12 de agosto de 2015

Historia para nadie

Empecemos por lo primero: la objetividad no existe. El abordar un hecho y/o período histórico en un utópico punto neutral desde donde emerge la verdad incuestionable es imposible. Todo el que escribe sobre historia toma partido, ya sea que trate un tema del pasado remoto o sobre hechos recientes. Mucho más, en éste último caso.

Por otra parte, hay una indiscutible necesidad de los uruguayos de entender su historia reciente, pese a la asepsia vergonzante de los grandes medios de comunicación, que encandilados por los reality show y los programejos sobre la estúpida farándula porteña y similares, eluden como la peste cualquier tratamiento mínimamente serio de la realidad, tanto pasada como actual.

El libro histórico es negocio desde hace varios años y muchos se han subido al carro. Incluyendo al inefable Julio María Sanguinetti, el máximo representante del olvido, también se ha puesto a facturar -y mucho- con sus "recuerdos", que tampoco tienen mucho de objetivos que digamos.

Objetividad y verdad son valores que no necesariamente pasan porque el historiador tenga un punto de vista parecido al mío, sino más bien por la honestidad intelectual del que escribe. Por honestidad entiendo a quien presenta los hechos sin elegir a los que más les convengan, dejando de lado los que molestan a su tesis. 

Poco hay de ello en "Patria para nadie".

EL HECHO MLN COMO PROBLEMA
Desde que volvió hace 30 años la democracia en Uruguay -o quizás, desde que comenzó el fenómeno Tupamaro- nos han dado diversas versiones extremistas, poco honestas y más cercanas al cuento de hadas donde toda la verdad está de un solo lado, que aproximaciones medianamente honestas. Al extremo del discurso oficial de la dictadura, se le opuso desde 1985 el otro extremo: la mitificación de un pasado heroico, aséptico e impoluto, si bien derrotado.

Mal o bien, el MLN fue un movimiento guerrillero que pretendió tomar el poder por las armas, oponiéndose a todo el sistema político, Frente Amplio incluído. Que ahora, como movimiento político integre la coalición de izquierdas no cambia nada. Aún recuerdo el escándalo que produjo en la inmediata reconquista democrática la publicación de la novela "El color que el infierno me escondiera", de Carlos Martínez Moreno. Fue tratada de ser una maniobra de Inteligencia (o sea, ultraderechista)... por admitir que los tupamaros habían matado a Mitrione y a Pascasio Baez, o por presentar guerrilleros que dudan o a los que les cuesta reponerse a los contratiempos de la represión y la tortura.

Por un lado, está el discurso de que en los 60 la democracia representativa era una maravilla virgen de defectos y de injusticias y fue atacada vilmente por unos infantiles imitadores de Fidel Castro, lo que desembocó naturalmente en una dictadura militar. Por el otro, el de unos luchadores sociales que no mencionan sus robos, secuestros y asesinatos y, fundamentalmente, su mesianismo de creer que ellos por la suya iban a decidir el rumbo del país.

EL LIBRO "PATRIA PARA NADIE"
En la página 155 se dice: "... La policía estaba furiosa, un hecho que se verificaba con los crecientes informes de interrogatorios violentos -los detenidos invariablemente los llamaban torturas- que tenían lugar en sus comisarías." No queda clara, por cierto, la diferencia entre "interrogatorio violento" y tortura. Brum elige usar un eufemismo vergonzoso.

El libro se dedica fundamentalmente a detallar las acciones del MLN en tanto que movimiento guerrillero y, bastante menos, su caída, su pasar de diversas maneras durante el período de la dictadura y su ingreso en la política partidaria hasta la asunción de Mujica como presidente del pais. Se regocija minuciosamente en cada error o torpeza cometido por los tupas, como si fuera posible que hubiera algún grupo de cualquier ideología que no los cometiera.

Brum odia particularmente a alguna gente y no se priva de criticarlos
duramente con argumentos o sin ellos: Wilson Ferreira Aldunate no sólo tenía contactos frecuentes con los tupamaros, también era un golpista capaz de cualquier cosa para llegar al poder; Alejandro Otero era un trepador que quiso adjudicarse todo el mérito de derrotar al MLN; Samuel Blixen es un periodista mentiroso, aunque nunca sabremos por qué. De información, nada.

Si bien Brum -que no es historiador, antropólogo o escritor sino "especialista en seguridad y terrorismo"- tiene la honestidad intelectual, producto quizás de los tiempos que corren, de reconocer que los presos políticos fueron torturados largamente -hecho que su admiradísimo Víctor Castiglione siempre negó rotundamente- no faltan en el libro los incoherentes intentos, como el mencionado arriba, de minimizar la violencia estatal, enfatizando la utilizada por los guerrilleros, que por cierto existió.

En estos últimos días apareció otra vez en escena Héctor Amodio Pérez, el conocido traidor del movimiento, reiterando el discurso presentado dos años atrás en su reaparición pública: él no traicionó a nadie, lo usan como chivo expiatorio, todos los demás líderes tupamaros fueron ineptos o deshonestos (a diferencia de él mismo), nunca mató a nadie ni robó nada... un cuento de hadas también, demasiado funcional a sus intereses para ser creíble.

No sé si es casualidad pero gran parte del relato que Brum presenta como fruto de una investigación exhaustiva y objetiva, coincide puntillosamente con el referido discurso de Amodio, incluyendo la caracterización de Sendic -el gran enemigo del resurgido ex líder de la columna 15- como un burdo incompetente, porfiado y desinteresado por la seguridad y la salud de sus comandados.

Seguiremos esperando una historia medianamente honesta sobre un período muy particular de nuestra historia, que está largamente en disputa entre varios bandos que pretenden vendernos su versión interesada de lo que verdaderamente ocurrió y que sigue influyendo aún en la historia de nuestra baqueteada democracia.     

En la página 270 hay un ejemplo que define perfectamente la deshonestidad intelectual de Brum: refiriéndose a la campaña electoral de 1971, dice que hubo 150 atentados, de los cuales 143 los sufrió el Partido Colorado y sólo dos (2) la izquierda. La única fuente de tal aseveración es el diario "El país", que jamás fue un órgano de información serio y no hay ninguna otra que la afirme o la contradiga. Hasta el más salvaje antiizquierdista sabe que esa estadística es delirante.    

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