13 de diciembre de 2009

Novela propia por entregas

GARDEL NACIÓ EN LITUANIA (II)

Las películas porno que prefiero son las de monjas, las de zoofilia y las que tienen embarazadas, aunque si tengo que decidirme por un tipo me quedo con éstas últimas y paso a explicar por qué. Por orden: en los pocos DVDs que hay sobre “pingüinos”, la mayoría son insípidas escenas de lesbianismo mal fingido en las que se parece más a que se estuvieran sacando los piojos y las ladillas a que estuvieran calientes y son muy escasas las películas en las que se entregan a un hombre -o dos, o tres, o diecisiete- que es lo que uno realmente quiere ver. Aunque el problema mayor no es ése, sino que las minas que aparecen son, con un criterio artísticamente detestable- las más esmeradamente maquilladas, las que tienen el brushing más sofisticado y las más abusivamente siliconadas. Yo no digo que filmen con monjas de verdad (aunque, ¿por qué no?), pero me gustaría mucho más si hicieran un intento de hacernos creer por un rato que no son profesionales con mucho celuloide encima (por no decir otra cosa).

En cuanto a las de sexo con animales, debo reconocer que he encontrado en esta especialidad algunas de las que más me han agradado. Pero si quieren seguir el consejo de alguien que conoce el tema, no son del todo satisfactorias. El problema, mayormente, es la elección de los partenaires –o sea, los bichos- porque no sólo son siempre los mismos (perros, conejos y caballos) sino que no encuentro mucha variación en las escenas. A uno le gustaría ver otras opciones, y cada uno tendrá las suyas –yo, por decir algunas: hipopótamos, panteras, osos, serpientes, perezosos, carpinchos, ornitorrincos, escarabajos- pero desearía que buscaran darle a la cosa un aspecto más pecaminoso, más de prohibición quebrantada. Algunas veces me parece estar viendo a un tambero ordeñando a las tres de la mañana.

Y para finalizar, las que estoy eligiendo cada vez más regularmente: las de sexo explícito (obviamente) con embarazadas. Acá, pese a la tecnología de efectos especiales no hay tu tía: las actrices lo están, aunque a veces hay algunas que me dan que pensar que están gordas, nomás. Si lo piensan es lógico: es mucho más barato contratar a una actriz porno embarazada (o una mujer común y corriente que necesite la guita) que hacer efectos con la computadora. Así que en éstas, no hay engaño que valga. Yo opino que siempre es mejor largar los prejuicios morales y burgueses que uno tiene comentando una porno que criticando a los jóvenes en la calle. Por eso, me divierto tratándolas de atorrantas por filmar orgías estando en ese estado y llego al orgasmo imaginándome la cara de los hijos que están por llegar cuando, años después, alguien le muestre esa misma película y descubra que su madre en realidad no trabajaba en un organismo internacional como secretaria, como le había dicho.

-Mamá, el Promontorio otra vez está hablando solo.

El hecho de que mi hija Federica de dieciséis años se haya referido a mí utilizando la más amable de todas las fórmulas que ha inventado para mencionar lo que le molesta de mi presencia sólo quiere decir que está muy feliz. Dado que vuelve a casa a las nueve de la mañana y no tiene varias bolsas con el logotipo de algún shopping, éso sólo quiere decir que tuvo sexo toda la noche.

-¡Vengan, vengan, que empieza Bielorrusia-Ucrania! –vocifera mi otro hijo Adalberto, llamándonos ante el televisor con un entusiasmo que experimenta solamente por la incógnita de Murmullovsky y la defensa de la economía de mercado.

Como podrán imaginar, los nombres de mis queridos vástagos no fueron seleccionados precisamente por mí. No es que yo no haya tenido voz ni voto cuando mi mujer y mi suegra eligieron esas obscenas orgías de vocales y consonantes que infectan sus documentos. Lo que pasó es que mis votos fueron anulados.

Como para ningún otro acontecimiento, la familia unida se reúne frente al televisor de alta definición y pantalla líquida de decenas de pulgadas de diámetro para ver un nuevo partido de las eliminatorias para el Mundial que va a jugarse acá en Uruguay el año que viene. La reunión incluye a Murmullovsky y me excluye a mí, que soy el único al que le interesa el fútbol. La explicación es que hay mucho dinero en juegos en apuestas.

“Murmullovsky” es el apodo que tiene la empleada doméstica de la casa. Ninguno de nosotros sabe su verdadero nombre ni, mucho menos, en qué idioma habla. Para ser exactos, nadie le entendió jamás una palabra ni ella a nosotros. Mi esposa, incluso, tiene la no descabellada teoría de que no sabe en realidad que es nuestra empleada, confusión a la que contribuye el vergonzoso salario que le ha impuesto mi familia política.

Una nueva decepción empieza a dominar los rostros de mi amada familia al no descubrir ningún signo de emoción de la doméstica antes mencionada cuando desde la transmisión televisiva se ven la ejecución de himnos nacionales y las banderas de los hinchas en las tribunas. Mi hijo, el más meticuloso de la familia tacha de su lista los dos países que van a jugar, pero anuncia que más tarde transmitirán Uzbekistán-Kosovo y también Macedonia-Kazajstán que están en diferentes continentes, pero nadie en la F.I.F.A. se dio cuenta.

Luego que terminan los preparativos y todas esas cosas, mi familia se retira del living –que, obviamente, ellos llaman de otra manera- redoblando sus apuestas y me permiten ver los partidos propiamente dichos. No me pierdo ninguno, en primer lugar porque no tengo nada que hacer y además, porque invariablemente todos esos países juegan mucho mejor que nosotros. Mis hijos son optimistas con la actuación de la celeste en el Mundial pero ellos no habían nacido en 2002, la última vez que clasificamos. Y de qué manera.

-Mpdrsxplcr prqmrd cdvzqspnn mrrlsprtds dftblmmpzn mrrmtmbn?.

Asiento con un mínimo gesto mientras ella se sienta al lado mío y miramos el partido. Le encanta apoyar su cabeza en mi hombro y disfrutar el silencio.

-Capaz que el país de ella no está afiliado a la FIFA –arguye Federica.

-Tendríamos que devolvernos la plata y terminar con la apuesta. Debe ser extraterrestre –contesta su hermano.

-¿Lo decís porque se acuesta con papá?.

Me gustaría que tuvieran la delicadeza de hacer un esfuerzo para que yo no los escuchara, pero creo que sería más probable que aceptaran comer alguna torta frita o un plato de guiso de porotos.

Terminamos de ver el partido y todos se acercan precipitadamente al televisor de nuevo para continuar con la apuesta. Cinco minutos después nos vuelven a dejar solos, decepcionados.

Después de un buen rato, me aburro y salgo a caminar para hacer un poco de ejercicio. Debido a mis más de sesenta años y de ciento cuarenta quilos, eso significa ir hasta el frente del jardín, abrir la casilla de las cartas y volver. Agotadísimo.

Para mi sorpresa, hay un mensaje para mí. Tiene varios días de enviado pero siempre fui bastante boludo para la gimnasia, así que no me extraña que haya estado todo ese tiempo en el casillero.

Por supuesto que no lo leí. El remitente era el comisario Oxobí, un viejo conocido de mis tiempos de detective privado. Obviamente, después de aquellos años, el que se acordara de mí sólo quería decir que andaban complicados, tan complicados como para buscar a alguien que solo figurara en los libros de historia para echarle la culpa si una investigación salía mal. No tenía ninguna intención de volver a aquellos tiempos. Ahora tenía mucho dinero, lo que quiere decir que no necesitaba trabajar ni hacer nada por el poco resto que me quedara de vida.

Antes de poder volver a entrar en casa –con la intención de no volver a salir por varias semanas- alcancé a ver a Alvaro Fagalde, propietario de una de las mansiones aún más lujosas de la cuadra, lo que en Carrasco ya es decir. Se ha hecho rico con sus novelas donde denuncia airado las injusticias sociales y los padecimientos de los pobres. Se hace el sota para no saludar a nadie, especialmente a mí, que le conozco desde sus tiempos de sindicalista y difusor de todos los movimientos revolucionarios del continente.

-¡Adiós, vecino!. ¿Cómo dice que le va?.

-Mal. Angustiado. Deprimido.

-Bueno, veo que sigue como siempre. ¿O hubo alguna novedad?.

-Anoche tuve una pesadilla espantosa. Tuve que tomar más psicofármacos que nunca. Soñé que escribía en el mismo estilo que Jaime Bayly.

-No se preocupe, ya se le va a pasar –le dije e intenté darme vuelta rápidamente y caminar nuevamente para adentro de la casa, porque lamentablemente andaba con ganas de hablarme.

-No se me va a pasar. No hay esperanzas. La vida no tiene sentido. ¿Qué es el Infinito?. ¿Qué es el Universo?.

-Debe de haber perdido Racing –mascullé en voz baja, creo. Suspiré aliviado al cerrar la puerta, más que nada porque no había ningún familiar mío a la vista.

Le doy la carta a Murmullovsky, única forma de que ninguno más la encuentre. La mira y le escribe cosas encima, en una de sus actitudes habituales más enigmáticas. A veces creo que nació en el Paso de la Arena y que entiende todo, pero que no habla bien porque tiene un problema en la lengua.

No, descarto esa teoría. Bien sé por experiencia que ella no tiene ningún problema ahí.

¿Por qué soy impotente con mi esposa y no con esta inmigrante, preguntarán ustedes?. Especialmente si pudieran ver a ambas y calcular la cantidad de quilos de diferencia que hay entre una y la otra a favor, lamentablemente, de la que no me gusta. Bueno, no tanta. En realidad, se equilibra con el peso del maquillaje que permanentemente se coloca mi mujer. Su costo equivale a siete sueldos –por llamarlos de alguna forma- de la sirvienta de que les hablo.

Por supuesto, alcanzaría y sobraría con mencionar una cifra: 20 años de matrimonio –más o menos- pero eso no terminaría de explicar la impotencia total que experimento si por casualidad dormimos juntos y si –con la frecuencia de la muerte de un obispo pelirrojo- ella me solicita que cumpla con mis deberes conyugales. Tendría que pasar algo de vez en cuando en esas poco comunes coincidencias de tiempo y espacio, pero no hay caso. Si yo fuera cínico y machista, diría que es porque me pongo a pensar que por ahí mismo salieron esos dos engendros que legalmente son mis hijos.

La televisión habla del hallazgo de un nuevo cadáver que ha dejado el accionar del “Leopardo”. Uno o más, porque se necesitará el trabajo de varios forenses para determinar exactamente a cuántas personas corresponden los pedazos que encontraron en una casa abandonada en la zona de Jardines del Hipódromo.

Sólo mis hijos –una pensando sólo en sexo y en ropa y el otro, sólo en dinero y en tener una empresa- no se pasan todo el día hablando del “Leopardo”. Éste es el seudónimo ridículo que le pusieron los noticieros policiales de la televisión (lo que quiere decir que todo el mundo cree que así se debe llamar) de un supuesto asesino serial que, como indica el laudo sindical de su profesión, tortura y mutila horriblemente a sus víctimas antes de matarlas de forma extremadamente lenta y dolorosa, dejando todo tipo de espantosas imágenes crueles y perversas que ocuparán el mayor y más destacado espacio de todos los noticieros televisivos y de la red informática.

Una de las mejores formas que encontré de evitar que mi esposa me busque por varios años para sus perversos planes de sexo matrimonial es confesarle que todas esas detalladísimas descripciones de sadismo y violencia extrema consiguen provocarme una fantástica erección que redundará en una noche como en los buenos tiempos. Como cualquier varón que haya superado los doce años sabe, ninguna mujer tiene el más mínimo sentido del humor. Y mucho más aún, si hablamos de humor negro. Aunque, probablemente, su negativa asqueada se deba al solo hecho de pensar en verme desnudo.

Murmullovsky intenta vanamente que lea el mensaje que recibí.

-Sdnmlc qqrqls ydsnvstgrs ssnnsr.

-No me interesa en lo más mínimo. Que se metan las felicitaciones en el orto y que aprendan a investigar.

-Ntflctn nd, msbnt mnzn.

-¿Amenazas a mí?. Menos todavía. La única investigación que me interesa de acá a mi pronta muerte es saber quién es el hijo de puta en esta casa que me vive morfando el budín inglés.

-Ynf.

-Ya sé, mi campesina de los Balcanes. Sé perfectamente que vos no comés el budín, ni casi no te dejan comer ninguna cosa. Ahora voy a dormirme una siestita y después, capaz que te doy de comer lo que más te gusta, ¿eh? –y, para rematar la supuestamente graciosa frase, le di una sonora palmada en su enorme traste lo que me provocó un total agotamiento.

Quedé casi inmediatamente sumido en un profundo sueño, a pesar de saber que después de las gratificantes imágenes de los noticieros, había un par de repugnantes pesadillas que estaban esperando turno para deteriorar aún más si ello es posible, mi equilibrio emocional.

ºººººººººººººººººººººººººººº

Cuando desperté de una de mis numerosas siestas –que, a veces, no me sorprenden haciendo algo- estaba el “Chirola” Armentano sentado en el sillón de al lado del que ya tiene la forma de mi cuerpo.

-Me hubieras despertado si hace mucho tiempo que estás esperándome –le dije, sin prestar atención al pequeño detalle de que van a hacer diez años que lo mataron en un tiroteo entre él y cinco policías. El hecho que él no supiera disparar, que la mano derecha no estuviera rígida sosteniendo el arma sino que ostensiblemente se la habían puesto después, que tuviera esa mano limpia de huellas de pólvora, que el Chirola fuera zurdo cerrado y que catorce de los diecisiete balazos que recibió fueran por la espalda no impidieron al Poder Judicial dictaminar que los policías no tuvieron más remedio que dispararle, después de ser insultados, amenazados y golpeados por mi amigo, tal como ellos pusieron en el parte.

-Te desperté. Te pegué una patada en la rodilla porque no me dejabas oír la radio con tus ronquidos –contestó él.

-¿Qué están dando?.

-Lo de siempre. Programas donde llaman a la gente para reírse de ella. En todas las radios es igual en la tarde.

-¿Ya es de tarde?. ¿De qué día?.

-No tengo ni idea, a mí me da lo mismo –me respondió, no sin lógica.

-Ojalá sea martes o jueves, que la yegua se va a encontrar con el tipo, me deja la cena pronta y no me jode hasta que vuelve al otro día.

-Ya sé lo que es un matrimonio, no es necesario que me lo expliqués.

-Poné el canal de las series cómicas yanquis. El 147.

El Chirola hizo, no sin dificultad, el cambio correspondiente en la televisión que estaba prendida sin que nadie la mirara. Cuando vi que estaban pasando una en la que una joven pareja de novios tiene que enfrentarse a las excentricidades de los padres de ella (o sea, macacadas y gritos), las travesuras de los hermanitos chicos de ambos y las pícaras alusiones de una ex novia de él que no harían avergonzar ni a mi tía abuela que murió sin tener novio, deduje que era viernes entre las seis y las seis y media de la tarde.

Por el peinado del protagonista, no por el argumento.

-Los viernes de tarde se encierra con esa boludez de la autoayuda a los suicidas hasta que llega la hora de irse con sus amigas -agregué.

-¿Vienen para acá?.

-Por suerte, no. Son viejas como ella, divorciadas y/o con un repugnante matrimonio –valga la redundancia- capaces de cogerse hasta a nosotros dos, mientras siguen hablando mal de mí y de los otros esposos.

-¿Te puedo preguntar una cosa, Ivo?.

-Sí, ¿lo qué?.

-¿Seguís pensando en ella?.

-¿En la yegua?.

-No. No hablo de tu mujer.

-Ah. De ella.

-Sí, perdoname pero tengo la curiosidad: ¿nunca supiste nada de ella?. ¿Seguirá en Suecia?.

-No sé, hermano. A esta edad no pensás en esas cosas. Si me pongo a pensar en mujeres, prefiero acordarme de una morocha que me levanté en Atlántida y estuvimos dos días dándole a la matraca sin parar. O la vez que se me regaló una maestra de mi hija y después no me la podía sacar de encima. O las dos mellizas que tenían veinte años si acaso, que conocí en Brasil. A las dos juntas.

-¿Es cierto todo eso que me contás?.

-Más o menos –confesé –pero uno piensa en esas cosas. No vale la pena pensar en otra cosa con las mujeres ya, perdoname que te diga...

-Vos sabrás.

-En serio. Decí que tengo a la polaca, que como no entiende nada todavía me da pelota.

-¿No me dijiste que era húngara?.

-Yo que sé de dónde es. ¿Querés participar en la penca?. Hay una buena cifra en juego.

-¿Y yo para qué quiero la guita, Ivo?.

-¡Mamá, mamá!. La Bolsa de Pedos está hablando solo de vuelta, me tiene podrido...

Adalberto corre a buscar a su madre, para poder burlarse juntos de mí y entra en la sala donde ella no sólo tiene a veces sexo con su macho sino que también montó una especie de centralita telefónica con la que atiende los llamados del Servicio de Beneficencia de Ayuda al Suicida donde gasta parte de su inmenso tiempo libre repitiendo a todos los desgraciados que llaman –que son siempre los mismos- que la vida es hermosa, que todos tenemos posibilidades y que la felicidad está a la vuelta de la esquina. Obviamente, ese tipo de discursos son los que mantienen la población de Uruguay sin crecer desde hace décadas.

Evidentemente, la mina no tenía a nadie en línea porque se unió a mi hijo para intentar cagarse de risa de mí. Lógicamente me fui del living lo más rápido que pude –que no es mucho, por cierto- directo al único lugar que me levanta el ánimo. Pero me cansé demasiado antes de llegar a la heladera y decidí sentarme un rato en el cuarto de los teléfonos de ayuda, tratando de concentrar mi ya escaso entendimiento en no dormirme.

Mi mujer no volvió enseguida, supongo que porque se fue a maquillar y peinar por sexta vez en el día, lo que es una buena noticia para mí. La mala noticia es que comenzó a sonar el teléfono.

Subí el volumen del ruido que hace cuando suena -única tecla que sé usar, generalmente buscando el efecto opuesto- con la esperanza que apareciera. Me vino un poco de humanidad al imaginarme absurdamente que capaz que quien estaba llamando fuera el único gil que verdaderamente se quería pegar un balazo en la sien.

-Hola –dije finalmente, aburrido del ruido.

-¿El Servicio de Beneficencia de Ayuda al Suicida?.

-Sí –contesté haciendo grandes esfuerzos por disimular mis bostezos a esa voz femenina chillona e histérica.

-¿No está “Andrea”? –preguntó, invocando el nombre en clave de la yegua.

-No, no vino porque está con colitis.

-¿Quién sos tú?.

-...me llamo Mario.

-¿La conocés a Andrea? –insistió.

-Sí, estamos en esto juntos –nótese que no dije “lamentablemente” ni “¿llamaste para suicidarte o no?”.

-¿Puedo contarte lo que me pasa?.

-Por supuesto. Estoy para escucharte –le dije, mientras buscaba desesperadamente por entre los complicadísimos aparatos telefónicos el plato con torta que siempre se lleva para acá la bruja para que nadie sepa que no sigue la dieta.

-¡Estoy tan triste!. Yo le contaba a Andrea que salía con un chico que se llama Nicolás y estaba re-enamorada. Lo sigo estando... pero él tiene otra. Bueno, es casado, pero me dijo que se iba a divorciar y que se iba a casar conmigo. Pero cada vez que yo lo presionaba diciéndole que cuándo la iba a dejar de una vez, él daba vueltas y seguía en la misma. Y yo me moría de rabia, porque él se piensa que soy tarada y que voy a seguir esperándolo. Yo le dije que un día iba a conocer a la verdadera Agustina –porque me llamo Agustina- y que no iba a jugar más conmigo. Él me decía que me quería, que a la única que amaba era a mí y ahora me entero que está saliendo con otra. Es una perra que vive cerca de mi casa y se ve que lo vio y como Nico está buenísimo, se lo encaró y se le tiró encima porque es flor de puta que anduvo con todo el barrio. ¿Cómo puede decirme que me quiere y salir con la primera yegua que se lo carga?. ¿Es que no me quiere?. ¿Entonces por qué me dice que sí?. Cuando estamos solos, él me dice cosas tan tiernas y me dice que es mentira todo lo que dicen de él por ahí, pero yo no sé si creerle, a esta altura. Yo sufro mucho, Mario, ¿qué puedo hacer?.

-Dale una patada en el culo y conseguite otro.

-¿Cómo?.

-Más bien. O conseguite dos, mejor, así recuperás el tiempo perdido con ese gil.

-¡Más gil serás vos, cornudo!. Él es un crá, es un hombre de verdad, no como vos. Le voy a decir y va a ir y te va a romper la cara. ¿No entendés que es el hombre de mi vida, el hombre de mis sueños?. Él es sensible, él es cariñoso, él es tierno conmigo. Cuando está. Yo sé que sólo me quiere a mí y que es cierto que no toca a la mujer desde hace años y que son mentiras todo lo que dicen de él de que anda con un viejo que es dueño de una financiera, porque yo sé que él es bueno. Lo que pasa es que todas me tienen envidia de que él me quiera sólo a mí. Yo tengo que conseguir que me ame, que se quede conmigo y que se case conmigo. Si él no se divorcia de esa vieja de mierda, qué sentido tiene mi vida. ¿Para qué voy a seguir viviendo si no me puedo casar con él?. Te juro que me voy a cortar las venas. Lo único que me importa en la vida es Nico y si no lo puedo tener, que sepa que me maté por él.

-¿Qué edad tenés?.

-21 años.

-¡Andá a cagar!. ¡Matate! –le dije y corté.

Me asusté un poco –o bastante, debo reconocer- cuando escuché los pasos de la brisca de mi esposa acercándose.

-No habrás atendido el teléfono ése, ¿verdad?.

-Sí, pero era equivocado.

-¿Equivocado? –insistió.

-Sí, querían llamar a Hemorroideos Anónimos.

Supongo que no me creyó nada, pero pude ir ganando el lugar de la puerta. Ya me sentía con fuerzas como para llegar a la heladera.

-Revisé tu correo electrónico, porque si es por vos...

-¿Me escribió alguna mujer como la gente para invitarme a salir? –no sé por qué, pero ella hace años que no se ríe de mis chistes.

-No, imbécil. Pero tenés decenas de mensajes de machos diciéndote cualquier cosa. ¿Cuándo vas a dejar de entrar en los chats y hacerte pasar por una nenita caliente de catorce años?.

-Y... bueno, me aburro sin hacer nada...

-Y además tenés como veinte mensajes de unos policías que quieren hablar contigo. ¿No te diste cuenta, pelotudo, que quieren comunicarse desde hace días?. Puede ser algo importante y vos sos incapaz de tener la delicadeza de contestar...

-Yuta puta –contesté, sabiendo que esas cosas la hacen chupar.

-Sos un idiota de mierda, eso sos. Capaz que quieren que los ayudés por el caso ese del asesino en serie que mata jovencitas después de violarlas y torturarlas y les deja mensajes enigmáticos en el cuerpo y vos diciendo gansadas de niño chico. A veces, parecés un bebé.

-Por eso uso pañales geriátricos.

-Mirá, vos estás viejo para lo que te conviene. Para comerte toda la chess cake y no dejarle nada a nadie, te da la cabeza.

Ahí me callé, porque tenía toda la razón.

-¿No pensás que podés ser útil? –prosiguió- ¿no te acordás que vos tenés una hija adolescente?.

-Sí, dale al asesino el número del celular de ella.

-¡No hagas esos chistes!. Sabés que no me gustan nada tus imbecilidades.

-Me voy. Tengo hambre. Decile a Oxobí que se meta los correos electrónicos en el orto cibernético.


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