¿Quién sabrá lo que pasó cuando documenten mi propia ausencia en otra lápida probablemente construída por el mismo funcionario, enterrada en otro cementerio más cercano a mi barrio?.

                                    ºººººººººººººººººº

  Me despierto sin darme cuenta, casi como si no hubiera habido nada entre el misterioso momento de la noche en que tuve una tregua y ahora. Supongo que ésto se debe a las drogas que me pasan a través del suero. Una luz gris se cuela por los recovecos de la cortina metálica y le hago señas a ella de que no haga lo que ha pensado hacer al verme despierto.
  Ella está y yo la miro con esa luz tan neutra. Le molesta; más bien, se siente incómoda, pero su queja es apagada, bienhumorada. No puede entender qué veo al invadir ella en forma de un color vivo atravesado por franjas de oscuridad el gris de la sala.
  -Estoy mirando tus arrugas. Cuando nos conocimos, no tenías ninguna.
  -¿Y vos qué hablás?. ¿Te creés que rejuveneciste?.
   Me hace gracia verla vestida formalmente, con ropa adecuada a su nueva edad, con colores aceptablemente combinados. Yo pienso: ¿el tipo con el que sale –del que no quiere mencionarme nada- pensará al verla así, al llevarla al cine, a cenar y acostarse con ella en alguno de los dos departamentos, que hace sólo quince años a ella le importaba poco cómo se vestía?.
  Cuando no tenía arrugas, solía andar (por ejemplo) con la camisa de cualquier color, desprendida y sin corpiño. Esta mujer con aspecto de profesional usaba caravana en la nariz.
  Pero esa mirada...
  Me finjo dormido. Quiero quedarme en el tiempo en que podía caminar y correr todo lo que quisiera. Que podía levantar a una chica como Inés con un solo brazo.
  Pero es absurdo, es imbécil pensar en éso. Borro rápidamente de mí ese pensamiento. No puedo aproximarme a la vejez, a la aceptación del deterioro de mi físico, exagerando y mitificando el pasado.
  Extiendo mi mano para que ella la tome. Soy tan feliz que no pido nada más que eso.
  Por primera vez en mi vida, siento que sería totalmente obsceno cualquier otro contacto físico. Si de repente, milagrosamente, se abalanzara sobre mí, no se lo perdonaría.
  Por primera vez desde que nos conocemos, la diferencia de edad no importa. Tenemos ante nuestra vista a unos jóvenes que sabemos que fuimos nosotros, pero que no se nos parecen en nada. Los sentimos lejanos, ajenos a esta pieza.
  El personal cree que Inés es mi amante. Que es la mujer por la cual abandoné a mi esposa. Que es la otra más joven que ésta. Ambos nos reimos. Nos sentimos cómodos y nos tratamos como si fuera verdad. Es una pequeña broma de complicidad y una amable manera de olvidar lo que pasó en nuestras respectivas vidas.
  Acaricio su mano.
  Es increíble, pero no hubiera abandonado a mi mujer por ella, aunque qué más quisiera que poder despertar con Inés en mis brazos.
  Hoy veo que no le he preguntado todavía la verdadera razón por la que reapareció años después en mi vida. Cuando más sólo me encontraba, cuando más necesitaba verla al volver a abrir los ojos reponiéndome de una dolorosa noche.
  Hace años que no he hablado de forma frontal con Inés. Hemos hablado con total sinceridad una sola vez en la vida.
  ¿Con cuánta gente hablamos sinceramente aunque sea una vez en la vida?.
  Es increíble, pero no me pesa la humillación de que tenga que ayudarme en los menesteres vergonzosos de un veterano inválido. No puedo evitar un gesto de molestia mientras pienso ésto último, para rechazar la palabra que sugiere que nunca me voy a curar. Ella me interroga con la mirada al verlo, pero creo que comprende que nadie puede estar tan sólo sin hablar un poco consigo mismo.
  Por suerte, ella tomó acertadamente mi mención a sus arrugas como una broma, interpretó correctamente mi tono de voz que recordaba aquella vieja conversación que tuvimos sobre la inutilidad de intentar conservar la belleza. Yo le dije –recuerdo-  que ya la vida es demasiado corta y la suerte de tener eso que llamamos “belleza”  que a algunos hace superiores a la gran mayoría de los humanos es, inevitablemente, mucho más efímera aún. Que, demasiada suerte es haberla tenido por algún, breve espacio de tiempo, alguna vez. Que cualquier idiota puede tenerla, que qué hacer con tu vida cuando se vaya si tu vida sólo fue para ella.
  Probablemente, eso que llaman madurez sea comprender, cuando se ha llegado a la edad adecuada, que no son necesarias tantas palabras. Es probable que sí, que madurez signifique tener la sabiduría como para no necesitar ya decir tanta cosa para ser trascendentes a la rutina. Que los que nos decimos maduros ya lo sepamos, que lo podamos decir y lo podamos oir evitando tanto ruido artificial al hablar.
O capaz que sólo es que no tenemos más nada para decir y no queremos hablar ya con nadie.
  Qué habrá pasado con su novio de aquel entonces.
  En aquella clase ella podía rodearse de compañeras de su edad.
  El grupo era algo así como si fuera una muestra estadística del Uruguay que salía de la dictadura: habían ahí muchos jóvenes y unos cuantos veteranos. Y sólo éramos dos de edad intermedia. Y pronto, como en el país, habrían menos chicos mientras nosotros, por supuesto, envejeceríamos irremediablemente.
Inés comenzó casi a ser novia de un compañero de clase de su edad que era, para todos nosotros, mucho menos de lo que ella se podría haber conseguido.
  No sé si hablábamos por envidia o por despecho. No sé si nos referíamos a lo físico o al dinero. Pero ése era demasiado poco para ella. Debía tener algo mejor. No tenía derecho a  hacer como si no lo supiera. Tenía que comprender que no se puede ser diferente a los demás impunemente.
  Ahora la veo, junto a mí. No sé si sigue siendo ella la que me está cuidando, pero debe ser el único caso en mi vida en que recuerdo con total exactitud su rostro, tantos años anterior. Si viera nuevamente la foto que le saqué aquella noche no rememoraría una imagen abandonada largo tiempo. Sólo volvería a ver a la mujer que siempre he estado viendo.
  Tiene arrugas. Tiene otra mirada, inevitablemente. Nunca más volverá, por supuesto, aquella sonrisa que todos buscábamos y que surgía sola a cada momento.
  Me mira. Hablamos. Me confiesa cosas absolutamente confesables. Me informa de su inmediata rutina. ¿De qué íbamos a hablar?.
  Veo, parado en el centro del cementerio al que he ido la menor cantidad de veces posible, los mejores panteones de la zona norte de la ciudad. En ese momento, enfrentado desigualmente a todas nuestras muertes, me parece una cruel y desmesurada tortura la escultura del gordo, enano ángel que aplasta los caros y privilegiados huesos tirados allí.
  Inés me mira, quizás dije algo. Ya no siento dolor en la muñeca por la inserción del suero. Supongo que debo agradecer por no tener sensibilidad, por poder cerrar los ojos y olvidar la vida.
  Cuando despierto se fue. No me preocupo, sé que volverá como ha vuelto siempre desde que la vi nuevamente. Puedo ahora libremente pensar, porque estoy solo. No tengo más enemigo de mi libertad que el clorhidrato de maprotilina que ingresa permanentemente en mis venas o arterias o lo que sea.
Perdonen mi machismo, pero cuando no me siento bien me calmo recordando las veces en que tuve buen sexo con una mujer. Me enorgullezco de algún que otro episodio de buen desempeño viril y estimulo mi golpeada autoestima con los buenos recuerdos. Humildemente juro no inventar ni exagerar como tantos otros hombres. Sería demasiado deprimente.
  Y por supuesto, tratándose de Inés, evoco hoy la noche en la playa con Silvia.
  Ella era la otra compañera de clase con una treintena de años, lo que hacía inevitablemente que tuviéramos cosas en común. Y si bien, con su mal entendida agresividad y extroversión era tan distinta a mí, sabíamos que éramos más parecidos que lo que nuestra forma de hablar indicaba.
  Generalmente, en esta edad en que hay tan poco por hablar, nos divertimos juntos contándonos de nuestros fracasados matrimonios.
  Así, creo yo, surgió esa bienvenida complicidad que tanto agradezco en una mujer con la que me acuesto.
  Los dos sabíamos que iba a pasar.
  Aunque probablemente yo pensaba que Silvia iba a encarar antes de tiempo y ella que yo no lo iba a hacer nunca. Pero todo sucedió solo cuando la clase quiso pasar un fin de semana en Jaureguiberry después de los exámenes.
  Todos sabían lo que iba a pasar entre nosotros. Al llegar allá, la primera tarde nos miramos y decidimos que iba a ser esa noche en la playa.
  Inés vuelve. Hoy sólo quiero que nuestra conversación sea de cosas como el frío que hace, si se me alivió la columna o si a su hijo sería mejor obligarle a estudiar o mandarlo a trabajar.
  No quiero nada más, querida mía, que poder hablar contigo de nada.
  Cuando comencé a desnudarla en la arena, me dijo que tenía miedo que nos vieran. Es la típica frase destrozadora de climas que tanto odio. Yo no pensaba parar aunque nos filmara un equipo de Hollywood, pero conseguí tranquilizarla.
  Lo hicimos porque teníamos que hacerlo. ¿Qué tiene de malo?. Ninguno de los dos se iba a enamorar jamás del otro, pero nos íbamos a sentir muy bien juntos por un tiempo. ¿Por qué tendríamos que tratar de tener alguna pertenencia sobre el otro, quiero saber?. Probablemente el tiempo de aguantarnos juntos sólo era hasta esa noche en la playa y al vestirnos e irnos a dormir separados, ya habría terminado todo.
  En todo caso, ¿a quién le importaba?.
  Después de hacer el amor dos veces y con Silvia descansando encima mío, la vi.
  Nos quedamos mirando unos segundos y nuestras respectivas parejas se dieron cuenta.
  Si ella sabía que era tan especial, ¿por qué nunca quiso ser superior?.   
  Es la idea que me da vueltas la cabeza desde hace tanto tiempo, mientras miro que yo estoy vivo y ella no. No es que justifique la soberbia, precisamente. Pero había, creo, algo en ella que parecía negar permanentemente su belleza.
  Ahora que lo pienso, es probable que sí. Que siempre estuviera intentando casi exageradamente estar integrada en todos los lugares en los que estaba. Como si en la clase tuviera que tener amistad con todos los compañeros. Nunca me había dado cuenta de éso.
  Siempre estuvimos esperando el momento en que ella nos iba a despreciar. Siempre necesitamos verla del brazo de un tipo con guita. Viejo y despreciable, si fuera posible.  Todos nos moríamos de ganas de decir que era una puta. Tenía que ser flor de puta.
  Aquella noche la vi, totalmente desnuda, arrodillada a la luz de una luna menguante, muriéndose de risa mientras su novio no sabía qué hacer.
  Coloqué más o menos suavemente a Silvia sobre la arena y le volví a hacer el amor. Ellos miraron el espectáculo hasta que llegó su turno.
  Estuvimos así alguna que otra hora, hasta que cansados los cuatro, nos bañamos en el agua.
  Jugamos de manos, de vuelta en la arena, y tendidos de cara al cielo, hablamos durante el resto de la noche y compartimos algún porro que ella había traído.
  Hoy sos un montón de carne pudriéndose, hace unos muy pocos años me pasaste tus maravillosas nalgas casi por mi nariz. Dijiste que teniámos que seguir probando todas las combinaciones posibles entre los cuatro para hacer el amor y que ibamos a empezar vos y yo. Me río.
  Nunca hablamos de esa noche, salvo aquella vez que nos encontramos en la terminal de ómnibus y no me querías saludar. Nunca mientras me cuidabas en la cama del sanatorio pensé en que una vez te había visto desnuda.
  Hoy ya no vivís vos y ya no existe más algo dentro de mí.
  Quería hablar algo más contigo, pero la hora de hablarnos profundamente había sido la vez de la terminal.
  Hiciste torpemente que no me veías y me puse delante de vos. Te agarré las manos cuando quisiste irme después de saludarme forzadamente y no quisiste decirme que te soltara.
  -Tenemos que hablar de aquella noche.
  -Por supuesto que no voy a hablar ni una palabra de éso.
  -Escuchame, sólo quiero decirte de ese tema que no tenés por qué esquivarme.
  -Yo no te esquivo. Pero no es tema para hablar.
  -Sí, me esquivás. Si hubiera sabido que pasaba ésto, nunca hubiera dejado que pasara aquello.
  -No pasó nada entre nosotros. Y hacé de cuenta que no existió esa noche.
  -Ya sé que no pasó nada entre nosotros. Pero no tenés que dejar de hablarme.
  -¡Ay!, ¿hasta cuándo vas seguir?. ¿No podés ser un poco caballero?.
  -Soy caballero. Soy caballero porque no hablé nunca de ésto con nadie. No le conté nada a nadie. Pero quiero saber: ¿hay alguna razón para que no nos hablemos?.
  -No quiero hablar más de eso. ¿Vas a estar repitiendo lo que hice esa vez, toda la vida?.
  -No, estás equivocada. No lo voy a mencionar nunca más.
  -Bueno, entonces no hablemos más y se acabó.
  -Pero no nos miremos como enemigos. Precisamente, lo que quiero decir es que esa noche fuimos amigos. Fuimos amigos de verdad. Pudimos haber jugado al truco en el fondo de la casa, o mamarnos y tocar la guitarra o jugar a la pelota. Salió lo que salió, pero lo importante es cómo nos sentimos los cuatro.
  -Ta, pero yo no puedo mirarte y hacer de cuenta que no pasó nada. Vos sos hombre y no entendés.
  -Yo no creo que haya que tener vergüenza de nada.
  -No es que tenga vergüenza, pero yo no puedo hacer como si no hubiera pasado nada.
  -Yo sólo pienso en que me alegro de haber pasado tan bien una noche como la que pasé aquella vez. Ta, te vi desnuda, nos vimos desnudos y todas esas cosas, pero todo fue un juego. Si querés, lo que me importa es lo que nos divertimos. No vamos a volver a hacer nada de eso, seguramente, ni vos ni yo con nadie, pero nos sentimos muy bien los cuatro. Y eso es lo que me importa.
  -No, pero entendeme que no corresponde que nos sigamos viendo. Yo estoy enamorada de Héctor.
  -Y podés seguir enamorada de él sin ningún problema. Al fin de cuentas, no hicimos el amor.
  -¡No seas grosero!.
  -No fue para tanto. Fue sólo un juego, pero si no lo podés entender, lo único que quiero es que no pasés al lado mío sin saludarme.
  -No es que no quisiera saludarte, pero no quería que te pusieras a recordarme todo lo que pasó.
  -No voy a volver a hablar nunca más de eso en mi vida, pero no quiero que me esquives. No hay nada que temer. Los dos sabemos que nunca vamos a ser pareja, nunca me voy a desubicar en ese sentido y no voy a seguirte. Pero quiero que sea posible tomar un café contigo. Si un día te sentiste bien conmigo, quiero que no me veas como un enemigo.
  -Yo no te vi como un enemigo.
  -Bueno, enemigo quizás no es la palabra. Pero no quiero que me pongas cara fea nunca más. Quiero que sepas que tenés un amigo en mí.
  -Sí, yo quiero ser tu amiga. Aunque sea un poco complicado.
  -No importa que haya un poco de prejuicios que superar. Ya dimos el paso más difícil para ser amigos. Aunque nos veamos dos o tres veces en el resto de la vida, quiero que nos miremos con simpatía.
  -Está bien. Quedate tranquilo.
  -Aunque estemos vestidos.
  -¡Ivo!.
  Nos dimos un beso, nos apretamos fuertemente las manos y no la volví a ver sino muchos años después.

                   
FIN
 

4 comentarios:

Romina dijo...

vos sos hombre y no entendés...

Alvaro Fagalde dijo...

Estuvo bien esa frase?

Romina dijo...

me dio la sensación que era la frase que resumía esta historia.
Es la que más usamos las mujeres para escudar nuestro accionar cuando en realidad lo que pasa es que entendemos las cosas de otra manera.

Unknown dijo...

muito boa obra boas frases

Disk sexo