El mes que viene hay elecciones nacionales y la gente lo único que opina es que ya está aburrida de la publicidad electoral a escasos momentos de que se levante la veda. A diferencia de sufragios en tiempos menos electrónicos, uno puede refugiarse en sus momentos de ocio en el ordenador o ver canales extranjeros de cable (aunque en ESPN aparezca un aviso de Pedro omitiendo escrupulosamente su apellido). Las campañas modernas han venido para quedarse y hoy si a alguien le interesa saber algo de los nombres a elegir, tendrá que ver en la televisión los distintos sloganes, los diversos spots o tratar de canturrear algún jingle, tan parecidos unos a los otros. Los actos callejeros y las asambleas informativas están en extinción.
Peor que eso, todos parecen asumir que una elección es entre personas y no -válgame Dios- entre partidos políticos, lo que debería querer decir entre propuestas, ideologías, ideas, soluciones. En una dinámica nueva, apenas inaugurada por Tabaré Vazquez en 2004 cuando ganó la izquierda por primera vez y confirmó a Astori como su jefe económico en el gabinete, ahora se anuncian futuros ministros antes que futuras políticas. Nuevamente nombres antes que propuestas.
A diferencia de otros países de nuestro continente, la cosa viene chauchona y nadie se la juega. Nadie parece enojarse por un partido u otro. Priman por encima de los contenidos las frases hechas, las imágenes de candidatos posando retocadas con Fotoshop y las ideas publicitarias con gancho o no. Algunos sloganes parecen exitosos ("Por la positiva"), otros no tanto ("Vamos bien") pero en todo caso, las campañas publicitarias lucen bastante intercambiables.
La izquierda recién ahora -y supongo que por intermedio de Tabaré- se ha dado cuenta que es el oficialismo y ha salido a defender su gestión, limando asperezas internas y luchas por los puestitos. Nadie parece haberse dado cuenta pero el Frente Amplio parece más unido que nunca, teniendo en cuenta su historia tan particular en ese aspecto. En cambio, el Partido Colorado padece una lucha sorda, apenas entibiada por el abrumador dominio que mantiene electoralemente Bordaberry sobre el ala más tradicional (y batllista); mientras que por el lado de los blancos un Larrañaga que volvió a sufrir otra derrota en las internas pero mucho peor que la anterior parece limitarse a prestar su nombre sin participar mucho, dejándole el liderazgo a quien lo arrasó en Junio y con quien no tiene demasiados puntos en común.
La situación económica es uno de los mayores -sino el mayor- éxitos del gobierno izquierdista y la derecha se centra en el caballito de batalla de la inseguridad, pretendiendo instalar sin ningún pudor la falacia de que el problema de la delincuencia comenzó el 1 de Marzo de 2004. Lacalle Pou y Bordaberry se presentan como renovadores, aun cuando no sólo son hijos de ex presidentes (malo en el poder, pésimo como candidato reciente en el caso del blanco; demencialmente medieval, mediocre y dictatorial el colorado) que llevaron a cabo políticas que el Frente ha dejado atrás bastante exitosamente, sino que -mucho más decisivo- forman parte de las mismas colectividades políticas y están rodeados de muchísimos dirigentes de la vieja escuela. Así que de renovación, nada.
Tabaré Vazquez volvió al ruedo como indiscutido líder sin fisuras de la izquierda uruguaya, con todas las riendas en la mano de la campaña, sin dejar demasiado espacio para disidencias aunque el resultado no sea tan exitoso como seguramente descontaba. Si los diez años de gobierno frenteamplista han sido buenos, ¿por qué le cuesta tanto ganar esta vez?. Esta vez el ex presidente representa -y lo hace con entusiasmo- la experiencia en gobernar, la seguridad de que se van a mantener los caminos ya escogidos, las certezas y las continuidades. Exactamente lo contrario de lo que fue su prédica cuando fue el primer Intendente electo por la izquierda y también, su primer Presidente.
Entre partidos tradicionales que se conforman con hacer matemáticas para ver si les da sumados para empatarle al FA y éste que pretende seguir siendo más de lo mismo; entre sectores que luchan sordamente por un escaño y ausencia de propuestas, se acerca una nueva elección, donde la gran mayoría está convencida que el resultado ya está cantado.
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