La renovación del cine y el aire fresco que lo desenpolvó no fue solamente un asunto francés. El mundo entero estaba cambiando -o muchos intentaban cambiarlo- y los públicos de buena parte del planeta exigían ver películas menos acartonadas y más cercanas a ellos. Por primera vez -o casi- la juventud era retratada tal cual era y no como querían los mayores que fueran. Los espectadores que pagaban entrada tenían pocos años y los productores tomaron nota.
Por otra parte, la Segunda Guerra Mundial había terminado hacía ya varios años y en los 60 comenzaron primero a decirse sobre ella las cosas que no habían permitido decir la inmediatez anterior que privilegiaba lo épico y lo propagandístico y finalmente, a dejarse atrás tanta historia sobre una tragedia que comenzaba inevitablemente a ser lejana para las nuevas generaciones.
En Polonia la guerra fue cosa seria. En proporción, fue el país donde hubo mayor mortalidad y la misma existencia de la nación como tal fue amenazada. En lo estrictamente cinematográfico, al llegar la paz casi no quedaban estudios, laboratorios o salas en pie. Sin embargo, la recuperación fue razonablemente rápida y en la década de los 50 algunos films polacos comenzaron a llamar la atención en el exterior.
Andrzej Wajda (1926- ) (foto 1) es probablemente el más célebre de los autores del país. Debutó con la inédita "Generación" en 1954, bastante ortodoxa de acuerdo a los planteamientos oficiales del Partido Comunista pero tres años después ya demostraría su talento con la impresionante "La patrulla de la muerte", que demolía el concepto hollywoodense de la guerra como espectáculo, sumergiendo al espectador en un torbellino sobrecargado de tragedia, horror y demolición. Su consagración internacional llegaría con "Cenizas y diamantes" (1958) (foto 2) en que su antihéroe oscilaría entre el amor y el sinsentido de la violencia política que dividía a la sociedad polaca de la inmediata post guerra.
Wajda demostraría con los años que era algo más que un artista barroco talentoso y que un cronista de la guerra. En un episodio de la coproducción europea en episodios "El amor a los veinte años" (1962), su protagonista es un héroe bélico que no puede ubicarse en un mundo que rápidamente quiere dejar atrás la tragedia y olvidarla.
Andrzej Munk (1921-1961) (foto 3) fue otro de los directores polacos que lograron trascender a la mera exaltación patriótica del pasado inmediato. En Occidente se dieron a conocer "Heroica" (1958), "La pasajera"(1961) y, en menor medida, "Mala suerte", aún inédita entre nosotros.
Héroe de guerra, prontamente expulsado del Partido, Munk al igual que Wajda, pero con un estilo más farsesco y sentimental, mostró a la guerra como algo que martiriza a la gente común y no como una oportunidad para que se consagren héroes sobrehumanos. Murió muy joven en un accidente de tráfico, mientras trabajaba en "La pasajera", que quedó inconclusa, siendo presentado un montaje de una hora de duración, completado con fotos fijas. La película indagaba en el encuentro entre una ex prisionera de un campo de concentración y su carcelera, quienes se reencuentran por casualidad en el presente del film. No se puede hacer otra cosa que suponer qué habría pasado entre ellas porque fue mayormente el fragmento de la historia actual la que quedó sin rodar, pero lo que quedó (el pasado) es brillante.
Como casi todos los cineastas talentosos del país, Jerzy Kawalerowicz (1922-2007) (foto 4) tuvo problemas con la censura comunista. Realizó varios films, algunos de los cuales fueron estrenados aquí, antes de llamar la atención en 1961 con "Madre Juana de los Angeles". Incluso, en uno de ellos llamado "El verdadero fin de la guerra" mostraba a los uruguayos "ignorantes" de lo que había pasado en Europa entre 1939 y 1945. "Madre Juana..." contaba un supuesto caso histórico de posesión diabólica en las monjas de un convento católico. El tono ambiguo y la calidad visual, que nunca llegaba al virtuosismo vacío, mostraron a un cineasta talentoso.
Kawalerowicz siempre se negó a realizar películas comunes de propaganda. Tardó cinco años en poder volver a filmar y se refugió en la moda de las coproducciones europeas, para realizar "Faraón" en 1966, que tuvo considerable éxito internacional pero que no le permitió tener una continuidad razonable ni antes ni después de la caída del régimen pro soviético.
El cine polaco, sin embargo, fue bastante apreciado por aficionados exigentes en todo el mundo. Otros directores interesantes fueron Aleksander Ford, quien realizaría una estimable "Los caballeros teutónicos" (1960) y Wojciech Has, con la irónica "Manuscrito encontrado en Zaragoza" (1962). Pronto emergerían Roman Polanski y Jerzy Skolimowski, quienes debieron emigrar, junto a Krzysztof Zanussi, que se quedó y los animadores Jan Lenica y Walerian Borowczyk.
En Checoslovaquia, sin embargo, si bien el cine demoró varios años en despegar, cuando lo hizo fue una ráfaga que hizo hablar a mucha gente. En pocos años, en los comienzos de los 60 los checos consiguieron decenas de premios en festivales en todo el mundo y aplausos generalizados para Milos Forman y Jiri Menzel, fundamentalmente.
Jan "Milos" Forman (1932- ) (foto 5) tenía razones de sobra para realizar films sobre el horror del nazismo, dado que casi toda su familia había muerto en campos de concentración. Sin embargo, sus primeras obras ("Pedro el Negro", "Los amores de una rubia" en 1965) eran comedias enormemente frescas, dueñas de ese humor socarrón tan instranferiblemente checoslovaco.
Con "Al fuego, bomberos" (1967), que seguía la misma línea irónica pero que dejaba ver tras la farsa de una fiesta de bomberos de un pequeño pueblito, que muchas cosas no andaban bien y que las autoridades podían ser bastante ridículas en su burocracia y sus ansias de poder, comenzaron los problemas para Forman. Las progresivas liberaciones del gobierno de Gomulka estaban en el aire y la gente las aceptaba y exigía más hasta que los tanques rusos entraron para terminar con tanta independencia. Allí Forman, ya en el exilio norteamericano, sería el autor checo más famoso, haría una carrera sólida pero espaciada y ganaría dos Oscar a la mejor película, especializándose en grandes producciones aunque nunca haría concesiones al comercialismo.
Jiri Menzel (1938- ) (foto 6), en cambio se quedó en su país. De carrera más irregular, debutó en 1966 con la excelente "Trenes rigurosamente vigilados", que ganó el Oscar a mejor película en lengua extranjera y permitió imaginar otro nombre de primer nivel internacional. Sin embargo, sus siguientes comedias fueron retenidas y "Alondras en el hilo" (1968) -con un personaje acusado por el régimen de "pequeño burgués"- debió esperar a la caída del comunismo para ver la luz. Menzel se repitió en sus personajes pícaros y sus pueblitos pintorescos (una de las pocas películas que le dejaron terminar se llamó aquí "Mi duelce pueblito") y se ha prodigado más en una carrera de actor en Europa.
Otros nombres a tener en cuenta en la antigua Checoslovaquia son los de Ivan Passer, quien debutó con la celebrada "Iluminación íntima" y se exilió prontamente en Estados Unidos, donde siguió una carrera irregular pero de escasa repercusión comercial; la dupla Jan Kadar y Elmar Klos, quienes ganaron otro Oscar a film en lengua extranjera con la excelente "La tienda de la calle Mayor" (1964), más seria y convencional historia sobre la persecución a judíos en la guerra pero sólida e inteligente y a Vera Chytilová, que llamó la atención por la surrealista "LAs margaritas" (1966) (foto 7), fue silenciada por una década y tuvo una segunda carrera estimable, ironizando sobre el régimen caído, el capitalismo rapaz que le sucedió y el feminismo, como siempre.
En un tono más experimental y menos sarcástico, el hoy olvidado Jan Nemec realizó dos películas a rever: "Diamantes en la noche" y "La fiesta y sus invitados" (1966), que coincidieron con las búsquedas formales y expresivas que consagraron a Godard y Resnais, pero sin demasiada repercusión.
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