
Por un lado, un Frente Amplio que ya se ha acostumbrado a los triunfos electorales, con una porción importante de sus sostenedores insólitamente decepcionados porque no se ha hecho la Revolución que nadie quería hacer (y que probablemente nadie sabía qué quería decir con eso) y una corriente mayoritaria que sólo piensa en volver a ganar, sin complicarse demasiado la vida con cambios demasiado grandes que hagan peligrar lo que se tiene en la mano. Enfrente, unos desgastadísimos partidos tradicionales, apenas unidos en contra de quienes -exageradamente- ven como su enemigo sin haber advertido aún (!) que el FA en el Ejecutivo muy poco tiene que ver (para bien y para mal) con aquel del 71 o creyendo que el cavernario discurso de marxistas, comunistas y guerrilleros pueden seguir arrimando votos en la era del Candy Crush.
Blancos y colorados siguen siendo los mismos que gobernaron muy mal este país hasta el 2005 y mal pueden hablar de renovación, si sus candidatos son un Pedro Bordaberry que se averguenza -con razón- de su apellido y un Lacalle que después de fracasar en la elección pasada, siendo el hazmerreir de propios y extraños, hoy pone a dedo a su hijo de la misma manera egocéntrica y poco seria en que hace 15 años inventó una carrera política para su esposa.
Más allá de eso, no hay propuestas reales de la derecha si excluimos las promesas -poco realizables más allá de algún gesto a la bandera- de mano dura y represión a los delincuentes. La gente no parece percibir ninguna idea ni propuesta de cambio real y ambos partidos parecen insistir en la tendencia suicida de desdibujarse y fundirse en uno solo, apenas unidos por su odio a la izquierda gobernante. La propuesta de tapar pintadas (de otros sectores) es la típica llamada a esos sectores veteranos y conservadores que nutrieron durante demasiado tiempo a ese movimiento singular llamado pachequismo.
Apoyada por movimientos muy marginales dentro del Frente -considerando que el más numeroso de ellos, el PVP, no suele llegar ni a los 10.000 votos en todo el país- Constanza Moreira es lo más parecido a una renovación en el panorama criollo. Se ha pronunciado enérgicamente por un FA de izquierda nítidamente al mismo tiempo que moderno, no anquilosado en un 1971 ya demasiado lejano.

Constanza es la esperanza de una generación (o varias) que ya no son jóvenes pero que nunca han podido ser representadas en la matusalenística estructura jerárquica del Frente. Mientras otros renovadores como Martínez, Sendic,Varela, Xavier o Andrade esperan pacientemente que algún día los ancianos se retiren porque ya no pueden ir al local de Colonia y Ejido, ella se anima a desafiar las estructuras de -prácticamente- todos los sectores para insertar una voz disidente, sin dejar de ser frenteamplista. Aunque Tabaré se moleste.