‑Vos
tenés que aprender, Pato, vos tenés que aprender.
‑¿Aprender
qué, papá?.
‑Ya
vas a ver.
Los
vecinos los miraban. Pato dejaba que su padre determinara el tono del saludo
que debía darle a cada uno de los conciudadanos con los que se chocaban.
A
veces les hablaba de fútbol como para distraer, a veces se escondían. A uno de
ellos, su padre contestó que sí con la cabeza la mirada interrogante del otro.
‑¿Adónde,
mamá?.
‑El
sabe.
¿Será
que la abuela se está muriendo?. ¿Ya se habrá muerto?. Yo sé que hay cosas que
papá y mamá ocultan con vergüenza, aunque no todas sean de cosas de la cama.
¿Qué es lo terrible para mi padre?. ¿Por qué me tiene que llevar tan lejos y
con tan pocas ganas?. Supongo que no hice nada malo, sé que no es algo que haya
hecho yo.
‑¿Hoy
hay algo bueno para ver en la tele, Pato?.
‑No
sé.
Miré
cómo me imagino que miran el paisaje los condenados a ser fusilados, al almacén
del gordo con el que una vez se peleó mamá, la casa de fulano o de mengano.
Esperaba que alguien se cayera de una bicicleta o algún auto se mandara alguna
maniobra estúpida para comentar algo, pero me sentía con no hablarle.
‑Papá.
‑Qué.
‑¿Le
pasó algo a la abuela?.
‑¿A
la abuela?. No, ¿qué le va a pasar a la abuela?. ¿No ves que vamos para otro
lado?.
Pato
descartó todos los conocidos. No iban a la casa de ninguno. No iban a ningún
lugar al que hubieran tenido que ir antes. No iban a ningún lado al que Pato
hubiera podido ir antes.
‑Hoy
te tenés que tirar al agua.
‑¿Qué
es eso?.
‑Ya
vas a ver.
¿Por
qué se fue el tiempo en el que todo era fácil?. Sólo se pedía algún juguete o
alguna comida y casi siempre papá o mamá me lo conseguían. No había nada para
saber. Ellos siempre sabían lo que había que hacer y sólo tenía que hacer lo
que le dijeran. Ellos sabían lo que yo hacía a escondidas. No había este miedo
en sus caras.
‑Ya
llegamos, Pato.
Golpeó
y salió un tipo con uno de esos piyamas anchos como en las películas, tan joven
como el tío Roberto, bien afeitado y peinado.
‑Esta
es mi hija, Ricardo.
‑Ya
veo.
‑Se
llama Verónica, pero le decimos Pato porque con este corte de pelo viste que se
parece a la de la televisión.
‑¿Cómo
te va, Pato?.
‑Saludá,
che.
‑Buenas
tardes.
‑Verónica,
éste es un amigo de confianza de papá. Vos quedate con él, que te va a enseñar
algo que vos ya tenés que aprender.
‑Pasá,
Pato, no tengas miedo.
‑Contestale
algo.
‑Sí,
papá.
‑¿Y,
Pato?.
‑¿Qué?.
‑¿Cómo
qué?. ¿Qué te pareció?.
‑Bien.
Comenzaron
a hacer el viaje de vuelta. Ya se había hecho de noche y no había casi gente
para saludar. Ella quería saber qué le diría su padre al que le preguntó con la
cabeza.
‑¿No
decís nada?.
‑No
sé qué querés que te diga.
Volvió
a ver a la casa de fulano y a la de mengano. Al almacén del gordo. Pensó en su
novio.
‑¿Te
gustó?.
‑Sí.
‑¿Sí?.
‑Al
principio estaba enloquecida de los nervios. Casi me pongo a llorar. La primera
vez no sentí nada. Pero después sí. Me encantó. Fue divino. Me hizo refeliz. Me
hizo...
‑!Ah,
guacha de mierda, yo sabía!.
Y
le dio tremenda patada en el culo.
F
I N
2 comentarios:
Por eso siempre es bueno la familiar figura del "tio borracho", gran conocedor de Pando y sus noches
Creo que Pando ya no está de moda. Probablemente, para mal.
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