20 de agosto de 2018

Salada la canchita: El tango que dura siete horas

Que un cineasta sea bastante intransigente y su obra, árida y minoritaria no quiere decir que la persona que firma esa obra sea antipática y malhumorada. Los testimonios de quienes han entrevistado al húngaro Bela Tarr dan cuenta de un tipo simpático y totalmente receptivo a charlar con los periodistas, sin dejar de contestar ninguna pregunta.

Tarr ha sido fuente de polémicas en la década pasada entre quienes cubren los principales festivales cinematográficos del Primer Mundo. Hay gente que lo idolatra, lo compara con varios Maestros de la Historia del Cine como Antonioni, Tarkovskii, Angelopoulos o Bergman y otros que dicen que es el tipo más aburrido del mundo, que muchos críticos se duermen con su cine pero no se animan a aceptarlo. Una polémica que ya ha existido con otros casos antes que el amigo Bela debutara. Por lo menos, queda claro en sus dichos que no tiene ganas de complicarla para fastidiar ni para hacerse el artístico.

Bela Tarr
No puedo hablar como quisiera de su obra, compuesta de nueve largometrajes, porque sólo he visto dos (por cierto que ninguno ha sido estrenado en la Banda Oriental, valgame Dios), el que nos ocupa y "El caballo de Turín", el que el propio Tarr ha presentado como el que finaliza su carrera -acaba de cumplir 63 años pero evidentemente se enteró que Verónica Alonso quiere aumentar la edad para jubilarse- pero hay quien la ha estudiado en profundidad y a ellos me remito.

Esos entendidos dividen su obra en dos partes: la primera, más convencional -es un decir-, más volcada al documental y muy furiosa con la realidad de Hungría, en los estertores de un régimen comunista que pasó, sin embargo, por ser el más liberal y más exitoso económicamente de los satélites de la U.R.S.S. y una segunda parte, a partir del quinto film, desesperanzado, negro y amargo, en donde afina su estilo de largos planos obsesivamente coreografiados, donde sus personajes -muchas veces, no actores- son objetos que forman parte de la composición de la imagen, siendo ésta la que narra y no la anécdota que nos cuentan.

"Satantango" (o, más propiamente, "El tango de Satan") fue su sexta obra, finalizada en 1994. El hecho de ser en blanco y negro -como toda la obra de Tarr- y durar siete horas y media no ha ayudado a su difusión por estas tierras aunque Dodecá la proyectó hace 11 años y Cinemateca hace dos. Adaptando muy libremente la novela homónima de su frecuente colaborador (y coguionista) László Krasznahorkai, cuenta la historia de una granja colectiva en crisis, luego de la caída del comunismo -aunque ésto último nunca se menciona, así que andá a saber si no es antes- en una sociedad que tampoco anda muy bien y la reaparición de un personaje extraño llamado Irimiás, un poco como una especie de apostol bíblico, aunque no parezca demasiado de fiar.

Tarr es un formalista y esa anécdota es solamente una excusa para presentar un mundo de pobreza, quizás en descomposición -el autor suele presentar paisajes como aquí, donde llueve permanentemente, hay frío y barro por todas partes- en donde es difícil encontrar un personaje que se salve.

Esta descripción podría hacer pensar en un cineasta absolutamente cínico, que se divierte en provocar maldades a sus personajes o en un amargo totalmente aburrido. Nada de eso. Si bien Tarr no es un tipo que derroche humor -por lo menos en su obra, parece ser un pesimista de aquellos- y que abundan los momentos en que "no pasa nada" y la narración es mucho más lenta, por cierto, que el cine convencional que estamos acostumbrados a ver, no es un mero filmador de planos que posan de artísticos, como tantos que conocemos. Al tipo no le gusta apurarse para contar y, si bien admito que a "Satantango" se le podría sacar una horita u hora y media tranquilamente, ese tono majestuoso de narrar no es gratuito. Hay toda una visión de su país, del mundo, de nuestra sociedad.

(ALERTA, SPOILER). La anécdota de la película es más bien extraña. Ese ser que han dado por muerto reaparece y se encuentra luego de unas cuatro horas largas del film con los habitantes de la granja colectiva, quienes aceptan sus órdenes, dudan y luego, sobre el final, se reencuentran con él y vuelven a obedecer sus contraórdenes. Más allá de la amarga conclusión -el pretendido líder Irimias es simplemente un informante de la policía- una de las cosas más sorprendente del final es que, como una cinta de Moebius, volvemos al comienzo luego de transcurrida toda la película. He leído varios análisis sobre "Satantango" y nadie lo menciona, así que o yo estoy demasiado perceptivo o, simplemente, estoy loco. Todo el desarrollo del film nos lleva hacia el inicio, aunque parezca que está narrando lo que pasó después, lo que se puede tomar como una nueva muestra del pesimismo y también, de la maestría de Tarr.
 
Anteriormente había visto, como he dicho, "El caballo de Turin". Para mí, a esa altura el mentado pesimismo del autor ya viró a un total nihilismo que lo hace, aquí sí, aburridamente minimalista. En este largometraje podemos ver con total realismo cómo es la vida de un padre y su hija, campesinos muy pobres pero al final dan ganas de agarrar a Tarr (bueh) y llevarlo a un tablado donde haya festival de parodistas y comprarle una cerveza y un choripan.  

No sólo es larga la película, también es largo el trailer (6 minutos) pero ayuda a dar una idea de qué es "Satantango".


Una introducción muy interesante al cine de Bela Tarr.           

LA PROPAGANDA PEYONA DEL MES
+ BANDES - Se viene el Día del Niño y todas las agencias facturan. Entre los numerosos rubros que se suben al carro, apareció uno inhabitual: una institución bancaria.

Los bolivarianos se mandaron una consigna hipercapitalista: regálale a ese maravilloso engendro que tanto amas un cheque por 2500 dólares (verde más, verde menos). Nada de un play, una muñeca, una camiseta de fútbol o una pelota. Los gurises de ahora piden cheques, letras bancarias o tarjetas de créditos internacionales. ¿Quién escribió ese aviso?. ¿El padre de Rico McPato?. 

Y.E.T.P.A.P.
+ CLAUDE LANZMANN - Inevitablemente será recordado por siempre como el autor de esa obra maestra llamada "Shoah", seguramente el testimonio definitivo de lo que se llamó el Holocausto judío, aunque realizó otros seis largometrajes en donde seguía plantéandose la cuestión de su pueblo, pero nadie los vio.

Fue amante de Simone de Beauvoir, como tantos, pero antes se destacó en la Resistencia francesa contra los nazis. "Shoah", ya que hablamos de películas largas, dura diez horas y le llevó once años terminarla. Lanzmann entrevista a sobrevivientes de los campos de concentración, narrando cómo era la vida (y la muerte) allí, sin apelar a imágenes de archivo y sin esquivar temas polémicos, como la poca resistencia esgrimida por los líderes judíos que veían exterminar pasivamente a sus semejantes. 

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