10 de julio de 2010

Cine: Historia Ilustrada 9

LOS PLÁSTICOS HACEN CINE: LA VANGUARDIA FRANCESA

(Aclaración probablemente innecesaria: la inmensa mayoría de los videos aquí subidos conteniendo cine mudo han sido musicalizado y/o sonorizado décadas después del estreno de la correspondiente película y no tiene nada que ver con la música ambiental que muchas veces se agregaba en la sala en aquellas épocas.)

El cine pasó rápidamente de ser una curiosidad científica a una industria del entretenimiento poderosa al comprobarse que muchísima gente estaba dispuesta a pagar una entrada para entretenerse viendo imágenes en movimiento. Como era obvio, pronto los espectadores perdieron la novedad de descubrir a gente moviéndose al salir de una fábrica o un tren llegando a la estación, como mostraban los films de los hermanos Lumiere y demandaban historias mucho más estructuradas, tal como consumían hasta ese momento en el teatro o en las novelas.

A medida que el negocio crecía y se universalizaba -y tanto audiencias como salas comenzaban a ser más respetables- algunos intelectuales progresivamente prestaron atención al nuevo fenómeno que el italiano radicado en Francia Riccioto Canudo bautizó en 1911 como "séptimo arte". Canudo es considerado el primer teórico (o crítico) cinematográfico.

Desde 1915 -o aún antes- en varios centros de Europa (no sólo en París, como se señala habitualmente) el arte bullía en nuevos movimientos que aportaban visiones inéditas y derribaban siglos de inmovilismo cultural, en el momento más subversivo en la historia de las artes plásticas. Tres movimientos se destacaban fundamentalmente, e iban a tener gran importancia en este período cinematográfico.

El futurismo había sido creado en Italia, propugnando la integración del movimiento, de la sorpresa, de la inventiva, y -lo más novedoso- del maquinismo. El constante surgir de artefactos mecánicos y/o eléctricos que tanto estaban cambiando al mundo del trabajo y al propio hogar, podía ser arte. El dadaísmo, movimiento antiburgués y anticomercial, ensalzaba el sinsentido y atacaba a la solemnidad anterior. Su mensaje era el no-mensaje, la oposición a la Obra de Arte, utilizando objetos de uso cotidiano poniéndolos a la par de los materiales "nobles". Su primo cercano, el surrealismo, más político y más romántico, se oponía a la razón para bucear en la anarquía del inconciente y pretender demoler las estructuras y las limitaciones a la libertad que imponía el pensamiento dominante.

Varios artistas plásticos de renombre de estas escuelas vieron la oportunidad de ampliar sus horizontes con la posibilidad de trabajar con imágenes en movimiento. Una de las vertientes de la vanguardia cinematográfica era la de los cortos abstractos, donde simplemente se jugaba con formas y volúmenes en movimiento. El primero de ellos fue el dadaísta sueco Viking Eggeling, con "Symphonie diagonale". Otros le siguieron, como los alemanes Hans Ritcher ("Ritmo 21", "Ritmo 23") y Walter Ruttman ("Opus 1", "Opus 2") y el francés Fernand Leger con su famoso "Ballet mecanique" (1924) (foto 1). Hubo muchos otros pintores que también llevaron sus inquietudes al celuloide sin tener la menor intención de hacer carrera en la industria, como Man Ray (foto 2) con "Le retour à la raison" y "La estrella de mar".


"Anémic cinéma", corto de Marcel Duchamp (1926)


"Symphonie diagonale", corto de Viking Eggeling (1924)


Fragmento de "La caracola y el clérigo", de Germaine Dulac (1927)

Alguien que participó sólo lateralmente en el movimiento vanguardista que tenía como capital a París fue René Clair, que es más bien de inspiración dadaísta, realizador de un divertido mediometraje llamado "Paris que duerme" y del más influyente "Entreacto", que debe su nombre a que fue realizado realmente para ser proyectado entre dos actos de un ballet realizado por su amigo Francis Picabia. Se han querido dar muchas explicaciones racionales a la trama de este film, pero el esfuerzo es absurdo e innecesario como en buena parte de las otras obras del período.

Los surrealistas fueron quienes más utilizaron actores en sus películas que, por supuesto, nada tenían de convencionales. Quizás volviendo al estilo de Melies, utilizaban muchos trucos de cámara -efectos visuales muy diferentes a los actuales, obviamente- para introducir lo sorprendente e irracional en sus relatos. Fueron frecuentes las transformaciones de objetos y personas mediante trucajes y sobreimpresiones. Uno de los cortos más recordados, aunque probablemente no de los más memorables es "La caracola y el clérigo"(1927), con su historia de un pastor protestante reprimido pero enamorado inutilmente, menos feroz y más poético de lo habitual, probablemente por la sensibilidad femenina de su directora Germaine Dulac.

Pero el film surrealista que iba a causar más impacto -por lejos- fue el dirigido por los entonces jóvenes amigos inseparables, el catalán Salvador Dali y el aragonés Luis Buñuel "El perro andaluz" (1929) (foto 3). Mezcla talentosa de provocación, ironía, fantasía y absurdo, esta especie de historia de amor loco llamó inmediatamente la atención sobre esos dos desconocidos que estaban destinados a hacer historia en sus respectivas disciplinas. Un tercer amigo, Federico García Lorca, se ofendió porque pensó que el título del corto -que no tenía ninguna relación con lo que en él se veía- era una burla contra él. Buñuel, por cierto, se merecerá una entrada exclusiva más adelante.

Probablemente el último título digno de mención sea "La sangre de un poeta" (1930) (foto 4) realizado por Jean Cocteau. Frío, cerebral, intentando traducir en imágenes sorprendentes la poesía de su autor, fue quizás la película con actores donde se dio más importancia a lo estrictamente visual y a la fantasía sin sentido, muestra de la sensibilidad homosexual de Cocteau y de su caprichoso talento.

Inevitablemente, este cine vanguardista, intelectual, realizado totalmente al margen de la producción comercial, muchas veces financiado con impulsos personales o apoyo de mecenas, no llegó al gran público. Lenta, insensiblemente, se fue agotando el impulso inicial y en pocos casos se pudo superar la llegada del sonido, que cambió enormemente tanto el manejo de la industria como las condiciones técnicas de filmación. De los pocos filmes sonoros de vanguardia que merecen ser recordados, uno fue el ya referido "La sangre de un poeta" y la segunda película de Buñuel "La edad de oro" (1930), la obra maestra del movimiento, donde el futuro maestro desató su talento dejando de lado casi totalmente al errático Dali, dinamitando con inigualable eficacia la sociedad burguesa de la época. Largamente prohibida, escandalosamente atacada con bombas de alquitrán por un comando fascista por su irreverente ataque a Jesucristo en el final, es una de las mayores obras de toda la historia del cine y sobre ella se hablará más adelante.

De los artistas mencionados, Buñuel y Clair desarrollarían una carrera que los colocaría entre los grandes maestros del cine; Ruttman haría en 1927 un documental fundamental "Berlin, sinfonía de una ciudad" (foto 5) y moriría en el frente ruso en la Segunda Guerra Mundial (había adherido al partido nazi); Dulac realizaría otras películas hoy olvidadas; Cocteau seguiría con una carrera tan caprichosa como talentosa (y tan francesa) que se prolongaría hasta la década de los 60, sin mayores repercusiones de taquilla, excepto una versión de "La bella y la bestia". Los artistas plásticos no reincidieron mayormente en cine, a excepción de un curioso y poco difundido largometraje en color de 1946 llamado "Cosas que el dinero no puede comprar", integrado por cortos de algunos veteranos como Man Ray o Max Ernst que seguía con la tradición vanguardista ya olvidada. En nuestro país, prácticamente todas estas películas recién se difundirían en los difíciles años 70.





"Entreacto", cortometraje de René Clair (1924), dividido en dos videos.

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