7 de noviembre de 2009

Novela propia por entregas

GARDEL NACIÓ EN LITUANIA


(ESTA NOVELA HA SIDO MODIFICADA PARA QUE SU CONTENIDO SEA APTO PARA TODO PÚBLICO)


1


-Ya le dije cuatro veces que no es acá. Para las devoluciones tiene que hablar en Contaduría. Acá es Departamento de Personal.

-¡Qué porfiado!. ¿Me va a decir a mí?. ¿Qué se cree, que como una es vieja no se da cuenta de las cosas?. ¡A mí me dijeron que era acá que me hacían la devolución y no me voy a ir hasta que me la hagan!.

-¿Quién le dijo?.

-¡Allá enfrente me dijeron!. ¿Cuántas veces se lo tengo que decir?.

-¿Dónde “allá enfrente”?.

-¡Allá! –siguió vociferando la anciana, señalando un punto cualquiera del Universo.

-¿En qué sección?. ¿Quién?.

-¡Allá mismo!. Un gordo medio pelado que estaba paveando con una guachita joven media atorrantita. Me dijo que acá me la iban a hacer. ¡No puede ser que me tengan yendo de acá para allá!. ¡Todos se lavan las manos y se pasan la pelota y nadie hace nada!.

-Señora, ya le dije dónde tenía que ir. Ahí es donde tiene que ir. No sé qué sigue haciendo acá.

-¿Que sigo haciendo?. ¡Sigo esperando que el Señor se digne atenderme!. ¿Para qué le pagamos el sueldo, digo yo?. ¿O se olvidan todos ustedes que nosotros le pagamos el sueldo?. Nadie sabe nada, ninguno sirve para nada...

-No, no servimos. Los de Personal no hacemos devoluciones, no hacemos marketing ni atendemos proveedores. Insólitamente, hacemos tareas del departamento de Personal.

-¡Ya van a ver!. ¡Yo misma voy a hacer una campaña para que todos los socios se desafilien de esta Cooperativa de mierda y vamos a ver de qué viven!. ¡Se mueren de hambre porque son una manga de inútiles!. ¡Sinvergüenzas!. ¿Se cree que una tiene todo el día para estar esperando a que los Señores terminen de tomar el té?.

-¿Qué té?.

-¡Que país generoso! –agregó un tipo que recién llegaba y no tenía la menor idea de qué pasaba.

-¿Por qué no me quieren hacer la devolución?. ¡Yo voy a hablar con mi hijo, que es amigo de un abogado y van a ver el juicio que les va a hacer!. ¡Y además, mi hija conoce al diputado Luque...!. ¡A ver si a él le habla así, como me habló...!.

Dos policías con uniformes de las Unidades Especiales entraron en ese momento a la oficina y el funcionario se levantó inmediatamente al verlos.

-¡Clave 47, che!.

Él salió corriendo detrás de los otros dos, que le abrieron paso incluso con un empujón a un hombre que se les paró adelante para preguntarles qué estaban haciendo. Los tres subieron a una camioneta del Ministerio del Interior.

-¡Vieron!. ¡Vieron cómo yo tenía razón, y por eso se escapa!. ¡Desvergonzados!.

Ya dentro del vehículo que partió a mucho más de cien quilómetros por hora con sirena abierta, los ocupantes saludaron al recién llegado.

-Con razón tenés tanto entrenamiento para enfrentarte a asesinos...

-¿Cuál es el problema ahora? –replicó fastidiado el funcionario.

-¿No escuchaste los noticieros? –preguntó el superior, y siguió diciendo ante el gesto negativo del otro- hay una joyería en Cavia y Pimienta que fue copada por tres tipos.

-Fue una matanza –agregó otro.

-Sí, cayó uno de ellos y un par de clientes que estaban adentro. Y mataron al dueño, también. El segundo lo atrapamos, pero queda otro que es el que tiene un rehén. La hija del dueño.

-¿Es chica?.

-Es una adolescente. Creo que catorce años. Te imaginás que no está muy tranquila.

-Bueno, denme a mi “novia”.

Le alcanzaron la caja donde estaban las piezas de su escopeta personal, a la que comenzó a armar diestramente.

-La tenés aceitada, ¿no? –le preguntó uno. No contestó, hubiera sido absurdo hacerlo.

-Llegamos en tres minutos –volvió a intervenir el que comandaba- hay dos canales de cable transmitiendo en directo. Sólo yo te doy la orden de actuar. Estoy en comunicación directa con el Subsecretario del Ministerio.

El hombre asintió con la cabeza.

Al llegar al lugar, le ayudaron a ubicarse. Comenzó rápidamente a preparar el tiro.

-Doctor... –llamó el oficial.

-Adelante –le contestaron por el celular.

-Ya tengo el tirador de elite. En unos segundos estará pronto.

-Enterado. Me alegro. Espere mi orden.

-Por supuesto, señor.

-¿Qué es lo que vamos a tener que esperar? –preguntó uno de los policías.

-¿Y qué problema tenés vos?. Lo único que vas a hacer acá es llevarte los cadáveres o empujar para atrás a los curiosos... el que tiene trabajo es éste –dijo, señalando al francotirador, que trabajaba como oficinista de lunes a sábados, pero estaba contratado para tareas especiales desde hacía varios años cuando habían descubierto sus excelentes condiciones en el Club de Tiro donde iba como aficionado para distraerse, estando a la orden las veinticuatro horas todos los días, sin excepción.

-Me parece que va para largo... nos vamos a perder el partido.

-Entregarse, no se va a entregar –continuó el oficial- y escapar, a esta altura de la situación es imposible. No puede salir del local, y aunque pudiera, lo podemos seguir hasta aburrirnos.

-¿Y entonces?.

-Se debe de estar creyendo que puede negociar para que lo dejemos irse al extranjero. Pero no va a tener suerte porque en Octubre son las elecciones y el que te dije no va a regalarse.

-¿El que le habla, quién es, que no lo conozco?.

-Es un funcionario de confianza del Ministerio, no sé cómo se llama el cargo. Un gil, que en cualquier momento se manda una cagada. Y la culpa después la tengo yo.

-¡Se va!.

-Oficial –sintió la voz.

-Adelante, señor –contestó.

-No hay nada que hacer. Proceda.

-Matalo –ordenó al francotirador.

Se hizo un silencio total. En ningún momento había dejado de seguir al ladrón con la mira del arma. La chica estaba bastante descontrolada y movía mucho su cabeza, que estaba muy cerca de la del secuestrador. Pero pudo delimitar una zona en el costado, cerca de la sien del tipo, donde no habría riesgo.

-Lo tengo –dijo apenas, y disparó.

Ambos cayeron al piso. La víctima aulló y también lo hicieron varios de los muchísimos curiosos que, desde que llegaron, empujaban a los guardias para acercarse lo más posible al interior de la joyería. La chica había caído al dejar de sentir, bruscamente, la fuerza que la mantenía pegada al tipo, casi levantada del suelo. Él, había muerto en forma instantánea.

Todos los compañeros lo felicitaron. Él, en silencio, procedió a desarmar la escopeta. El oficial confirmó el éxito al Subsecretario y ordenó que comenzaran a bajarse de la azotea.

-No la desarmés. Ahora tenés que hacer callar a la vieja, que todavía debe estar protestando.


2


-Yo le dije a mi marido que esos dos nos iban a dar problemas, que capaz que la botija era menor de edad. Que es un tipo importante y que si salía en los diarios, íbamos a tener problemas. Pero no hay caso, decirle algo al señor es como hablarle a la pared...

-Señora...

-Pero a éste no se le puede decir nada porque después se pone como loco y le levanta la mano a una por cualquier pavada. Él no me lo cree, pero un día de éstos voy a denunciarlo y se va a pudrir entre rejas. ¡Hace años que tendría que haberlo hecho!.

-Por favor, señora –insistió el policía- sólo quiero saber si escuchó algo o le dijeron alguna cosa las víctimas que nos pudiera servir para la investigación.

-No ves que cada día que pasa estás más enferma de la cabeza... ¿no te das cuenta que le dijiste cincuenta mil veces la misma pelotudez? –intervino, lamentablemente, el marido de la dueña del hotel.

-Sí, pegame, pegame adelante del detective. ¡Perpetua te tendrían que dar!.

-¿Cuándo te levanté la mano, gorda hedionda?. ¿No ves que estás haciendo el ridículo delante de extraños, no ves?.

El policía, harto, entró nuevamente en el cuarto donde estaban los dos cadáveres, a pesar de la recomendación del técnico forense.

-Disculpame, pero...

-Está bien. Te entiendo –contestó él- lo más importante es que no entre nadie y me cague las huellas. No te acerqués, quedate ahí donde estás.

-¿Conseguiste algo?.

-Sí, bastante como para empezar a trabajar allá. ¿Cuándo llegan los capos?.

-En cualquier momento. Ya tendrían que estar acá.

-No hay prensa, ¿no? –siguió preguntando el técnico sin dejar de tomar fotos y guardar elementos pequeños como pelos y pedazos de papel en sobres transparentes.

-No, estamos tranquilos. No sé, parece que llegó alguien.

-Ya sabés que no puede pasar nadie.

-No, parece que es el jefe.

El encargado principal de la investigación saludó y encaró directamente al forense.

-Están los dos desnudos, en la cama. Causa: impacto de bala en el cráneo en ambos casos. Los documentos los tiene aquel.

-¿Quién es la chica? –preguntó al policía.

-Vanessa Alonso, Melo, 23 de Julio de 2010, o sea...

-19 años –agregó el comisario, mirando por encima de los hombros del técnico- Chango fino, según parece.

-Sí –contestó el forense- mire las ropas.

-Mmm... ¿te imaginás a mi mujer con esto?. Sí, ya veo.

-Él es...

-Ya sé bien quién es. ¿Te creés que estaría acá a esta hora de la noche si no fuera porque apareció muerto el Secretario de la Presidencia?.

-No, yo quería confirmarlo –agregó el policía.

-Ya me llamaron antes de venir –dirigiéndose al forense, preguntó: -¿Alguna cosa interesante?.

-Encontré esto, señor.

El oficial acercó su cara hasta el papel doblado que el forense le extendía con su mano enguantada, pero desistió de leerlo.

-¿Qué dice, en resumen?.

-Algo así como que se suicidaron desesperados porque la esposa de él nunca le daría el divorcio.

-¡Ja!. Es gracioso. Un caballo como éste que no tenía ni veinte años se va a matar por no poder casarse con el gordo baboso ese, por más guita que tuviera. Es lo más estúpido que he oído en mi vida desde aquellos evangelistas que me golpeaban la puerta para decirme que el SIDA ya había sido profetizado en la Biblia.

-Sí, señor. Además, le tengo que agregar que los dos no fueron ultimados por la misma persona.

-¿Qué quiere decir eso?.

-A él le mató un zurdo y a ella, un diestro. Sin ninguna duda.

-Podría ser que se hubieran suicidado, o que se hubieran matado entre ellos.

-Podría ser. Pero también, que hubieran sido más de uno los asesinos, lo que me parece razonable, si me permite.

-Sí, te permito.

-Yo no soy grafólogo, pero la letra del mensaje parece de diestro. En todo caso, se puede averiguar después si uno de ellos dos era zurdo.

-Veremos.

-Lo que puedo asegurarle, es que fue la misma arma.

-¿La misma arma con distintas manos?. Bueno, leeremos con mucho interés tu informe. Te dejo un par de agentes hasta que usted termine. ¿Necesitás algo más?.

-No, en media hora ya liquido.

-Me parece bien. Me voy. Entre que perdió Peñarol y ésto, ya tuve demasiadas emociones por hoy.

-¡Jefe! –interrumpió el policía- el tipo la está fajando a la mujer. ¿Qué hago?.

-Entrá, separalos y pegales un par de gritos pero no te compliqués la vida. Son asuntos domésticos.


3


-Che, y esos tipos con el coso ese en la cabeza, ¿qué son?. Árabes, ¿no?.

-Sí, unos turcos de esos. Viste como son, que tienen que ponerse obligados todos esos trapos adonde quieran que vayan.

-Hablá más bajo, que te van a oír.

-¿Y qué me importa que me oigan, si no entienden un carajo?. ¿O vos le entendés a ellos?. Yo no sé para qué los invitaron.

-Y, bueno... serán embajadores... o algo así. ¿No te los presentaron?.

-Y... sí. Pero no me acuerdo de dónde mierda eran. De Tailandia, o Tanzania. Una cosa así...

-Pero ahí están hablando con ese medio chino, que tiene cara de importante.

-Sí, ése creo que era el embajador de Mongolia. Dejalos, entre ellos se entienden.

-Tené un poco de cuidado con lo que decís... ¡mirá si llegás a perder el puesto en la Cancillería!.

-Mejor. Así vuelvo de diputado y me caliento menos. Yo no quería agarrar acá, yo quería ir al Ministerio de Economía, como todo el mundo.

-Bueno, pero tené cuidado, no sigas tomando.

-¡Ah!. Como si no estuvieran todos en pedo, acá...

-¡Viejo!.

-Al Subsecretario lo sacaron entre cuatro hace media hora.

-Bueno, pero que él sea un borracho, no quiere decir que vos tenés que hacer lo mismo... él hace lo que quiere porque el padre fue Presidente. Vos hiciste toda tu carrera desde abajo.

-No me hagas acordar que salgo a vomitar...

-Shh... mirá. ¿Qué van a hacer ahora?.

-Y... lo de siempre... el embajador dirá un par de boludeces y los que estén todavía en condiciones, aplaudirán. Y terminamos de morfar y nos vamos...

-No, ¿pero por qué el mozo que está al lado del embajador le está apuntando con un revólver?.

-Viste cómo son. Tienen otras costumbres.

-En serio, viejo. Le está apuntando a ese embajador en la cabeza.

-¡Atención, todo el mundo! –gritó otro secuestrador, también armado- ¡Silencio!.

-¿Qué pasa, sabe usted?.

-¡Esto es inaceptable!. El personal de servicio cada vez está más atrevido.

-Servicio era el de antes...

El que había ordenado que se callaran disparó al techo y bajó el arma, apuntando al azar a los concurrentes de esa recepción en la Embajada de Bulgaria.

-¡Oiga! –gritó un enorme gordo cincuentón, con lentes importados de Italia, traje ambo gris con rayitas blancas y cuidadísima barba tipo candado- ¿sabe con quién está hablando?.

Un tercer terrorista le golpeó en la nuca, desmayándolo.

-Por supuesto que sé, doctor Alejandro Mantero. Decano de Derecho en la Universidad Católica a pesar de sus pésimas notas como estudiante, gracias a sus hábiles conexiones con el Opus Dei; casado, con cinco hijos cuyos exámenes en la misma Universidad son aprobados sí o sí; amante de una copera de 17 años en una confitería de Carrasco; su hermano Fernando es el embajador uruguayo en Noruega porque estuvo implicado en el vaciamiento del Banco La Caja Obrera.

-Esto se arregla con una mano dura... –comentó alguien que no había podido escuchar nada.

-Ése que habló... también debería ser mejor conocido por el pueblo. El contador Fernando Abt... asesor de varios estudios jurídicos donde se lava dinero del contrabando de oro, de la venta de armas y del narcotráfico para los mismos clientes que dicen combatirlos. Creador de algunas de las mejores maniobras para blanquear dinero sucio de dictadores caribeños y africanos en sociedades financieras fantasmas. Gastó buena parte de sus ganancias en su novio, incluyendo la operación de cambio de sexo que se hizo en San Pablo.

El obispo de Montevideo iba a pedir sensatez y calma, pero la pensó mejor y se quedó callado.

-No vamos a seguir invocando tan “distinguidos” currículos porque estaríamos toda la noche. Señoras y señores, somos del “Comando Castrista de Liberación del Pueblo” y vamos a mantenerlos acá hasta que este gobierno opresor e ilegítimo sea derrocado y dé comienzo a la Revolución Popular.

-¿Qué dijo, doctor?.

-No sé –contestó el Director de Protocolo del Ministerio- debe ser algún acto del Frente.

-¿Por qué no les contesta el Canciller?.

-¿Ése?. ¡No puede hablar sobrio y usted quiere que diga algo ahora!.

Los secuestradores ordenaron a los asistentes a la fiesta a que se sentaran en el suelo y se quedaran quietos. Algunas mujeres tuvieron problemas para acomodar sus vestidos a esa posición desacostumbrada. Dos o tres tipos que habían podido agarrarse una bandeja con canapés o saladitos antes de tirarse en el piso, se negaban a compartirlos con quien les pedían que los convidara.

En eso apareció un secuestrador que había estado revisando las otras dependencias del edificio acompañado de un hombre bastante bajo y de bigotito, de unos setenta años y de una chiquilina que no tendría más de trece años, ambos vestidos únicamente con sendas toallas.

-Los encontré en uno de los baños, camarada –anunció el que los había traído.

-Por... por favor... no es lo que parece... –balbuceó el veterano.

-Pase y póngase cómodo, señor Asesor Cultural de la embajada argentina –le contestó el líder de la banda.

-Acá no te sentés –le dijo la esposa del Asesor, cuando éste quiso acercarse a ella- si salimos de ésta vas a ver. ¡Esta vez fue demasiado!. ¡Dejarme así avergonzada, delante de toda la gente bien!.

-¡Silencio! –volvió a ordenar el líder- si se quedan quietos y callados y obedecen nuestras órdenes, van a poder irse de acá a seguir con sus vidas parásitas y decadentes. Nosotros vamos a crear con este acto las condiciones para la Revolución. Muy pronto, un mar de pueblo se nos va a sumar y pronto derrocaremos a las instituciones burguesas. Éste es un día histórico y estamos preparados para hacer lo que se tenga que hacer para lograrlo. La vida de todos ustedes juntos no vale nada comparadas con la felicidad de la clase obrera.

-Te dije que era una cosa de sindicatos –susurró a la mujer que estaba a su lado, una Asesora ñoqui de la Cancillería.

El hijo veinteañero de un diputado ultraderechista, que había recibido clases de Tae kwon do en las brigadas pegatineras de su padre intentó atacar a uno de los asaltantes, parándose y haciéndole maniobras amenazantes. El secuestrador le disparó en una pierna.

-Esa la vi en una de las de Indiana Jones –agregó.

-Vamos a dejarnos de pavadas. Espero que se hayan dado cuenta que no estamos jugando –dijo el líder- hemos venido a conseguir la liberación para nuestro pueblo y estamos dispuestos a todo con tal de conseguirla, o moriremos todos en el intento. ¿No dice “Libertad o Muerte” una de las banderas de este país?. Bueno, pues, señores burgueses, hoy ha llegado la hora de que el pueblo cumpla con el mandato de esa bandera.

-¿De qué habla? –se preguntaron varios.

-A partir de ahora –continuó el discurso el guerrillero- la única respuesta que daremos en nombre de la clase obrera a quien quiera oponerse a nuestro accionar liberador, será un balazo en la nuca.

-Por favor, asistan a ese chico herido.

-Lo atenderá un camarada médico, aunque no lo merezca –contestó.

-En algunas cosas tienen razón –agregó en voz muy baja la esposa del subsecretario de Educación y Cultura.

-Y ahora, todos en silencio. Esperaremos que pronto se comunicarán con nosotros los representantes de este gobierno represivo y antipopular y ahí les dejaremos muy en claro cuáles son nuestras demandas.

El tiempo comenzó a pasar cada vez más lentamente. Poco a poco, los rehenes se fueron dando cuenta de la situación. Pasaron un par de horas mirando los televisores que los secuestradores habían permitido funcionar siempre que mostraran la cobertura “minuto a minuto” que hacía un canal de noticias.

Alguno preguntaba ocasionalmente cosas como que cuándo los liberarían, obteniendo respuestas previsibles. Muchos no habían podido mantenerse despiertos. Algunos sollozaban bastante silenciosamente. Los intrusos no hablaban más que lo estrictamente necesario y solían comunicarse entre ellos simplemente con señas.

-¡Maldita sea! –pensó, en alemán, el embajador austríaco- tener que morir acá en este país insignificante, desconocido. ¿Quién fue el hijo de perra que me dijo que viniera tranquilo, que acá no pasaba nunca nada?.

-La culpa es mía –reflexionó en francés el embajador suizo- si no me hubiera tirado arriba de aquella menor que se me regaló, yo podría estar en un lugar como la gente, no en este país de mierda. ¡Cómo pude haber pensado que no era castigo y que aquí la iba a pasar bien!. Si por lo menos a las mujeres de acá les gustara el sexo...

-¿Por qué no me habrán mandado a un país que hablen en inglés –suspiró el embajador norteamericano- y no en esta jeringoza india incapaz de aprenderse?. ¿Qué fucking cosa está pasando acá?. Lo único que pude entender es que los que tienen las armas son árabes. Espero que no me hayan reconocido...

Un representante del ministro del Interior se había comunicado con el líder y había utilizado el típico discurso del negociador que intenta ganar tiempo y garantizar la salud de los rehenes. La respuesta que recibió fue la exigencia del abandono total del gobierno y todas sus instituciones por parte de todos los representantes de los partidos tradicionales para permitir la sustitución de ese modelo por una Junta Provisoria Popular Revolucionaria.

El funcionario contestó que iba a transmitir las exigencias a las instancias superiores de decisión del Gobierno y que les iba a dar la contestación. Aunque los cautivos no escucharon la negociación, aumentaron su temor cuando la televisión informó –sin demasiada exactitud- que el Presidente había pedido tiempo para pensar y que –sorprendentemente- no había dado una negativa rotunda.

-¿Dónde vamos a ir a vivir, ahora?.

-¿Vivir?. ¿De qué estás hablando, Chela?. ¿Estás loca, o no te das cuenta que estos asesinos nos van a fusilar a todos?.

-Yo no sé por qué estos rumanos de mierda no invaden el país... –dijo otro.

-Búlgaros, gordo. Ésta es la embajada de Bulgaria.

-Es lo mismo. Son todos una manga de cagones. Después que nos liquiden a todos, van a elevar una notita de protesta. ¿Qué carajo le importamos, si no nos compran carne?.

-Andá a saber si no nos hacen otras cosas antes de matarnos...

-Ganas no te faltan...

-¿Qué decís?. Pero, vos qué hablás, viejo cornudo...

El secuestrador que estaba más cerca de los que discutían con voz cada vez más alta dudaba de intervenir y no dejaba de controlar con la mirada a su líder para actuar rápidamente si éste amenazaba con regañarlo, aunque era partidario de quedarse quieto y divertirse con la bronca de sus enemigos hasta que se pudiera.

Pronto no tuvo oportunidad de seguir dudando porque fue el primer asesinado cuando entraron los comandos especiales, que se deslizaron por cables especiales fijados a la cúpula del techo del viejo edificio. Los soldados entraron disparando sin decir ninguna palabra. No había forma de confundirse al tirar porque los secuestrados estaban tirados en el piso y los subversivos estaban todos vestidos igual.

Los que habían irrumpido violentamente en la Embajada se dirigían con seguridad y pericia hacia donde estaban apostados los revolucionarios y los exterminaban sin piedad. Todos tenían micrófonos y eran guiados desde el exterior por un grupo que estaba protegido en una camioneta provisto de cámaras infrarrojas.

-Misión terminada, señor –informó el jefe por el comunicador- se consiguieron todos los objetivos.

-¿Bajas enemigas?.

-Totales –contestó- y un solo rehén.

-Bien. Procedan a sacar a toda la gente, así podemos entrar a limpiar el lugar y nos podemos ir a casa. Cambio y fuera.

Los aterrorizados cautivos tuvieron que ser informados varias veces de que estaban libres y podían retirarse del lugar antes de poder reaccionar. El que hablaba estuvo acertado en no molestarse en pedirles que permitieran salir primero a las damas y a los niños.


4


-Tiene la palabra el señor Representante Saravia Herrera.

-Muchas gracias, señor Presidente. Nosotros creemos que cuando las instituciones democráticas sufren dificultades y se enfrentan a la posibilidad de entrever horas dramáticas, nosotros, los legítimos depositarios del mandato popular tenemos que estudiar con detenimiento y con responsabilidad de estadistas las diferentes opciones de determinaciones a tomar y, alejándonos de demagogias y de actos para la tribuna, analizar seria y objetivamente las medidas a tomar sin dejarnos obnubilar nuestras firmes y rotundas convicciones de tolerancia y altruismo. A ver... voy a darle una interrupción al señor Diputado...

-Puede interrumpir el señor Representante González.

-Yo quisiera que el señor Diputado Saravia se refiriera...

-Saravia Herrera, por favor, ya te dije...

-Como sea, quisiera que de una vez por todas el Gobierno respondiera concretamente a los graves hechos que pasaron acá.

-De eso estoy hablando, señor Diputado, pero quisiera que me dejara terminar...

-Hace siete horas que estamos en esta sesión y en ningún momento ustedes han dicho una sola palabra para explicar cómo es que un ciudadano extranjero aparece en una comisaría denunciando que lo tienen secuestrado, es vuelto a llevar por los denunciados sin que la policía haga nada para ayudarlo y desde ese momento, ese señor que después nos enteramos que es un agente especial de los servicios secretos encargado de crear armas letales para la pasada dictadura militar chilena, está desaparecido...

-¡No le permito esa mentira, señor Diputado!. El señor Ministro del Interior acaba de presentar una prueba irrefutable de que ese ciudadano se fue por su propia voluntad de nuestro país y está sano y salvo viviendo en Italia.

-¿Usted se refiere a esa foto en la que el Ingeniero Barrios está de lo más sonriente con un diario en la mano?.

-Por supuesto. Y quiero que conste en actas que es la edición del diario italiano “Il messagero” de hace tres días...

-¿Y desde cuándo la principal noticia de tapa de un diario de Milán es que Peñarol le ganó a Rampla 2 a 0? –contestó el diputado González.

-¡Atrevido!. ¡Está poniendo en peligro a las instituciones!.

-¿Qué querés, boludo?. ¿Que acusemos a los milicos?.

-¡Antidemócrata!.

-Una vez que vengo acá y me encuentro con estos subversivos...

-¿Quién te paga a vos?. ¿Chávez?.

-Y quiero que conste en la versión taquigráfica, señor Presidente, no estos lamentables insultos sino que los supuestos titulares del diario italiano están en perfecto castellano.

-Ya lo sé, los recorté yo mismo.

-¿Señor Presidente?.

-Nada –contestó el Presidente de la cámara de Representantes- tiene la palabra el señor diputado Labat.

-Ése hace cuatro meses que está en Tahití.

-Quise decir, el diputado Serrano Morales.

-Está durmiendo un pedo azul desde hace dos horas –le susurró el primer Secretario de la Asamblea.

-Pido la palabra –intervino nuevamente el diputado González- tengo pruebas que el Ingeniero Barrios ha sido asesinado y tengo los nombres de los militares que lo hicieron.

-Cagamos. Ahora sí se viene el golpe.

-¿Quién sigue en la lista, señor secretario?.

-Este...

-Ojo a quien ponés –le habló en voz mucho más baja el Presidente.

-Pacheco Batlle.

-Tiene la palabra el señor representante Pacheco Batlle.

-Señor Presidente, propongo que pasemos al siguiente tema del orden del día.

-Por la afirmativa... –el Presidente le preguntó a otro de los secretarios si no había nadie que pudiera despertar a Serrano Morales aunque fuera para votar-...aprobado.

-¡Uhh!. ¿Cómo contaron los votos?.

-¡Comunista!.

-¡Tupamaro!.


5


1

El curador del museo Blanes corría desesperado por el largo pasillo compuesto por 256 baldosas –el número mágico de los ingenieros de sistema- de las cuales significativamente quedaban exactamente 64 sanas, hasta que sintió que el piso se abría a sus pies. ¡Quedaría a merced de sus perseguidores!. ¿Otro confabulado le había hecho una zancadilla?...


2

No, se había tropezado con un inmenso trozo de revoque que se había caído del techo en 1976. Se levantó de la manera más rápida que pudo y siguió huyendo. ¡Sus enemigos estaban cada vez más cerca!. ¡Sintió un estrépito que le indicaba que pronto lo alcanzarían y siglos de civilización uruguaya desaparecerían!.

-¡Oh, no puedo seguir más!- pensó.


3

El vigilante despertó por culpa del molesto ruido que venía desde el otro extremo del museo. No pudo evitar notar que persistía a intervalos regulares y que no parecía tener la intención de detenerse. Resignado a desvelarse, se levantó del catre y comenzó a caminar en dirección a la molestia que le impedía trabajar tranquilo. Munido de su linterna ya que había restricción de uso de luz eléctrica en los edificios públicos, se dirigió a la galería principal eludiendo las estrictas medidas de seguridad que evitan que entraran intrusos, o sea abriendo los candados de las puertas. Hasta que comprobó que el ruido se originaba indudablemente en el depósito donde estaban las obras de arte más importantes...


4

Bajó sobrecogido por el temor, después de sacarse las alpargatas. Luego de descender los dos peldaños comenzó a recorrer el lugar, buscando exactamente el origen de la perturbación, chapoteando sobre los doce centímetros de agua que cubrían el depósito. ¡Ahí estaban obras de Cúneo, Torres García, Barradas, Figari y otros nombres que no le decían absolutamente nada a él y a la mayoría de los críticos de arte que habían dirigido la institución!. Maldijo al pisar un Espínola Gómez que estaba atravesado en el camino, pero al levantar nuevamente la vista tuvo un estremecimiento. ¡Ahí estaba!. ¡La horrible visión de ese cadáver desnudo provocaba el incesante chillido de las ratas que había provocado su desvelo!.

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