Con el estreno y los premios de "Rashomon" de Akira Kurosawa a partir de 1951, no sólo se comenzó a descubrir por parte del Primer Mundo al cine japonés sino, en general, que había otros centros donde se producía cine, que no se limitaba a ser el abastecimiento popular de películas de entretenimiento fácil, pasatista, meramente industrial, sino que también había algunos espacios para obras más exigentes, más ambiciosas y más inteligentes. Tardaría mucho más tiempo en advertir que ese Tercer Mundo (ya sea Asia, Africa o America Latina) podía servir mucho más que solo para proveer de historias rutinarias en ambientes exóticos (para norteamericanos o europeos) en una especie de folklorismo turístico. La propia "Rashomon" era mucho más que una historia de samurais.

Las nuevas olas que estaban cambiando culturalmente tantas cosas en los años 60 sólo pudieron penetrar en países con una industria y un mercado consolidados, que permitiera una producción constante. Muchos otros países que apenas producían uno o dos filmes por años -y a veces ni eso- planteaban demasiadas dificultades como para que los entusiastas productores (muchas veces los mismos directores) fueran audaces. En nuestra Latinoamérica, solamente se podían considerar mercados sólidos el mexicano, el argentino y el brasilero. Estos dos últimos permitirían sendos movimientos renovadores, bastante
particulares.


Posteriormente, luego de otros intentos, Nelson tendría otro suceso mucho mayor al adaptar también de manera sobria y sincera, un cuadro de miseria campesina en el Nordeste con "Vidas secas", basada en la novela del gran Graciliano Ramos. Hábil administrador y buen diplomático, Nelson fue el líder natural que supo subsistir pese a sus ideas de izquierdas en un país que desde 1964 estaba gobernado por una dictadura militar.

Otros directores del Cinema Novo tuvieron repercusión con una sola película: el mozambiqueño Ruy Guerra con "Los fusiles" (foto 3), Carlos Diegues con "Gamba Zumba" o Walter Salles (padre) con "Meninho do ingenhio". Joaquim Pedro de Andrade (1932-1988) fue un caso aparte. Si bien nunca pudo repetir el suceso de "Macunaima" (foto 4) -un sarcástico y nada complaciente examen del Brasil multirracial- siguió realizando una obra valiosa aunque olvidada, con la misma carga corrosiva de Glauber pero sin sus caídas al hermetismo vacío.
Fragmento de "Vidas secas" (1962) de Nelson Pereira Dos Santos
Probablemente, el cine argentino comercial tenía más calidad y más llegada a su público que el brasilero. Ésto estaba basado -de la misma manera que en México- fundamentalmente por estrellas populares que aseguraban repercusión económica en el mercado y permitía trabajar con tranquilidad. Habían varios estudios repitiendo el esquema -a escala- que utilizaban en Estados Unidos y buena parte de su producción se exportaba con suceso a los países del continente.
Pero, como pasaba en buena parte del mundo, las convenciones sociales y culturales estaban anquilosadas y la juventud quería hacerse oir y, también, verse reflejada en las pantallas. Los cambios también eran -o querían ser- políticos y pronto estallaría, como veremos, un cine rebelde, peleador y panfletario.
Leopoldo Torre Nilsson (1924-1978) (foto 5) fue durante muchos años el más prestigioso director argentino. Hijo de un director asentado y exigente, Torre Nilsson debutó en los 50 con un cine que sin dejar de ser convencional, criticaba abiertamente la moral y el cinismo de la clase media alta de la que provenía con títulos como "Días de odio" (1954), "La casa del angel", "La caída" (1959), ingresando en la denuncia explícita de determinadas prácticas de corrupción políticas no tan lejanas en "Fin de fiesta" (1960) (foto 6) y abriéndose a intentos de narración no lineal poco comunes en el cine de su país con "Piel de verano" (1961).

Debutó con "Crónica de un niño solo", sobre un niño huérfano y se consagró con "El romance del Aniceto y la Francisca" (foto 7), creible melodrama también ubicado en ambientes populares. Luego de una insegura "El dependiente" viraría a espectáculos más vistosos y comerciales como "Juan Moreira" y "Nazareno Cruz y el lobo", donde sin descender de un nivel de exigencia se abriría al espectáculo en color.
Por fuera de Torre y Favio hubo una serie de directores que practicaron un cine muy influido por las nuevas olas europeas -fundamentalmente Godard y Antonioni- muchas veces sin demasiada repercusión: Rodolfo Kuhn con "Los jóvenes viejos" y "Pajarito Gómez", sátira a los cantantes populares fabricados por la televisión, David José Kohon con "Tres veces Ana" y el actor chileno Lautaro Murúa con "Alias Gardelito".
En 1967 los peronistas de izquierda Octavio Getino y Fernando Solanas realizan -clandestinamente- un
documental dividido en tres partes denominado "La hora de los hornos", que no podrá ser estrenado en su país hasta la vuelta a la democracia (por poco tiempo) en 1973. Destinado en partes iguales a contrarrestar la desinformación de los grandes medios de comunicación y a adoctrinar, de contenido incendiario como pocas veces antes en la historia del cine, la primera parte de "La hora..." es un manifiesto durísimo contra la dependencia colonialista de nuestro continente en general y de la Argentina en particular, la miseria vista como una consecuencia de políticas manipuladas y no como una tragedia natural. Provocativa y visceral, discutible políticamente pero innegablemente talentosa desde el punto de vista expresivo, inauguró un estilo de cine peleador y radical que tendría numerosa descendencia, especialmente en nuestro continente. Las otras dos partes de la trilogía son meros reportajes rutinarios a Juan D. Perón.
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