20 de enero de 2018

Salada la canchita: El año en que todos eran rebeldes

En este 2018 se cumple medio siglo exactamente del año más mítico de todos los tiempos, signifique ésto lo que signifique. Todos hablan aún hoy de 1968 como un año en que pasó de todo y la gran mayoría lo recuerda con nostalgia, como un tiempo mucho mejor que el presente. 

No vamos a entrar en honduras sociológicas, porque de eso no sabemos nada. Es claro que un orden social -un conjunto de costumbres- había quedado totalmente obsoleto y anticuado y dos hechos anteriores a la década de los 60 habían mellado irremediablemente la candidez de mucha gente: la masacre sin ningún tipo de caballerosidad ni hidalguía de la Segunda Guerra Mundial y la posibilidad, por primera vez real, de que el planeta fuera destruído en segundos al haberse creado las bombas nucleares.


Los artistas suelen ser muy intuitivos en captar el aire de los tiempos. Pero además había otro factor que influyó y mucho en los cambios profundos que hubo en la época tanto en la música como en el cine y, en menor medida, en la literatura sesentista: los jóvenes pasaban a ser los mayores consumidores de esos productos culturales, mientras sus conservadores padres se quedaban en sus casas mirando a la conservadora televisión.

La guerra de Vietnam ya había empezado y con ella, definitivamente, caía el mito de que los norteamericanos eran los buenos que iban a llevar la democracia y la paz al resto del mundo; son asesinados con pocos días de diferencia Martin L. King y Robert Kennedy, dos liberales; se produce la Primaver de Praga con su posterior represión; estalla el Mayo Francés y hay represiones varias en México, Brasil, China y el propio paisito.

El aire bullía en todas partes y muchos creían que se iba a cambiar todo y un nuevo mundo iba a emerger de las cenizas del actual (de entonces) pero poco de eso pasó, si bien vivimos un presente bastante evolucionado con respecto al que hacía enfurecer a aquellos revolucionarios, sus postulados hoy son mirados apenas con una sonrisita cómplice, de simpatía ante su caracter naif.

La sarcástica "If..." dirigida por el británico Lindsay Anderson proponía
directamente que los estudiantes de un despótico internado tenían que rebelarse con fusiles, pero en realidad fue una excepción dentro del cine de aquel año. Godard se había declarado maoísta un año antes y realizaba "Sympathy for the devil", mitad documental sobre la grabación del tema del título por los Stones y mitad declaración de las Panteras Negras norteamericanas.

Si hubo una revolución en el cine, ésta la provocó "2001, odisea del espacio", donde Stanley Kubrick tomó un género secundario hasta entonces como la ciencia ficción para transmitir un mensaje deliberadamente ambiguo, que proclamaba la necesidad de terminar con una civilización basada en el desarrollo de la tecnología para fundar otra diferente. Que un film tan poco explícito, sin grandes estrellas y con un final difícil de entender haya sido un éxito comercial en todo el mundo, sólo se explica por aquello de haber caído en el momento justo.

La industria norteamericana no tomaba aún nota de los cambios que había en el
El planeta de los simios
mundo. El Oscar a mejor película de ese año fue para la comedia musical "Oliver", una adaptación de la novela "Oliver Twist" de Dickens no particularmente original. Sin embargo, cuatro de los éxitos de taquilla más grandes de 1968 serían particularmente recordados aún hoy.


"El planeta de los simios" era, al comienzo de la ya larga saga, una aventura original, bien realizada, con un formidable despliegue de maquillajes, buenos personajes y un final que hoy todos conocen pero que fue ingenioso en su momento. "Bullit" era un policial más bien rutinario sobre un rudo Steve McQueen en lucha contra la mafia pero tenía una larga escena de persecución automovilística que en aquel momento llamó la atención; "El bebé de Rosemary" de Polanski era un eficaz relato de satanismo mucho más sutil de lo habitual y, finalmente, "La fiesta inolvidable", con un Peter Sellers que nos hizo reir de principio a fin con un argumento más bien pobre.

Pero la película más revolucionaria que llegaría desde Estados Unidos no fue
La noche de los muertos vivientes
realizada en los grandes estudios de Hollywood ni nos enteramos aquí en Uruguay de su existencia hasta muchos años más tarde: "La noche de los muertos vivientes", la madre de todas las películas (y series) sobre zombies. Si bien vista hoy aún atemoriza aunque haya sido largamente superada en sadismo, para la época fue un shock aumentado por el blanco y negro áspero -una elección económica y no artística- que un desconocido George Romero amplificaba con su final poco feliz: las autoridades matan al personaje principal que más había hecho para detener la invasión de los comedores de carne. 


Entre los grandes maestros, Bergman filmaba la excelente y olvidada "Vergüenza"; Pasolini, "Teorema", digna obra del más incisivo e inconformista intelectual de la época; Resnais desilusionaba a todos con "Te amo te amo" y Truffaut convencería a medias con "Besos robados". También en 1968, el canadiense George Durning realizaría la excelente animación "Yellow submarine", sobre música de los cuatro genios de Liverpool que seguían vigentes, aunque no se estuvieran llevando muy bien en ese momento.

Si bien no tendría demasiada difusión, en América Latina hubo un film que se
La hora de los hornos
destacaría entre los varios que planteaban tomar los fusiles y hacer la revolución con todas las letras (y todos los tiros) que se llamó "La hora de los hornos". Un panfleto premeditadamente incendiario que pretendía hacer un llamamiento directo a la acción violenta, el documental de Fernando Solanas (y Octavio Getino) no carecía de interés cinematográfico y de razones. Hay que tener en cuenta que la desinformación y las mentiras de los grandes medios no eran nada despreciables. Curiosamente -o no- tiene dos finales alternativos con sendos héroes que vienen a liderar la revolución: el Che Guevara en uno y Juan Domingo Perón, en el otro.


Fue un tiempo en que siguió la experimentación artística iniciada con la década pero a la que se le dio menos importancia que el mensaje político. En que hubo más ruido que nueces o más gritos en las calles que ganas de cambiar algo. Cada uno puede sacar sus propias conclusiones.

P.D.: 1968 también fue el año en que Armando Bo hizo "Carne" con Isabelita.  

Salada la canchita, una columna que tiraba piedras y escupitajos en el lugar donde ahora trabaja -ay, Roberto Musso, antes hacías buenas canciones- hoy te trae la primera parte de La hora de los hornos, para sentirte bien ambientado en 1968. No te preocupés por las dos siguientes partes, que son meros reportajes a un Perón que seguramente -supongo, porque no los vi- muy pronto borraría con el codo lo que escribió con la mano para contentar a los sectores más radicales de su movimiento.


 

Y.E.T.P.A.P.
+ FERNANDO BIRRI - Veterano y barbudo, Birri es probablemente más importante en la historia del cine por sus contribuciones teóricas y por su labor al frente de la escuela cinematográfica de San Antonio de los Baños en Cuba que por las propias películas que dirigió. 

Comenzó con el mediometraje "Tire dié" (1960) y el largo "Los inundados" (1962), eficaces en cuanto a retratar dos realidades sociales urgentes en su Santa Fe natal. Después haría documentales poco vistos -incluyendo tres (¡3!) sobre el "Che"- un film experimental intragable en 1978 con Terence Hill ("O.R.G.") y un largo de 1988 que provocó demasiadas polémicas en Cuba ("Un señor muy viejo con unas alas enormes")  que no me gustó nada y que poco tiene que ver con el cuento de García Márquez en el que dice basarse. En 1999 adaptaría el tercer volumen de "Memorias del fuego" de Galeano en "El siglo del viento", con la voz del escritor y marionetas, en un trabajo que nada agregaría al libro.

LA PROPAGANDA PEYONA DEL MES
- ESPN W - "-Yo nunca fracasé. En mi vocabulario no existe la palabra "fracaso"" dice una grone aparentemente atleta o algo así, mientras fracasa en decir esas dos frases correctamente. Qué viva que sos. En mi vocabulario no existe la palabra "impotencia" e igual, a veces no se me para. Andá a cagar...

Miles de mensajes llegaron a esta redacción argumentando que la campaña del desodorante "Obao for men" era número puesto para esta sección, de acá a Pando. No, señores, no me van a engañar. La idea de poner a Alberto Kesman como un superhéroe de historieta y hacerle un concurso de jingles es demasiado. Obviamente, todo fue hecho para figurar en un lugar destacado en esta columna y multiplicar su llegada. No voy a caer en un truco tan vil.

No hay comentarios: