30 de julio de 2010

Adelanto de una de mis próximas novelas

LA CAÍDA DEL MURO DE MEXICO (fragmento)

“-A ver, señor Acerenza, ¿podría darnos su interpretación del pasaje que acabamos de leer?.

-Creo que es muy bueno –respondí yo, creyéndome vivo.

-Eso no es una interpretación de un texto literario como enseñé yo en clase.

-¿Usted enseñó alguna vez cómo hacer una interpretación literaria, profesora?.

-No sea impertinente, Acerenza, y no me haga perder tiempo. ¿Usted estudió el texto que mandé para hoy, o no?.

-No se necesita estudiar un texto para interpretarlo. Alcanza con leerlo, entenderlo, comprenderlo y sentirlo –me entusiasmé yo, aprovechando que había llegado uno de los muy escasos momentos de mi adolescencia en que dejaba de pensar exclusivamente en tener sexo de una vez por todas- y de ahí poder sacar un comentario, si es que se puede comentar realmente una novela.

-Bueno, ya que es tan experimentado en “interpretaciones”, ¿podría decirle a esta clase que “interpretación” le merece esta obra?.

-Creo que el autor intentó narrar la desesperación de un joven que siente perder el sentido de su vida al no poder concretar el amor que le permitiría sentirse respaldado para seguir sus ideales.

-¿De dónde sacó esas ideas?.

-Exactamente, del texto. Es lo que deja entender el protagonista cuando detalla sus sentimientos después de enterarse que ella lo rechaza, en una extensísima carta un poco aburridora pero que le perdonamos porque no está precisamente en uno de sus mejores días.

-¿Y qué comentario le merece, señor experto, la imagen de la carta de amor que cae al piso, justo encima de donde había quedado el zapato que ella había fingido olvidar?.

-Nada. Podría haber caído encima de la escupidera.

-¿Usted se ha propuesto hacer reír a sus compañeros?.

-No. No conozco nada más fácil en la vida. Solamente pretendo tener una opinión diferente a la del docente que tiene el poder de decisión sobre mi futuro en la materia. A pesar de ello.

-¡Usted es un impertinente, jovencito!. ¡Tendría que haber contestado que al caer la carta de amor sobre el zapato, eso quería significar que el amor de ellos seguía intacto pero que era imposible materializar, por eso ella se fue pero dejó ese bendito zapato como símbolo de que su corazón seguirá allá con él!.

-¿Y por qué no se quedó con él, la estúpida?.

-¿Me está tomando el pelo?.

-No. Sólo quiero pensar por mí mismo y hacer una deducción acerca de lo que tengo que leer.

-¿Deducción?. ¡No me haga reír, señor Acerenza!. Usted jamás sabrá hacer una deducción como la gente en toda su vida. Usted jamás sabrá hacer un razonamiento ni una investigación de nada...”

-¿Qué opina de eso?.

-¿Qué quiere usted que opine?.

-¿Será por ese tipo de incidentes que me hice detective privado?. ¿Será por odio a toda esa manga de mediocres que pretendían enseñarme algo en el liceo durante mis mejores años?. ¿O que me quise demostrar a mí mismo que ella se equivocaba?.

-¿Usted qué piensa?.

-Pienso que tendría que darme alguna explicación usted, que es el que estudió. Cuando un tipo viene a contratarme, no le digo a él que se ponga a seguir a la mina que le clava los cuernos. ¿Usted qué dice?.

-Los caminos del inconsciente son inescrutables.

-Gracias, doctor.

-Son 700 pesos. Y no soy doctor.

De vuelta en la calle, prendí un cigarrillo mientras me subía a mi anticuado y abollado Peugeot del 14. ¿Con quién puede compartir uno sus problemas en esta vida?. Los sicólogos no hablan nada y las mujeres demasiado. Podría pensar las variantes intermedias: una sicóloga o un trolo como novio.

Andando para mi despacho, fui escuchando la radio adecuada para mi estado de ánimo. Como todos saben, las radios de FM se especializan y diferencian únicamente en la publicidad específica que pasan y, entre medio, hacen pausas escupiendo todas exactamente la misma música. La que había elegido, naturalmente, era la más estúpida posible. Emitía permanentemente propagandas de métodos de adivinación esotéricos y libros que nos aseguran la felicidad y riqueza inevitables y perpetuas.

Anoté: “Sesión de Tarot: 200 pesos; Adivinación por la caca del perro: 350 pesos; Libro “Sé feliz de una vez por todas, nabo de mierda”: 420 pesos”.

Pensé que si no conseguía un cliente nuevo en un par de semanas, me tendría que adivinar yo mismo el futuro leyéndome la borra del guiso, pero una sorpresa me esperaba junto a la puerta de entrada.

-¿Acerenza, el detective?.

-Si me conviene, sí.

-¿Puedo pasar?. Tengo que hablar con usted de trabajo.

-Entonces me conviene. Adelante.

Pasó rápidamente al inexplicable cuarto que utilizo entre otras cosas de despacho, después de superar el oscurísimo pasillo. Me extrañó que apenas entró, comenzó a revisar visualmente –y a tocar, también- algunos lugares específicos del nauseabundo cubículo. Era la primera vez que me pasaba algo así con alguien de sexo masculino.

-¿Qué porcentaje de seguridad tenemos en esta... sala, señor Acerenza? –preguntó finalmente.

-Aproximadamente, del 98,79 %.

-¿De cuánto? –gritó,más que sorprendidísimo- ¿me está hablando en serio?.

-Como siempre.

-¿Es que acaso instaló aquí los prototipos del sistema UY-D 547 versión 3,9?.

-Supongo que no, porque no tengo ni la más prostituta idea de qué es eso –respondí, inmutable.

-¿Entonces, por qué dice que tenemos una seguridad tan inaudita?.

-Porque a nadie se le ocurriría interesarse por lo que pasa acá adentro, ni usaría ni siquiera el más pichicomiento largavistas aunque se estuviera desnudando un cardumen de estrellas porno frente a esa ventana, por llamarla de alguna manera.

-No nos entendemos, señor Acerenza. Pero permítame presentarme, discúlpeme que no lo haya hecho antes.

-Proceda.

-Soy el ingeniero Aliverti. Mi especialidad es, justamente, la seguridad electrónica. Usted sabe: la detección de nanomicrófonos, de cámaras barredoras distantes, de interferencias de comunicaciones.

-Bueno, déjeme un folleto y yo le llamaré si estoy interesado en algo. O sea, no lo llamaré jamás.

-¿Lo qué? –sonrió, demostrando que también había estudiado hacer eso- usted se confunde, ¿tengo acaso aspecto de ser un vendedor ambulante?.

-Tendría que haber visto al que vino el martes intentando venderme un aparato de plástico para sacar musculatura.

-Señor Acerenza, estoy al frente de una pequeña empresa que suministra asesoramiento en seguridad a clientes selectos.

-Ta, no perdamos más tiempo. Déme una foto de su mujer y dígame cuántas fotos quiere y cuánto acepta que se le vea a ella. Y a él.

Vaciló con la sonrisa estúpida de los que no saben explicar nada y creen que los demás somos los estúpidos por ello.

-No sé de qué me habla. Soy soltero.

-Es lo mismo, no tengo prejuicios. Con una foto y el nombre de su novio, alcanza.

-Señor Acerenza, no tengo esposa ni novia ni novio. Si usted cree que vengo para que siga a alguien, se equivoca.

-Para conseguir pareja no se viene a un detective –retruqué- y supongo que si tiene que hacer un espionaje, no me necesita precisamente a mí. Alcanza con ponerle uno de esos manómetros al gil en cuestión.

-Nanomicrófonos. No me dedico al espionaje, sino a la seguridad. Necesito su protección por otro asunto, pero no puedo seguir la conversación si no tenemos una probabilidad razonable de no ser interceptados. ¿Podría usted darme una relación meramente general de los equipos de detección de escuchas que tiene en su despacho?.

-Con todo gusto. No tengo ni uno.

-¿Nada?.

-Exactamente. Como me entran cada quince días aproximadamente –tanto policías como espías y matones- me divierto viendo que se pasaron horas buscando equipos que jamás tuve ni quise tener y convenciéndose a medida que no encuentran nada, que deben ser muy modernos, sofisticados e ingeniosamente ocultos.

-Pero...

-Cuando pasan uno de esos aparatos para detectar la actividad electrónica digital, sólo encuentran a ese microondas que es más viejo que yo, lo que ha provocado el suicidio de varios expertos.

-¿Dónde podríamos hablar y sentirnos seguros? -preguntó.

-En ningún punto del planeta, como usted debe saber mejor que yo.

-Por supuesto que no hablo de un nivel de seguridad del 100 %. Mi tesis de graduación versaba sobre la imposibilidad de tal extremo en nuestras sociedades modernas. Pero no puedo decirle nada de los asuntos extremadamente importantes que vine a tratar con usted, sin un mínimo de 75 % de índice de seguridad.

-Acá no llegamos, ¿no?.

-Por favor, señor Acerenza. Creo que nos pueden escuchar poniendo el oído junto a la puerta.

-Eso creía yo. Conozco un lugar confiable. Pero, por favor no me hable de su tesis de graduación.


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-No se ofenda, señor Acerenza, pero creo que acá compraron los aparatos de seguridad en el mismo comercio que usted.

-¿Eso fue un intento de ironía nerd?.

-No soy un nerd, ¿pero por qué me trajo a esta cantina olorosa?. No se me ocurre un lugar más fácil de espiar.

-Porque tenía hambre. Usted paga.

-¿Por qué piensa que haría eso?.

-Porque son costos de mi trabajo. Y usted está muy interesado en que yo haga una investigación no precisamente oficial sobre un tema poco habitual.

-¿Cómo dedujo eso?.

-Cualquier otro trabajo, ya sea más oficial, más técnico o más convencional, lo podría hacer cualquier cadete suyo mucho mejor que yo. Y no estaría teniendo que soportar mi desagradable conversación.

-El problema es que... este lugar me pone nervioso.

-No hay nada que temer en este sucucho si uno come de la parrilla. Conozco las ollas y las cocinas de acá y harían vomitar a un buitre muerto de hambre. Creo que usted está nervioso por otras cosas casi tan violentas como el plato del día. Por poner un ejemplo, los dos agentes del servicio secreto hindú que dejé atrás con el Peugeot.

-¿Los qué? –gritó levantándose del asiento, mirando ostentosamente en todas las direcciones y enterrándome la mesa en la panza, no ayudándome mucho que digamos con la discreción de la reunión.

-Ya los perdimos. Es la ventaja de tener un auto que puede frenar una sola vez por viaje.

-¿Me seguían?. Si yo me aseguré de...

-Acá están las fotos –le contesté, alcanzándole mi anticuado celular que no graba sonidos ni videos.

-Reconozco que lo subestimé -aceptó casi derrumbándose y permitiéndome comprobar definitivamente que sólo era capaz de articular frases hechas.

-Ahí viene el mozo. Sugiero que pidamos una parrilla para dos y tinto. Si lo convencí como profesional, entonces pedirá que las morcillas sean dulces y agregará una buena porción de fritas. Y como postre, ensalada de frutas, que es mi costado femenino.

-Está bien. Como usted diga.

-Es mi frase preferida. ¡Jonathan!. Sí, dos menús ejecutivos.

Lo último es un chiste interno que tengo y que otro día contaré, con el propietario y casi único despachador del lugar, mitad confiable y mitad de legalidad dudosa. El lugar, digo.

En todo caso, sabía que estaba trabajando, lo que significaba que nadie tenía que venir a molestarme, que me tenía que limitar el alcohol en todas sus formas y que llegado el caso, no tenía que dejar salir al extraño.

-¿Usted está informado de lo que pasó en Asunción?.

-Sí. Un accidente, una explosión y un montón de muertos.

-Es correcto, pero no es toda la verdad.

-No puedo decir toda la verdad en nueve palabras. ¿Hay algo interesante para decir ahora que vamos a comer en que voló la mitad del barrio de General…?

-General Caballero.

-Ese. ¿Quiere que encuentre al culpable?.

-No hay un culpable solo. Siempre tiene que haber una organización detrás para poder llevar exitosamente una acción así.

-Supongo que sabrá algo –dije, ganándole de mano con la mitad mayor de provolone- y deberá contármelo o sino, todo mi esfuerzo habrá sido en vano.

-Tengo que estar seguro que usted es discreto. ¿Cómo sé que no se enterará de nada de lo que hablamos la… gente que está aquí.

-La gentuza que está alrededor dudo que sepa en qué continente queda Paraguay y que se interese por otra cosa que el fútbol y la vida íntima de la gente famosa. ¿O se cree que acá se pasan hablando de Hiroshima entre grappa y grappa?.

-Está bien. He resuelto confiar en usted.

-La tira está un poco grasienta. Siga.

-En primer lugar, no fue un accidente.

-No es el primero que lo piensa. Supongo que tendrá algún dato y el buen gusto de no escupirme una teoría conspirativa.

-No es una teoría. Tuve acceso a documentación peligrosa.

-Oki. Pudo leer un archivo donde un pez gordo ordenaba una explosión-que-pareciera-un-accidente en Asunción.

-No era en Asunción.

-Fue ahí. Pregúntele a los pedazos de gente.

-Iba a ser acá.

-¿Acá qué? –pregunté un poco preocupado por lo que estaba empezando a pensar. Y por la composición del chorizo.

-La orden original era un atentado en Montevideo. Pero se confundieron Uruguay con Paraguay.

-Usted está loco. Tanto armar conferencias de aparatos raros, que se empezó a creer todos sus versos.

-Tengo los documentos. En un lugar que no le voy a revelar. Piense: ¿para qué iban a matar gente en un país que nunca sale en las noticias ni le interesa a los servicios de inteligencia?.

-Ni idea –contesté- no sé cómo razona un empresario. Apenas sé hacerlo como detective de adulterios de tercera.

Se calló al ver acercarse a Jonathan, que todavía me miraba desconfiado.

-¿Todo bien? –preguntó éste.

-La comida, sí –le contesté- como siempre. A él, hacelo fajar cuando termine de pagar.

-¿Lo qué…? –expresó con un hilo de voz.

-Nada, hombre. ¿No tiene sentido del humor?.

-Señor Acerenza. Hace tres días que apenas puedo dormir con un montón de pastillas. Tengo miedo por mi vida… no estoy para chistes.

-Eso quiere decir que nunca antes en su vida había tenido miedo por ella misma. Hace bien en estar asustado porque si lo seguían los hindúes, eso quiere decir que también está en la mira de los paquistaníes y de los chinos.

-¿Ehh?.

-Y de los rusos. Los japoneses también y los sudafricanos, lo más probable. Pero los rusos, seguro.

-¿Quiere decir que seré acosado…?

-Quiero decir que todos los servicios son un colador. Usted trabaja para que así sea. Si uno de ellos lo ficha, pasa a ser un objetivo para todos los demás. Aunque no sepan por qué, tratarán de averiguarlo.

Seguí hablando porque él no parecía capaz de decir nada. Ni de respirar, casi.

-Se lo preguntarán de todas las maneras posibles. Algunas, un poco incómodas. O muy incómodas, para ser exactos. Vio cómo son. Ahora, el problema es que, en general, después de conseguir la información suelen pensar que arriesgan mucho dejándolo vivo. Y a ellos no les gusta arriesgar.

-Por favor…

-No lo estoy asustando para jorobarlo. Si mataron un montón de gente en Paraguay… no se la van a perdonar a usted, lamento tener que decirlo. Al final no me dijo para qué carajo fue esa explosión.

-Fue… fue… para hacerle creer al gobierno uruguayo que hay una conspiración terrorista internacional.

-Esa es la excusa más gastada de los últimos tres siglos. Es propia de un principiante en política internacional.

-Por alguna razón que no sé, quieren intranquilizar a los servicios activos aquí en Montevideo.

-Usted también los intranquilizó bastante, Aliverti.


5 comentarios:

Detaquito dijo...

¿Donde se compra la novela?

Pucha, ahora quede enganchado...

MAS TE VALE QUE LA TERMINES!!!

:)

Alvaro Fagalde dijo...

Gracias. Te la ganaste gratis x mail x ser el primero en comentar (y seguramente el único).
No sé si leíste la anterior "Gardel nació en Lituania" que está toda enterita en este mismo blog.

Detaquito dijo...

No, no la lei, aun.

Pero lo hare!

andal13 dijo...

¡Pah...! Confieso que cuando vi la extensión (antes de empezar a leer), me dio pereza... ¡Pero ahora quiero seguir leyendo!
Y lo que es pior, me quedé con ganas de provolone...

Alvaro Fagalde dijo...

Prometo retomarla y terminarla en el correr del año. La tenía bastante olvidada x problemas personales.

Andal: entonces nunca te mostraré "Sobre incendiarios y bomberos", que ya tiene 200 paginas y va para las 900.