La palabra "nepotismo" en sí, no es demasiado conocida. Pero todos sabemos bien de qué se trata el acomodar parientes, socios y parejas en la admnistración pública o similares.
El colocar a alguien cuyo único mérito es ser -por ejemplo- hijo de un poderoso es de ese tipo de práctica que todos criticamos pero a la cual, todos toleramos. Esto es propio del provincianismo uruguayo: chusmeamos por lo bajo pero somos incapaces de siquiera intentar algo para cambiarlo.
Entiéndase bien algo: todos los hijos -o los familiares- de la gente famosa o importante tiene el derecho a trabajar y a conseguirse su lugar en la sociedad. Está claro que no podemos ponernos en cazadores de brujas si algún apellido conocido tiene un puesto de jerarca. El problema es que ese familiar tiene que tener el MISMO derecho que uno, que es un García cualquiera. Y eso es algo que está muy lejos de acontecer en la vida diaria.
Pero no le echemos el 100 % de la culpa al ministro o al gerente. No sería nada fácil para ellos si esta práctica no estuviera tan aceptada por la sociedad en su conjunto, incluyendo -naturalmente- a quienes la sufren a diario. Pude comprobar personalmente cómo a un importante dirigente de un partido tradicional -nada combatiente de nepotismos ni amiguismos en sus actividades empresariales ni políticas- le parecía lo más natural (y lógico) del mundo que los gobernantes de su odiado Frente Amplio incurrieran en las mismas prácticas.
Sin embargo, no es necesario llegar hasta los cargos jerárquicos de ningún organismo público, intendencia ni liderazgo sectorial. Lo podemos ver todos los días en actividades mucho menos prestigiosas.
¿Cuántas veces escuché la frase del título de esta entrada mientras atendía a alguien por algún trámite administrativo?. ¿Cuántos no arguyeron ser primos del hermano de alguien importante cuando le dijeron que le podían dar número para dentro de unos días?.
La corrupción no es exclusiva de los poderosos. No existiría si no votáramos a ese estúpido puesto en el primer lugar de la lista por su influyente padre ni cuando nosotros repetimos -en pequeño- las prácticas de aquel que se saltea esperas, colas, multas, concursos o licitaciones porque tiene amigos en los lugares claves.
El tema no es menor: quizás el día de mañana nos atropelle con su auto el hijo de un jerarca que sabe que no le va a pasar nada o nuestros propios chicos no encuentren un trabajo acorde a sus merecimientos porque ese lugar lo ocupó alguien que tiene un apellido adecuado.
La solución está en nosotros mismos.
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