GARDEL NACIÓ EN LITUANIA (III)
Como el único partido en directo que está disponible en la computadora es Central Español contra Miramar Misiones, abandono mi habitual terror y –descartada la posibilidad de continuar con mis inútiles esfuerzos por comprender los mecanismos por los que se maneja la red- intento llegar a algún resultado concreto.
Debo reconocer que no carece de interés el manejo de ese bicho. Un día que Adalberto dejó abierta su máquina aprendí que se pueden encontrar miles de páginas pornográficas con material mucho más convincente que el de los descascarados DVDs que alquilo a precio de oro. Además, una persona que no tenga nada que hacer en todo el día –yo, por ejemplo- puede encontrar con la suficiente paciencia, toneladas de música gratis del tipo de las que no se consiguen en las radios ni en el cable, o sea, buena.
Pero esta vez he decidido prestarle atención a lo que ha dicho mi esposa –por primera vez desde la luna de miel- y me pongo a buscar toda la información que haya sobre el asesino en serie ése del que me habló. Por las dudas, e intentando evitar el siempre desagradable, humillante e inacabable discurso con el que intentaba conseguir utópicamente que le obedeciera y le escuchara atentamente cada vez que me habla, había puesto una pila de ollas, cacerolas y tapas en inestable equilibrio recostadas contra la puerta del pasillo que da al cuarto donde nosotros –o sea, ella- tenemos esa computadora que utilizo torpemente. Como habrán comprobado, no tengo ni idea cómo se llaman en realidad los innumerables habitáculos de la casa que pagó mi suegro como me recuerda en el 100 % de las seis o siete discusiones que mantenemos por día.
Exactamente, acá dice que hay 67.489.147 páginas que tienen información sobre el tipo. Al igual que todo el mundo, sólo miro las tres o cuatro primeras. Son las páginas de algunos canales de televisión o diarios que insisten en mostrar galerías de imágenes con los cuerpos desnudos, cortados en varios pedazos, llenos de inscripciones hechas con cuchillos, con varios objetos cosidos en la boca, dando especial destaque a los culos adolescentes. En la parte escrita, las crónicas se limitaban a acumular encuestas y testimonios de familiares de las víctimas y gente que se quedaba chusmeando cuando encontraban una nueva víctima, explicando qué raza y clase social tenían los que habían hecho esto y qué era lo que tendrían que hacerle a ellos para que nunca más pasara.
Lo de siempre, bah.
Evidentemente, la policía no tiene ninguna pista. No solo deduzco esto por el hecho de que me quieren ubicar a mí para que los ayude, sino que además los diarios no dicen nada al respecto. Si hubiera algo, ellos lo publicarían para que lo leyera el criminal y poder facilitar un poco más su trabajo de escabullirse.
Decido revisar mi correo. Además de montones de virus, ofrecimientos de bancos de datos para encontrar pareja, cadenas de amistad, propagandas de métodos para alargar el pene, chistes viejos y supuestamente pícaros y los pedidos que siguen llegando de hombres queriendo ver fotos de la niña de catorce años que suelo fingir ser, encuentro los mensajes enviados por el ahora comisario Oxobí y algún otro policía con el que tuve varios enfrentamientos en la época en la que tenía que trabajar para comer. Un par de esos mensajes tenía todas las fotos de los cadáveres y todo eso que estuve buscando durante horas. Como suele ocurrir.
Mi ex enemigo me asegura que lamenta molestarme, pero que le honraría si pudiera serle en algo de ayuda, sin comprometerme ni descuidar mis otras ocupaciones. Es con esa habilidad diplomática y no con su inteligencia para organizar un cuerpo de investigadores con la que ha llegado a su cargo. Además de elogiar falsa e innecesariamente mi supuesta experiencia y pericia, destaca la terrible conmoción social que sufren nuestros ciudadanos que se sienten indefensos por la falta de resultados de la policía hasta ahora y la urgencia en conseguirlos rápidamente, antes de que sea demasiado tarde.
Le contesto corrigiéndole que el “de” de la anterior frase no va y que estaría dispuesto a ayudar un poco sólo si se compromete el Ministerio por escrito a llegar hasta las últimas consecuencias incluso si el móvil del asesino sea político. Termino de enviar este mensaje y me arrepiento una décima de segundo después. Al fin y al cabo, he dicho que quería ayudarlos y nunca me gustó mentir.
-¿Qué estás haciendo en mi máquina? –inquiere con su habitual tono bélico mi heredero varón.
-Revisando mi correo en la máquina que pagué yo.
-Espero que no te habrás metido otra vez en páginas para pedir la liberación de presos políticos en cualquier lado, firmando con mi nombre.
Pensé en contestarle que esa espléndida broma es la única forma de hacerle ver la realidad del mundo que él defiende –o que le enseñaron a defender en la carísima y elitista universidad privada a la que concurre- pero prefiero horrorizarle diciendo que me estoy excitando viendo las fotos de los cadáveres de jovencitas mutiladas.
-Vos no tenés la culpa de estar así. El trabajo que hacías era como para volverse enfermo.
-No todos podemos estudiar y trabajar como Gerentes de Desarrollo de Estrategias de Marketing, ni Consultores Económicos ni Asesores en empresas multinacionales –contesté sin estar seguro si lo que Adalberto me había dicho era un elogio o un insulto.
-No voy a discutir de política contigo. Vos no entendés nada. Te quedaste anclado en los ’60...
-No, me quedé anclado en este mundo porque yo apenas nací en esa década y no en la Edad Media, como se creen ustedes. La marihuana, el alcoholismo y el sexo grupal los viví a partir de los ’80. Si hubiera nacido antes, hoy sería un cartel en una marcha por Verdad y Justicia.
-Es lo que digo yo. Tu cerebro está estancado en las mismas consignas antiguas de siempre.
-¡Gordooooo!. Hay un tipo que está muy interesado en hablar contigo –interrumpió el otro engendro debido teóricamente a mis espermatozoides sin poder disimular una sarcástica sonrisa, lo que quería decir inequívocamente que el tipo en cuestión sería un chiflado absolutamente insoportable.
-¿Y a mí, qué?. Yo estaba muy interesado en atracarme a la Cameron Díaz y no hacía tanta bulla. Sabés bien que no recibo a nadie –nótese que ahora uso el verbo “recibir” que vi utilizar en una película de 1933.
-Ya le dije pero insiste –contestó la guacha, olvidándose seguramente de puntualizar que nadie viene a visitarme desde antes que ella naciera.
-¿Qué dijo? –preguntó súbitamente Adalberto.
-¿A quién le importa lo que dice éste? –dijo mi hija, no sin razón.
-No, digo, de esa no-se-cuánto Díaz...
-Yo qué sé, alguna mina de cuando se le paraba.
-¡Señor Acerenza! –gritó un extrañísimo sujeto que entró desaforadamente en el cuarto, como si necesitara más seres desagradables alrededor mío, haciéndome añorar mis tiempos de detective donde sólo intentaban golpearme, acuchillarme y balearme.
-Un gusto en atenderlo, señor... –saludé con una cara de asco y/u odio que no suelo utilizar con nadie que no sea familiar mío.
-Llámeme profesor Askhelnasser, pero por supuesto no es mi nombre verdadero. Por razones obvias de seguridad. ¿Estos jóvenes son de confianza?.
-Absolutamente no, profesor. Si usted quiere, puedo hacerlos eliminar. Sólo son mis hijos.
-¿Ehh?. Jo, que bromista. He corrido un enorme riesgo al salir del museo a la calle pero lo que tengo que decirle es tan trascendente para el destino de la Humanidad que no puedo anteponer mi propia seguridad.
-Si tiene que decir algo trascendente para alguien, ha elegido el peor lugar posible. Mejor dicho, ha elegido el peor barrio del mundo.
-Señor Acerenza, yo sé que usted se va a interesar por lo que tengo que contarle –dijo, ¿debo aclararlo?, equivocadísimamente- créame que no tengo afanes de escándalo gratuito ni de trascendencia o publicidad pero la vida nos lleva a veces por caminos por los cuales no nos deja otra opción que jugarnos por las cosas por las que hemos dado una vida...
-Usted habla tan complicado como el nombrete que se puso y yo tengo hambre –corté abruptamente, demostrando mis más sofisticadas inquietudes filosóficas- ¿qué carajo quiere?.
-Sabía que estaba ansioso por enterarse de las impactantes novedades –siguió diciendo, incapaz de percibir los impulsos homicidas que estaban abriéndose paso por mis artríticas neuronas- no dudo que usted, el más brillante investigador privado que haya conocido este país, ha estado siguiendo el terrible y aparentemente misterioso caso del cadáver que apareció en el Museo Blanes en circunstancias tan tristes.
-Por supuesto que no –contesté, observando que mis hijos estaban lanzando sonorísimas carcajadas después de escuchar lo último que dijo el sujeto, especialmente la parte en donde insólitamente me elogiaba.
-Este... claro, claro... habrá estado sin duda muy ocupado atendiendo algunas de las otras cosas horribles que están pasando en estos días y que, a pesar de lo que piensan todos, no dejan de estar unidas al hecho al que me he referido.
-Para nada. Si he estado ocupado en algo en los últimos veinte años es de espantarme al ver en lo que se han estado convirtiendo estos dos aliens y en no tener nada para hacer las veinticuatro horas del día, como hacen todos los que tienen mucha guita –agregué, olvidando que ya había dicho eso ocho veces desde que me había levantado.
-Pero... esto es algo...
-Para ser definitivamente claro: no me moleste más. No voy a investigar nada más por el resto de mi vida, porque no me interesa, porque no tengo más ganas y, especialmente, porque demoro tres días en llegar hasta la esquina sin desmayarme del agotamiento.
-Pero yo no le pido que vaya a ningún lado... pensé que usted, con su experiencia, podría aquí... sin moverse, aportarnos alguna pista, alguna clave que nos acerque a la verdad...
-¿A quienes?. ¿A la policía?.
-No, por supuesto que no. Ellos dicen que están buscando pistas pero la verdad es que se han desinteresado del caso.
-¿Qué caso?.
-Sonamos –intervino Adalberto- ahora se va poner a jugar a los detectives. Se va a poner a imitar a los tipos que ve en la televisión...
-En un lugar de Carrasco de cuyo nombre no quiero acordarme... –agregó Federica.
-Hace casi un mes apareció el cadáver de un curador del museo Blanes en circunstancias misteriosas.
-Sí, con una guitarra enterrada en el orto –aportó mi hijo.
-Le metieron los trastes en el traste... –insistió su hermana, demostrando que es la intelectual de la familia.
-No le preste atención a lo que dicen, profesor, que es lo que he estado haciendo yo todos estos años.
-En realidad, tienen razón. El cuerpo del infeliz apareció totalmente desnudo, boca abajo y con el brazo de la guitarra...
-¿En serio?.
-Sí, pelotudo –me contestó alguien que no era el profesor, obviamente- salieron las fotos en todos lados. Estaba re-de-más.
-Fue algo muy triste.
-Sí, y muy doloroso, especialmente para él. Bueno, que le tomen las huellas digitales a la guitarra, que miren las cámaras del museo y chau... –agregué, demostrando mis conocimientos del oficio.
-¿Qué cámaras, forro?. Que interroguen a las cucarachas, sería mejor –contestó la nena, que en algunos temas tiene cierto sentido de la realidad. Incluso, en algunos que no tienen nada que ver con el sexo.
-En realidad, señor Acerenza, no hay ninguna pista y eso nos ha dicho la policía. Quiero decir, ninguna pista en el sentido convencional.
-¿Y cuál es el otro sentido?.
-Acá tengo copias de las fotos del cuerpo donde demuestra que el ángulo y la orientación geométrica del mástil de la guitarra no son casuales...
Mientras mis hijitos se abalanzaban ferozmente sobre las fotos, arrancándoselas de las manos al exótico profesor, yo comencé a pensar que no tenía ninguna obligación de escuchar este tipo de cosas y que yo debería estar comiendo un buen massini, alguna morcilla dulce, un alfajorcito...
-Supongo que no quiere decir que le introdujeron la guitarra en un lugar tan necesario para otras cosas, tratando de ver que quedara bien la foto de la policía técnica.
-No, por supuesto que no. Mis cálculos indican sin ningún margen de error que le... introdujeron el instrumento musical referido señalando el cuadro de Juan Manuel Blanes “El desembarco de los Treinta y Tres Orientales”.
Salté de mi asiento, si ello es posible y comencé a buscar alguna arma que me permitiera deshacerme rápidamente del intruso que pretendía demorar una de mis nueve comidas diarias con razonamientos tan disparatados pero lo único que encontré fue un texto de economía de mi hijo que argumenta que no habría pobreza en los países “en vías de desarrollo” si se le sacaran todos los impuestos a los ricos.
-¿Usted ha escuchado alguna vez que Blanes puso en ese cuadro claves secretas para entender algunos de los mayores misterios que han atormentado a los hombres a lo largo de la Historia? –prosiguió diciendo el sujeto, no consiguiendo tranquilizarme, precisamente.
-¿Misterios? –agregué sin pensar, sólo tratando de conseguir tiempo hasta encontrar algún objeto contundente. Lamentablemente, Murmullovsky tenía el día libre, o se había ido porque se le antojó o algo por el estilo. Si no, lo obligaría a acostarse con ella. Aunque creo que sería demasiado sádico de mi parte.
-Las Mayores y Últimas Verdades Filosóficas...
-¿De dónde venimos y hacia adónde vamos? –dije- ¿tienen algún sentido, algún propósito nuestras vidas?. ¿Alguien mira canal 5?. ¿Cómo pueden pasar algunas personas más de una hora sin comer?. ¿Cómo puede existir algo de extensión infinita como el Universo y cómo podría existir un límite a ese Infinito?. ¿Somos diferentes a los animales porque así lo quiso Dios, los extraterrestres o salió así de pedo?. ¿Cómo alguien puede votar a los blancos?. ¿A qué hora pasa el 329?.
-Bueno... algo así, no exactamente... –balbuceó el profesor Nosécuánto, que comenzó a sospechar ligeramente que yo no me tomo nada en serio que no sea comestible.
-Claro... y Blanes sabía todas esas respuestas y hasta inventó un edulcorante con gusto rico –proseguí- pero en vez de escribir libros y dar conferencias y llenarse de guita, fama y mujeres por todo el mundo, puso unas complicadísimas claves en uno de sus espantosos cuadros para que, siglos después, un par de boludos que no tienen nada mejor que hacer las descifren y se pongan a arruinarle la tercera merienda al primer vejiga que anda en la vuelta, o sea, yo.
-Nno... no es así. Permítame, señor Acerenza...
-Estoy seguro que tenía un 38 por acá.
-Te lo habrás comido con mayonesa, brontosaurio.
¡Guacha atrevida!. Sabe bien que prefiero la mostaza.
El sujeto repelente siguió lanzando su soporífero discurso conectando el ángulo del empalamiento guitarrístico con el estado catastrófico del Medio Ambiente, la Primera Guerra Mundial y unas luces en el cielo...
-...si usted mira el cuadro atentamente, verá que en realidad sólo se distinguen claramente veintiséis orientales. O sea, que faltarían siete y no debemos olvidar que siete es el número cabalístico de...
-No puedo creer que esté escuchando esto –reflexioné en voz alta (como siempre) pero por supuesto, seguí sin conseguir inmutarlo. Calculé amargamente que si comenzaba a intentar arrojarle encima de su humanidad algunos de los carísimos muebles y demás objetos absolutamente inútiles que obstaculizaban el paso en esa pieza –o como la llamara mi familia- el primero en fallecer sería yo, por el agotamiento. Pero si no lo conseguía callar, correría la misma suerte pero de forma más lenta y atroz. Iba a utilizar la misma táctica que uso con los mormones, pentecostales y demás espiritistas: hacerlos chupar discutiéndoles todo, Biblia en mano. Pero lo pude interrumpir antes de llegar a este extremo, cuando dijo:
-...todo lo cual nos lleva al copamiento de la embajada de Bulgaria por un comando revolucionario ultra izquierdista llamado...
-¿Qué comando izquierdista?.
-¿No está enterado de lo que pasó en la embajada de...?
-Sí, ya lo vi, ya lo vi por televisión. A pesar de que lo digan los noticieros uruguayos, sucedió. ¿De dónde sacó que esos tipos fueran un grupo de izquierda?.
-Bueno, ellos mismos lo decían. Se hacían llamar el “Comando Castrista de Liberación del Pueblo”, nada menos.
-¿Dónde vio usted que un grupo de izquierdistas uruguayos hagan algo durante horas y no se dividan en varios grupos?.
-¿Eehh?.
-Obviamente, eran infiltrados. Debe ser algún trabajo de Inteligencia, o algo así.
-Pero la versión oficial dice...
-Me cago en la versión oficial. ¿Usted a qué vino, sino?. Se hicieron pasar por ultra izquierdistas porque les serviría para propaganda política o algo de eso.
-Pero todos los que mataron...
-Simples chivos expiatorios, obviamente. Engañados. Además, ¿no le llamó la atención que el único rehén que murió fue el diputado González, que era el opositor más molesto?.
-¿Qué quiere decir?.
-Que todo fue un invento del Gobierno, o de un poder paralelo.
-Usted es un paranoico.
-¡Ja!. Habló el que quiere convencerme hace horas que el nombre de los asesinos de Kennedy está escondido en un cuadro de mierda...
-De mierda serás vos... ¿sabés cuánta guita vale ese cuadro? –intervino Adalberto, siempre con la idea fija.
-Me voy, me invitaron a salir –agregó Federica, ídem.
-¿Usted insinúa, Acerenza, que todo el episodio de la Embajada no fue más que una triste comedia con fines políticos y que...?
-No lo insinúo, profesor. No tengo la menor duda. Si me equivoco, juro que voy a hacer dieta durante el resto de mi vida.
-Se ve que está seguro –dijo alguno de mis hijos.
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Una de las ventajas de ser acusado –muy injustamente- de cagar salado y dejar un olor torturante y –al mismo tiempo- tener demasiada guita, es que me permite tener un cuarto de baño para mí solo en la casa, al que jamás intentará entrar ningún otro personaje de mi casa. Aunque sospecho que regularmente Murmullovsky entra a pegarle alguna escobeada.
Repaso la cartelera de cine de esta semana, anhelando absurdamente encontrar alguna información artística en los artículos que escriben los empleados que –temporalmente- se desempeñan en la sección “Espectáculos” de cualquiera de los aberrantes diarios uruguayos.
En un shopping center dan: “Alien 14” en sala 1, donde reconstruyen a la teniente Ripley con una clonación después de encontrar un par de mitocondrias suyas dentro del dudodeno del cadáver de un bicho (¿qué podrán reconstruir si me hacen una autopsia a mí?); en sala 2: “King Kong 8”, en la que el mono se enamora del nieto de la rubia original y es perseguido en el Obelisco de Buenos Aires adonde se ha subido, pero como lo matan antes de llegar a la punta, no sabemos qué iba a hacer allá arriba; en sala 3: “Batman 36”, en la que Bruno Díaz se deja coimear por el Guasón y no hace nada para evitar sus robos; en sala 4: “Hamlet 5”, en la que Ofelia vuelve de la muerte para vengarse de Hamlet, pero olvida su odio de éste al enamorarse de Macbeth; en sala 5: “Star Wars –7”, que es la segunda de la serie de cuatro trilogías anteriores a las primeras, donde se cuenta el origen de los abuelos de Obi Wan Keno-bi y la lucha entre unos guerreros buenos contra unos guerreros malos; en sala 6: “El decimotercer sello”, en la que un pintor del Renacimiento juega a la taba con la Muerte y comentan la obra de Heidegger y cómo apoyó al nazismo y en sala 7: “Rocky IV, 3” en la que Sylvester Stallone en silla de ruedas pelea contra un cubano que mide 3 metros y medio y le golpea salvajemente durante 80 minutos pero resiste y lo vence pisándole un callo, después de lo cual –en la escena más violenta y sádica de la película- les da un discurso a los espectadores de la Habana sobre la necesidad que tienen de comer hamburguesas y papas fritas y festejar Halloween y todos lo aplauden.
En los otros shoppings dan las mismas películas pero en otro orden de salas.
Un extraño ruido como de respiraciones y de movimientos –probablemente humanos- se coló por debajo de la puerta de mi baño. No le presté demasiada atención en ese momento porque supuse que era mi mujer teniendo sexo, o mi hija. O ambas. No menciono como probabilidad a mi hijo, pero no es por machista como suponen las menos humildes de mis lectoras sino porque los neoliberales, como todo el mundo sabe, son totalmente asexuados. Lo prueba el hecho de que apenas recibidos de alguna boludez inútil de esas que estudian, se casan con la primera mujer que vean que quiera casarse con algo por sobre toda otra consideración en la vida. Lo más parecido a una atracción sexual que sienten en toda su existencia es cuando escuchan las declaraciones del presidente del F.M.I.
Mientras me volvía a vestir con un inmenso esfuerzo físico, pensaba en mi agenda de ese día que recién comenzaba. O sea, trataba de recordar si habría algún programa como la gente en la televisión –como ven, sigo creyendo en las utopías- y me encomendaba a mi buena suerte para tratar de no ver a toda mi familia en toda la jornada.
Cuando iba a accionar el complicadísimo mecanismo ultramoderno que envía el agua de la cisterna, me asusté. El ruido que venía de detrás de la puerta ya era casi un estruendo indisimulable. Y no eran gemidos, palmadas sonoras en las nalgas ni la voz de mi mujer gritando: -¡Por fin un hombre!, sino balbuceos, ruidos electrónicos y arañazos en la madera.
Por suerte mis reflejos de experimentado investigador siguen intactos y, en menos de tres minutos, pude dar los dos pasos que me separaban de la salida para ver qué carajo era eso que me molestaba en el único lugar de la casa donde nadie iba a relajarme.
Al comenzar a abrir, finalmente, la puerta descubrí que el origen del misterio era una insólita montaña humana formada por periodistas de todo sexo, edad y raza cuyos únicos rasgos en común eran la posesión de uno o varios artefactos ruidosos que, evidentemente, no sabían usar y de la permanente insistencia en intentar cachetear, meterle dedos en los ojos o pisar a sus colegas en un insólito afán por llegar antes a mí.
-¿Qué sintió, señor Acerenza, al develar el misterio de la embajada de Bulgaria? –me gritó una chica a la que le chorreaba el maquillaje y se le había caído una caravana, antes de caer desmayada.
-¿Cuándo va a darnos la identidad del “Leopardo”? –vociferó un flaco al que un colega televisivo le arrancó los lentes y los tiró contra la pared, completando su frase casi sin respiración.
-¿Recibe señales de extraterrestres o es que los gordos tienen percepciones extrasenso...? –fueron las últimas palabras de una veterana con peluca que al comienzo de la frase era bastante morocha pero que al fracasar en finalizarla, tenía la piel de un extraño tinte violeta mientras le salía espuma por la pintadísima boca.
No escuché más estúpidas preguntas –por lo menos, nadie pudo completar nada inteligible- y pude abrirme paso entre los caídos que se acumularon en una enorme pila. –Obviamente, se asfixiaron al apretujarse tanto –pensé, seguramente en voz alta. Pero interrumpió mi dificultoso andar el grito salvaje de Adalberto:
-¡Cerrá la puerta de tu baño, la putísima madre que te parió!. ¡Llega hasta acá!. ¿Qué mierda comiste?.
-Avisan desde Brasil, que se les están muriendo todas las pirañas por la contaminación –agregó Federica, que cuando tiene la boca libre, se cree muy irónica.
-No puedo, hay unos periodistas desmayados bloqueando la puerta.
Luego de media hora de insultarme descaradamente, descubrieron que no había aumentado mi sentido del humor sino que les había contestado en serio. Con la ayuda de unos cuantos vecinos que tenían buenas razones para hacerlo, pudieron desalojar mi casa de toda esa gente en varias fases de coma, aunque alrededor del jardín (o como lo llame mi familia) se arremolinaban muchos sujetos de profesiones casi tan desagradables como los anteriores, haciendo todo tipo de maniobras para ingresar también ellos.
-Dice la agencia de seguridad que nos cobran extra para sacarlos. Mejor va a ser que los atiendas –observa mi mujer, ofuscada conmigo porque no puede salir a tomar el té con masitas a alguna confitería de esas a las que estoy orgulloso de no haber ido nunca.
-O si no, conectar el caño de la aspiradora al water, apuntar para afuera y prender el motor al revés –intervino mi hijo.
-Prefiero el napalm, gritan los vietnamitas –insiste su hermana.
-No voy a atender a nadie. No soy un detective y me cago en todos los asesinatos del planeta.
-Espero que no cagues más hasta que se resuelva todo esto –respondió mi querida esposa, que sólo se permite utilizar malas palabras dentro de la sagrada institución del matrimonio- pero tendrías que comportarte como un adulto de una vez por todas y ver si podés ayudar en algo. Si allá afuera está lleno de periodistas, por algo será.
-Alguno de estos guachos los habrá llamado para reírse de mí...
-Si quisiéramos reírnos de vos, les habríamos vendido las fotos que te sacamos tratando de ajustarte los pantalones...
-O sentado en el water...
Por suerte, conseguí llegar al televisor que estaba más cerca, a suficiente distancia del amable intercambio de opiniones familiar como para que ambas partes no se entiendan lo que se dicen, no sin gritar un poco como para que creyeran que no me había quedado callado.
Con la ayuda de Murmullovsky pude pertrecharme convenientemente para resistir el asedio de los repugnantes seres de todo tipo que pugnaban ferozmente por hablar conmigo, interrumpiendo mi intento de visión de mi programa favorito: el resumen de los goles del campeonato provincial amateur de futbol de Soriano. Solamente tenía que tratar de no confundir los dos montones: al alcance de mi mano izquierda tenía la bolsa con maní con chocolate y al de la mano derecha, los perdigones para la escopeta que ahuyentaba a los que lograban colarse por la ventana.
A veces me comía algún perdigón. O lo que es más lamentable, desperdiciaba algún manicito, que sin embargo no dejaba de ser un proyectil bastante efectivo.
-¡¡El fin del mundo está cerca, el fin del mundo está cerca!!! –chillaba un fanático religioso (¿o era un militante anti abortista de esos que ponen bombas en las clínicas defendiendo la vida?) y se tiraba de vuelta por la ventana al ser rozado por mis disparos.
-¡¡Son esos reos que se pasan todo el día en la calle, drogándose y mamándose hasta las patas!!. ¡¡Si me dejan a mí yo lo arreglo enseguida!!. ¡¡¡Hay que matarlos a todos!!! –aullaba un señor ya muy mayor y yo le contestaba de una forma que le hubiera gustado, si no hubiera estado dirigida precisamente a él mismo.
-¡Piense en sus hijos! –me increpaba una mujer elegantemente peinada, pero lamentablemente ellos no estaban al alcance de mi radio de acción.
Como mi mujer se encargó de hacerme notar trayéndome todos los recortes e impresos nacionales e internacionales donde se me mencionaba, esta insólita e histérica situación se explicaba por la conferencia de prensa que había brindado en la noche anterior el insólito e histérico profesor de nombre inventado, donde daba la sensacional primicia, de a poco y con calculadísimo suspenso, de que un brillante investigador con envidiables pergaminos y probada infalibilidad pronto daría a conocer la Verdad sobre el caso del Leopardo y de otros casos relacionados. Citaba como ejemplo, que ya había resuelto magníficamente la real identidad de los copadores de la embajada.
Cuando leí esto último, caí en la cuenta que esos adjetivos estaban relacionados con mi propia persona.
Mi celular sonó –hacía meses que no tenía noticias de él- y cuando después de largos minutos pude embocar la tecla que permitía escuchar al que me llamaba, escuché la voz enmascarada con un pañuelo, como en las películas.
-Si no te callás, sos boleta.
-Agarramela con la mano –le contesté, confundiendo la rima. Debo confesar que cuando era sindicalista, replicaba mejor las amenazas de muerte. Supongo que son los años.
-...te repito que acá no hay ningún Mario... no, imposible que me equivoque porque los conozco a todos... no, no hay nadie nuevo en el Servicio... te habrás confundido de número...
-Qrd, hyncrt dnjrrc cndnsq tnqhblr cntg.
-¿Por qué?. ¿Qué hice en esta vida para que todos los chiflados quieran venir a joderme?.
-Prc ntp sr.
-Si vos lo decís. ¿De dónde dijiste que era?.
-Cnd.
-Capaz que tengo suerte una vez en esta life y me viene a ofrecer asilo político.
-Lprblm sqn hbl spñl.
-Bueno, haceme vos de traductora.
-Y?. Nm vntndr nd.
-...además, nunca tuve colitis...
-Eso es lo único que podría hacer productivo nuestro diálogo.
-Nntnd nd, prs ssl qqrs...
-Por algo sos mi mantequita. Hacelo pasar y quedate en el medio de los dos y esta noche te hago una fiestita, perra...
Ella fue a hacer pasar al tipo y yo me quedé tratando de descifrar si lo que le había dicho era en serio o me estaba burlando de la extranjera.
-...¿qué querés decir con eso de que nadie te había hablado jamás como él...?, ¿que qué?... ¿que ya no tenés ganas de suicidarte...?
Cerré la puerta, así no escuchábamos lo que decía la que te jedi con su supuesta obra caritativa, que por lo que parecía no podía tener nada bueno para mis intereses y me dispuse resignadamente a recibir al tipo. No digo que él sí pudiera tener algo bueno para mis intereses, etc., etc. pero al menos me hablaría con respeto dado que nunca se acostó conmigo.
-Good afternoon, Mister Acerenza. I feel truly honoured to be able to meet such a prestigious investigator.
-Qrmtrt lg, sncrmnt.
-No sabe cómo lo envidio, don. No tanto ahora, que estoy forrado. Pero usted vive en un país culto y lleno de guita donde no se pasan toda la vida rompiendo las bolas con que antes eran un país muy culto y lleno de guita, como acá. Lo cual, encima, es mentira.
-Nrldd nlntnd ndlqqur dcr. Cssd rgys.
-I’m authorized for my Government to give you all the help at our hand to disinterestedly whit this society which has received us with arms wide open.
-Nntnd ncrj.
-Che, gorda: ¿vos no naciste allá?. ¿Cómo es que sabés hablar canadiense?. Decile que sí, especialmente si no me ofrece nada.
-N, brr stpd. Sntp rsptbl. ¿Prq nlcntsts lgnsr?.
-Our reports tell us that you are the only person who is able to solve this case that, unfortunately, has shaken this country with wich we feel equal.
-Dcq lgst lmsc cntr.
-Preguntale si a las minas de allá le gustan los viejos gordos. No para casarse, sólo para tener sexo desenfrenado. No me mirés así, preguntale por los tipos, también.
-Nlvy dcrs gnsd.
-I’m glad that we are able to reach an agreement and desinterestedly gather strenghts to finish this awful crime.
-Dcq ssmd grpr gltqr.
-¡Abajo el imperialismo yanqui!. ¡Viva Cuba! –grité un poco desubicado, olvidándome que si el tipo es canadiense, los detesta aún más que nosotros.
-Qsrt qtn, sñr, qnl ntndnd.
-Thanks. I share your enthusiasm. I believe that this is the beginning of a long friendship.
-Crq squrbrrr ylgst lplcl “Csblnc”.
-Sí, sí. Andate rápido que los manises me están dando gases. ¡No traduzcas eso, boluda!.
-Mvy prlsdds qsnsr.
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