8 de mayo de 2016

Sentado en la vereda, mirando pasar la vida

Quien se tome un par de minutos para ver mi muro en Facebook podrá comprobar que allí tengo como amigos gente de todo el espectro político y de todos los partidos. Como todo el mundo, uno más o menos tiene su forma de pensar y, como muchos, su camiseta puesta. Esto se ve reflejado en las cosas que comparto, en que si bien muchas son humorísticas, hay varias otras que son ideológicas y donde -insisto, como hacen todos- comparto las que tienen que ver con mi modo de pensar y no lo hago con las que no lo hacen.

- Hay varios que me han eliminado por no ser del partido de ellos -y solo tienen como amigos a gente que piense igual- pero nunca lo he hecho yo. Un par de personas que sí eliminé lo fueron por estupidez y oligofrenia en reiteración real, ya sea por subir todos los días fotos de la inteligencia del ejército israelí queriendo justificar burdamente sus bombardeos a hospitales y escuelas palestinas en un caso o por echarle la culpa al gobierno frenteamplista hasta de cuando llueve, mandando insultos por una decisión judicial en la que -obviamente para todos excepto para mi ex amiga facebookiana- no tiene injerencia el Poder Ejecutivo, en el otro caso.

Todos conocemos a ese especimen, que existe en todos los partidos con representación parlamentaria y también en los que no: gente que sube varias entradas al día en 300 días al año, insultando al enemigo que tanto se odia, quien por cierto tiene cosas más importantes que revisar uno de los cientos de miles de muros uruguayos por más que lo cite todo el tiempo. En el fondo, los adjetivos y las acusaciones -curiosamente formuladas en segunda persona- se repiten incesantemente sin que la cosa progrese. El raciocinio suele escasear y uno sospecha que tanto grito en la soledad del cuarto cesaría si el odiado se presentara a argumentar.

Me está ganando la idea de que pocas cosas son tan uruguayas como Facebook -o las redes sociales en
general, sucede que no tengo Twitter, porque considero que con una alcanza y sobra- un lugar donde podemos balconear y hablar (o escribir, para ser exactos) sin parar, con la tranquilidad de no tener ni por casualidad el riesgo de poder hacer algo concreto por cambiar lo que no nos gusta. Pocas cosas tan propias de nuestra sociedad que sentarse en la entrada de la casa a criticar a los demás, quejándose de todo y creyéndonos que sabemos cómo cambiar al mundo.

Pero más que esa actitud criolla de sacar la corneta sólo para hacer ruido, lo que me asombra es el empeño digno de mejor causa de embarcarse en cruzadas personales autistas: no veo ni escucho nada que no apunte en el sentido que yo quiero. No me interesa ninguna razón ni considero el menor argumento diferente. Ahora, si va en el mismo sentido que yo pienso, acepto como válida la más ridícula -o mentirosa- noticia.

Uno creería que la gente adulta no debería ver al mundo que habita como un lugar maniqueo donde de un lado están los buenos inmaculados y del otro, los que acumulan el 100 % de maldad que hay en el Universo. Pero no parece ser ése el tipo de audiencias que buscan nuestros medios de comunicación masivos. 

Se me ocurre que hay un buen ejemplo argentino en estos días: aparentemente -y digo aparentemente porque todo el caso de las filtraciones se ha presentado muy vidrioso e intencionado- tanto el entorno de Cristina Fernández como el de Macri estarían directamente involucrados en el escándalo de las sociedades panameñas para lavar dinero. Supongamos que se confirmara plenamente la responsabilidad de ambos bandos... ¿qué medio de la vecina orilla publicaría AMBAS noticias de la misma manera sin tomar partido y sin pretender justificar al lavador afín?.

A diferencia de un discurso que está permeando los medios a modo de lugar común establecido, yo opino que las redes sociales -y los decadentes blogs- han venido a favorecer nuestra democracia al integrar a todo el que así lo quiera, permitiendo que se escuchen todas las voces que quieran expresarse. Como cualquier otra herramienta, hay que saber usarla. Sería bueno que nos acostumbráramos a confrontar diferentes visiones, enriquecernos escuchando a quien tiene otro punto de vista y aprender a incorporar aquello que puede incomodarnos, ampliando nuestro horizonte. El estancamiento tiene más que ver con el achanchamiento y la descomposición que con la tranquilidad.    

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