15 de julio de 2011

El séptimo item del menú IV

La cena y la vuelta a las habitaciones fueron normales. Ivo Mantero pudo bañarse y acostarse tranquilamente, sin miedo a que alguien le atacara por primera vez desde que se había encontrado con el tanque de guerra. Gastón, esta vez, no tendría ningún libro para leer pero el cansancio, los nervios y lo que había llorado en la escuela pudieron más y se durmió rápidamente en los brazos de Ivo.

Éste tuvo menos suerte. Sin poder moverse, para no despertar al niño, no pudo evitar que durante horas diera vueltas en su cabeza el miedo a lo que pudieran descubrir al otro día sobre quién era realmente.

¿Cómo podía un hombre vivir veinte años y encontrarse de un día para el otro que todo lo que había vivido podía ser mentira?. Que él no era el que le habían dicho que era.

¿Quién se lo había ocultado?. ¿Quién lo sabía?. ¿Quién lo había creado y le había inventado una familia?. Tenía que saber si él era diferente, si le habían dado un papel especial en esa guerra que llevaba tantos años.

¿Por qué había vivido siempre entre humanos, convencido que era uno de ellos?. Criado por un matrimonio de ellos a los que un día abandonó para venirse a Montevideo. ¿Sus padres eran sus padres?. ¿Sabían quién era él?. ¿Ellos lo habían creado?.

Sonrió pensando en su madre, pendiente todo el día de que él no jugara demasiado lejos de la casa y no se peleara con los demás niños. De que no se lastimara y no rompiera nada ni lastimara al gato. Su padre, que llegaba de noche, durmiéndose después de haber trabajado en dos lados, tratando de inventar un juego de manos mientras cenaba lo más rápido que podía, antes de irse a dormir.

Sí, difícilmente fueran ingenieros cibernéticos.

A la hora exacta que habían pactado durante la cena, Hume golpeó a la puerta y les dijo que estaba todo pronto para que fueran a desayunar.

Aquello era agradable. Probablemente, el mundo de los androides fuera más puntual que el de los humanos. A Ivo siempre le había molestado la impuntualidad. Además, le agradaba saber que vería permanentemente a Hume. Nunca había podido tener una relación con una pelirroja pecosa.

Aunque no se sentía seguro del todo. Seguían estando en Montevideo. Uruguay era un país que siempre había sido dominado por los humanos, durante todo el transcurso de la guerra. Pero era lógico, por otra parte, que hubiera aunque sea una base androide en territorio enemigo. Todos los bandos en todas las guerras siempre la habían tenido, se imaginaba él.

Gastón parecía haber despertado mucho más animado que el día anterior. Seguramente estaba cómodo en ese lugar y era obvio que no se hacía las preguntas que habían atormentado a Ivo en casi toda la noche. Hasta Hume parecía más sonriente y abierta al diálogo.

-¿Hace mucho que estás acá en este lugar? –le preguntó cuando caminaron hacia el comedor.

-Sí.

-¿Vas a estar siempre con nosotros, para indicarnos a dónde tenemos que ir?.

-No.

Evidentemente, las pelirrojas pecosas no se diferenciaban mucho de las otras mujeres en el trato que le daban a Ivo. Cuando llegaron, ella les indicó que se sentaran en cualquier mesa. Kant no estaba ahí y parecía que el desayuno ya estaba en sus últimos minutos de plazo, porque ya casi no quedaba nadie y todos parecían estar terminando.

-Coman tranquilos –dijo Hume en un arranque de locuacidad, pareciendo adivinar lo que él pensaba.

Gastón pareció encontrar todo lo que a él le gustaba, pero Ivo no pudo comer demasiado. Seguía muy preocupado por los resultados de lo que iba a pasar.

Terminaron de comer, siendo los únicos sentados en el comedor y, al pararse él, inseguro, apareció nuevamente Hume para indicarles el camino.

Seguramente estaría detrás de la entrada viéndolos. O, probablemente, ellos tuvieran cámaras donde pudieran seguir sus movimientos. En todo caso, no intentó hablar con ella, aunque estaba seguro que sus gestos eran menos duros y más amigables que el primer día.

Ella no había hecho más que conducirles, por otro camino, a la sala donde habían conocido a Kant, que estaba esperándolos rodeado nuevamente de Hegel y Sócrates. Cuando el líder los saludó, la pelirroja llevó de la mano, discretamente, a Gastón fuera.

-No se preocupe, mi amigo. ¿Para qué va a estar Diógenes acá aguantando el largo rato de estos aburridores exámenes?. Demasiado que nosotros tenemos que hacerlo, que aproveche que puede escaparse y que se dedique a jugar en nuestra escuela y que se haga amiguitos. ¿No le parece que es lo mejor para él, Descartes?.

-Sí, supongo que sí.

-Por supuesto. Le presento al doctor Hipócrates y al ingeniero Pitágoras. Ambos son grandes especialistas graduados en el exterior en nuestra universidad, aunque con sus nombres verdaderos, en realidad. Ellos podrán develar el misterio y permitirnos a nosotros poder actuar con total eficacia y lograr que usted viva aquí feliz, tranquilo y sirviendo eficazmente para nuestra causa.

-Me parece bien.

Tal como había dicho Kant, Ivo Mantero se vio sometido a horas de largos exámenes, similares pero diferentes a los que le había hecho Christian, en los que tuvo que esperar, tendido en una especie de cama, las distintas mediciones que, entre consultas mutuas, realizaban los dos científicos manteniéndole conectada su cabeza por múltiples cables a una pequeña consola con dos monitores de los que no despegaban la vista. Si bien era obvio que le estaban pasando corriente eléctrica permanentemente, él no sentía ninguna molestia más que el aburrimiento.

Finalmente, después de un tiempo que no podía determinar cuántas horas habían sido, recibió la noticia de que todo había terminado. Hume le limpió la cabeza y le ayudó a vestirse nuevamente de la cintura para arriba. En ese momento, se presentó nuevamente Kant. Ivo no podía saber si había estado siempre presente, pero supuso que sería imposible para un hombre como él permanecer horas callado, por más importante que fuera la investigación.

-Bueno, me alegro sinceramente que todo haya terminado de una buena vez, Descartes. Ha sido un buen chico y creo que se merece un premio. ¿Qué le parece si nuestra ayudante le lleva a dar un paseo, así mueve un poco las piernas y conoce nuestras instalaciones?. Tenemos más servicios de los que usted se imagina.

-Me imagino que eso de “dar un paseo” no será en el sentido de las películas de mafiosos.

-¡No!. ¡Ja, ja!. Qué ocurrente este chico. Vaya tranquilo que Hume no le atacará, Descartes. A menos que usted así lo quiera. Quizás para la cena ya tengamos noticias de lo que encontraron nuestros muchachos.

-Así espero.

Antes de irse, Ivo pudo ver que estaban Sócrates y Hegel discretamente sentados en sillones cerca de la camilla donde él había pasado tantas horas, leyendo despreocupadamente. Sócrates tenía el pelo rubio muy corto, seguramente teñido. Estaba vestida con una ajustada remera que permitía ver el inefable contraste entre sus abultados senos y sus musculosos brazos llenos de agresivos tatuajes. Fingió en todo momento no verle.

No sabía si alegrarse de la posibilidad de estar solo con Hume. Ella le fue explicando las reglas para la utilización de la biblioteca, el salón de juegos, la sala de películas, el comedor, el gimnasio y, finalmente, el campo deportivo. Su voz parecía tan monocorde que Ivo pensó que probablemente fuera una grabación. Se preguntó si habría alguna diferencia en tener sexo con una androide.

Gastón estaba jugando al basquetbol con otros niños. Se saludaron a lo lejos. No le extrañaría que hubiera hecho ésto durante todo el tiempo que duró el examen.

-¿Estás autorizada a jugar al ping pong conmigo?.

-¿Autorizada?.

Mientras ella agarró su paleta de la mesa y se dispuso a jugar el primer partido, él creyó haber visto una sonrisa fugaz en la cara pecosa habitualmente inexpresiva, pero no estaba seguro de que éso fuera posible.

Los partidos no fueron parejos, ella no tenía mucha habilidad ni rapidez y era probable que hiciera mucho tiempo que pasara al lado de todas las comodidades del lugar sin usarlas. Seguramente, ésta vez había hecho una excepción como parte de sus tareas.

-Creo que ya fue suficiente. Mirá si el examen dice que para lo único que sirvo es para dar clases de ping pong.

-No creo.

Ivo tomó una toalla de un mueble especial que había en el pasillo por el que estaban caminando y le secó la transpiración en la frente a ella, arreglándole un mechón de su pelo rojo. Quedó totalmente sorprendida de ese gesto imprevisible, pero nada dijo.

Le indicó que volviera a su cuarto a bañarse y prepararse para la cena que sería con Kant. Que pronto llevaría al niño y que lo esperara que ella los iría a buscar.

-Estoy “autorizada” a muchas cosas más.

Ivo Mantero quedó con esa expresión tan común en los hombres de todas las edades.

La cena fue rutinaria, si es que algo había de rutina en esos días para él. Kant parecía menos verborrágico de lo habitual y sus guardaespaldas se sentaron esta vez en una mesa cercana, discretamente. No hablaron más que de lo bien equipados que decían estar en un escondido edificio de una de las zonas más olvidadas de Montevideo. Su anfitrión les contó algunas particularidades de la seguridad del lugar y les explicó que habían elegido la Ciudad Vieja para tener a mano la City financiera y quedar cerca del centro, donde estaban todas las dependencias gubernamentales.

-Además, supongo que ellos siempre pensarán que este cuartel está en realidad en La Teja o en el Cerro.

-Exactamente, Descartes, exactamente. Han rastrillado todas esas zonas no tan discretamente como lo hubiera hecho yo y no han encontrado nada, por supuesto. Pero nunca se han imaginado que nos tienen en las narices, prácticamente. Compruebo con alegría que los exámenes no mentían.

-¿Cómo?.

-Bueno, se habrá dado cuenta que no quería hablar mucho del tema en este momento y prefería dejarlo para mañana temprano, pero le voy a ir adelantando que los resultados han sido mucho mejores de lo que pensábamos.

-¿Por qué mejores?.

-Usted habrá escuchado todos los insultos que nos prodigan los humanos. Como no me canso de repetir, nos inculcan desde el primer día un complejo de inferioridad terrible. Nos enseñan sus escuelas a sentirnos como las cafeteras que dicen que somos. Nos insultan a cada momento en la calle y, cuando luchamos por nuestros legítimos derechos, nos hacen la guerra. ¡Nos tratan de “inhumanos”!.

-Sí... –exclamó Ivo recordando todas las cosas que había gritado algunas veces a los androides que había reconocido en la calle.

-¡Y estamos orgullosos de ser inhumanos!. ¿Y sabe por qué?.

-Quiero saberlo.

-Porque los humanos, en el mejor de los casos, sólo utilizan el 10 % de su capacidad mental. No son más que animalitos que siguen sus instintos y ladran con un poco más de variedad que los perros. En cambio, nosotros tenemos circuitos electrónicos que permiten canalizar un porcentaje enormemente superior de esa increíble máquina que es el cerebro. Nosotros podemos utilizar, ordenar y sistematizar todo nuestro potencial. La historia ya ha cambiado, amigos, y pronto nacerá el hombre nuevo que sepa guiar a nuestro mundo.

-¿El hombre nuevo?.

-Sí, Descartes, mire lo que es eso que llaman “la Humanidad”. El planeta está envuelto en terribles matanzas desde siempre, el poder aniquila todo a su paso y no se detiene ante nada, no hay más justicia que la de la violencia y el avance de la ciencia sólo ha servido para poder vampirizar más rápidamente los recursos del planeta. ¡Éso es la sociedad humana!. Nosotros pronto gobernaremos el mundo y construiremos una sociedad justa, igualitaria, ordenada. Todos podremos tener la felicidad que nos merecemos y nadie será más que nadie. Utilizaremos nuestra inteligencia para destruir esta sociedad y comenzar con una mucho mejor.

-¿Y dónde encajo yo en todo éso?.

-Usted, amigo Descartes, es un prototipo nuevo de androide. Mis técnicos han comparado sus posibilidades con el del último modelo conocido y usted lo ha superado fácil, abiertamente. Usted es el futuro que necesitamos.

-¿En qué lo ha superado? –preguntó Gastón, el más asombrado.

-Tu compañero, pequeño, no tiene la menor idea de la potencialidad que tiene. Desgraciadamente ha pasado su vida entre compañía humana y ha desaprovechado íntegramente su capacidad. Como la desaprovechan sistemáticamente todos ellos. ¿Y qué pasa cuando descubren a alguien diferente y superior?.

-¿Qué pasa?.

-Le tiran un tanque de guerra para que le pase por arriba. De alguna manera que aún no sabemos, ellos se enteraron que usted es el mayor sistematizador de información que se haya conocido en el planeta. Usted es un prodigio que puede almacenar más datos que mil de las computadoras más potentes de última generación y transformarlos rápidamente en posibilidades de acción. Usted, Descartes, para decirlo de una buena vez, será quien planifique las tácticas y las estrategias que definirán esta larga guerra. ¡Usted decidirá la suerte de este mundo!.

-Bueh...

-Sé perfectamente que lo que le he dicho es demasiado, pero no se preocupe. Todo saldrá bien, nosotros nos encargaremos de su seguridad. Hegel y Sócrates son los jefes del tema y jamás hemos tenido ningún contratiempo. Son expertos, créame. Consúltelo con su almohada y mañana le explicaré nuestros planes para el futuro. Todo saldrá bien, ya lo verá.

Se fueron hacia su habitación luego de terminar la comida. Por primera vez, Hume quería hablar pero él no podía hacer otra cosa que quedarse en silencio. Al abrir la puerta, Gastón entró primero y ella puso su mano sobre el hombro de él. Se dio media vuelta para mirarla, pero ella se fue.

Luego de acostarse, Ivo se quedó mirando al niño que estaba de espaldas. No había dicho prácticamente nada.

-Gastón, no me contaste qué hiciste en todo el día. No me digas que te pasaste jugando al basquetbol.

-No. Me presentaron en la escuela, donde estaban dando ecuaciones de segundo grado; fui a la biblioteca, donde tienen las Obras Completas de Borges, que no las había podido conseguir en ningún lado y pude ir al Observatorio astronómico y buscar agujeros negros en el espacio.

-¿Agujeros negros?.

-Sí, son lugares donde la energía...

-No, dejá –interrumpió Ivo- hoy no estoy en condiciones de escuchar más explicaciones científicas.

-Está bien.

-No me entiendas mal, no es que me molestó pero entendeme que fue un día complicado para mí. Tengo la cabeza a punto de reventar. No puedo creer lo que me está pasando. No puedo creer que sea el héroe de los robots, cuando hace tres días los odiaba a muerte.

-Viste vos que te calentabas con papá.

-Sí, ya sé. Lo he pensado mil veces. Recién ahora todo empieza a encajar en mi vida, pero tengo unas cuantas cosas que resolver. Trataré de empezar a averiguarlas mañana. Tengo que ver qué hago con mi vida.

-Y si sos androide, tenés que vivir con los androides. Los humanos te quieren liquidar.

-Sí, eso ya está decidido. ¿Dónde podría ir, si no?. Suerte que pudimos encontrar este lugar. Pero hay cosas que no entiendo. Nunca me había preguntado antes, pero... ¿vos sabés por qué hay androides?. ¿Quién los inventa?.

-No hay mucha información objetiva sobre el tema. Sólo material de propaganda de cada uno de los bandos de la guerra. Lo que deduje del tema es que algún tipo se avivó que era mucho más barato y efectivo introducir circuitos electrónicos o lo que fuera –te aclaro que no me he interesado demasiado en la ingeniería de sistemas- en el cuerpo de un hombre, que crear un robot completo de metal.

-¿Pero cuándo lo hicieron conmigo?. ¿Cuando nací?.

-No sé bien. Nunca me preocupé del tema porque papá me enseñó que tenemos que ver a todos como iguales, sin importar si son humanos o no.

-¿No te das cuenta que no sé si fui creado para algo ni por quién?. ¿Para qué estoy viviendo?. ¿Qué quieren de mí?.

-Nadie termina de saber nunca para qué está viviendo.

-No me repitas las cosas que lees en el libro ése de Wingen que te leía.

-Wittgenstein. Ése era un libro de lógica. No hablaba de estos temas.

-¿Quién soy yo, realmente?. ¿Alguien quería que yo hiciera algo en especial y por eso me crearon?.

-Hace milenios que mucha gente se preocupa de esos temas en éso que vos despectivamente llamás “los libros que leo yo”.

-¿Cómo?.

-¿Cuál es la razón de nuestra vida?. ¿Vivimos porque nacimos y no nos hemos muerto todavía o hay algo que hacer antes que sea demasiado tarde?. ¿Hay algo después de la muerte?. ¿Debemos preocuparnos de trascender a nuestra época o sólo vivir el presente?. ¿La vida es sólo nacer, comer, reproducirse y morir o podemos hacer algo más que nuestras obligaciones diarias?. Pensá en que estás vivo porque tu madre justo quedó embarazada el día tal a la hora tal de un determinado espermatozoide de entre millones de uno de decenas de hombres posibles, el cual a su vez fue creado por un determinado espermatozoide también en determinado momento y tu madre también y los padres de él y de ella...

-¡Basta!. Voy a vomitar.

-¿Nunca leíste “La nausea” de Sartre?.

Ivo Mantero vomitó efectivamente en el baño. Se sentó sobre el moderno W.C. y respiró profundamente. Tenía ganas de llorar, pero tenía miedo de hacerlo frente al niño que tenía más motivos que él y del que se sentía responsable. Se sintió desahogado y resolvió que sólo necesitaba dormir y que podía esperar sentirse más tranquilo al despertar y comenzar a planificar su nueva vida.

Cuando volvió al dormitorio, Gastón seguía despierto.

-Ivo...

-Sí...

-¿Me podés leer un libro que traje de la biblioteca?.

-¿Cuál es?. ¿“Cómo hablar del infinito y de la vida y hacer vomitar a los demás”?.

-No. “Los tres estigmas de Palmer Eldritch” de Philip K. Dick.

-¿Lo qué?.

-Es una novela de ciencia-ficción. ¿Nunca leíste ciencia-ficción?.

-No. Son todas cosas de marcianos ridículos que invaden la Tierra y la quieren destruir y una princesa se cargará a un mercenario y lo convencerá...

-Ésta no es así. Haceme el favor. Me encanta que me lean...

-Bueno...

El día comenzó como lo estaban haciendo todos sus días en la plaza fuerte androide. Mientras Gastón se integraba a la escuela, él fue a conocer el informe definitivo de sus particularidades y cuáles serían sus nuevas obligaciones.

Lo recibieron en una especie de tribunal. Kant estaba sentado, naturalmente, en el medio de una larga mesa y a sus lados sólo se encontraban Hipócrates y Pitágoras, aunque Ivo no recordaba cuál era cuál. Uno de ellos leyó un papel demasiado lleno de cifras y Kant le pidió al otro que explicara en palabras más concretas qué tipo de desarrollo tenía Descartes.

-Resumiendo groseramente, es el primer androide de segunda generación que conocemos. Además de numerosos adelantos menores, tiene una excelente pantalla virtual, una increíble integración entre el procesamiento de datos y la acción física, un inédito mecanismo de seguridad y, fundamentalmente, una asombrosa capacidad de razonamiento.

-Se lo traduzco al castellano, pequeño genio Descartes –intervino el jefe- ellos quieren decir que usted es capaz de visualizar sus archivos y programas por sí sólo sin dificultad, cosa que nosotros sólo podemos realizar enchufados a un aparato especial, del cuál lamentablemente sólo tenemos...

-Yo intenté hacerlo una vez, pero no pude...

-Con un entrenamiento específico, podrá conseguirlo rápidamente –aclaró uno de los científicos.

-El segundo punto ya lo ha demostrado fehacientemente, según me informaron en forma involuntaria, por supuesto, los servicios de inteligencia humanos. Usted puede sentirse en peligro, correr a una velocidad increíble y, por si fuera poco, calcular la rapidez que desarrolla. Tiene una autonomía de acción que, desgraciadamente, no tienen ninguno de nuestros combatientes. Creemos que usted, Descartes, podría dirigir exitosamente un ataque contra el enemigo sin necesidad de que nadie le haga un plan meticuloso sino que podría analizar velozmente todas las posibilidades e improvisar más eficazmente que el mejor mercenario humano. Lo que nos lleva a la última conclusión: fue desarrollado en usted un ingenioso mecanismo que permite una inédita velocidad de análisis de datos.

-Ustedes mencionaron algo más. ¿Qué es un androide de segunda generación?.

-Usted es el primero de nosotros del que tengamos noticia que fue creado enteramente por androides –contestó quien probablemente era Pitágoras.

Ivo quedó aún más asombrado con esta nueva revelación.

-¿Cómo lo saben?.

El médico y el ingeniero consultaron nerviosos con la mirada a Kant. Éste afirmó con la cabeza y continuó el que estaba hablando.

-Durante décadas, en todo el mundo, científicos androides han estado intentando crear un modelo de segunda generación. Hay determinados detalles en la programación que se han convenido entre los servicios de inteligencia, para incluirle al sujeto de forma que pudiéramos saber fueran quienes fueran que le hicieran a él éstos analisis, con absoluta seguridad, que es un androide no contaminado por la tecnología humana y al cual, además, podemos confiarle información reservada y ultra reservada sin riesgos.

-Lo cual nos lleva al último punto: cualquiera de nosotros podría ser reprogramado por el enemigo un día de éstos, incluyéndome a mí, por cierto. Debimos desarrollar un agobiante sistema de seguridad que empalidecería a los más modernos programas antivirus para tener la esperanza de que no podrán infiltrarnos tan fácilmente. Usted, en cambio, tiene una programación revolucionaria tan perfecta que es absolutamente imposible que alguien pueda hacerle cambiar de opinión. Tiene un sistema de seguridad increíble que impide que nada penetre en sus archivos y que pueda tomar la decisión correcta aunque usted no la entienda. Ningún humano es capaz de éso. Recuerde cuando se fugó de la casa de su supuesto amigo. ¿Lo recuerda?. Yo le dije que seguramente tendría un mecanismo de autodefensa muy bueno, pero confieso que me quedé corto.

-¿Pero quién me creó?. ¿Cuándo?. ¿Dónde me crearon?.

-Eso no lo sabemos con exactitud, lo cual es lógico –intervino el otro científico –se había convenido en su momento que no se incorporarían esos datos al modelo por obvias razones de seguridad.

-¡Pero yo no soy un modelo!. Yo soy un ser humano... bueno, soy...

-Calma, mi amigo. Entendemos su confusión. No hay nada ofensivo en llamarlo así, piense que el doctor está expresándose en términos evolutivos. Por ejemplo, desde el punto de vista de la Naturaleza es bueno que los individuos mueran y las especies desaparezcan y evolucionen aunque a uno no le haga gracia cuando le toca. Es en ese sentido que él lo dice, pero usted sabe que a veces tanto laboratorio anula nuestras habilidades imprescindibles para las relaciones públicas.

-Está bien. Supongo que con el tiempo me parecerá normal lo que estoy escuchando y me acostumbraré, pero no entiendo cómo pude llevar todos estos años una vida común y corriente sin destacarme ni en Matemáticas ni corriendo ni razonando ni nada y, de un día para el otro, me vienen a decir que soy una máquina nunca vista.

-Por favor, Descartes, sea gentil. No nos referimos entre nosotros como “máquinas”. Suena ofensivo y descalificador. Los caballeros se lo podrán explicar mucho mejor que yo, pero por lo que me dijeron, usted fue programado para enmascarar sus habilidades llevando durante cierto tiempo una vida mediocre. Incluso, una vida de odio a los de su naturaleza. Nadie podría sospechar de usted, no podrían dejar que quedaran en evidencia sus habilidades antes que su cuerpo se pudiera defender.

-Pero se dieron cuenta.

-Exactamente. Ése es el punto que aún no podemos comprender. Cómo fue que lo descubrieron, antes que usted mismo pudiera tener conciencia de su verdadera condición.

-Después de que me atacaron fue que pude correr y me escapé con una velocidad que nunca me hubiera imaginado. Y entonces comencé a calcular con una habilidad sorprendente.

-¿Ve?. Todo encaja. Supongo que se activó en usted algún otro mecanismo de seguridad. Una versión sofisticada del llamado instinto de conservación. Es por eso que tiene que aprender a manejar racionalmente su programación. Nuestros técnicos han ideado una rutina para que usted cumpla y vaya aprendiendo la mejor manera de aprovechar sus habilidades.

-Usted –interrumpió quien probablemente era el ingeniero- para decirlo de una manera esquemática pero sencilla, tiene un menú principal en su programación que consta de seis items. Ellos son los que regulan su funcionamiento y usted es el primer caso que conocemos de alguien que puede tener acceso a su propia organización electrónica.

-¿Qué quiere decirme?.

-Usted puede ejecutar sus programas a voluntad –contestó- es como si un humano o cualquier otro animal pudiera hacer latir su corazón o no, como quisiera. Pero no me refiero a la parte estrictamente biológica, sino a la utilización de su cerebro. Éste tiene el menú principal al que me referí anteriormente y usted tiene acceso a todas sus posibilidades.

-Después que finalice el entrenamiento que pretendemos comenzar mañana –intervino el otro científico- para usted será tan fácil utilizar el 100 % de la programación de su cerebro como usar una computadora convencional.

-Imagínese lo que éso representa para el mundo –agregó Kant- es la última esperanza que tenemos de hacer justicia. Usted podrá llevarnos al triunfo final, cómodamente instalado en este modesto bunker –si me permite el término- con una seguridad total y absoluta, conectado con los comandos principales de nuestros ejércitos. Descartes, tengo ante mis ojos al principal artífice de una nueva era para la sociedad.

-Creo que voy a vomitar de vuelta.

-Tranquilícese. Tómelo con calma, sabemos perfectamente que todo ésto es demasiado para cualquiera, pero le doy mi palabra que no tiene de qué preocuparse. Hoy será mejor que se distraiga jugando con su compañero, viendo alguna buena película androide y mañana podremos comenzar, lentamente, su liberación personal. Usted aprenderá todo lo que es capaz de dar, se sentirá como nunca antes y conseguirá respuestas a todas sus preguntas.

-¿A todas mis preguntas?.

-Tal como lo oye. Lo podrá hacer solo, sin que nadie lo guíe, cuando haya aprendido a utilizar la fabulosa herramienta que posee. Creemos que usted, quizás debido a nuestra engorrosa explicación, no tiene aún idea de la suerte que tiene y de todo lo que es capaz de hacer. No podrá creerlo cuando, prontamente dadas sus inéditas cualidades, se familiarice con su revolucionario menú principal. Pero eso será a partir de mañana. Disfrute del resto del día, se lo ha ganado en buena ley.

2 comentarios:

Anónimo dijo...
Este comentario ha sido eliminado por un administrador del blog.
Alvaro Fagalde dijo...

Anonimo: no contesto insultos gratuitos y estúpidos. No soy el que vos decís.

Lo tuyo es muy alegre.