5 de julio de 2012

Cine: Historia Ilustrada 30

EL CINE DE ANIMACIÓN

Poco después de que el mecanismo para ver fotos en serie denominado cinematógrafo fuera inventado, se descubrió que no sólo se podían "filmar" fotografías de objetos y personas reales sino también dibujos y muñecos. De esa forma, se superaban las limitaciones que presentaban en las filmaciones convencionales la escasa -o nula- movilidad de las pesadas cámaras y las limitaciones de iluminación, por no hablar de las dificultades de la fotografía en sí. En cambio, en la imagen animada todo es posible.     

Aunque no inmediatamente. En 1907 se descubrió, probablemente por un error técnico, la posibilidad de "animar" objetos al filmarlos, parar la cámara y volver a fotografiarlos en una posición diferente. Que es lo mismo que se hacía -sin interrupciones de continuidad- al filmar a actores y paisajes para una película convencional. El caricaturista francés Emile Cohn figura como el primer cineasta que se dedicó expresamente a realizar dibujos para que al ser fotografiados y proyectados uno a continuación del otro, dieran la sensación de continuidad que necesita el cine. 

El desarrollo inicial del cine de animación -fundamentalmente, en su vertiente más exitosa comercialmente hablando de los "dibujos animados" está estrechamente relacionado con la evolución de las historietas (o comics) que surgieron en la misma época que el propio cine. Uno de los más prestigiosos historietistas vanguardistas, Winsor McCay (foto 1) descubrió el potencial taquillero que podía tener un personaje no actuado por gente de carne y hueso, con su creación "Gertie, el dinosaurio" (1914). Algunos personajes de historietas consolidaron, con su traslación a las pantallas, el género; "Mutt and Jeff" (o "Benitín y Eneas", como se los conoció por estas tierras) y los "Katzenjammer kids" ("El capitán y sus sobrinos"). Cuando McCay adaptó en 1921 una de sus obras maestras en la historieta ("Dreams on a rarebit friend") la animación demostró que era algo más que un juguete.    


Fragmento de "Gertie on tour" (1921) de Winsor McCay

Fragmento de "Dreams of a rarebit friend: Bug vaudeville" (1921) de Winsor McCay

Como se ha visto acá, las vanguardias europeas -francesas y alemanas, pero no sólo- vieron posibilidades de extender sus experimentaciones plásticas en la animación aunque ese impulso duró unos pocos años. El ruso Vladislav (o Larislas) Starevich (foto 2) fue el primer genio de la animación cuadro por cuadro de muñecos. Starevich se exilió de su Moscú natal luego de la Revolución de Octubre -llegó a combatir en el ejército blanco- y prosiguió su carrera en Francia. Introdujo el color y el sonido tempranamente y continuó su hoy olvidada tarea hasta el mismo año de su muerte (1965). Con él, que llegó a ser bastante reconocido en su momento en Hollywood, la animación llegó a sus primeras cotas de calidad e imaginación, yendo mucho más allá del entretenimiento infantil o la mera novelería.

Los dibujos animados no se transformaron en un item redituable en la industria hasta la feliz inserción en el cine sonoro producida -famosamente- en uno de los primeros cortos del ratón Mickey, creado por Walt Disney (foto 3). El cortometraje en cuestión se llamó "Steamboat Willie" y figura como co-dirigido por Ub Iwerks, un dibujante fundamental en los primeros años del astuto industrial Disney.  Su argumento facilitaba la explotación del sonido, al empeñarse -simpáticamente, es cierto- su protagonista en hacer música con todos los objetos y animales que encontraba a su paso. Aún inmaduro narrativamente, el corto era un paso adelante en la carrera de Disney y sus empleados, que pronto darían lo mejor de sí en trabajos que unirían no sin dificultad las audacias expresivas con el cálculo comercial, hasta transformar -para bien o para mal- al estilo Disney como el tronco principal de la animación mundial.

La empresa conseguiría un singular éxito con una idea que a muchos les pareció una locura: un largometraje de dibujos animados. El primer film fue "Blancanieves y los siete enanitos" (1937) (foto 4), que tuvo un arrollador éxito comercial y que, incluso, llevó a una prestigiosa revista crítica uruguaya a nombrarlo como el mejor film estrenado en el país, algo aún poco frecuente para una película de animación.  Su tercer largometraje, "Fantasía" (1940) era una ambiciosa, aunque confusa apuesta que desechaba el argumento unitario -generalmente basado en una obra o leyenda infantil prestigiosa- para embarcarse en una historia casi sin palabras, aunada a la música clásica que tanto gustaba a su autor. El fracaso comercial de la película convenció a Disney de no embarcarse más en proyectos de dudosa comercialidad.
 
Frecuentemente tildado de sensiblero y cursi, sospechoso de fascista por su fanatismo anticomunista y enemigo de todo derecho sindical, Walt Disney supo integrar a la industria muchos adelantos tecnológicos que hicieron avanzar técnica y expresivamente a la animación mundial.    

Pero no fue el único animador en Hollywood. Párrafo aparte merece -por encima de otras empresas y creadores- Max Fleischer, creador de "Betty Boop", encantadora joven sexy e ingenua y "Popeye", un surrealista marinero dotado de gran fuerza gracias a la ingestión de espinaca (el personaje se creó para una publicidad del citado vegetal). Más imaginativo que Disney, Fleischer consiguió visibilidad y permanencia (aunque Betty Boop fue censurada por la Liga de la Decencia (!)) siguiendo un camino personal.

"Steamboat Willie" (1928) de Walt Disney y Ub Iwerks

 
"Popeye el marino" (1933) de Dave Fleischer

Si bien -al igual que el cine "normal"- la enorme mayoría de las películas de animación que llegaban a nuestras carteleras era -y sigue siendo- norteamericano, en varios países se ha mantenido escuelas de animación artísticamente inspiradas. Lentamente, con el correr de los años, se ha aceptado por parte de franjas del público más exigentes, la existencia de un cine de dibujos animados que no tenía por qué pedirle nada prestado al monopólico Disney.

Norman McLaren fue un escocés que emigró por una tentadora oferta de trabajo en la National Film Board canadiense, donde pudo experimentar a gusto y formar generaciones de nuevos animadores. Poco interesado en el realismo, creó cortometrajes abstractos, utilizando en ocasiones imágenes directamente pintadas en el negativo de celuloide, como en "Boogie doodle", donde intenta establecer una relación entre el movimiento de la imagen y el saxo de Gene Ammons.


El checho Jiri Trnka (foto 5) fue probablemente el mejor animador del Este y quien más influyó en el campo -siempre muy minoritario, por cierto-de la animación de muñecos. Tierno, imaginativo, el encanto de Trnka es difícil de explicar. Sólido continuador de una tradición de buenos animadores eslavos, Trnka tuvo mucho éxito de público y crítica en los pocos largometrajes que terminó. En los últimos años de su vida, realizando cortometrajes sobre todo, su visión pareció bastante pesimista y en  su últimos trabajo "Ruka" (1965) se advierte un alegato bastante rabioso a favor de la libertad del artista para crear, idea que habrá resultado bastante incómoda para el gobierno de Checoslovaquia de la época.

Volviendo a Estados Unidos, Frederick "Tex" Avery (foto 6) fue un maestro de la comicidad en los dibujos animados, alejándose todo lo que fuera necesario del realismo un tanto amanerado y edulcorado que había impuesto el omnipresente Disney. Para Avery todo valía en pos de hacer reir. Generalmente poseedoras de un ritmo frenético y de una ferocidad poco común, las divertidas cintas del director introdujeron el sin sentido y la imaginación al género, mostrando lo que -lógicamente- el cine convencional con actores fotografiados no podía darle al público: objetos animados, caídas y golpes que desafían las leyes de la física, y en general un apartamiento de cualquier lógica que pueda estorbarle. Para Avery -creador o realizador de personajes como Bugs Bunny, el pato Lucas o Droopy- el fin siempre justifica los medios.

En la época del auge de la televisión -o sea a partir de la década del 50-  las salas dejaron de solicitar los cortos animados que hasta entonces integraban todos los programas de exhibición, sirviendo como preliminar al largometraje -con actores- que significaba la herramienta de atracción de público. Esto llevó a que fueran apartados del negocio casi todos los realizadores que no se llamaran Disney.

Si bien -como ocurrió con el cine convencional- la televisión terminó siendo un importante difusión de la animación más comercial, casi siempre en formato cortometraje, se siguieron estrenando largometrajes animados en gran parte -inevitablemente- por la fábrica Disney.    
     
"Boogie doodle" (1940) de Norman McLaren 

Fragmento de "El principe Bayaya" (1950) de Jiri Trnka

Drag-A-Long Droopy (1954) de Tex Avery

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