
No pienso hacer la crónica minuciosa del viaje realizado hace ya una década. Sólo algunos apuntes: en primer lugar no hay un solo país llamado U.S. A.; en realidad son varios países en uno. No tiene nada que ver un pueblo como Harlington con Manhattan, por ejemplo.
En segundo lugar -y muchos se han molestado con este comentario mío- los yanquis suelen ser muy amables. Mucho más lo considero cuando se refiere a un tipo que -con su pobre dicción del inglés- es evidentemente extranjero. Se asombraban seguido -eso sí- de ver a tres tipos tan blancos hablar con el mismo acento de los mexicanos, y así me lo dijo uno de ellos. Las únicas norteamericanas que me zoretearon con mi torpe inglés fueron las azafatas de United. Consejito: si quieren encontrar un lugar, la mejor opción es preguntarle al policía de la calle.
Tercera y última consideración: Estados Unidos puede ser un lugar lindo par

New York, por ejemplo, es la capital mundial de la cultura. Ver la programación mensual cinematográfica del Museum of Modern Art (MOMA) me hizo pensar seriamente en estudiar inglés intensivo y hacerme residente ilegal. Es una ciudad única, probablemente la urbe menos racista del planeta donde los blancos son una minoría más y se mezclan con la mayor naturalidad latinos, hindúes, amarillos (a falta de otro nombre común mejor para chinos, japoneses y coreanos), negros y yanquis rubios. Pero me asfixia esa orgía de rascacielos, ese ritmo callejero frenético e impersonal en sus calles numeradas y esos barrios pobres mucho más feos que los nuestros, aunque se pueda andar tranquilamente de noche por ellos. Necesito inevitablemente una ciudad con árboles en todas sus calles, una ciudad lenta y despoblada. Estoy enfermo de montevideanitis.
Un domingo a las 10 de la mañana fuimos a visitar al Word Trade Center, que estaba ubicado en la parte sur de la isla Manhattan, sobre Wall Street. Entramos a una -la más baja, la que no tenía antena- y después de pagar nuestra entrada de turista subimos por un enorme ascensor -aproximadamente 4 veces más grande que uno normal de edificio de apartamentos- al último piso en unos 30 segundos. Yo vi el contador del ascensor que iba de uno en uno y pensé que ibamos a demorar una hora pero en realidad contaba las decenas de pisos.
El piso 108 -la otra tenía 110- era un mirador vidriado de 360 º desde donde nos podíamos sentar a observar toda la ciudad y sacar fotos, obvio, un par de las cuales pueden ver acá mismo.

Diez meses después, esta visita turística tendría otro significado adicional: esos dos rascacielos simbólicos de New York no existían más, en un hecho que todos conocen. A partir de esa tragedia aún no aclarada -nunca vi un atentado terrorista que no fuera reinvindicado y utilizado como bandera por quienes lo realizaron- el estúpido de Bush -electo en payasescos comicios cuando yo estaba allí- y quienes estaban detrás de él comenzaron su "Justicia infinita" desatando una paranoia patriotera y xenófoba en el pueblo de su país y -mucho

No puedo dejar de pensar que pude haber muerto yo si le embocaba al día y pienso más que muchos en los 3500 tipos que murieron ese día al cohete. Pero rechazo de plano que mucha gente -incluso académicos- pongan al 11 de setiembre de 2001 como el día que cambió la historia de la humanidad. ¿Por qué?. ¿Porque les pasó a ellos?. Sin ir más lejos, este año en Haití murieron 100 veces más personas. Pero, claro, son negros tercermundistas...
Algún día se sabrá la verdad sobre esa masacre. No sé cuál es -¿cómo podría saberla yo?- pero intuyo que será muy diferente a la que con rara unanimidad nos vendieron los grandes medios de comunicación de allá y de acá.