Esto es ciencia, Señoras y Señores:
A ver si aprenden los Torracas y los Vazquez Melo...

En el otro extremo, están los que se dedican a manijear a la gente pidiendo reavivar el espíritu medieval. Les guste o no, Uruguay es el país con menor delincuencia del continente y quienes hemos podido viajar por otros lugares, sabemos que es mentira el panorama catastrófico que nos pintan los Telenoche 4 y similares. Que ésto no puede servir de consuelo para quien acaba de ser robado, es obvio. A mi familia más cercana le ha tocado vivirlo en carne propia hace muy poco. Pero que los noticieros (y los Bordaberry) aprovechan para hacer política partidaria es innegable. ¿Las víctimas?. Bien, gracias, por ahora nos son útiles.
Si bien está claro que algo -o mucho- hay que hacer y que hay que combatir firmemente a la delincuencia, también me parece innegable que hay gente que parece que está deseando que haya más violencia y más delitos.
Rank siguió dominando por décadas el negocio en Gran Bretaña pero no consiguió imponerse en Estados Unidos, que era su sueño. Sin embargo, fueron cada vez más frecuentes las inversiones inglesas en su ex colonia, como pronto serían decisivas las aportaciones de capital norteamericano que no se permitía repatriar y, por lo tanto, debía ser reinvertido en Europa, lo que posibilitó una serie de coproducciones importantes, especialmente cuando ya estaba bastante entrada la década de los 50 y había que combatir la crisis originada por el surgimiento de la televisión.
La pequeña compañía Ealing realizó -sin grandes presupuestos- varias comedias realmente muy graciosas y finamente realizadas, como "El hombre del traje blanco" y "Quinteto de la muerte" (1955), ambas de Alexander Mackendrick; "Su primer millón" (1951), de Charles Chrichton, quien realizará la excelente "Los enredos de Wanda", 35 años después; y, fundamentalmente, "Los ocho sentenciados" (foto 1), de Robert Hamer, famosa porque su protagonista, Alec Guiness, realizaba los ocho papeles de las víctimas de un asesino, consagrándose como la estrella cinematográfica de las islas durante al menos 20 años.
El dúo formado por Michael Powell y Emeric Pressburger fue otro sólido bastión de la industria británica por un tiempo. Su serie de clásicos comienza con ·Coronel Blimp" (1943 -no estrenada en Uruguay-; la bélica "Escalera al cielo" (1946); la muy interesante "Narciso negro" (1947) sobre un convento alejado en el Himalaya, donde podría haber ingresado algún componente de sensualidad y, finalmente, "Las zapatillas rojas" (1948) y "Los cuentos de Hoffmann" (1951), estas dos últimas, más pretenciosas y menos celebradas. En 1956 filmarían "La batalla del Río de la Plata", sobre el hundimiento del Graff Spee durante la Segunda Guerra, con una curiosa ambientación montevideana, con gauchos en discotecas de Pocitos.
El danés Carl Theodor Dreyer (foto 5) había realizado dos clásicos del cine mudo en Francia con "La pasión de Juana de Arco" (1928), rodada casi como un documental sin ningún atisbo de epopeya y la particular historia sobrenatural "Vampyr" (1932), que fue un injusto fracaso económico que le llevó de nuevo a su país natal. Su instransigencia artística le hizo espaciar cada vez más su producción y no volvió a filmar hasta 1943, en que terminó la inédita entre nosotros "Dies irae", espléndida (y ambigua) historia de brujería medieval, la aclamada "Ordet" o "La palabra" (1954), sobre un teólogo en crisis de fe y finalizaría con el drama bastante estático de "Gertrud" (1965), talentoso pero un poco chapado a la antigua en un mundo que cambiaba vertiginosamente.
Especialmente valiosa es su adaptación de la novela del Premio Nobel Per Lagerkvist "Barrabás" en 1952, manteniendo del libro el conflicto espiritual del ladrón que se salvó en lugar de Cristo, en muchísima más medida que la posterior adaptación hollywoodense. Bastante olvidado, un poco eclipsado por el brillo de Bergman, a quien apadrinó, Sjöberg tiene un lugar de privilegio, sin dudas, entre los creadores del cine sueco, que pronto, como en buena parte del mundo, se vería conmovido por la aparición de corrientes renovadoras.
Como toda ciudad más o menos importante, tiene sus canciones. Hoy quería traer además del obvio himno de Mauricio Ubal -que ganó un concurso municipal- y que no tiene nada de "himno" en la vertiente pomposa y solemne de música militar, a otros temas hechos por extranjeros, en algún caso bastante insospechados.
Sin embargo, también es cierto que a partir de los últimos años de la década de los 70, confluyeron varios músicos que comenzaron a abrir sus oídos a las músicas de otros lugares, práctica poco corriente en el ciudadano medio norteamericano que tiene una tradición cultural enormemente aislacionista y que suele desinterarse por completo de cuanto pase en el mundo. El movimiento -un poco anterior en el tiempo- del jazz fusión había convencido a muchos que las influencias externas eran buena cosa para abrir el espectro de sonidos y que había un público para un nuevo jazz, que dejara atrás los caminos arqueológicos de la música tal como había venido de New Orleans (o del ya muy antiguo triunfante swing de los Goodman, Ellington y Basie) y, al mismo tiempo, que incorporara ritmos nuevos que interesaran a los jóvenes.
Al comenzar los 70 se acercó a la música, a las tradiciones y a la efervescencia política de su continente, incorporando el folclore argentino y los ritmos andinos -bastante diferentes a la alegría y la extroversión de otras zonas latinoamericanas- a su fraseo áspero y minimalista.
Metheny ha cultivado un estilo único y personalísimo que por un lado conserva el sonido típico de los grandes guitarristas eléctricos del género, pero por otro también absorbe influencias de otras culturas que integra sin esfuerzo a su propio lenguaje. Es famosa la colaboración del argentino Pedro Aznar durante una década, quien venía del rock de su país, sin haber tocado nunca jazz.