13 de marzo de 2013

A propósito de "La noche más oscura"

El nombre que le dieron para nuestro continente no tiene nada que ver con el original ("Zero dark thirty"), que alude a la hora en la que un comando especial de la CIA ingresó y asesinó -suponemos- a Osama Bin Laden. La película de Kathryn Bigelow narra exclusivamente la operación mencionada.

Lo hace con un nervio cinematográfico infrecuente y no hace concesiones a la sensiblería, ya sea ésta romántica o patriotera. No estamos ante "Los boinas verdes" de John Wayne ni "Rocky 4" de Sylvester Stallone. Bigelow es antes que nada, una cineasta. Seguramente tiene razón Ronald Melzer en Brecha al agregar que no es aún -y probablemente, nunca lo será- una artista. 

Podríamos concluir que es un película inteligente, madura, seca, bien narrada. Interesante, sin duda, aunque lejos está de ser una obra maestra ni nada que se le parezca.

Los problemas comienzan cuando comenzamos a pensar en la ideología que la sustenta. La publicitada polémica que despertó en Estados Unidos ubicó dos bandos bien definidos: los de quienes se molestaron porque "Zero..." aceptara decir lo que las autoridades del país negaban: que hubo torturas a los prisioneros integrantes (o sospechosos de serlo) de Al Qaeda o similares y, por el otro lado, a quienes, como el filme admitían la existencia de las torturas.

Ninguno de los dos sectores -ni de casi nadie de por allá- dejó de justificarlas: según la película, el torturar sádicamente a los detenidos no sólo fue vital para "salvar vidas inocentes", como le dice la protagonista a una víctima de tales prácticas, sino que éste finalmente parece aceptarlo de lo más mansito. Sólo faltó que agradeciera que se la dieran.

Es que "La noche más oscura", detrás de su innegable madurez de libreto, esconde lo que se insinuaba más bien por omisión en la anterior obra de la directora, la ganadora del Oscar "Vivir al límite", ambientada en la invasión al Irak de Hussein: un alineamiento total y más bien cómplice con la política belicista del imperio armamentístico de su país. La película no cuestiona, no duda, más bien difunde y propagandea el extremismo contra el enemigo. Hay una escena en que se cuestiona directamente a la blandura demócrata y el jerarca de ese partido... termina dándole toda la razón y el apoyo al "halcón" que lo interpela.

Nadie se cuestiona ni por un instante el derecho que pueda tener U.S.A. en invadir países y asesinar gente que no le gusta. Derecho que sólo pueden exhibir -según el film- los propios yanquis o quienes se le alíen. Se habla de "buenos" y "malos" de manera infantil y el que tiene razón es el que es más duro con el enemigo. 

Que nadie piense por un instante que yo pueda siquiera plantearme defender a los Sadamm Hussein u Osama Bin Laden de este mundo. No quiero defender a NINGUNO de ellos, más allá de que se lleven mal o bien con los intereses de la Casa Blanca. 

El problema es que no puedo dejar de pensar que la misma ética -o falta de ella- que permite estas películas patrioteras y miliqueras puedan estar en el día de mañana justificando (o pidiendo) una invasión a Brasil por la Amazonia o a Venezuela por su petróleo o a cualquier otro país del Tercer Mundo porque no les sirve su gobernante.

Mucho más me asusta el hecho de que en realidad, en su país se consideró a esta película como "liberal" y "blanda" con Al Qaeda. El mundo no parece ir por buen camino así.           

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