6 de abril de 2009

Un maestro del cine

¿QUIÉN ERA ANDREI TARKOVSKII?


(Perdonen si la escritura de nombres propios rusos no es correcta. Es bastante discutible la trasposición de su alfabeto al nuestro y en todo caso, es un detalle menor.)


Me he preguntado muchas veces por qué dos dictaduras que pretendieron tener control total sobre sus habitantes –y más o menos, sobre el resto del planeta- como el nazismo y
el stanilismo –utilizando la comparación de forma muy diferente a la que lo haría Julio María- dos dictaduras así, decía, prohibieron al jazz y a la pintura abstracta.

O sea, ninguna prohibición está bien, pero uno entiende perfectamente –aunque no comparta, obvio- que se prohiban las novelas que critiquen al régimen, por ejemplo… ¿pero la pintura abstracta?.

La respuesta, me parece porque uno nunca sabe cuando se habla de censuras y poderes absolutos, es que la gente cuadrada que cree poder decidir qué puede ver, oir o leer la gente no sabe absolutamente nada de arte (arte y censura son opuestos, creo yo) se suele asustar cuando se topa ante algo que no entiende y por las dudas lo prohibe. Y suelen no entender nada que no sea la más estúpida propaganda que diga lo cracks que son ellos mismos y terminan prohibiendo lo que no entienden. Aunque hasta unos estúpidos como ellos se pueden dar cuenta que el material prohibido no tiene nada de “peligroso”.

No es de extrañar que los dos nombres mayores en la historia del cine que dio el régimen soviético –pero no los únicos directores de talento- hayan tenido numerosos choques con la censura. El primero, Sergei Eisenstein, sin embargo era un fervoroso comunista y varias de sus mejores películas son obras de propaganda política directa (El acorazado Potemkin, Octubre).

El segundo es el caso que me ocupa y tampoco fue, que yo sepa, un disidente político. Aunque en el caso de los cineastas rusos (o ex soviéticos) después de las polémicas entre Aleksander Sokurov y Nikita Mikhalkov, he aprendido que nunca los entenderé.

A Andrei Tarkovskii (1932-1986) lo calificaría más bien como un disidente artístico. Si bien se escapó de la URSS, o más exactamente prefirió no volver después de un viaje a Occidente y allí realizó sus dos últimas películas, no le conozco mayores declaraciones en contra del régimen. El hecho de que el reestreno de sus films con una adecuada distribución fuera tomado como un signo de la perestroika y los vientos de apertura, no fue causa del propio Tarkovskii, ya muerto.

SU OBRA: NO A LOS DOGMAS

En su debut se llevó el primer premio en un festival (Venecia) por única vez en su carrera. “La infancia de Ivan” (1962) es la historia de un adolescente huérfano y héroe en la Segunda Guerra Mundial. Pero el héroe tenía miedo a veces y lo ocultaba con grandes esfuerzos. La anécdota era bastante similar a tantas rodadas en la misma época pero –deliberadamente- el protagonista no era más que un ser humano con rabia y sostenido por sus deseos de venganza. ¿Es algo insólito en un niño al que le han matado a sus padres?. Ivan no era un pionero del stalinismo sino un chico que supo vencer el terror que provocaba el invasor nazi. Fue objetada por muchos P.C. del mundo y defendida ardientemente por Sartre.

Los verdaderos problemas comenzarían con “Andrei Rubliev” (1966). Éste es un monje que descubre el horror del mundo en que vivía, o en el que vivimos actualmente –hay una escena de tortura que es lo más violento que he visto en el cine, aunque probablemente esos engendros llamados “El juego del miedo” la haya superado- la crueldad, la injusticia, los saqueos, la ingratitud (una campesina que él intenta ayudar prefiere entregarse al invasor), la prepotencia de quienes tienen la fuerza bruta. Se niega a seguir pintando íconos en un mundo tan violento y feroz. Un capítulo insólito que dura alrededor de una hora muestra la construcción de la campana para una iglesia por un adolescente –otra vez- que en realidad no sabía cómo hacerla pero sigue adelante porque esa es su vocación y su sentido en la vida. Esa es la razón para hacer arte en medio de este mundo, parece decir el director.

Hubo varias objeciones: violencia gratuita (real, no estilizada para el cine, diría yo), interpretación histórica irreal (no había un héroe inquebrantable y socialista), misticismo (?), desnudos (???????). Basta ver las películas de campesinos sonrientes y cantantes o las versiones de la guerra contra el nazismo para comprender qué cine quería el régimen.

Recién sobre 1971 pudo volver a filmar. Luego del sorprendente éxito de “2001, odisea del espacio” que dejaba atrás 20 años de películas de ciencia ficción con presupuestos de tercera e historias de cuarta, con una historia compleja y sin estrellas, casi sin diálogo y enormemente sugerente. Los soviéticos quisieron tener su propia “2001” y el elegido fue Tarkovskii. El resultado fue “Solaris”, adaptación de una novela de Stanislaw Lem con un generoso presupuesto y distribución internacional con abundante propaganda (que además enfatizaba la “rivalidad” con la película citada de Kubrick).

Solaris es una nebulosa más que un planeta donde han quedado estancados –no sólo físicamente- los tripulantes de una expedición aeronáutica. El protagonista, un astronauta de confianza, viaja a inspeccionar qué ha pasado y también se ve enfrentado a sus propios fantasmas (perdón por el lugar común): su esposa suicidada se le aparece y le reprocha su insensibilidad para ella, para la pareja y para la vida en general. Volverá a la Tierra –aunque hay razones para dudar si se ha ido del planeta a otro lugar, en realidad- mucho menos soberbio, más dubitativo, menos dogmático. En 2002 Stephen Soderberg, un tipo inteligente, naufragó miserablemente al intentar una remake que es una falta de respeto, demostrando con hechos que no cualquiera es Tarkovskii.

La vieja guardia del cine soviético, varios de ellos integrantes del “deshielo” que trajo una interesante renovación luego de la muerte de Stalin, clamó unánimente contra “El espejo” (1974), que abandonaba la anécdota lineal, que avanzaba a través de escenas aparentemente desconectadas entre sí, que creaba un clima más que una narración, que pretendía mostrar sin decir una sola palabra concreta el desconcierto de quienes se ven abandonados y desarraigados en su infancia ya sea por el divorcio de sus padres (como el propio director, abandonado por su padre a los 3 años), ya sea por el exilio político –hay imágenes de los niños españoles que huyeron a la URSS por la Guerra Civil- o por circunstancias menos palpables pero igualmente presentes en el alma infantil. Dificil de explicar y de interpretar, llama la atención la intransigencia artística de Tarkovskii en un régimen que vivía obsesionado con auspiciar sólo obras “que pudieran ser entendidas por todos”, repetida excusa para premiar a la mediocridad.

Cinco años pasaron para que le autorizaran volver a trabajar y el resultado fue “Stalker”. Si bien volvía a adaptar una novela de ciencia ficción no occidental –un más que interesante cuento largo de los hermanos Strugatsky- más bien se parece a “El espejo” y poco tiene que ver con el género. Un escritor fracasado, alcohólico y cínico y un científico más bien poco burocrático pagan al clandestino explorador (stalker) para que los lleve a la misteriosa Zona. Al parecer la filmó completamente pero un accidente en un laboratorio hizo perder ese negativo y tuvo que hacerla de nuevo con mucho menos presupuesto. Lo cual se nota. Sin embargo, persiste el Misterio, la duda sobre la verdadera razón de ser de esa Zona (o de nuestra vida). Más directamente que en “Solaris”, la toma final deja entrever que probablemente los personajes no han hecho ningún viaje físico y sólo –o nada menos- han ido al encuentro de la trascendencia de ellos mismos.

Pudo viajar para filmar en Italia “Nostalgia” en 1983, después de muchas dificultades que incluyen la separación de su hijo, impedido de acompañarlo. Película que parece una mala copia del propio Tarkovskii, aburrida, desganada, no llega a interesarnos nunca y por eso ha tenido poca circulación. Luego de hacerla y cansado de la actitud hostil de las autoridades, decide no volver.

En Suecia, con actores bergmanianos (incluyendo Erland Josephson, que ya había actuado en “Nostalgia” y al director de fotografía Sven Nikvist) realiza su última película, probablemente su obra maestra: “El sacrificio” en 1986. Un hombre ya mayor (Josephson) casado con una mujer con la que no se soportan y que lo engaña, recibe la visita de unos amigos. Durante la velada se enteran que, por razones que no se mencionan, el mundo se va a terminar pronto. Todos se desesperan pero el protagonista, además, visitará a una “bruja” vecina con la que hará el amor y que le permitirá salvar a la humanidad -en una escena imperdonablemente plagiada por Subiela en “Hombre mirando al sudeste”- si accede a renunciar a sus bienes materiales. Josephson finalmente incendia su casa y el final es el lógico: lo internan en un manicomio. Es curioso que en la anterior película el mismo actor se incendiaba a sí mismo.

Sugerente –el fin de la humanidad y su salvación podría ser verdad o podría ser una locura del personaje- extraña, inteligente, creo que es el único largometraje que se haya filmado jamás que retrata convincentemente lo que podríamos sentir si estuvieramos ante el mismo fin del mundo. En cierto modo, Tarkovskii lo sabía porque –como se ha publicitado- se estaba muriendo de cáncer.

¿UN AUTOR RELIGIOSO?

En general se ha dado por indudable que sus películas encierran una reinvidicación en clave de la religión prohibida por el régimen en todas sus formas. He visto algunas películas que sí defendían la religiosidad –me acuerdo de “Arrepentimiento”, filmada clandestinamente en Georgia por Tenghiz Abulazde y no estrenada entre nosotros- generalmente de forma bastante burda, incluso en el excelente ejemplo aludido (una vieja decía: “si un camino no lleva a ninguna iglesia, para qué sirve”). Nada de eso hay en Tarkovskii. No lo he encontrado –y he visto todas sus obras más de una vez- más bien creo ver una reinvindicación del misterio, de la duda y de la metafísica, dichos estos en el sentido de lo que está más allá de nuestras narices, de lo que se puede medir con instrumentos científicos. El astronauta de “Solaris”, los dos visitantes que contratan al “Stalker”, Andrei Rubliev, el supuesto salvador del mundo de “El sacrificio” son personajes que ven jaqueadas sus seguridades -¿las seguridades del régimen?- que buscan un sentido para seguir viviendo sin decirlo explícitamente nunca.

Tarkovskii siempre evitó los facilismos, los lugares comunes, las frases hechas. Nunca dejó de considerarse mentalmente libre y fue intransigente en lo artístico. Para algunos, sus escasos siete largometrajes es la mejor oportunidad para ejercitar la peor de las arrogancias intelectuales pero eso es mal entenderlo. Fue un cineasta permanentemente cinematográfico: sus observaciones calmas de la Naturaleza en todos sus filmes, el laberinto de calles y autopistas en “Solaris” –filmado en Japón- que parece simbolizar el caos de la vida en nuestro planeta, los cambios de coloración en “El sacrificio” cuando parece acercarse el fin, las escenas sin palabras y sin anécdota aparente de “El espejo”, son muestras de un maestro del cine que supo hacer mucho más que plantar “símbolos” en sus escenas y que filmar a gente conversando.

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