Oriol Junqueras, presidente de Esquerra Republicana, la formación de izquierda que hace campaña por la independencia de Cataluña aliada a la derecha del presidente Mas justificó la opción por separarse de España con el siguiente argumento: "el voto de los soberanistas es un voto racional y el de los unionistas, un voto identitario" (Brecha, 25/9/15).
No me gustan nada los argumentos al estilo "Nosotros somos los que pensamos, los que tienen la posición contraria no piensan". Parece siempre difícil aceptar que el otro, el que opina distinto que nosotros, es alguien que tiene los mismos derechos y que es tan valioso como nosotros. En este intento catalán de independizarse de España ha habido mucho de escasez de razones y de apelaciones a lo irracional y a una descalificación del otro, lo que ha hecho confundir -en mi opinión- a buena parte de la izquierda latinoamericana.
El principal argumento de los independentistas es simplemente la posibilidad de decidir ellos mismos si se independizan o no. Uno ha escuchado atentamente a quienes están en la posición contraria -eso tan difícil- y, honestamente, lo único que he percibido ha sido ello. No ha habido quejas contundentes sobre el funcionamiento del estado central del cual quieren separarse. Mucho menos se ha argumentado -mal que le pese a la izquierda catalana que ha acompañado activa o críticamente este proceso- que con la formación de un país aparte se mejoren los numerosos problemas sociales que aquejan a toda la península.
Y es que la principal causa de esta súbita campaña por la independencia no se ha mencionado que yo sepa: la tradicional xenofobia catalana. Para un uruguayo es difícil de entender pero en España se da como en pocos lugares el odio que determinadas regiones le tienen a las otras (y eso no es privativo de los catalanes, por cierto). La autonomía que tienen las distintas regiones es enorme -muy superior a la de un departamento uruguayo- y, en realidad, si Cataluña se independizara de España, los cambios reales serían mínimos.
Yo estuve apenas una vez -vamos a decir las cosas como son- en España hace ya quince años durante un mes, de los cuales estuve paseando por Barcelona una semana. Obviamente, no soy un especialista de la realidad de aquel país. Pero sí puedo dar fe del menosprecio general que tienen los catalanes por los extranjeros, sentimiento que no sentí en ningún momento en ninguna otra parte, a pesar de haber visitado buena parte de España. Varias fuentes coincidieron en afirmar que la hostilidad frecuente no era por ser sudamericano sino por no catalán.
Los soberanistas argumentan que el Estado central no dialoga con ellos -no lo discuto, no tengo ningún interés de defender ni al PP ni al PSOE- y que no les reconoce las instancias de referendum que ellos mismos inventaron para acompañar su campaña, lo cual parece lógico. En realidad, las razones por la independencia parecen endebles más allá de la muy disimulada apelación a ser diferentes, lo que apunta a una intención de creerse superiores.
Muy significativo es que las varias instancias electorales a favor de un
pronunciamiento de independencia no ha llevado a guarismos impactantes. Si bien ha ganado el Si a la separación, hay un porcentaje muy significativo de catalanes que no quieren saber de una república autónoma, que son tan catalanes como los demás. Lo cual da que pensar, si tenemos en cuenta el viejo sentimiento de muchas regiones que detestan a las demás -muy especialmente a Madrid- y lo fácil que es enarbolar las viejas banderas de la demagogia nacionalista especialmente en épocas de crisis económicas. Y sin embargo el resultado, con todo a favor, no ha sido aplastante ni mucho menos.
¿Qué pasará si consigue Cataluña su independencia, cuando vean que los cambios mágicos no han sido tales y se han dejado llevar por oportunistas que han agitado sus instintos regionalistas?. ¿Qué dirán entonces las izquierdas cómplices, cuando siga la derecha local gobernando con la misma receta de neoliberalismo, recorte de derechos y desempleo, pero legitimados por un voto xenófobo?.
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