5 de octubre de 2011

El séptimo item del menú V

Cuando Ivo Mantero se incorporó dificultosamente, fue conducido hasta la puerta donde estaba, como siempre, Hume esperándolo. Fueron a su cuarto, él se bañó y pasaron el resto del día juntos. Terminaron en el bar, hablando de cualquier cosa mientras ella le enseñaba distintos tipos de cócteles.

Al volver a la habitación de él, ambos comenzaron a reirse sin motivo hasta que Ivo se dio cuenta que ya era bastante tarde y podían despertar al niño y trató, con relativo éxito, que ambos hicieran silencio. Ella se despidió con un tierno, pequeño beso y se fue, casi corriendo.

Entró y trató de acostarse sin hacer ruido pero en la oscuridad comprobó que estaba más borracho de lo que pensaba.

-Ivo.

-Shh. Seguí durmiendo. No me hagas caso.

-No podía dormir. ¿Dónde estabas?. ¿Estás borracho?.

-No, no estoy mamado. Estuve tomando un poco.

-¿Con quién?. ¿Con la heladera?.

-No, gracioso. Con la pelirroja. ¿Con quien va a ser, si no conozco a ninguna otra mina?.

-Te habrá servido las bebidas y te habrá cobrado. Si te saludaba por obligación.

-Eso fue al principio. Ahora creo que va a hacer cosas sin cobrarme. Creo que le gusto en serio.

-¡Uy, dónde habré escuchado éso!. Creo que en el 99 % de las conversaciones que he tenido con adultos. ¿Seré yo igual que ustedes cuando crezca?.

-No, vas a ser más inteligente. Te vas a levantar minas hablándoles de los tipos ésos de donde se sacaron los nombres todos éstos de acá.

-Poné la cabeza para allá. No creo que tus vómitos de borracho tengan mejor olor que los de nervioso.

-Sí, andá a cagar.

Su estómago pareció tranquilizarse y él trató de dormirse pensando que no le venía mal una buena borrachera de vez en cuando, especialmente si estaba bien acompañado.

-Ivo...

-¿Qué?.

-Hablá más despacio.

-¿Qué querés?.

-¿Sabés algo de papá y mamá y de la tía?.

-Mañana empiezo a trabajar de espía, o de jefe de seguridad o de algo así y me voy a poner a averiguar enseguida todo éso.

-¿Vos de espía?.

-Sí, mañana te explico.

-Ivo...

-¿Qué?.

-¿Te acordás de la tía?.

-Claro que me acuerdo. Pronto voy a hacer yo sólo que la suelten. Capaz que ya la soltaron.

-¿No hay algo que te llama la atención?.

-¿Lo qué?.

-Que ni siquiera se fijaron si yo soy humano o androide.

-No. Vos viniste conmigo y ya con eso, alcanza.

Como todas las mañanas, Hume se encargó de trasladar a Ivo Mantero hacia su destino. Esta vez era un salón que no había visto todavía. Era algo parecido a un consultorio médico y constaba, como el del día anterior, con una especie de aparato con conexiones a la cabeza, lo que lo seguía poniendo nervioso.

La sesión fue menos prolongada de lo que pensaba e incluso se durmió agradablemente durante buena parte. Le habían explicado que le enseñarían, tal como habían prometido, a visualizar correctamente su programación en una pantalla. La enmarañada disertación se le había ido de la memoria, pero tenía ante sí, nítidamente, una imagen traslúcida.

-¿Puede visualizar el menú principal? –le preguntaron.

-Sí, lo veo.

-¿Puede repetirme lo que lee?.

-Sí, es ésto:

“1-Ingreso de datos

2-Listado de datos

3-Listado de prioridades

4-Procesamientos matemáticos

5-Análisis de seguridad

6-Listado de archivos”

-Exacto.

-Asombroso –exclamó Kant- si no lo veo, no lo creo.

El resto del día, Ivo siguió dictando lo que veía, cada vez con mayor facilidad. Le enseñaron las funciones del menú, que aprendía instantáneamente. Recreaban, con gran realismo de imagen y sonido, situaciones bélicas peligrosas y él era capaz de procesar en su mente todas las posibilidades de acción y tomar una resolución. Los elogios fueron permanentes.

-Amigo, he tenido el privilegio de ser testigo de una jornada histórica. Si otra fuera la situación mundial, habrían en este recinto miles de periodistas pero hoy las necesidades de seguridad son otras. Cuanto más lo conocemos, más nos asombra. Creo no equivocarme al suponer que mañana mismo estará en condiciones de comenzar el aprendizaje de nuestro funcionamiento de seguridad y ponerse al mando.

-¿Al mando?.

-Por supuesto. Debo aclararle que alguna gente se sentirá dolida con su ascenso tan meteórico, pero méritos tiene más que suficientes. Además, si somos verdaderamente revolucionarios, debemos dejar atrás las ambiciones personales a favor de la causa. Usted lo sabrá manejar mucho mejor de lo que yo le pueda explicar con mi pobre verba. Usted, Descartes, es la persona que buscamos todos estos años.

-Sicológicamente, lo ha manejado mejor de lo que pensábamos –intervino el doctor.

-Ve. ¿Es necesario agregar algo más?. Mañana comenzará a familiarizarse con nuestro funcionamiento interno y con las misiones que nos toca ejecutar acá, en la sección Uruguay, para el triunfo final en la guerra.

-Pero yo no tengo la menor idea de manejar un arma.

-¿Manejar un arma?. ¿Manejar un arma, dice?. Tenemos centenares de tipos que saben manejar un arma. Cualquier idiota puede hacerlo. Usted va a hacer lo que ninguno de nosotros puede hacer, Descartes. Cómodamente sentado en el cuartel general, si quiere.

Hume y él salieron de allí y ella lo llevó a ver una película en uno de los cines de cuatro butacas que había visitado en el primer paseo que dieron por las instalaciones. Ella apoyó su cabeza sobre el hombro de él, en silencio, mientras Ivo trataba de dejar atrás el nerviosismo que no le había permitido cenar normalmente.

Cuando lo acompañó hacia su habitación, como había hecho desde que estaba ahí, no pudieron hablarse más que pocas palabras sin importancia. Ella lo besó largamente y lo dejó para que pudiera descansar, sin despedirse.

Entró a acostarse y, cuando sintió golpes en la puerta, sabía perfectamente bien que era ella.

Le costó despertarse, Hume tuvo que sacudirle el brazo varias veces.

-Ya es hora de comenzar a salvar el mundo.

Ella estaba aún más linda, despeinada y sudorosa, tierna para saludarle con un beso.

-¿No podría dejarse para mañana?.

-No, bobo. Tenés que cumplir con tus obligaciones. ¡Pobres humanos si vas a pelear con ellos como lo hiciste conmigo anoche!.

Ivo no dijo nada, pero aprovechó para caminar desnudo hacia la ducha, tratando de que ella lo siguiera con la vista y bañándose sin poder parar de cantar.

Al salir, vio que Hume, envuelta en una sábana, le había preparado la ropa que tenía que ponerse mientras arreglaba la habitación, que tenía varias cosas tiradas por el piso.

-Yo te espero mientras te bañás.

-No. Tenés que irte ya. No te preocupés por mí, andá a hacer lo que tengas que hacer que yo me voy a encargar de todo lo demás.

-Sí, pero...

-Nada de peros. Andá, mi amor, vestite rápido que yo te acomodo acá. Cuando terminés con lo tuyo, va a estar todo pronto para que podamos pasar el resto del día juntos. Con todo lo que éso significa.

-¿No hay problema que vengas acá, conmigo?.

-Por supuesto que no. ¿Qué problema?. Somos libres, apurate y andá. Ya sabés el camino y yo voy a estar esperando que esta noche me des la revancha.

-¿La revancha?.

-¡Ah, los hombres!. Después te explico. Andate de una vez y dedicate sólo a lo que tenés que hacer. Ya vi cómo mirabas a la rarita de Sócrates.

-No la miraba...

-Dale. Después lo discutimos.

Él terminó de vestirse y se despidieron con un beso.

-Mi amor...

-¿Qué querés, mi cielo? –contestó ella.

-¿Cuál es tu verdadero nombre de pila?. No puedo seguir llamándote Hume.

-Hume es mi único nombre. Si vas a ser el jefe de Seguridad tenés que irte acostumbrando.

Ivo Mantero fue hasta donde Kant.

Éste le saludó con su invariable verborragia y le explicó las distintas funciones del enorme panel de control con el que se podían seguir los movimientos de las fuerzas androides en el operativo que estaban a punto de comenzar. Por ser la primera vez, sólo tendría la misión de observar el accionar de las unidades y emitir comentarios, hasta familiarizarse con las tácticas de lucha.

Comprobó que pudo asimilar todas las indicaciones que le habían dado sin ninguna dificultad, pese a que él nunca había aprendido a utilizar nada más que dos o tres teclas de las computadoras del trabajo. Evidentemente, ahora podía aprender con una inteligencia que desconocía de sí mismo.

Los comandos eran siete luchadores en un camión de transporte, que al llegar a la puerta de un cuartel humano pudieron pasar sin dificultad con su identificación.

-Hemos fallado demasiadas veces con estos temas de lograr infiltrar a los nuestros en el enemigo. Creo que usted, Descartes, podrá organizar una seguridad sistemática e insospechable para futuras acciones. Nuestro sicólogo opina que usted tiene una personalidad meticulosamente ordenada, imprescindible para engaños delicados.

-¿Yo, ordenado?.

-No olvide que estamos hablando de su personalidad innata–contestó Kant –le sugiero que se vaya acostumbrando a olvidarse de la otra. Ésa sólo fue un camuflaje para poder llegar sano y salvo a su verdadera vida.

-Parece que no tengo más que virtudes.

-¡Ah, mi amigo, el filósofo racionalista!. ¿Nunca estuvo enamorado?.

-Creo que no, pero qué...

-¿A su edad?. Es una contradicción biológica no enamorarse alguna vez a su edad. Y si es de alguien que no nos conviene, mejor. Cuando uno está enamorado, somos incapaces de verle un defecto o una equivocación al objeto amado. En los primeros tiempos, claro. Desgraciadamente, algunos redundantes se casan con esa amada o ese amado y todo termina en esa sangrienta, insensata e impiadosa institución llamada matrimonio. No se apure nunca por encontrarse defectos, que ya va usted a ubicarselos inexorablemente. Y los demás, ni le cuento. Pero callémonos, que ya van a llegar al arsenal.

-¿Ése es el objetivo?.

-Efectivamente. Una pequeña escaramuza, como para ir haciendo diente. Como si estuviéramos picando unas aceitunas y unos quesitos antes de almorzar en serio. Es más, la orden que tienen es de priorizar la captura de municiones más que de armas. ¿Qué le parece?.

-No es mala idea en principio, creo yo. Son mucho más livianas de llevar y siempre faltan.

-Correcto. Esta tarde, le daremos un curso acelerado de armas y mañana tendremos una operación de verdad. Un almuerzo de dos platos y postre. Y usted va a estar allí, ganándose el respeto de propios y ajenos.

-¿Ya mañana?.

-Le voy a demostrar ahora que usted puede. Como verá, cada uno de los siete tiene una pequeña cámara portátil sin micrófono, que obviamente es la única forma de enterarnos de lo que está pasando. ¿Ve que ya casi llegaron, sin inconvenientes, a traspasar la puerta del arsenal?. ¿Qué opina de la seguridad del local?.

-Creo que es espantosa. No vi las identificaciones que falsificaron los nuestros, pero es inaceptable que con cualquier carnecito, puedan entrar soldados enemigos a hacer un destrozo.

-De acuerdo. Prosiga.

-En el pasillo que lleva de la entrada principal al arsenal, que es muy transitado lo que dificulta el control de quien anda por ahí, hay un par de soldados que no le prestarían atención ni a uno de los villanos de los dibujitos.

-Por suerte.

-Y frente al arsenal mismo, hay dos soldados más que tienen cara de estar ahí por castigo.

-Tiene razón. ¿Qué sugiere?.

-El problema en estos casos, supongo, es poder entrar al objetivo sin que salga alguien a dar una alarma y se pueda llenar el lugar de enemigos que superen fácilmente a los nuestros en número. Una posibilidad para llegar al material sería convencer a los guardias que son el relevo, pero es fácil de comprobar que es mentira. Otra sería atacarlos a lo bruto, pero habría que emplear tres veces más hombres que los defensores y no tendríamos más que un 50 y 50 de posibilidades en el mejor de los casos.

-¿Entonces?.

-Lo más sencillo y seguro es falsificar la orden de retiro de material. Con un solo infiltrado en el cuartel es suficiente para conocer el procedimiento correcto. Inventamos una unidad de traslado de material del Ejército para cualquier lugar donde haya habido derrotas humanas recientes y nadie se va a poner a averiguar más. Los falsos soldados sirven, por supuesto, como seguridad.

-Vea con sus propios ojos.

Tres de los androides pudieron ingresar al depósito y llevarse las municiones que querían. Al salir, firmaron dos papeles que le extendieron los guardias humanos y éstos les dijeron algo y les dieron varias ametralladoras.

-¿Por qué les dieron esas armas? –preguntó Kant.

-Aparentemente, les dijeron algo así como que mejor que se la llevaran los nuestros que la iban a necesitar más- contestó Ivo- creo que le preguntaron si las sabían usar y que ellos no tenían ganas de ponerse a aprender. Ese gesto que hace uno de nuestros hombres es como para decir si hay que firmar algo, pero el enemigo le contesta que no, que mejor se las lleven ya.

-Vamos a tener que ir con algún vinito o alguna otra cosa para tomar la próxima vez.

Los ladrones fueron escoltados hasta el vehículo, sin ningún inconveniente.

-¿Qué haría usted si cuando se escapan del cuartel, aparece un teniente del lugar o algo así, y quiere revisar la orden del pedido?.

-Le ordenaría al principal nuestro que se pusiera enojado y le gritara al oficial que tenía órdenes del general Fulano de transportar el material urgente y que lo llamaría inmediatamente para quejarse de esa demora.

-Bien pensado. Realmente, bien pensado de punta a punta, Descartes. Lo organizamos en un mes exactamente igual que como usted lo ha pensado en 5 minutos. Tardarán horas en darse cuenta que nadie de los humanos fue a buscar material.

-Y además tenemos imágenes de las existencias de ése lugar.

-Brillante. Se ha dado cuenta de éso también. Dejemos este operativo exitoso. En media hora llegarán acá y todos festejaremos. Luego de almorzar, tendrá un curso acelerado de manejo de armas, como ya le dije, para su seguridad personal a cargo de mi guardaespaldas Hegel y su colega Sócrates terminará la jornada con su particular concepto de enseñanza de pelea cuerpo a cuerpo.

-¿Y éso será suficiente para salir mañana?.

-Por cierto, Descartes, por cierto. En tiempo, es el mismo que el enemigo les destina a sus soldaditos, pero usted tiene diez veces más capacidad de aprendizaje que cualquiera de ellos. ¿O se cree que alguien se puede poner a razonar como usted, el primer día que ve una acción?.

-Bueno, espero poder ser útil.

-¡Así se habla, hombre!. Y no sea modesto, usted va a ser mucho más que un hombre útil. Venga, vamos a comer y después se mandará una buena siestita de un par de horas, que el resto de la jornada será bastante dura.

Cuando llegó al salón donde lo estaba esperando Hegel, Ivo pudo ver mientras se levantaba, lo saludaba y le señalaba el lugar donde empezarían, la frialdad, meticulosidad y, en todo caso, indiferencia con que parecía hacer su labor ese hombre que parecía haber sido creado para no llamar la atención.

Nunca había tenido ninguna arma en sus manos y el hombre le explicó las nociones básicas para poder intentar un disparo confiable.

Aplicando sus conocimientos adquiridos en materia de visualizar su propio monitor, comprobó que se formaba ante sus ojos, un sistema de coordenadas que le permitía apuntar directamente al blanco que le había dado Hegel.

Todos sus disparos acertaron con precisión milimétrica. El hombre ni siquiera hizo un mínimo gesto, como si estuviera esperando ese resultado, lo que Ivo agradeció, imaginándose el discurso que hubiera hecho Kant si hubiera estado presente.

Luego de enseñarle dos modelos más de pistolas y uno de ametralladoras, Hegel le indicó cómo ir al gimnasio donde le esperaba Sócrates.

Ella estaba golpeando uno de esos pesados armatostes rellenos de arena y sonrió ante la entrada de Ivo. Tenía una remera y un pantalón deportivo largo, aunque chorreaba de sudor y un gorro protector en la cabeza. Le puso uno igual a él y le desnudó de la cintura para arriba.

-Vamos a pelear en la lona. La materia que yo enseño es allá arriba. Voy a comprobar si sos un hombre de verdad.

-Sí.

Caminaron hacia un costado del gimnasio, donde habían armado un ring con todas las de la ley.

-Con este trabajo aprendés lo relativos que pueden ser los conceptos que tenemos de la vida. El dolor, la amistad, los recuerdos. Incluso, la vida misma. En cualquier momento, sin que te des cuenta, te pueden encajar un balazo en la nuca. O podés morir lentamente, de un modo cruel, porque quien creías tu mejor amigo -o tu pareja- te vendió al enemigo. La vida es algo muy diferente para una que está en ésto que para el gil que se pasa toda la vida sentado en la misma oficina ingresando datos en la misma computadora.

-¿Por qué te metiste en ésto?.

-Ah... Un poco porque nadie me daba trabajo por mi temperamento y mi inclinación por los fierros y otro poco por un desengaño amoroso. Así que en vez de volverme monja, me metí acá. Es más o menos lo mismo, pero acá se hace más gimnasia que en los conventos.

-Supongo que sí.

-¡Ay, dejame hablar un poco!. ¿Qué pasa?. ¿Tu novia no te deja hablar con otras mujeres?.

-¿Qué novia?.

-¡Ponete colorado, también!. Es lo único que te falta. ¿Ya te dijo de mí que soy lesbiana?.

-No, no me dijo nada.

-No te creo. Serías el primero de tantos tipos que ha atendido por amor a la causa al que no le haya dicho eso. Dale, subí de una vez al ring y demostrá la superioridad del sexo fuerte.

Ivo dudó en subir. No había nadie que pudiera parar la pelea, que sin duda ganaría ella. Pero tenía que aprender a pelear, aunque no fuera una mujer agresiva y llena de músculos lo primero que elegiría para tomar lecciones.

Cuando ella se sacó la remera, pudo ver que tenía una pequeña malla turquesa semitransparente que dejaba traslucir perfectamente sus pezones. Tal como ya había visto, sus brazos estaban totalmente tatuados pero no el resto de su cuerpo, que era intensamente pálido.

No vio el primer golpe, que lo mandó a la lona.

-Si no querés que la colorada quede viuda, vas a tener que aprender a defenderte.

Él no dijo nada. Se incorporó y trató de asimilar las lecciones que ella le iba dando mientras lo golpeaba. En un momento, encontró su oportunidad y pudo aplicarle un derechazo bastante bueno. Ella gritó pero a Ivo le pareció más bien que no fue un grito de dolor, sino de placer. Siguieron peleando con suerte desigual hasta que Socrátes lo noqueó.

Cayó casi inconsciente al piso y sintió que ella se subía encima de él y le sujetaba los brazos. Sintió el olor de su propia sangre. Pensó que sería golpeado hasta desmayarse totalmente, quizás por los rencores de ella con Hume, pero en realidad lo besó.

Lo hizo larga, cálidamente, de forma que cuando ella lo desnudó totalmente ya estaba preparado para penetrarla.

-Me hubiera gustado ser yo el hombre y destrozarte como lo hice cuando estábamos parados. Ahora me tengo que aguantar que seas vos el que me hayas hecho de goma. Aunque pensándolo bien, es mejor así. La Naturaleza es sabia, como dice Kant. Sino, sería demasiado.

-¿Por qué lo hiciste?.

-Por la misma razón por la que se tiene sexo, desde que se inventó. Te di la oportunidad de negarte pero por lo que vi, no tenías interés de serle fiel a la colorada. Y por lo que sentí después, menos.

-¿Por qué se odian?.

-No es que la odie, pero ella hizo correr el rumor de que yo era tortillera. Por eso y por mi temperamento quizás demasiado extrovertido, tengo dificultades no sólo para salir con un hombre, sino también para conversar con los demás y tener amigos y esas cosas. Creo que ella quiere ser la número dos del lugar y quiere deshacerse de todos los que tenemos influencia.

-O la número uno.

-Che, no hablés así de tu mujer.

-No es mi mujer. Sabés bien que no es mi mujer.

-¿No tenés remordimientos que le estás clavando los cuernos?. Bah, ningún hombre tiene remordimientos por éso.

-¿Ese es el concepto que tenés de los hombres?.

-¡Uy, no empecemos con esas boludeces!. El concepto que tengo de los hombres es pegarles primero y sentarme arriba de ellos después. Me ha dado buen resultado siempre. Y también contigo.

-Sí, ya veo.

-¿Te acordás lo que te decía de lo relativo que es el placer, el dolor, la muerte?. Te voy a enseñar algo. Hay un punto atrás del cuello, que apretándote apenas con un dedo te puedo hacer desmayar.

Socrátes hizo la demostración en forma demasiado práctica para el gusto de él. Todo el gimnasio comenzó a dar vueltas sobre su cabeza y una insoportable pesadez cálida le invadió hasta que ella sacó su dedo índice.

-Lo lamento, pero es un conocimiento imprescindible para nosotros y hay una única manera de que los novatos lo aprendan. Si te hubiera apretado un poquito más, te hubieras desmayado inmediatamente. Espero que no te hayas enojado conmigo. Y si estás enojado, aceptaré el castigo que me impongas.

Ivo Mantero sonrió y se puso encima de ella, para hacerle el amor nuevamente.

Como casi siempre ocurre, fue despertado en el momento en que tenía el sueño más profundo y una mayor necesidad de dormir. Hume se sentó sobre la cama, esperando pacientemente que él tratara de incorporarse.

-Hoy es tu gran día.

Cuando se bañó pudo sentirse un poco mejor, pero se sentía pesado, sin voluntad. Comenzó a reanimarse poco a poco y razonó que debía resignarse a sentir el estómago oprimido por los nervios hasta que terminara lo que tenía que comenzar hoy.

Fueron juntos a desayunar. Cuando se cruzó con Sócrates, la sonrisa de ella fue la mejor prueba de que todo no había sido un sueño como él había pensado.

Luego de comer ellos y otros más que Ivo conocía de vista, si acaso, fueron casi en fila a una sala pequeña, que sólo tenía largos bancos de madera y un antiguo pizarrón.

Kant, naturalmente, tomó la palabra. Les explicó que el día anterior habían tenido un gran éxito que había ridiculizado a las fuerzas armadas humanas, teniendo que ser sistemáticamente ignorado en la prensa por orden de la censura. Según el informe que había recibido de los agentes infiltrados en el enemigo, habían decidido reforzar los controles en todas las unidades regulares.

-Nada que no esperáramos. El factor sorpresa juega de nuestro lado y debemos seguir aprovechándolo. Como ellos se han preocupado de los cuarteles regulares -como ya dije- esperando tontamente que volvamos a hacer pronto lo mismo que hicimos ayer, nosotros vamos a volver a darles otro golpe en donde se han descuidado. ¿Alguien se imagina cuál es ese lugar?.

Nadie respondió; ni siquiera Ivo.

-Eso me imaginaba, nadie espera lo que vamos a hacer hoy. Estamos, damas y caballeros, en el momento ideal para saldar una antigua deuda: entraremos en el mismo local de la Dirección de Inteligencia y rescataremos a nuestros camaradas presos.

Hubo un vacilante silencio, mezcla de sorpresa y duda.

-Por supuesto que estoy hablando del fuerte más celosamente guardado del enemigo. Pero ellos están esperando un ataque de características diametralmente opuestas a las que tiene la acción que pronto pasaré a explicarles. Tenemos por primera vez, desde antes de ayer, muy valiosa información aportada por nuestros agentes sobre las características de la vigilancia del lugar, que nos permitirá eludir esos controles y aprovechar sus puntos débiles.

Todos se miraron. Ivo comprobó que, poco a poco, los demás iban entusiasmándose con la idea.

-Desmoralizaremos definitivamente a esos animales. Hoy cerraremos el círculo que abrimos ayer. Traeremos de vuelta a nuestros queridos compañeros, liberándolos del salvaje trato que han recibido de esas bestias y nos encontraremos muy pronto, con armas y municiones suficientes y con nuevos y viejos combatientes que se unen a nuestra lucha, listos para que Uruguay sea un nuevo país americano en poder de nuestra causa.

Todos gritaron, apoyaron y aplaudieron. Ivo se encontró abrazándose con quien estaba sentado a su lado, entusiasmado. Kant terminó su discurso con palabras de aliento y todos se levantaron para dirigirse al comando general, pero Ivo fue llamado aparte por el jefe.

-Venga, querido Descartes. Usted, Hegel, Sócrates y yo, tenemos que afinar los detalles del operativo y sólo tenemos una hora antes de salir.

-¿Tan poco?.

-Ahora, con usted bien entrenado, podemos darles golpes como el de ayer y como el que vamos a hacer ahora sin necesidad de tanto preparativo. Ellos no saben que tenemos a la mejor computadora jamás inventada.

-Que soy yo.

-¿No nos tratan de vulgares electrodomésticos?. Ahora sabrán de lo que somos capaces las máquinas. Venga con nosotros, le explicaré. Habrá notado que durante esta charla no lo mencioné ni le dije a ninguno de los compañeros, especialmente los más novatos, cuáles son sus excepcionales características. No dudo que usted se habrá preguntado el por qué de mi deliberada omisión.

-No... más o menos.

-Usted sabe cómo somos los uruguayos. Lamentablemente, hasta nosotros estamos llenos de celos, de envidias, de luchas por el poder. Nadie se salva, Descartes, nadie se salva. Y aunque nuestra moral esté más alta que nunca, mi deber es evitar factores de discordia. Usted estará conectado por micrófonos inalámbricos a mí y a mis jefes de seguridad que bien los conoce y nos ayudará con sus increíbles condiciones sin que los demás sepan, hasta que puedan ver de lo que es capaz y entonces, el respeto y la admiración hacia usted serán espontáneos. Usted se ganará en los hechos la autoridad que se merece, no tenga ninguna duda.

-Está bien.

-Por eso le pido que, por lo menos por esta vez, no hable más que lo estrictamente necesario con los demás compañeros. Diríjase a Hegel, a Sócrates o a mí, para poder desarrollar una labor como la que necesitamos hoy.

-Así lo haré.

-Ahora tengo que hablar de algo que no me gusta hablar, pero es necesario.

-¿De qué?.

-Sé que lo que le voy a decir es muy duro. Lo he vivido en carne propia, pero le tengo que informar que entre los prisioneros que pensamos liberar hoy, que han sido castigados, golpeados y torturados, se encuentran su novia Inés y sus cuñados.

Ivo Mantero se ruborizó. Estando ahí, se había olvidado totalmente de la detención de Inés, de Walter y de Patricia. Se había estado acostando con cuanta mujer se le había regalado mientras ella había sido martirizada durante días.

No podía creer lo que había hecho. Kant le puso una mano en el hombro.

-Está bien. Vamos arriba, no se me quede, compañero. La mejor venganza es hacer lo que se tiene que hacer. Es el único camino que podemos tomar en estos momentos. Pronto, muy pronto no pasarán estas cosas en nuestra patria nunca más.

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