5 de febrero de 2011

El séptimo item del menú (I)

Ivo Mantero miró hacia atrás, probablemente por instinto, viendo que un gigantesco tanque de guerra venía a una velocidad de más de 200 kilómetros por hora hacia él.

Apenas, milagrosamente, tuvo tiempo para rodar sobre sí mismo, sin poder estar totalmente seguro que el enorme vehículo no le hubiera triturado un par de dedos de la mano derecha.

El carromato siguió por inercia dos cuadras, hasta que pudo darse vuelta y enfilar nuevamente hacia Ivo. Éste destrozó la puerta de cristal orgánico de la primera casa que tenía frente a sí, desesperado, soportando la descarga magnética por su intrusión.

Al llegar frente a esa entrada, el cañón del tanque impactó sobre ella, haciéndola desaparecer.

Ivo se dio cuenta que seguirían las demás habitaciones de la casa en la que se había refugiado.

-¿Es a usted a quién persiguen? -le preguntó un asombrado hombre que salió de una de las habitaciones de la casa.

-Le juro que no sé por qué, yo estaba...

El hombre dejó de prestarle atención y, extendiendo a la vista de los conductores del carro una especie de comprobante, consiguió que éste se detuviera.

-Yo me encargo. Pueden retirarse.

-Pero, señor... tenemos órdenes. Él es un...

-Y yo soy un azul. ¿O no sabe leer?.

-Usted ordena, señor.

Mientras el vehículo gubernamental se retiraba, el hombre se dirigió a Ivo.

-Lamentablemente, deberé estar con la casa así dos o tres días, hasta que la reconstruyan. Pero estoy seguro que fue un error y usted no tiene ninguna culpa. Dígame, señor, ¿qué fue lo que pasó y su nombre?.

-Bueno... estaba cambiando una fila de cables a mi ciclomotor cuando vi a ese tanque que se me arrimaba a toda velocidad.

-¿Cómo pudo salvarse?.

-Fue increíble. Se tiraron arriba mío sin que pudiera escuchar un solo sonido; no tengo ni idea de cómo pude esquivarlos, y cuando volvieron por mí lo único que vi fue su puerta, por suerte.

-Son el tipo de unidad de guerra más veloz sobre el planeta. ¿Cómo pudo correr más que ellos?.

-Eso también fue asombroso. Supongo que será por el terror que tuve, por saber que no tendría ninguna oportunidad si perdía el tiempo. Imagínese que llegué a 31,67335 kilómetros por hora, nada menos, cuando mi record personal era apenas 22,4314.

-¿Cómo dijo?.

-Pues que desarrollé...

Él no pudo terminar su frase, porque el influyente hombre lo derribó de un tremendo puñetazo.

-¡Hijo de puta!. ¡Cómo me engañaste!. ¡Quedate ahí que ahora vas a ver lo que es bueno...!

El hombre entró en una pieza de lo que quedaba de la casa, mientras Ivo intentó incorporarse y evadirse, resbalando entre los escombros de lo que fue el porche.

-¡¡Agustina!!. ¡¡Agustina, dónde mierda está el arma!!. ¿Será posible que en esta casa nunca encuentre algo cuando lo preciso?.

Ivo Mantero comenzó una nueva huida alejándose lo más rápido posible de donde le había salvado la vida quien ahora parecía querer quitársela. Por supuesto, no se iba a quedar para comprobar que aquello no fuera una amenaza exagerada.

Perdió la noción del tiempo. Lo más insoportable era la sensación de miedo, de terrible miedo, de estar siendo perseguido.

Sólo el tropezarse con una enorme piedra que no vio y caer frente a otra casa derrumbada que el Gobierno no había tenido tiempo de reconstruir, le permitió una tregua. No tenía más sentido ir sin rumbo –pensó- y mejor sería buscar algún lugar donde nadie, fuera quien fuera, pudiera verlo.

La casa estaba destruída, abandonada tal como había quedado sin duda cuando algo hizo blanco sobre ella, sin que nadie se preocupara de limpiar el lugar. No había una pared que hubiera quedado en pie, pero al fondo parecía haber una especie de parrillero techado bastante mejor conservado.

Por suerte no había nadie. Ni siquiera parecía que alguna vez alguien hubiera tenido la misma idea que él.

-Bien. Sólo 0,21765 rads -pensó. Es una contaminación como la que se podría encontrar en cualquier esquina de su barrio.

Ni siquiera sabía bien qué quería hacer allí. A cambio de su vida había perdido definitivamente su ciclomotor, tanto tiempo deseado hasta que al fin lo pudo comprar. Tanto trabajo para que algún estúpido lo quisiera eliminar.

¿Pero por qué?. Era evidente que éstos no eran ladrones. No era un tanque común del ejército; él los conocía bien de haber ido tantas veces a ver los desfiles en 18 de Julio en los feriados. Serían seguramente de la policía o de alguna agencia gubernamental como la de drogas, la de alcohol o la de cigarrillos. Pero no podían estar persiguiéndolo a él, que no solía probar ninguna de esas cosas.

Sería seguramente un error. Pronto alguien descubriría que lo habían perseguido confundiéndolo con algún criminal o algún espía de los androides.

Él era un buen patriota; había intentado alistarse en el ejército humano pero fue rechazado por el asma. Pero no era su culpa. Había testigos, había amigos que lo conocían, él nunca había hecho nada para ser perseguido.

Entonces Ivo se estremeció. No habían querido detenerlo. Sencillamente, habían querido eliminarlo.

Pero era imposible. Esas cosas sólo las hacían los robots. ¿Cómo se podía concebir que alguna unidad de lucha humana, fuera quien fuera, atacara a otro humano?.

No se animaba a volver a la calle. Tenía que ponerse a pensar. No podía volver a la rutina de su casa, de su trabajo, de Sayago, hasta no estar seguro de que no lo esperaban precisamente en los lugares que frecuentaba. Tenían que conocerlos, era muy fácil averiguarlo para cualquier dependencia del Gobierno.

El sol se iba, prefirió no prender las luces. Pronto serían las ocho de la noche y habría toque de queda por la guerra. Inevitablemente pasaría esa noche ahí. Al otro día tendría que irse sin dejar rastros de su paso por el salón secundario de esa casa que, sin embargo, seguramente era más grande que el apartamento donde vivía Ivo.

Despertó cuando ya había llegado la mañana, sobresaltado. Tenía la extraña sensación de que no había pasado más que un segundo pero nuevamente era de día. Se asomó a la calle, tambaleando entre el irregular piso.

Debía pensar. La ropa que tenía puesta era totalmente común: pantalones deportivos metálicos y un buzo de jean. Muchos jóvenes llevaban esas cosas todos los días por la ciudad, así que era imposible que lo buscaran por la ropa o por su aspecto físico, totalmente vulgar. Seguramente ellos, sean quienes sean, si lo estaban buscando, tenían que apelar a métodos más sofisticados. Se decía que el ejército tenía unos aparatos parecidos a controles remotos que verificaban la existencia suficiente de tejido orgánico como para no dejar dudas si alguien era humano o androide.

Era posible, seguramente, caminar por 18 sin tener miedo de ser atrapado por nadie. O mejor sería agarrar una calle paralela como Colonia o Mercedes.

¿Qué hacer?. Él sólo había ido al centro a comprarse ropa. Tenía que asegurarse que pudiera volver a su vida habitual sin problemas.

Le seguía intrigando la razón por la que el tipo aquel que parecía tener algún cargo importante, caprichosamente, había cambiado tanto de actitud. No había tenido ningún inconveniente en enfrentarse a sus perseguidores para salvarlo y, sin embargo, de un momento a otro, tuvo el sentimiento contrario.

¿Qué había dicho él de malo?.

Tendría que encontrar alguna forma de ir a su trabajo, acercándose sin ser visto y poder estar totalmente seguro que nadie lo volviera a perseguir. Era absolutamente imposible que alguien pudiera escapar dos veces de una unidad oficial.

Se estremeció. Hace poco había leído en la red que nadie jamás había podido escapar de una persecución policial, según se jactaba el nuevo ministro del Interior.

Pero cómo saber si había sido la policía. Le obsesionaba el por qué. Por qué alguien quería meterse con él.

Había caminado lentamente esas calles que tanto conocía, cerca del edificio donde pasaba todas las mañanas desde hacía cuatro años. Tenía que ser un malentendido. Al fin y al cabo, ellos trabajaban para proveer al Gobierno y él no hubiera podido pisar jamás la entrada si alguien sospechara de su humanidad.

Prestó atención a que no era temprano. En realidad, tendría que estar trabajando desde hacía dos horas. Por supuesto que estarían alarmados de su ausencia. Lo habrían buscado en su casa y en la de su novia. Todo el mundo en la empresa sabría que alguien había llegado tarde.

La entrada de ahí parecía igual que todos los días. No encontró ninguna señal de anormalidad aunque la había buscado, mirando obsesivamente todos los detalles que pudo en la calle hasta llegar a encontrarse a escasos diez metros de la puerta.

Pero se dio vuelta. Nunca podría tener la seguridad de no meterse en una trampa mortal y siempre habría alguna excusa que ingresar en su máquina para justificar una ausencia.

Compró el diario, con la idea de meterse en cualquier café al azar. Después de todo, hacía 15 horas y 37 minutos que no comía absolutamente nada. Eligió un lugar por el que siempre pasaba cuando salía del trabajo sin haber entrado jamás. Había sólo un veterano muy gordo tomando café, haciendo un crucigrama de papel.

Al pagar recordó que tenía que entrar en su cuenta antes que fuera demasiado tarde. O reirse de ser un paranoico y volver a vivir normalmente si comprobaba que sólo se asustaba porque algún milico sicótico se había enceguecido con él. Su banco personal sería la mejor prueba posible de que si todo andaba bien, o no.

Pero en ese momento lo mejor era sentarse y comer urgentemente. Introdujo el disco en la terminal y esperó que el diario se presentara en pantalla. Si no decía nada de él, podía sentirse tranquilo.

Por suerte, las noticias eran las de siempre: el desarrollo en tiempo real de las últimas escaramuzas de la guerra y los resultados –también al instante- del fútbol en todo el mundo. Encontró al fin el vínculo donde podía listar los ciudadanos sospechosos de no ser 100% humanos o de simpatizar con la ideología androide y no figuraba él. Indudablemente, no figuraba él. Podía estar seguro que las noticias eran buenas porque el diario tenía un buen antivirus, realmente muy actualizado.

Pagó y se retiró del lugar con una sensación de inseguridad que –pensó- no se iría hasta que pudiera comprobar que no tenía dificultad para mover su cuenta.

Pero todo parecía andar bien: al pasar su chip por la ranura del robot guardián, éste desapareció, dándole vía libre para entrar en su banco. Y al hablarle a éste, estaba totalmente dispuesto a operar. Seguía siendo un ciudadano común y corriente, después de todo.

Si no le habían embargado los fondos del chip, podía llevar la vida de siempre. Ahora sólo faltaba justificar de la manera más elegante posible la falta de hoy y mañana, reintegrarse a trabajar tranquilo.

Paró un taxi apenas salió de la cabina para ir a lo de Inés. Cuando subió, les llamaron la atención a él y al chofer una decena, por lo menos, de soldados que se abalanzaron sobre el mismo banco donde había estado él hacía apenas segundos. Parecieron estar confundidos hasta que el robot guardián encendió su pantalla, indicándoles lo que querían saber.

-¡Uy, dio!. Estos tipos no sé que buscan, pero se van a poner a registrar todo y yo ando con la libreta vencida. Yo me las pelo como el mejor, maestro, y después me dice adónde quiere ir.

-Sí, mejor.

El taxista no le cedió el paso peligrosamente a una fila de autos que se le cruzaba y salió de la zona zigzagueando por la avenida. Parecía estar acostumbrado a este tipo de problemas, cosa que Ivo agradeció para sus adentros.

-¡Pah, me siguen!. ¡Me van a agarrar si son brujos estos guachos!.

Aceleró más allá de lo permitido, evidentemente. Uno de los dos coches policiales consiguió seguir los permanentes desvíos de ruta del taxi.

-Aguantá un cachito, que si llegamos a donde yo sé, estamos salvados.

Ivo apenas podía mantenerse dentro del coche, bastante pequeño, sin darse la cabeza contra el techo o las puertas. Ahora, evidentemente, el chofer le daba más importancia a la velocidad que al trayecto.

-¡Estamos salvados, macho!. Acá no entra el que quiere, sino al que lo dejan.

El auto policial pareció detenerse como si estuviera ante una barrera invisible. Los agentes se bajaron sólo para ver, impotentes, como el taxi se alejaba irremediablemente.

-¿Cómo hizo para que no entraran? –preguntó Ivo.

-¿Yo?. Nada, pibe. Pero acá ya es Belvedere. Y estos cosos no entran sin permiso a los barrios obreros. Si no, pasan a mejor vida. Acá mandamos nosotros.

-Es bueno saberlo.

-Bueno, la película policial fue una gentileza de la casa. Ahora te prendo el contador y me decís adónde querés ir. Espero que no sea a tres cuadras de donde nos empezaron a seguir.

-No, es en Colón, donde vive mi novia.

-Ta, vamos a conocer a la ninfa.

Si bien el resto del viaje fue seguro y el chofer se pasó hablando de fútbol, Ivo Mantero no pudo evitar el preocuparse nuevamente por su situación. Evidentemente, no llegaron todos esos policías por una libreta vencida. Era posible que lo estuvieran esperando. Si habían investigado tanto su vida, sabrían que la mayoría de los días iba a visitar a Inés.

Pero lo peor fue que cuando introdujo su chip en el procesador del taxi para pagar, el hombre cambió totalmente de actitud al leer la identidad de quien le estaba pagando.

-¡Atención, central!. ¡Acá llamando el coche 314-147!. Tengo una clave 77, repito, tengo una clave 77.

Ivo se bajó lo más rápido que pudo del auto y comenzó a correr, descartando totalmente entrar en la casa de su novia.

Creyó estar a salvo en una plaza oscura rodeada de callejones que él conocía bien. Tenía que pensar. Resolver qué hacer rápidamente, pero no podía seguir moviéndose al azar. Tenía que encontrar en dónde esconderse. Tenía que encontrar ayuda.

¡Claro!. ¿Cómo no lo había pensado?. ¿Dónde podría estar mejor que con Christian?.

Llegó a su apartamento luego de caminar casi media hora, lentamente, mirando a todo el mundo, temiendo que cualquiera que estuviera caminando junto a él pudiera estar siguiéndolo.

Él estaba, como siempre. Nunca se sabía si estaba haciendo en la computadora alguno de los trabajos que le permitían vivir a él, a su pareja y a su hermana cómodamente o sólo estaba divirtiéndose leyendo libros antiguos del siglo XX. En todo caso, tenía una mesa para comer al lado de su equipo, dormía junto a él y hasta tenía un gimnasio programado por él mismo para compensar tantas horas sentado.

Silvia fue quien recibió a Ivo, extrañada del aspecto de él, pero prometió explicaciones para más adelante. Ahora sólo quería un lugar tranquilo para dormir y tranquilizarse.

Christian lo ayudó a distraerse comentándole el último juego de realidad virtual que había inventado para la empresa que le había designado recientemente diseñador jefe. Era algo de acción basado en la historia antigua donde Julio César comandaba el asedio de la ciudad de Troya, destruyéndola finalmente después de horas de luchar, introduciéndole un virus en el sistema operativo de la defensa de las murallas.

Ivo Mantero despertó al otro día y desayunó en la cocina junto a Silvia. Ésta seguía interesada en saber por qué no tenían noticias de él ni en el trabajo ni su novia Inés y por qué había aparecido en ese estado en su casa.

Confió en ella y le contó lo poco que sabía, pero vio que se quedaba en silencio, como si no le creyera. No tiene la culpa –pensó- no es creíble que el gobierno se ponga a matar humanos. Especialmente, si son inocentes. Nunca había pasado algo así.

-Christian va a saber qué tenés que hacer, sin duda.

Entró en el cuarto de él porque no tenía la puerta cerrada, lo que hubiera sido una señal de que estaba en el medio de la experimentación de un nuevo juego virtual.

-¡Ah, te estaba esperando!. ¿Descansaste bien?.

-No sabés cuánto te lo agradezco.

-No seas boludo, Ivo. Decime por qué caíste tan de improviso por acá. Y con la cara que tenías.

-Es largo y se lo acabo de contar a tu hermana, pero, bueno...

-Dale.

Le llamó la atención que Christian se levantara del equipo para sentarse junto a él y escucharlo.

-Podés empezar tranquilo, tengo todo el día para escucharte. Tengo mucho trabajo adelantado y Héctor está de viaje.

-Bueno, vos te acordás que siempre ando con problemas con el ciclomotor. Estaba en la Rambla y Av. Brasil tratando de ver por qué mierda se me había parado de vuelta cuando se me tiró un tanque arriba. ¡Un tanque de guerra de verdad!. Parecido a los que se ven en los desfiles.

-¿Habría tenido problemas con la dirección o algo así?. Aunque no suelen andar en la calle. No son un autito cualquiera.

-No, éste era bastante chico, pero no era un problema mecánico ni un error. Me quisieron matar a mí.

-Me parece increíble todo lo que me contás. ¿Cómo te pudiste salvar?. Vos no sos un atleta, precisamente. Nunca hacés deportes.

-Esa fue la parte que me confunde más. Supongo que fue por el cagazo, pero me encontré corriendo a 31,67335 kilómetros por hora y...

Christian Heredia se paró violentamente. Quedó mirando fijamente a Ivo Mantero y retrocedió lentamente dos o tres pasos.

-¿Qué te pasa?. ¡No me mirés así!.

-¿Cómo que no te mire así?. ¿No te das cuenta de lo que me dijiste?.

-¿Cuál cosa?.

-¿Cómo sabés con tanta exactitud la velocidad?.

-¿Yo?. No sé bien, pero es fácil. Corrí 187,475 metros en 21,308 segundos. O sea que en una hora (o sea, 3600 segundos) recorro 31,67335 quilómetros.

-¿Y desde cuándo tenés esa facilidad para las matemáticas?.

-¡Es una regla de tres simple!.

-Vo, pelotudo, ¿no te das cuenta que el 99 % de la humanidad se desmaya antes de llegar a calcular cuántos segundos hay en una hora?.

-¿Qué querés decir con éso?.

-No sé si estás actuando o, sinceramente no te das cuenta, pero te lo voy a decir de un saque: ¡sos un androide!.

-¿Cómo?. ¿Vos me querés tomar el pelo?.

-¿Cómo te voy a querer tomar el pelo?. ¡Bajá a la realidad!.

-¿Lo qué?. ¡Yo soy normal!. Soy un humano, como cualquiera. Soy más normal que todos. ¡A mí no me digas que soy un androide, porque te parto la boca, puto de mierda!.

-A mí no me putiés. No te calentés conmigo, que yo no tengo la culpa.

-¡Sos un hijo de puta!. ¿Cómo que soy un androide?. ¡Soy un humano!. Quise ir a pelear en el ejército y no me aceptaron por el asma, pero iba a jugarme la vida por los humanos. ¡Vos serás el androide, sorete!.

-¡Ivo!. ¿Qué te pasa? –ingresó Silvia a la pieza al escuchar los gritos- ¿Por qué te ponés así con mi hermano?.

-No te preocupés. Es el ataque típico. Se acaba de enterar que tiene el mismo problema que vos.

-¿Vos también, Ivo?.

-¿Qué quieren decir?. ¿Me quieren hacer creer que soy nada más que un robot?.

-Los dos somos robots, si querés. Vení, sentate, yo sé bien lo que estás pasando porque yo también lo viví y reaccioné igual que vos cuando él me lo dijo.

Ivo Mantero se sentó en la cama de su amigo junto a ella, que había apoyado las manos sobre sus hombros. Parecía, con la cabeza gacha, que ya no iba a reaccionar violentamente.

-Acordate lo que nos contaban en el liceo: no matés al mensajero que te trae las malas noticias. Yo te puedo decir mejor que mi hermano lo que es darse cuenta de lo que en realidad somos. Nadie me lo contó, yo lo viví. ¿Y te creés que no quise matarlo a él cuando me hizo el examen, engañada?

-¿Quién se lo va a hacer a propósito, si no? –agregó Christian.

-Tengo que decirte toda la verdad. Vos ahora ni podés pensar en éso, pero sé conciente que es muy duro, mucho más duro de lo que te pueda parecer ahora, que hace unos segundos que lo sabés. Estuve meses deprimida. Pero salí y me dije que si ésa va a ser mi vida, bueno, que sea. Vos tenés que hacer lo mismo, yo te voy a ayudar en todo lo que precises.

-No puedo aceptar que mi cerebro sea una computadora.

-¿Cuánto es 1 sobre 87.956? –preguntó Christian.

-1,13693210 y siguen las cifras –contestó Ivo.

-¿Lo ves?. Sos igual a mí –agregó Silvia- yo también puedo hacer todos los cálculos que quieras y hasta graficarlos. Y sin embargo él, que vive metido en esa máquina, tiene que recurrir al aparato para todas las cuentas que necesita. O a su hermana, que es otro aparato.

-Vos no sos un aparato. Sos una persona –le contestó Ivo.

-No te enojés. Lo digo como broma. Tenemos sentimientos, tenemos sufrimientos, tenemos necesidades de amor como cualquier otro. Vos a seguir siendo el mismo de siempre para mí y, espero que ahora que sabés mi secreto, yo siga significando lo mismo, también para vos.

-Claro que sí, Silvia. Siempre.

-Lamento interrumpirlos, chicos, pero creo que sería buen momento para que Ivo sea revisado a ver qué porcentaje de su organismo es cibernético y cuál es orgánico.

-¿Ahora?.

-Sí, mi viejo. Creo que es mejor agarrarte en caliente. Capaz que sólo tenés algunas partes del cerebro y el resto es normal y sería mejor darte la buena noticia ya mismo.

-¿Y si soy todo mecánico?.

-No, imposible –se sonrió Christian- eso es en las seriales de ciencia-ficción. ¿O no sabés que los androides tienen brazos y piernas –y otras cosas- igual que los humanos?. Tienen el cerebro mecánico, y por eso son tan diferentes a nosotros.

-O a ustedes.

-O a mí, si querés. No te olvidés que tengo a mi hermana androide y vivimos lo más bien, juntos.

-Está bien. Hagamos lo que haya que hacer.

No hay comentarios: