18 de mayo de 2012

Cine: Historia Ilustrada 29

INGLATERRA, SUECIA Y DINAMARCA EN LOS 50

Europa se reconstruyó rápidamente de la Segunda Guerra Mundial, terrible tragedia humana y material.En el caso concreto de Inglaterra, la industria cinematográfica gozaba de buena salud, amparada sobre todo por un enorme índice de concurrencia a las salas por parte de la población que había sido beneficiada por un Estado de Bienestar, que le había permitido dejar atrás las pobrezas propias de una postguerra con relativa facilidad. El imperio Rank dominaba casi totalmente la producción y la distribución, pero permitía coexistir a algunas empresas pequeñas, dado que había pantallas y público para todos.

Rank siguió dominando por décadas el negocio en Gran Bretaña pero no consiguió imponerse en Estados Unidos, que era su sueño. Sin embargo, fueron cada vez más frecuentes las inversiones inglesas en su ex colonia, como pronto serían decisivas las aportaciones de capital norteamericano que no se permitía repatriar y, por lo tanto, debía ser reinvertido en Europa, lo que posibilitó una serie de coproducciones importantes, especialmente cuando ya estaba bastante entrada la década de los 50 y había que combatir la crisis originada por el surgimiento de la televisión.

Un joven David Lean se hizo famoso con dos ortodoxas pero talentosas adaptaciones de Charles Dickens: "Grandes ilusiones" (1946) y "Oliver Twist" (1947). Antes había rodado una refinadísima historia de amor frustrado ("Lo que no fue") (1945) pero no repetiría el suceso comercial hasta que se embarcara en un ciclo de costosas superproducciones. Los mayores éxitos ingleses vinieron por el lado del policial -con un estilo muy diferente al hollywoodense- y a la comedia, también con características propias.    

La pequeña compañía Ealing realizó -sin grandes presupuestos- varias comedias realmente muy graciosas y finamente realizadas, como "El hombre del traje blanco" y "Quinteto de la muerte" (1955), ambas de Alexander Mackendrick; "Su primer millón" (1951), de Charles Chrichton, quien realizará la excelente "Los enredos de Wanda", 35 años después; y, fundamentalmente, "Los ocho sentenciados" (foto 1), de Robert Hamer, famosa porque su protagonista, Alec Guiness, realizaba los ocho papeles de las víctimas de un asesino, consagrándose como la estrella cinematográfica de las islas durante al menos 20 años.    

Carol Reed (foto 2) saltó a la fama con el espléndido drama "Larga es la noche" (1947) (foto 3) en la que un relativamente desconocido James Mason interpretaba a un rebelde irlandés del IRA herido, que cree ver un peligro en todos los personajes de la noche. Al año siguiente realiza sobre Graham Greene "El ídolo caído" y obtiene un enorme éxito con "El tercer hombre" (1949), donde Orson Welles protagoniza el que es probablemente el primer villano ambiguamente encantador de la historia del cine. Luego de esta serie de grandes películas, de lo mejor de todo el cine británico, Reed entraría en un largo estancamiento de más de una década.

Fragmento de "El tercer hombre" (1954) de Carol Reed

Fragmento de "El hombre del traje blanco" (1955) de Alexander Mackendrick


Laurence Olivier fue, seguramente, el mejor actor teatral del siglo XX. El más importante intérprete de la brillante escuela británica, fue consagrado como supremo experto en Shakespeare. Del bardo realizó tres adaptaciones que se encuentran entre las únicas películas interesantes que dirigió (y que, por supuesto, protagonizó): "Enrique V" (1946); "Hamlet" (1948) (foto 4), por la que ganó tanto el Oscar como mejor película -la primera no norteamericana- como por mejor protagonista y, finalmente, "Ricardo III" (1955).

El dúo formado por Michael Powell y Emeric Pressburger fue otro sólido bastión de la industria británica por un tiempo. Su serie de clásicos comienza con ·Coronel Blimp" (1943 -no estrenada en Uruguay-; la bélica "Escalera al cielo" (1946); la muy interesante "Narciso negro" (1947) sobre un convento alejado en el Himalaya, donde podría haber ingresado algún componente de sensualidad y, finalmente, "Las zapatillas rojas" (1948) y "Los cuentos de Hoffmann" (1951), estas dos últimas, más pretenciosas y menos celebradas. En 1956 filmarían "La batalla del Río de la Plata", sobre el hundimiento del Graff Spee durante la Segunda Guerra, con una curiosa ambientación montevideana, con gauchos en discotecas de Pocitos.


Fragmento de "Ricardo III" (1955) de Laurence Olivier
 
En la década de los 50 comenzó a tener importancia el circuito de festivales internacionales donde, más allá de la publicidad adicional que buscaban los grandes estudios con la presencia de estrellas famosas,  el aficionado exigente podía conocer películas de otras partes del mundo que normalmente no tendrían distribución comercial, pero que gracias al creciente prestigio que aportaban los premios, podían aspirar a una carrera en taquilla, posibilitando el conocimiento de los aficionados. Así se harían célebres en todo el mundo el cine japonés y la carrera de Bergman, como hemos visto.
 
En rigor, el primer festival importante en crearse fue el de Venecia en la Italia fascista de Mussollini en 1932, pero se limitó a premiar el cine del propio país o de regímenes afines. A partir de 1946, con el fin de la guerra, se normalizó su palmarés y posteriormente se fueron incorporando Berlín, San Sebastián, Karlovy Vary, Toronto y Nueva York, aunque el más célebre y publicitado sea el que se realiza en el balneario francés de Cannes.

Más allá de la presencia fulgurante del joven Ingmar Bergman, el cine escandinavo siguió realizando obras de calidad, que gracias a los mencionados festivales internacionales pudieron ser conocidas en el resto del mundo, aunque a veces, como en nuestro país, gracias al circuito cultural y no en la cartelera comercial.

El danés Carl Theodor Dreyer (foto 5) había realizado dos clásicos del cine mudo en Francia con "La pasión de Juana de Arco" (1928), rodada casi como un documental sin ningún atisbo de epopeya y la particular historia sobrenatural "Vampyr" (1932), que fue un injusto fracaso económico que le llevó de nuevo a su país natal.  Su instransigencia artística le hizo espaciar cada vez más su producción y no volvió a filmar hasta 1943, en que terminó la inédita entre nosotros "Dies irae", espléndida (y ambigua) historia de brujería medieval, la aclamada "Ordet" o "La palabra" (1954), sobre un teólogo en crisis de fe y finalizaría con el drama bastante estático de "Gertrud" (1965), talentoso pero un poco chapado a la antigua en un mundo que cambiaba vertiginosamente.

Estas tres brillantes películas fueron sendos fracasos de taquilla, más celebrados que vistos, pero que presentan a un pensador riguroso e inflexible, pero permanentemente interesante y removedor.

Alf Sjöberg (foto 6) es conocido sobre todo por "La señorita Julia", Palma de Oro en Cannes, por su novedosa coexistencia de pasado y presente, sobre la obra homónima de Strindberg, pero antes y después realizó películas mas que interesantes, incluyendo dos libretos de su alumno Bergman ("El sádico" en 1944 y "El relámpago en los ojos" en 1956).

Especialmente valiosa es su adaptación de la novela del Premio Nobel Per Lagerkvist "Barrabás" en 1952, manteniendo del libro el conflicto espiritual del ladrón que se salvó en lugar de Cristo, en muchísima más medida que la posterior adaptación hollywoodense.  Bastante olvidado, un poco eclipsado por el brillo de Bergman, a quien apadrinó, Sjöberg tiene un lugar de privilegio, sin dudas, entre los creadores del cine sueco, que pronto, como en buena parte del mundo, se vería conmovido por la aparición de corrientes renovadoras.

En los tardíos 50 ya se comenzaron a escuchar con fuerza las voces agoreras que pronosticaban la muerte del cine. Los cambios en las costumbres sociales, con una población madura que salía mucho menos fuera de casa y una juventud (y adolescencia) que se independizaba progresivamente de sus mayores, sumado a la indiscutible competencia de ese electrodoméstico llamado televisión que brindaba imágenes en movimiento sin necesidad de salir del hogar ni pagar entrada, hicieron que la industria cinematográfica se interrogara seriamente su viabilidad. Diferentes soluciones permitieron que se mantuviera, con vaivenes, hasta hoy.



Fragmento de "Dies irae" (1943) de Carl Theodor Dreyer

Fragmento de "Ordet" (1955) de Carl Theodor Dreyer


Fragmento de "La señorita Julia" (1951) de Alf Sjöberg 

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