20 de octubre de 2018

Salada la canchita: El dios de Fernando Trueba

Billy Wilder estaba rodando "Sabrina" con la joven estrella Audrey Hepburn, su actor fetiche William Holden y el veterano Humphrey Bogart, quien no tenía talento para la comedia y se sentía desplazado por las otras dos figuras. Para peor, el actor de "Casablanca" evitaba dirigirle la palabra al director, y cuando no tenía más remedio que hacerlo, lo hacía tratándolo de nazi infiltrado entre los americanos. Lo que no podía procesar su cerebro de super estrella era que si bien Wilder tenía un indisimulable acento alemán, hacía 20 años que vivía en Estados Unidos, que era austríaco y que buena parte de su familia había muerto en campos de concentración, no precisamente por ser nazis.

Wilder fue el segundo libretista en debutar como director en el Hollywood clásico -le ganó por poco John Huston con "El halcón maltés"- y poder desarrollar una carrera exitosa. Antes que eso había trabajado en Alemania en unas 18 películas como guionista -salvo "Gente en domingo", anticipo amargo del neorrealismo italiano- casi imposibles de conocer, hasta que huyó primero a Francia y luego a la industria norteamericana.

Tuvo como mentor al olvidado maestro Ernst Lubitsch y eso fue un primer rasgo de
Ernst Lubitsch
inteligencia que tuvo el joven Samuel Wilder. El brillante berlinés Lubitsch había sido uno de los directores estrellas del cine mudo alemán cultivando varios géneros pero en Hollywood se especializó en la comedia sofisticada, en la que consiguió grandes títulos ("Un ladrón en la alcoba"; "Ser o no ser"; "El bazar de las sorpresas"; "Ninotchka"). De Lubitsch aprendería Wilder el ingenio de sugerir e insinuar antes que mostrar -el famoso "toque Lubitsch- y que no había necesidad de sacrificar la inteligencia para hacer un film a la vez entretenido y rentable.


Las malas lenguas dicen que entró de una manera singular en Paramount. Wilder alquilaba una habitación vecina a la de una chica, digamos muy dada a repartir su cariño, y una noche ella le pidió al joven Billy que escondiera a un veterano productor de cine dado que había llegado imprevistamente su novio, bastante más joven y atlético que el buen señor. En esa situación nuestro héroe aprovechó para mostrarle algunos libretos que tenía escritos, los cuales inevitablemente impresionaron al ejecutivo escondido lo suficiente como para contratarlo.

Pacto de sangre
Rápidamente triunfó como libretista, siendo los títulos más recordados por la Historia del Cine la mencionada "Ninotchska" y "Bola de fuego" de Howard Hawks. Comenzó con algunos films no demasiado ambiciosos pero bien realizados y exitosos, lo que le permitió crecer hasta un policial negro que impactó en 1945: "Pacto de sangre" (Double indemnity"), que acercaba bastante el cine negro a su equivalente en literatura, mucho más duro, realista y crítico. No era común que los criminales fueran los protagonistas, más si era encarnado por Fred MacMurray, hasta entonces un bonachón galán de comedietas familiares.

A partir de allí y durante 20 años Wilder enhebraría muchos filmes que trascenderían largamente, como el melodrama gótico de "El ocaso de una estrella" (1950), notable retrato de una star del cine mudo que cree seguir siendo una celebridad joven; "Días sin huella" (1945), sobre un alcohólico decadente, ganadora del Oscar a mejor película, director y actor; "Testigo de cargo" (1957), un drama judicial con Charles Laughton.

El ocaso de una vida
Pero es en la comedia en el terreno en el que Billy brilló más frecuentemente.  Fue hijo de un tiempo -o más bien, de una industria- en la que no se podían ver en la pantalla a un hombre y una mujer acostados -aunque fueran un matrimonio con todos los papeles en regla y estuvieran simplemente conversando- y donde no había gente a la que le atrayera su mismo sexo o cosas peores. Un mundo ficticio, en definitiva, donde la censura exigía que no hubiera pasiones carnales, delitos ni desvíos de ninguna clase. Wilder supo sortear esas dificultades con sarcasmo abundante y con un humor que sabía dar en el clavo.

Después de desparramar su ácido en "Cadenas de roca" (1951) -donde el periodista Kirk Douglas se encarga más de conseguir una buena noticia que de salvar al pobre diablo atrapado en una mina- y "Stalag 17" (1954), muy cínica recreación de la Segunda Guerra Mundial a través de un campo de prisioneros, tema que él conocía muy bien, llegarían sus dos trabajos con una estrella difícil de manejar: Marilyn Monroe. Si en "La comezón del séptimo año", la utilizaba como un ícono de belleza que martirizaba al tonto norteamericano medio fiel a su esposa, en la brillante "Una Eva y dos Adanes" (1959), probablemente la mejor comedia de todos los tiempos, Tony Curtis y Jack Lemmon deben huir de unos gangsters escondiéndose en la orquesta de señoritas de la que Marilyn forma parte. Naturalmente, aún disfrazado de mujer, Curtis la enamorará mientras que Lemmon será cortejado por un millonario. Cuando le diga al final que no puede casarse con él porque es, en realidad, un hombre, el veterano contestará: -"Bueno, nadie es perfecto"... hace 60 años.
La comezón del séptimo año

En los 60 cambiaría de actriz, incorporando a una ascendente -y aún soportable- Shirley MacLaine en "Piso de soltero" (1960) e "Irma la dulce" (1963), ambas junto a Lemmon. En la primera, él es un pobre infeliz que se enamora de una compañera de trabajo pero tiene que prestarle el apartamento del título a su repugnante jefe -el mismo McMurray de "Pacto de sangre"- para que éste se acueste con ella. En "Irma..." Lemmon -siempre el norteamericano típico- se vuelve a enamorar de MacLaine, quien aquí es una prostituta parisina. Luego de perder su trabajo como policía, termina siendo el fiolo de Irma muy a su pesar. La escena final es el casamiento de ambos... mientras ella da a luz.

Las cosas dejaron de brillar cuando llegaron los 70. Si en la década anterior, Wilder era moderno, poco después fue considerado demodeé comparado con el cine europeo que comenzaba a llegar masivamente a U.S.A., la caída de los grandes estudios y, también, de la censura. Su primer gran fracaso fue "El último secreto de Sherlock Holmes" -o más bien, "La vida privada..." en su título original, un film revisionista de la historia del famoso detective, que fue injustamente vapuleado (y tijereteado por los productores); una comedia -otra vez con Lemmon- como "Avanti", que no desmerecía a las anteriores, fue recibida con frialdad y una especie de segunda versión de "El ocaso de los dioses" llamada "Fedora", fue ridiculizada.

Piso de soltero
Lo único positivo de los últimos tiempos fue la afortunada unión que realizó Wilder entre Lemmon y Walter Matthau en "Por dinero, casi todo" (1966), una muy buena comedia donde se forjó la química entre ambos, anteponiendo al ingenuo Jack con el mucho más terrenal, gruñón y cínico Matthau, un comediante hasta entonces bastante subestimado. La fórmula se repetiría con éxito en "Primera plana" (1974) y sin él, en el último film de Wilder, "Compadres" (1981), probablemente la única comedia wilderiana donde el humor aparece muy forzado.

Siempre inteligente, ingenioso, mordaz, Billy Wilder dijo que tenía diez mandamientos sagrados al igual que la Biblia. Los nueve primeros eran la repetición de "No aburrirás" y el décimo, "Te quedarás con el corte final" (o sea, las decisiones del montaje definitivo). Muy pocas veces lo tuvo, a pesar de ser exitoso, prestigioso, millonario y admirado, pero a pesar de numerosas peleas con los productores, pudo construir una carrera personalísima, sin dejar de respetar las reglas de juego. Cuando en 1994 Fernando Trueba recibió el Oscar a mejor película en lengua extranjera contó que él no cree en Dios, pero sí cree en Billy Wilder en su lugar.     

Primera parte de un interesante documental sobre nuestro hombre. Si quieren, pueden entrar en Youtube y ver fácilmente los otros tres fragmentos.


Y de yapa, lo que YT presenta como "escenas censuradas" de "La comezón del séptimo año". Incluye una toma alternativa de Marilyn refrescándose allá abajo, una escena icónica.

Y.E.T.P.A.P.
+ CHARLES AZNAVOUR - Shahnourh Aznavourian andaba por los 94 años pero seguía cantando. Figura mítica de la canción francesa -si bien tenía ascendencia armenia, había nacido en París- un género que los uruguayos conocemos poco y cada vez menos, había tenido varias incursiones por el cine y alguna de ellas, importante.

Si bien participó en un total de 79 títulos entre televisión y cine, son dignos de mención tres: su protagónico en "Disparen sobre el pianista", personal adaptación de una novela negra por Francois Truffaut; su papel secundario en la formidable "El tambor", adaptación de Gunter Grass y su trabajo militante en "Ararat", de Atom Egoyam, eficaz alegato sobre el genocidio turco contra el pueblo armenio, al que Aznavour siempre estuvo vinculado.
 

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