Ya que no escribo desde hace unos años, he aquí un cuento breve de hace tiempo. Inmaduro, más bien tosco como los demás que he subido aquí, igual podría tener su interés. Ya vendrán tiempos mejores.
Nunca pensé estar en
una situación así: parado frente a la tumba de Inés, mirando estúpidamente los
símbolos que la componen que inútilmente quieren resumir, elogiar, resaltar,
adjetivar lo inefable.
La vida de alguna de
las pocas personas que uno pudo haber querido alguna vez.
Era diez años menor
que yo y había sido siempre, por lo que supe, razonablemente sana. Uno podría
pensar que tenía menos posibilidades de morirse que yo porque mis recuerdos más
frecuentes y más gratos de ella eran de hace pocos años; de cuando más necesité
a alguien y ella fue, sorpresivamente, quien estuvo a mi lado.
Yo no tenía a nadie
cuando me enfermé gravemente. No tenía por quién sufrir, por quién preocuparme.
Pero tampoco tenía quien cuidara a mi cuerpo que ya no era joven.
Pero tampoco tenía quien cuidara a mi cuerpo que ya no era joven.
¿Qué hubiera sido de
Inés si nos hubiéramos seguido viendo?.
¿Qué hubiera sido de
mí?.
Ayer alguien me
avisó que ella ya no vivía. En una frase terminó una vida.
Vine cuando creí
estar seguro de que no me encontraría ni con su exmarido, ni con su familia, ni
con quienes se dirían sus mejores amigos. ¿Qué me importaban ellos?. Sólo
éramos ella y yo. Nadie debía conocer nuestra relación, ni nadie tenía por qué
vernos juntos.
Pensé que nadie
diría nada si yo hubiera sido un amante, quién diría algo si yo hubiera sido
algún hombre de su vida. Creo que lo hubieran deseado.
¿Qué palabra usar?.
Ella era realmente hermosa, era divina. Era la más linda del grupo donde nos
conocimos. Yo se lo dije una vez, muchos años después, pero ella no comentó
nada. Nada dijo, sólo sonrió. Pero no me contestó. ¿Qué podía decir?.
Ella me molestaba
por ser tan linda, éso no se lo dije nunca.
Ahora ya no importa
si pudo serlo. Se la olvidó en una tumba igual que la de cualquier otra mujer. Ahora miro algo que no tiene sentido, después de esperar que nadie me pudiera
descubrir haciéndolo.
¿Ahora ella es eso?.
Ahora eso es Inés por el resto de mis días. Eso me dicen.
Tendría que abrir su
tumba y cerciorarme de que está ella. Verla en el estado en que está y aceptar
que ahora ella es así, que la mujer que vivió tan singular historia conmigo es
la misma que tendría, fría, en descomposición, en mis manos.
Por supuesto que no
lo haré.
Una sola vez hice lo
que no se debe hacer.
Hoy sólo me voy a
quedar mirando la representación del sinsentido que es un cementerio, una
tumba, una lápida, unas flores.
¿Quién me mirará
ahora?. Inés es la que no está ahora; hay un cadáver que la representa, hay una
tarjeta provisoria con su nombre completo que yo no conocía; hay unas pobres,
inexpresivas flores de género, pero nada me mirará como ella.
¿Por qué habrá ido a
cuidarme?. ¿Por qué habrá ido a mirarme?. ¿Por qué fue que estuvo, simplemente,
parada junto a mí?. Hacía muchos años que poco sabíamos el uno del otro, nos
veíamos algunas veces, pero nada más; ¿por qué apareció en mi cama de enfermo?.
No nos pedimos nada,
sólo estuvo junto a mí y pensamos en lo que no queríamos repetir.
¿Qué necesidad había
de hablar de éso, otra vez?. Yo lo había prometido.
Sonrío recordando su
torpeza con el suero, con la cama, con mi comida. Fue más difícil de lo normal
enseñarle las tareas más elementales que tiene que saber el que cuida a un
enfermo que no se puede mover.
Pero yo sólo
necesitaba que ella estuviera ahí. Sólo hacía falta que ella estuviera al lado,
poder despertar una vez más y verla, sonriéndome, hablándome inútilmente la
mayoría de las veces. En realidad, no necesitaba que ella estuviera conmigo;
sólo, simplemente, necesitaba que alguien estuviera conmigo alguna vez en mi
vida. ¿Cómo fue posible que en ése momento estuviera la mujer más extrañamente
hermosa que yo hubiera visto?.
Una vez me agarró la
mano para alentarme.
Siento que ya es
inútil que me quede más tiempo, sabiendo, al fin y al cabo, que allí tampoco
podré estar con ella.
Me voy, caminando
sin mirar atrás, sabiendo que nunca podré volver a visitar este sitio, que no
me hace bien intentar conseguir algo de ella acá o en cualquier otro lugar, que
no le dije muchas cosas y que hubiera sido mucho mejor habérselas dicho.
Me pregunto,
mientras dejo de caminar quedándome espontáneamente inmóvil, si en realidad no
tiene sentido el gesto de depositar algunas flores en ese espantoso artefacto
más parecido al hormigón que al mármol que dice ser ella.
¿Qué es el
burocrático, circunstancial lugar donde depositaron su frío cuerpo para que se
pudra lejos de nuestra vista comparado con sus ojos mirándome cuando yo no
tenía nada inteligente para decirle?.
No es que hubiera
vuelto a ella para llorar el que ya fuera imposible repetir aquello que habíamos
tenido.
El viento aliviaba
el verano y me afiebraba pero me di vuelta y quise volver y, arrodillado a los
pies de su tumba, hundirme junto a ella. Pero me quedé parado, callado, incapaz
de verla, molesto con quienes pasaban demasiado cerca de mí, haciendo lo mismo
que yo no había ido a hacer, pero viviendo, simplemente, sus vidas habituales.
En ese momento
decidí irme definitivamente, volver a mi casa, a mi segunda mujer, a mi
trabajo. Hacer lo que debo hacer y no pensar más que en lo que estoy obligado a
pensar.
¿De qué valió lo que
ella hizo si ya no es nadie?. ¿Quién sabrá lo que pasó cuando documenten mi
propia ausencia en otra lápida probablemente construída por el mismo funcionario,
enterrada en otro cementerio más cercano a mi barrio?.
ºººººººººººººººººº
Me despierto sin
darme cuenta, casi como si no hubiera habido nada entre el misterioso momento
de la noche en que tuve una tregua y ahora. Supongo que ésto se debe a las
drogas que me pasan a través del suero. Una luz gris se cuela por los recovecos
de la cortina metálica y le hago señas a ella de que no haga lo que ha pensado
hacer al verme despierto.
Ella está y yo la
miro con esa luz tan neutra. Le molesta; más bien, se siente incómoda, pero su
queja es apagada, bienhumorada. No puede entender qué veo al invadir ella en
forma de un color vivo atravesado por franjas de oscuridad el gris de la sala.
-Estoy mirando tus
arrugas. Cuando nos conocimos, no tenías ninguna.
-¿Y vos qué hablás?.
¿Te creés que rejuveneciste?.
Me hace gracia verla vestida formalmente, con
ropa adecuada a su nueva edad, con colores aceptablemente combinados. Yo
pienso: ¿el tipo con el que sale –del que no quiere mencionarme nada- pensará
al verla así, al llevarla al cine, a cenar y acostarse con ella en alguno de
los dos departamentos, que hace sólo quince años a ella le importaba poco cómo
se vestía?.
Cuando no tenía
arrugas, solía andar (por ejemplo) con la camisa de cualquier color, desprendida
y sin corpiño. Esta mujer con aspecto de profesional usaba caravana en la
nariz.
Pero esa mirada...
Me finjo dormido.
Quiero quedarme en el tiempo en que podía caminar y correr todo lo que
quisiera. Que podía levantar a una chica como Inés con un solo brazo.
Pero es absurdo, es
imbécil pensar en éso. Borro rápidamente de mí ese pensamiento. No puedo
aproximarme a la vejez, a la aceptación del deterioro de mi físico, exagerando
y mitificando el pasado.
Extiendo mi mano
para que ella la tome. Soy tan feliz que no pido nada más que eso.
Por primera vez en mi
vida, siento que sería totalmente obsceno cualquier otro contacto físico. Si de
repente, milagrosamente, se abalanzara sobre mí, no se lo perdonaría.
Por primera vez
desde que nos conocemos, la diferencia de edad no importa. Tenemos ante nuestra
vista a unos jóvenes que sabemos que fuimos nosotros, pero que no se nos
parecen en nada. Los sentimos lejanos, ajenos a esta pieza.
El personal cree que
Inés es mi amante. Que es la mujer por la cual abandoné a mi esposa. Que es la
otra más joven que ésta. Ambos nos reimos. Nos sentimos cómodos y nos tratamos
como si fuera verdad. Es una pequeña broma de complicidad y una amable manera
de olvidar lo que pasó en nuestras respectivas vidas.
Acaricio su mano.
Es increíble, pero
no hubiera abandonado a mi mujer por ella, aunque qué más quisiera que poder
despertar con Inés en mis brazos.
Hoy veo que no le he
preguntado todavía la verdadera razón por la que reapareció años después en mi
vida. Cuando más sólo me encontraba, cuando más necesitaba verla al volver a
abrir los ojos reponiéndome de una dolorosa noche.
Hace años que no he
hablado de forma frontal con Inés. Hemos hablado con total sinceridad una sola
vez en la vida.
¿Con cuánta gente hablamos
sinceramente aunque sea una vez en la vida?.
Es increíble, pero
no me pesa la humillación de que tenga que ayudarme en los menesteres
vergonzosos de un veterano inválido. No puedo evitar un gesto de molestia
mientras pienso ésto último, para rechazar la palabra que sugiere que nunca me
voy a curar. Ella me interroga con la mirada al verlo, pero creo que comprende
que nadie puede estar tan sólo sin hablar un poco consigo mismo.
Por suerte, ella
tomó acertadamente mi mención a sus arrugas como una broma, interpretó
correctamente mi tono de voz que recordaba aquella vieja conversación que
tuvimos sobre la inutilidad de intentar conservar la belleza. Yo le dije –recuerdo-
que ya la vida es demasiado corta y la
suerte de tener eso que llamamos “belleza” que a algunos hace superiores a la gran
mayoría de los humanos es, inevitablemente, mucho más efímera aún. Que, demasiada
suerte es haberla tenido por algún, breve espacio de tiempo, alguna vez. Que
cualquier idiota puede tenerla, que qué hacer con tu vida cuando se vaya si tu
vida sólo fue para ella.
Probablemente, eso
que llaman madurez sea comprender, cuando se ha llegado a la edad adecuada, que
no son necesarias tantas palabras. Es probable que sí, que madurez signifique
tener la sabiduría como para no necesitar ya decir tanta cosa para ser
trascendentes a la rutina. Que los que nos decimos maduros ya lo sepamos, que
lo podamos decir y lo podamos oir evitando tanto ruido artificial al hablar.
O capaz que sólo es
que no tenemos más nada para decir y no queremos hablar ya con nadie.
Qué habrá pasado con
su novio de aquel entonces.
En aquella clase
ella podía rodearse de compañeras de su edad.
El grupo era algo
así como si fuera una muestra estadística del Uruguay que salía de la dictadura:
habían ahí muchos jóvenes y unos cuantos veteranos. Y sólo éramos dos de edad intermedia.
Y pronto, como en el país, habrían menos chicos mientras nosotros, por supuesto,
envejeceríamos irremediablemente.
Inés comenzó casi a
ser novia de un compañero de clase de su edad que era, para todos nosotros,
mucho menos de lo que ella se podría haber conseguido.
No sé si hablábamos
por envidia o por despecho. No sé si nos referíamos a lo físico o al dinero.
Pero ése era demasiado poco para ella. Debía tener algo mejor. No tenía derecho
a hacer como si no lo supiera. Tenía que
comprender que no se puede ser diferente a los demás impunemente.
Ahora la veo, junto
a mí. No sé si sigue siendo ella la que me está cuidando, pero debe ser el
único caso en mi vida en que recuerdo con total exactitud su rostro, tantos
años anterior. Si viera nuevamente la foto que le saqué aquella noche no
rememoraría una imagen abandonada largo tiempo. Sólo volvería a ver a la mujer
que siempre he estado viendo.
Tiene arrugas. Tiene
otra mirada, inevitablemente. Nunca más volverá, por supuesto, aquella sonrisa
que todos buscábamos y que surgía sola a cada momento.
Me mira. Hablamos.
Me confiesa cosas absolutamente confesables. Me informa de su inmediata rutina.
¿De qué íbamos a hablar?.
Veo, parado en el
centro del cementerio al que he ido la menor cantidad de veces posible, los
mejores panteones de la zona norte de la ciudad. En ese momento, enfrentado
desigualmente a todas nuestras muertes, me parece una cruel y desmesurada
tortura la escultura del gordo, enano ángel que aplasta los caros y privilegiados
huesos tirados allí.
Inés me mira, quizás
dije algo. Ya no siento dolor en la muñeca por la inserción del suero. Supongo
que debo agradecer por no tener sensibilidad, por poder cerrar los ojos y
olvidar la vida.
Cuando despierto se
fue. No me preocupo, sé que volverá como ha vuelto siempre desde que la vi
nuevamente. Puedo ahora libremente pensar, porque estoy solo. No tengo más enemigo
de mi libertad que el clorhidrato de maprotilina que ingresa permanentemente en
mis venas o arterias o lo que sea.
Perdonen mi
machismo, pero cuando no me siento bien me calmo recordando las veces en que
tuve buen sexo con una mujer. Me enorgullezco de algún que otro episodio de
buen desempeño viril y estimulo mi golpeada autoestima con los buenos
recuerdos. Humildemente juro no inventar ni exagerar como tantos otros hombres.
Sería demasiado deprimente.
Y por supuesto,
tratándose de Inés, evoco hoy la noche en la playa con Silvia.
Ella era la otra
compañera de clase con una treintena de años, lo que hacía inevitablemente que
tuviéramos cosas en común. Y si bien, con su mal entendida agresividad y
extroversión era tan distinta a mí, sabíamos que éramos más parecidos que lo
que nuestra forma de hablar indicaba.
Generalmente, en
esta edad en que hay tan poco por hablar, nos divertimos juntos contándonos de
nuestros fracasados matrimonios.
Así, creo yo, surgió
esa bienvenida complicidad que tanto agradezco en una mujer con la que me
acuesto.
Los dos sabíamos que
iba a pasar.
Aunque probablemente
yo pensaba que Silvia iba a encarar antes de tiempo y ella que yo no lo iba a
hacer nunca. Pero todo sucedió solo cuando la clase quiso pasar un fin de
semana en Jaureguiberry después de los exámenes.
Todos sabían lo que
iba a pasar entre nosotros. Al llegar allá, la primera tarde nos miramos y
decidimos que iba a ser esa noche en la playa.
Inés vuelve. Hoy
sólo quiero que nuestra conversación sea de cosas como el frío que hace, si se
me alivió la columna o si a su hijo sería mejor obligarle a estudiar o mandarlo
a trabajar.
No quiero nada más,
querida mía, que poder hablar contigo de nada.
Cuando comencé a
desnudarla en la arena, me dijo que tenía miedo que nos vieran. Es la típica
frase destrozadora de climas que tanto odio. Yo no pensaba parar aunque nos
filmara un equipo de Hollywood, pero conseguí tranquilizarla.
Lo hicimos porque
teníamos que hacerlo. ¿Qué tiene de malo?. Ninguno de los dos se iba a enamorar
jamás del otro, pero nos íbamos a sentir muy bien juntos por un tiempo. ¿Por
qué tendríamos que tratar de tener alguna pertenencia sobre el otro, quiero
saber?. Probablemente el tiempo de aguantarnos juntos sólo era hasta esa noche
en la playa y al vestirnos e irnos a dormir separados, ya habría terminado
todo.
En todo caso, ¿a
quién le importaba?.
Después de hacer el
amor dos veces y con Silvia descansando encima mío, la vi.
Nos quedamos mirando
unos segundos y nuestras respectivas parejas se dieron cuenta.
Si ella sabía que
era tan especial, ¿por qué nunca quiso ser superior?.
Es la idea que me da
vueltas la cabeza desde hace tanto tiempo, mientras miro que yo estoy vivo y
ella no. No es que justifique la soberbia, precisamente. Pero había, creo, algo
en ella que parecía negar permanentemente su belleza.
Ahora que lo pienso,
es probable que sí. Que siempre estuviera intentando casi exageradamente estar
integrada en todos los lugares en los que estaba. Como si en la clase tuviera
que tener amistad con todos los compañeros. Nunca me había dado cuenta de éso.
Siempre estuvimos
esperando el momento en que ella nos iba a despreciar. Siempre necesitamos
verla del brazo de un tipo con guita. Viejo y despreciable, si fuera
posible. Todos nos moríamos de ganas de
decir que era una puta. Tenía que ser flor de puta.
Aquella noche la vi,
totalmente desnuda, arrodillada a la luz de una luna menguante, muriéndose de
risa mientras su novio no sabía qué hacer.
Coloqué más o menos
suavemente a Silvia sobre la arena y le volví a hacer el amor. Ellos miraron el
espectáculo hasta que llegó su turno.
Estuvimos así alguna
que otra hora, hasta que cansados los cuatro, nos bañamos en el agua.
Jugamos de manos, de
vuelta en la arena, y tendidos de cara al cielo, hablamos durante el resto de
la noche y compartimos algún porro que ella había traído.
Hoy sos un montón de
carne pudriéndose, hace unos muy pocos años me pasaste tus maravillosas nalgas
casi por mi nariz. Dijiste que teniámos que seguir probando todas las combinaciones
posibles entre los cuatro para hacer el amor y que ibamos a empezar vos y yo. Me
río.
Nunca hablamos de
esa noche, salvo aquella vez que nos encontramos en la terminal de ómnibus y no
me querías saludar. Nunca mientras me cuidabas en la cama del sanatorio pensé
en que una vez te había visto desnuda.
Hoy ya no vivís vos
y ya no existe más algo dentro de mí.
Quería hablar algo
más contigo, pero la hora de hablarnos profundamente había sido la vez de la
terminal.
Hiciste torpemente
que no me veías y me puse delante de vos. Te agarré las manos cuando quisiste
irme después de saludarme forzadamente y no quisiste decirme que te soltara.
-Tenemos que hablar
de aquella noche.
-Por supuesto que no
voy a hablar ni una palabra de éso.
-Escuchame, sólo
quiero decirte de ese tema que no tenés por qué esquivarme.
-Yo no te esquivo.
Pero no es tema para hablar.
-Sí, me esquivás. Si
hubiera sabido que pasaba ésto, nunca hubiera dejado que pasara aquello.
-No pasó nada entre
nosotros. Y hacé de cuenta que no existió esa noche.
-Ya sé que no pasó
nada entre nosotros. Pero no tenés que dejar de hablarme.
-¡Ay!, ¿hasta cuándo
vas seguir?. ¿No podés ser un poco caballero?.
-Soy caballero. Soy
caballero porque no hablé nunca de ésto con nadie. No le conté nada a nadie.
Pero quiero saber: ¿hay alguna razón para que no nos hablemos?.
-No quiero hablar
más de eso. ¿Vas a estar repitiendo lo que hice esa vez, toda la vida?.
-No, estás
equivocada. No lo voy a mencionar nunca más.
-Bueno, entonces no
hablemos más y se acabó.
-Pero no nos miremos
como enemigos. Precisamente, lo que quiero decir es que esa noche fuimos
amigos. Fuimos amigos de verdad. Pudimos haber jugado al truco en el fondo de
la casa, o mamarnos y tocar la guitarra o jugar a la pelota. Salió lo que
salió, pero lo importante es cómo nos sentimos los cuatro.
-Ta, pero yo no
puedo mirarte y hacer de cuenta que no pasó nada. Vos sos hombre y no entendés.
-Yo no creo que haya
que tener vergüenza de nada.
-No es que tenga
vergüenza, pero yo no puedo hacer como si no hubiera pasado nada.
-Yo sólo pienso en
que me alegro de haber pasado tan bien una noche como la que pasé aquella vez.
Ta, te vi desnuda, nos vimos desnudos y todas esas cosas, pero todo fue un
juego. Si querés, lo que me importa es lo que nos divertimos. No vamos a volver
a hacer nada de eso, seguramente, ni vos ni yo con nadie, pero nos sentimos muy
bien los cuatro. Y eso es lo que me importa.
-No, pero entendeme
que no corresponde que nos sigamos viendo. Yo estoy enamorada de Héctor.
-Y podés seguir
enamorada de él sin ningún problema. Al fin de cuentas, no hicimos el amor.
-¡No seas grosero!.
-No fue para tanto.
Fue sólo un juego, pero si no lo podés entender, lo único que quiero es que no
pasés al lado mío sin saludarme.
-No es que no quisiera
saludarte, pero no quería que te pusieras a recordarme todo lo que pasó.
-No voy a volver a
hablar nunca más de eso en mi vida, pero no quiero que me esquives. No hay nada
que temer. Los dos sabemos que nunca vamos a ser pareja, nunca me voy a desubicar
en ese sentido y no voy a seguirte. Pero quiero que sea posible tomar un café
contigo. Si un día te sentiste bien conmigo, quiero que no me veas como un
enemigo.
-Yo no te vi como un
enemigo.
-Bueno, enemigo
quizás no es la palabra. Pero no quiero que me pongas cara fea nunca más.
Quiero que sepas que tenés un amigo en mí.
-Sí, yo quiero ser
tu amiga. Aunque sea un poco complicado.
-No importa que haya
un poco de prejuicios que superar. Ya dimos el paso más difícil para ser
amigos. Aunque nos veamos dos o tres veces en el resto de la vida, quiero que
nos miremos con simpatía.
-Está bien. Quedate
tranquilo.
-Aunque estemos
vestidos.
-¡Ivo!.
Nos dimos un beso,
nos apretamos fuertemente las manos y no la volví a ver sino muchos años
después.
FIN
4 comentarios:
vos sos hombre y no entendés...
Estuvo bien esa frase?
me dio la sensación que era la frase que resumía esta historia.
Es la que más usamos las mujeres para escudar nuestro accionar cuando en realidad lo que pasa es que entendemos las cosas de otra manera.
muito boa obra boas frases
Disk sexo
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