28 de mayo de 2013

NCIS: Una serie diferente

Cuando digo diferente, no quiero referirme a una serie que vaya a cambiar la historia de la televisión o plantee una revolución audiovisual, sino más modestamente, se trata de un programa que introduce un poco de espesor e interés en los habituales muñecos de otras series similares.

 Me explico: todos hemos visto los diferentes CSI (objeto de una próxima entrada); pues bien, salta a la vista que los diferentes integrantes de los equipos investigadores suelen ser meramente personajes unidimensionales cuya única razón de ser es decir la frase adecuada en el momento preciso. No parecen tener vida, no parecen ser seres humanos realizando un trabajo, sintiéndose a veces fatigados, molestos, tensos o frustrados. Más allá de algún caracter excénctrico, que supongo yo, están para aportar un costado humorístico, nadie en la mencionada CSI o similares parece tener sangre en sus venas.

En NCIS, en cambio, si bien no deja de respetar las convenciones más elementales de un policial común (los investigadores siempre se salen con la suya en una hora de programa, siempre avanzan, son demasiado lindos, nunca se pelean realmente entre sí) hay algunos elementos que la hacen más interesante de lo habitual. En primer lugar sus personajes, justamente. Que sudan, se cansan, tienen ganas de ir al baño y parecen tener una vida más allá de su (novelesco) trabajo.

El director, Jethro Gibbs es el menos logrado, en mi modesta opinión. Duro, severo pero justo, chirria un poco la exagerada admiración y temor que suelen tenerle sus subordinados y los frecuentes comentarios de ellos que lo presentan poco menos que como un super héroe. Es una personalidad muy difícil de representar y la actuación de Mark Harmon, buena en general, no da la talla para tanto.

El agente "Tony" Di Nozzo es mi preferido: mujeriego, burlón, charlatán y cinéfilo, está todo el tiempo burlándose de su compañero "Tim" Mc Gee, quien es una contraparte más seria y metódica. Ese dúo se lleva las palmas y en el medio la agente procedente del Mossad israelí Ziva David no tiene una personalidad definida, llenando el espacio con una imagen femenina -pero nada blanda- sin demasiado destaque. Estos son los denominados "agentes de campo". Los investigadores son la freak -y graciosa- Abby Sciutto, excéntrica y eficaz y el forense un poco excéntrico y chapado a la antigua "Ducky" Mallard (David McCallum, actor de culto de la televisión de los 60).    

Los crímenes que esta división de la Armada yanqui investigan suelen ser bastante originales y sin tanta vuelta de tuerca exótica como se ven en la paradigmática CSI. Nunca se pone en cuestión las invasiones del gobierno norteamericano en Afganistán o Iran -frecuentemente mencionadas- y difícilmente lo permitirían en U.S.A., más cuando el comienzo de esta serie coincidió con la histeria patriotera post Torres Gemelas. En todo caso, se trata de hacer un programa de ficción y no complicarse la vida.

Mientras iba escribiendo ésto, llega la noticia de que NCIS es la serie más vista en su país por cuarto año consecutivo, aunque por estos pagos no sea la más popular, precisamente. Aparentemente, con un poco de carisma y otro poco de habilidad, alcanza y sobra para destacarse. Aquí se ve por AXN.  

6 de mayo de 2013

¿Redactan sentencias o emiten votos?

Hasta el fin de la dictadura -digamos, 1984- todos los profesionales universitarios se formaban en la UDELAR, gratuitamente, bancados por los impuestos que pagábamos todos. La idea era que -supongo- que quienes se podían formar y acceder a una preparación (y un título) terciario que les permitiera ganarse la vida mejor que quienes no podíamos hacerlo, después devolvieran sus conocimientos a la sociedad que los había financiado. Médicos, arquitectos, ingenieros y tantos otros profesionales nos -por decirlo de alguna manera- asesorarían técnicamente para mejorar nuestras vidas y no se transformarían en unas élites soberbias que pretenderían erigirse por encima de los que no tuvieron la suerte (el privilegio) de ser un "dotor". Cuánto de ésto último ha ocurrido, es motivo de discusión.

La profesión de abogado es, por cierto, bastante particular. Andan por allí millones de chistes sobre ellos, sobre cómo se esfuerzan en joder a todo el mundo, con sus enredos y sus trapisondas. Cuánto de esto es una exageración y cuánto es verdad, queda a criterio de cada uno, de acuerdo a sus experiencias. Habrá de todo, como en cualquier otra profesión.   

No hay ciencia aséptica. Las ideas políticas y sociales de cada contador o de cada psicólogo determinan la manera de realizar su labor. Algunos dedican generosamente parte de su tiempo en trabajo honorario para los que más necesitan; otros intentan encaramarse entre los preferidos de los prvilegiados y, en el medio, están los que ni tanto ni tan poco, sino que más o menos. Pero, más allá de eso, uno supone que un médico lo atiende a uno según un criterio científico y lo trata de curar lo mejor posible, más allá de lo que piense sobre este mundo.

Varias de las decisiones bastante polémicas -y sesgadas- de la Suprema Corte de Justicia nos dan que pensar en si la defensa cerrada de la impunidad total para los culpables -de hecho, reconocidos al ampararse en la prescripción de los delitos- es por razones técnicas o porque ellos, personalmente como ciudadanos, están a favor de la no investigación bajo ninguna circunstancia de ninguna de las gravísimas violaciones a los derechos humanos en la dictadura. Posición que es -salvo contadísimas excepciones- la que han asumido ambos partidos tradicionales en forma casi monolítica. O sin casi.

Se puede pensar que los integrantes del máximo orden del Poder Judicial tienen una opinión jurídica a favor de la prescripción de los delitos militares por razones estrictamente profesionales. Seamos generosos y pensemos eso. Pero el inexplicado traslado de la jueza Motta -quien, como la fiscal Guianze, sin salirse del marco técnico, avanzó mucho por el camino contrario al de la SCJ y los blanquicolorados- no ayuda nada a que creamos en la asepsia de sus decisiones. Lo del apartamiento de la jueza que investigó correctamente es una mancha innegable en la confianza que nos puedan dar los cinco integrantes de la Corte. Se parece demasiado a un abuso de poder para beneficiar a determinadas intencionalidades políticas y muy poco a la función para que les pagamos el sueldo a esos Ministros.

Ministros que, no hay que olvidarlo, para ser elegidos en sus funciones deben ser votados por los legisladores. Más de un juez en un pasado no tan remoto -y en democracia, por cierto- fue vetado por el Partido Rosado sin ninguna razón clara y muchos ascensos han demorado en el Poder Judicial sin que sepamos los motivos, a menos que pensemos mal y revisemos si esos postergados han molestado a impunes, poderosos o jerarcas. En cambio, al fiscal Moller que votó para cerrar el caso de Macarena Gelman sin razón evidente, no sólo se lo ascendió rápidamente sino que también se le votó una ley especial con nombre y apellido que permitía, insólitamente, que trabajara para un diputado blanco al mismo tiempo que mantenía su jugoso sueldo en los juzgados.

La pregunta es: ¿tenemos alguna garantía en nuestro país de Justicia por parte de las autoridades del referido poder o abusan a discreción de sus jerarquías de acuerdo a sus intereses?.